Una frase memorable de Russell, a propósito de todo tipo de creencias: "En cuanto abandonamos nuestra propia razón y nos limitamos a confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen fin". Además, de manera no tan sarcástica, señala que la fuente de la mayor parte de las creencias religiosas es el engreimiento, individual o genérico. Efectivamente, la creencia religiosa suele considerar al ser humano como lo más importante del universo. Lo más irrisorio del asunto es que si, efectivamente, el fin de la "creación" era el hombre, resulta curioso que una deidad se haya tomado un prólogo tan largo y tedioso. Naturalmente, mejor no insistir en que, tanto el ser humano, como el planeta que habita, algún día serán historia. La religión siempre tendrá una respuesta para esto, la recurrente y absurda alusión al "misterio". Russell expresa lúcidamente que una probable curación para ese engreimiento religioso es recordar que el hombre es un breve episodio en la vida de una pequeño planeta localizado en un rincón del universo; es posible que existan otras formas de vida, en otros lugares, para los que no somos superiores a las medusas. No obstante, hay otras fuentes que explican la existencia de la religión, como es el caso del gusto por lo maravilloso. Hay veces que el ser humano está dispuesto a creer cualquier cosa prodigiosa, siempre y cuando ello no se enfrente a algún prejuicio fuerte. Pocas veces los historiadores dan crédito a estos acontecimientos producto de la fantasía, excepto cuando se encuentran en el terreno de la religión. Si la emoción intensa de un individuo da lugar a un mito, es posible que se le considere un demente: si esa emoción es producto de una colectividad, no es raro que reciba un amplio crédito. Desgraciadamente, como recuerda Russell, gran parte de los mitos se basan en crueles falacias (las barbaridades que se han atribuido históricamente a los judíos han justificado su persecución y exterminio), que acaban justificando los peores actos. Muchos otros ejemplos de prejuicios absurdos, sobre la raza y la sangre, parecen hoy (al menos, en la teoría) felizmente superados. Una forma de combatir los mitos e iniciar un camino de sabiduría es admitir los propios temores y reflexionar de manera racional sobre todo tipo de creencias.
No solo la religión, la política también se encuentra gobernada por tópicos que no responden a la realidad. Cuántas veces hemos oído la frase "no es posible cambiar la naturaleza humana". No solo que esto no es posible que lo afirme nadie, sino que difícilmente podremos decir qué es la "naturaleza humana". Hablar de tal cosa es absurdo para alguien que conozca un poco de antropología, ya que los comportamientos humanos difieren en las diversas culturas. La llamada "naturaleza" del ser humano varía enormemente en función de la educación recibida. Gracias a factores como la alimentación o como algún tipo de adiestramiento, es posible hacer de la gente dócil y sumisa, o bien violenta y dominante, como convenga al educador. Un gobierno, del tipo que fuere, puede convertir la mayor idiotez en el credo de la mayoría. El mismo Platón pretendía fundar su República sobre un gran absurdo, algo que él mismo admitía. Otro importante pensador, Hobbes, consideraba que el pueblo debería reverenciar cualquier tipo de gobierno, aunque fuera totalmente indigno; cuando alguien cuestionaba el hecho de que la gente acatara una cosa tan irracional, él recordaba que si se había hecho creer a las masas en la religión cristiana, y en sus dogmas absurdos, era totalmente posible hacerles creer cualquier cosa. Los gobiernos han tenido siempre un gran poder sobre las creencias de los hombres, como demuestra el hecho de que los ciudadanos romanos se convirtieran al cristianismo solo después de que lo hicieran los emperadores o el que los lugares del Imperio romanos conquistados por los árabes supusiera la conversión al Islam de los cristianos; otro ejemplo notable, la división de Europa occidental en regiones protestantes y católicas se produjo por la actitud de los gobiernos en el siglo XVI.
Desgraciadamente, aunque sea por imposición o inspiración de los gobiernos, estas creencias empujan a grandes masas de hombres a matarse unos a otros. Russell vinculaba un poder autoritario a una población plagada de lunáticos fanáticos, de tal manera que se podría inducir a creer casi cualquier cosa por absurda que fuere. Podría darse, del mismo modo, lugar a ciudadanos razonables y juiciosos, pero no se conoce gobierno alguno que desee tal cosa, ya que ese tipo de personas no admitiría seguramente el hecho de una jerarquía política. La educación, para bien o para mal, puede ser dirigida hacia un lugar u otro. Lo malo de ese dogma que habla de una "naturaleza humana" es que suele ir asociado a una creencia determinista en la beligerancia del ser humano. Muy al contrario, si una organización política demostrara que la guerra no es deseable ni productiva, difícilmente podría la condición humana llevar al conflicto. En todas las épocas, se ha sostenido que existían cosas inmutables, pero al cabo del tiempo resultan inaceptables sin que haya apenas nadie que las eche de menos. No obstante, cuidado con la fe ciega en el progreso, ya que tendemos a sorprendernos de lo que pensaban pueblos del pasado siendo condescendientes con nuestra propia época, ya que al día de hoy siguen manteniéndose creencias absurdas en las sociedades modernas y civilizadas, tanto religiosas, como políticas.
No solo la religión, la política también se encuentra gobernada por tópicos que no responden a la realidad. Cuántas veces hemos oído la frase "no es posible cambiar la naturaleza humana". No solo que esto no es posible que lo afirme nadie, sino que difícilmente podremos decir qué es la "naturaleza humana". Hablar de tal cosa es absurdo para alguien que conozca un poco de antropología, ya que los comportamientos humanos difieren en las diversas culturas. La llamada "naturaleza" del ser humano varía enormemente en función de la educación recibida. Gracias a factores como la alimentación o como algún tipo de adiestramiento, es posible hacer de la gente dócil y sumisa, o bien violenta y dominante, como convenga al educador. Un gobierno, del tipo que fuere, puede convertir la mayor idiotez en el credo de la mayoría. El mismo Platón pretendía fundar su República sobre un gran absurdo, algo que él mismo admitía. Otro importante pensador, Hobbes, consideraba que el pueblo debería reverenciar cualquier tipo de gobierno, aunque fuera totalmente indigno; cuando alguien cuestionaba el hecho de que la gente acatara una cosa tan irracional, él recordaba que si se había hecho creer a las masas en la religión cristiana, y en sus dogmas absurdos, era totalmente posible hacerles creer cualquier cosa. Los gobiernos han tenido siempre un gran poder sobre las creencias de los hombres, como demuestra el hecho de que los ciudadanos romanos se convirtieran al cristianismo solo después de que lo hicieran los emperadores o el que los lugares del Imperio romanos conquistados por los árabes supusiera la conversión al Islam de los cristianos; otro ejemplo notable, la división de Europa occidental en regiones protestantes y católicas se produjo por la actitud de los gobiernos en el siglo XVI.
Desgraciadamente, aunque sea por imposición o inspiración de los gobiernos, estas creencias empujan a grandes masas de hombres a matarse unos a otros. Russell vinculaba un poder autoritario a una población plagada de lunáticos fanáticos, de tal manera que se podría inducir a creer casi cualquier cosa por absurda que fuere. Podría darse, del mismo modo, lugar a ciudadanos razonables y juiciosos, pero no se conoce gobierno alguno que desee tal cosa, ya que ese tipo de personas no admitiría seguramente el hecho de una jerarquía política. La educación, para bien o para mal, puede ser dirigida hacia un lugar u otro. Lo malo de ese dogma que habla de una "naturaleza humana" es que suele ir asociado a una creencia determinista en la beligerancia del ser humano. Muy al contrario, si una organización política demostrara que la guerra no es deseable ni productiva, difícilmente podría la condición humana llevar al conflicto. En todas las épocas, se ha sostenido que existían cosas inmutables, pero al cabo del tiempo resultan inaceptables sin que haya apenas nadie que las eche de menos. No obstante, cuidado con la fe ciega en el progreso, ya que tendemos a sorprendernos de lo que pensaban pueblos del pasado siendo condescendientes con nuestra propia época, ya que al día de hoy siguen manteniéndose creencias absurdas en las sociedades modernas y civilizadas, tanto religiosas, como políticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario