Puede decirse que Bakunin consideraba la sociedad como la base de la existencia humana, ya que precede en el tiempo a cualquier desarrollo humano. Por lo tanto, el hombre sería producto de la sociedad y está sujeto a sus normas, al igual que al resto de las leyes naturales. Del mismo modo, es en la sociedad donde nace lo que llamamos razón y moral en una fase ulterior de su evolución. También considera Bakunin que la libertad solo es posible en sociedad, y que cuanto mayor es el desarrollo del individuo más influencia recibe del medio. Todo individuo, a su vez, influye de alguna manera en la sociedad, la cual no es más que la suma total de todas las vidas, desarrollos, relaciones y acciones de sus miembros. Ni el hombre nace como ser libre y autónomo, ni es un creador de la sociedad, sino que nace ya dentro de ella. Por eso es el producto de un medio social específico generado por una extensa serie de influencias, desarrollos y hechos históricos, lo cual determina su carácter y su naturaleza. En mayor o en menor medida, de manera más o menos consciente, cada individuo es un reflejo de la sociedad y está penetrado por sus creencias, prejuicios, pasiones y hábitos. Sería importante comprender esto, precisamente en aras de la posibilidad de desarrollar una nueva conciencia no determinada por el medio social.
Hoy, la sicología social nos demuestra la dificultad sobre el pensamiento libre, ya que el medio social y la opinión pública influyen pesadamente sobre la actitud del individuo. Es necesario un notable poder intelectual, así como cierta actitud contraria a la sociedad, para mostrar resistencia a esa enorme presión. De hecho, tal vez pueda expresarse como que es la propia sociedad la que determina la posibilidad de una pensamiento auténticamente libre, aunque siempre esté dispuesta a anularlo. Lo que es seguramente indiscutible es que el hombre es un animal social, algo que se remonta al Zóon politikon de Aristóteles, al cual se refieren tantas veces como remoto origen de la sicología social. Bakunin denuncia el pensamiento idealista que parte de un ser humano libre e inmortal, a priori, para acabar convirtiéndose en un esclavo. Detrás de esta concepción, según la cual el individuo no necesita a la sociedad, está alguna suerte de caída en desgracia como son el pecado original o la pérdida de la conciencia sobre esa supuesta inmortalidad y libertad originales. El anarquista insiste en que la sociedad es el verdadero punto de partida de la civilización, y es en ese medio donde únicamente pueden desarrollarse la libertad y la individualidad humanas. Cuántos ejemplos históricos podemos encontrar de individuos que renuncian a la sociedad en aras de una supuesta perfección espiritual, ya que identificaban la sociedad con la corrupción. Obviamente, nosotros no hablamos de religión, por lo que por mucho que rechacemos a la sociedad (y yo, particularmente, creo que tienen un mayor peso los factores irracionales en ella), hay que evitar siempre esa renuncia y estar dispuesto a enfrentarse a todo tipo de situaciones sobre las que influimos. No me refiero a eludir una mera evasión, que sería por otra parte imposible, sino también a tener en cuenta esa influencia permanente que tiene esa sociedad sobre nuestra conciencia y nuestras ideas. De alguna manera, somos hijos de la sociedad y de todos sus numerosos factores concurrentes.
Las viejas nociones religiosas, que son también la fuente para nuevas creencias por mucho que reciban otras denominaciones, de la inmortalidad del alma, los valores innatos, el pecado original o la ilusión del libre albedrío, son el caldo de cultivo para el aislamiento y las imperfecciones (muy) terrenales. La perfección espiritual, según proclamaban los profetas, es incompatible con la riqueza material, algo que denunciaba Bakunin como una falacia hipócrita al observar a unas clases acomodadas que repetían las frases de los Evangelios. Hoy, resulta igualmente importante seguir señalando esa hipocresía, aunque lo es también analizar un mundo material, mezquino y desigualitario, que no es igualmente rechazable. Es posible que el concepto de salvación personal religioso haya impregnado toda una sociedad contemporánea basada en la idolatría y en un individualismo insolidario. Bakunin reclamaba desprendernos de ese viejo estigma religioso, que imposibilita aceptar nuestra condición humana y finita, lo necesario del desarrollo social y potenciar al máximo los valores humanos y terrenales. La sociedad no es una limitación de la libertad de un individuo determinado por una condición inherente, sino el medio en que el ser humano llevo a cabo, o no, su desarrollo. Es por eso que, gracias a ese progreso de la sociedad, en todos sus ámbitos, se observa la posibilidad de alcanzar un grado notable de emancipación y de libertad (tanto individual, como social).
Hoy, la sicología social nos demuestra la dificultad sobre el pensamiento libre, ya que el medio social y la opinión pública influyen pesadamente sobre la actitud del individuo. Es necesario un notable poder intelectual, así como cierta actitud contraria a la sociedad, para mostrar resistencia a esa enorme presión. De hecho, tal vez pueda expresarse como que es la propia sociedad la que determina la posibilidad de una pensamiento auténticamente libre, aunque siempre esté dispuesta a anularlo. Lo que es seguramente indiscutible es que el hombre es un animal social, algo que se remonta al Zóon politikon de Aristóteles, al cual se refieren tantas veces como remoto origen de la sicología social. Bakunin denuncia el pensamiento idealista que parte de un ser humano libre e inmortal, a priori, para acabar convirtiéndose en un esclavo. Detrás de esta concepción, según la cual el individuo no necesita a la sociedad, está alguna suerte de caída en desgracia como son el pecado original o la pérdida de la conciencia sobre esa supuesta inmortalidad y libertad originales. El anarquista insiste en que la sociedad es el verdadero punto de partida de la civilización, y es en ese medio donde únicamente pueden desarrollarse la libertad y la individualidad humanas. Cuántos ejemplos históricos podemos encontrar de individuos que renuncian a la sociedad en aras de una supuesta perfección espiritual, ya que identificaban la sociedad con la corrupción. Obviamente, nosotros no hablamos de religión, por lo que por mucho que rechacemos a la sociedad (y yo, particularmente, creo que tienen un mayor peso los factores irracionales en ella), hay que evitar siempre esa renuncia y estar dispuesto a enfrentarse a todo tipo de situaciones sobre las que influimos. No me refiero a eludir una mera evasión, que sería por otra parte imposible, sino también a tener en cuenta esa influencia permanente que tiene esa sociedad sobre nuestra conciencia y nuestras ideas. De alguna manera, somos hijos de la sociedad y de todos sus numerosos factores concurrentes.
Las viejas nociones religiosas, que son también la fuente para nuevas creencias por mucho que reciban otras denominaciones, de la inmortalidad del alma, los valores innatos, el pecado original o la ilusión del libre albedrío, son el caldo de cultivo para el aislamiento y las imperfecciones (muy) terrenales. La perfección espiritual, según proclamaban los profetas, es incompatible con la riqueza material, algo que denunciaba Bakunin como una falacia hipócrita al observar a unas clases acomodadas que repetían las frases de los Evangelios. Hoy, resulta igualmente importante seguir señalando esa hipocresía, aunque lo es también analizar un mundo material, mezquino y desigualitario, que no es igualmente rechazable. Es posible que el concepto de salvación personal religioso haya impregnado toda una sociedad contemporánea basada en la idolatría y en un individualismo insolidario. Bakunin reclamaba desprendernos de ese viejo estigma religioso, que imposibilita aceptar nuestra condición humana y finita, lo necesario del desarrollo social y potenciar al máximo los valores humanos y terrenales. La sociedad no es una limitación de la libertad de un individuo determinado por una condición inherente, sino el medio en que el ser humano llevo a cabo, o no, su desarrollo. Es por eso que, gracias a ese progreso de la sociedad, en todos sus ámbitos, se observa la posibilidad de alcanzar un grado notable de emancipación y de libertad (tanto individual, como social).
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