Bakunin consideraba que los hombres tienen un instinto natural hacia el poder, originado en una ley básica de la vida, que es la lucha incesante para asegurar su existencia o para afirmar sus derechos. Si en el pasado, adquirió esa lucha diferentes formas de esclavitud y servidumbre, en la actualidad (situándonos en la época del anarquista ruso, aunque tal vez las cosas ahora no sean tan diferentes) la lucha posee del doble aspecto de la explotación del trabajo asalariado por parte del capital y de la opresión política, jurídica, civil, militar y policiaca por parte de Estado e Iglesia. Esa situación se perpetúa, ya que se reproduce en los individuos nacidos en el seno de esa sociedad el deseo, la necesidad e incluso la inevitabilidad de explotar y tener poder sobre otras personas. Aunque ese instinto de poder se recubra de argumentos racionales, como es el bien colectivo o cualquier otro tipo de justificación política, continúa siendo esencialmente perjudicial. De hecho, Bakunin ya realiza una temprana crítica a la ciencia, la cual habría sido instrumentalizada para ensanchar el poder de acción del instinto de poder. Éste, como se ha dicho antes, es un germen que acompaña al ser humano, el cual se desarrolla y crece si encuentra el adecuado hábitat social. No idealizaba, precisamente, Bakunin a los integrantes de esa sociedad servil e ignorante, un buen argumento para los que reducen a la sociedad anarquista a un bonito deseo en el que todos tendríamos que ser éticos y benévolos. No, Bakunin realiza una crítica muy concreto a un paradigma social, considera que es precisamente la ignorancia e indiferencia de una mayoría la que mantiene hasta el momento esa sociedad de explotadores y explotados. Incluso, los individuos más enérgicos e inteligentes pueden acabar convirtiéndose en déspotas en la sociedad autoritaria. Sin embargo, una sociedad que vaya despertando, que se muestre consciente e inteligente, puede guardar celosamente su libertad y defendería permanentemente sus derechos. Se atribuye así a la sociedad un poder mayor que el del más fuerte de los individuos. De esa manera, incluso personas malévolas y egoístas pueden llegar a ser buenos miembros de la sociedad.
Es por eso que no se muestra muy optimista en algunos escritos Bakunin sobre parte de la condición humana. Algunos malos hábitos producto de esa condición se potencian gracias al medio social, a pesar de que la inteligencia y voluntad del inviduo le hubieran conducido a distinto fin en otras circunstancias. Se realiza de esta manera una crítica feroz al poder, siempre pernicioso, y se preconiza una igualdad social real, frente a la igualdad natural (mistificación política y religiosa). Gracias a un extenso sistema educativo, las personas pueden ser más libres y consciente gracias al reconocimiento de las leyes naturales. Sin embargo, es conocida la renuncia de Bakunin a cualquier coerción o forma de gobierno por parte de una representación ilustre de científicos. Las razones para esa crítica son dos: en primer lugar, la vida es siempre más amplia que los conocimientos humanos que puedan tenerse de la ciencia, por lo que ésta será siempre imperfecta y mejorable y no debería constreñirse la sociedad a sus postulados; en segundo lugar, se realiza una crítica netamente anarquista a toda legislación surgida de una minoría, por muy ilustre y venerada que fuera, ya que ello produciría de nuevo una sociedad servil e ignorante. Todavía hay una tercera razón para rechazar el gobierno científico, que puede verse como complementaria a la segunda, expuesta anteriormente, y es la corrupción intelectual y moral que suelen tener los sabios a los que se asignan privilegios. La espontaneidad y audacia revolucionaria de los pensadores y expertos, que tratan de destruir viejos mundos e inaugurar nuevos y mejores, deja paso gracias al poder a la soberbia y al deterioro. Este cuerpo científico gobernante abandonaría pronto la indagación en un conocimiento sincero para dedicarse a otros empeños, que perpetuarían el embrutecimiento y servilismo de la mayoría. Es una crítica que se extiende a toda legislación y a toda autoridad externa a la propia sociedad, ya que se toma al pueblo en cualquier caso como falto de inteligencia y, por lo tanto, con necesidad de ser guiado por los que la poseen.
Antaño, se exigía la autoridad en nombre de Dios, mientras que en la modernidad se hace en nombre de la razón, algo que Bakunin critica incluso con más fuerza, ya que la explotación se realiza por parte de sociedades y clases supuestamente ilustradas. Frente a ese tipo de razón, va germinando una nueva y toma vigor una perspectiva libertaria, la cual rechaza a académicos, profetas y sacerdotes y niega la posibilidad de un nuevo Estado o una nueva Iglesia. La destrucción de toda autoridad, humana o divina, dejará paso a la fundación de la auténtica igualdad social, a la solidaridad y a la fraternidad. Es conocido que Bakunin no rechazaba cualquier tipo de autoridad, como es lógico, ya que aceptaba la autoridad de los técnicos o científicos de una determinada rama, pero siempre reservándose el derecho a la crítica, al control y al contraste de opiniones. Lo que se rechaza es la subordinación del ser humano a una autoridad, del tipo que fuere, en nombre de la fe sacrificándose la libertad y la voluntad propias. En definitiva, no hay ninguna autoridad fija y constante, sino un intercambio continuo de autoridad y subordinación recíprocas, solo temporales y siempre voluntarias. Es necesario escuchar a los hombres de genio, pero no concederles privilegios ni derechos exclusivos por lo motivos anteriormente expuestos (inexactitud para reconocer una verdadera autoridad en la materia, corrupción final del auténtico hombre de genio, conversión en un déspota). En algún escrito, cayendo en una mayor abstracción, Bakunin reconoce la autoridad de la ciencia, entendida como reproducción y sistematización de las leyes inmanentes a la vida material, intelectual y moral, la cual puede ser compatible con la libertad humana, por lo que es la única que resulta legítima.
Sin embargo, hay que discernir entre la autoridad de la ciencia y la autoridad de los sabios, ya que la perspectiva libertaria niega toda jerarquización social, humana y divina. Cuando Bakunin habla de la autoridad de una "ciencia absoluta", se refiere a un deseo universal e ideal que nunca se verá realizado completamente en toda su amplitud y en sus infinitos detalles. Así pues, se reivindica el conocimiento humano, pero se asume su imperfección y la de sus representantes, lo cual tiene un reflejo en la vida social al negar la jerarquización y la estatalización. De alguna manera se niega la utopía entendida como una sociedad perfecta, aunque se admite la permanente consecución de ideales alcanzables desde el conocimiento y desde el bienestar social y material. En definitiva, la única autoridad asumible para Bakunin, y para el anarquismo, será la que emana de la experiencia colectiva de individuos libres e iguales. Será una sociedad fundada sobre la igualdad, el respeto mutuo y la solidaridad, enteramente humana, que negará toda autoridad y toda legislación privilegiadas. Una sociedad que tratará de reproducir el ideal anarquista.
Es por eso que no se muestra muy optimista en algunos escritos Bakunin sobre parte de la condición humana. Algunos malos hábitos producto de esa condición se potencian gracias al medio social, a pesar de que la inteligencia y voluntad del inviduo le hubieran conducido a distinto fin en otras circunstancias. Se realiza de esta manera una crítica feroz al poder, siempre pernicioso, y se preconiza una igualdad social real, frente a la igualdad natural (mistificación política y religiosa). Gracias a un extenso sistema educativo, las personas pueden ser más libres y consciente gracias al reconocimiento de las leyes naturales. Sin embargo, es conocida la renuncia de Bakunin a cualquier coerción o forma de gobierno por parte de una representación ilustre de científicos. Las razones para esa crítica son dos: en primer lugar, la vida es siempre más amplia que los conocimientos humanos que puedan tenerse de la ciencia, por lo que ésta será siempre imperfecta y mejorable y no debería constreñirse la sociedad a sus postulados; en segundo lugar, se realiza una crítica netamente anarquista a toda legislación surgida de una minoría, por muy ilustre y venerada que fuera, ya que ello produciría de nuevo una sociedad servil e ignorante. Todavía hay una tercera razón para rechazar el gobierno científico, que puede verse como complementaria a la segunda, expuesta anteriormente, y es la corrupción intelectual y moral que suelen tener los sabios a los que se asignan privilegios. La espontaneidad y audacia revolucionaria de los pensadores y expertos, que tratan de destruir viejos mundos e inaugurar nuevos y mejores, deja paso gracias al poder a la soberbia y al deterioro. Este cuerpo científico gobernante abandonaría pronto la indagación en un conocimiento sincero para dedicarse a otros empeños, que perpetuarían el embrutecimiento y servilismo de la mayoría. Es una crítica que se extiende a toda legislación y a toda autoridad externa a la propia sociedad, ya que se toma al pueblo en cualquier caso como falto de inteligencia y, por lo tanto, con necesidad de ser guiado por los que la poseen.
Antaño, se exigía la autoridad en nombre de Dios, mientras que en la modernidad se hace en nombre de la razón, algo que Bakunin critica incluso con más fuerza, ya que la explotación se realiza por parte de sociedades y clases supuestamente ilustradas. Frente a ese tipo de razón, va germinando una nueva y toma vigor una perspectiva libertaria, la cual rechaza a académicos, profetas y sacerdotes y niega la posibilidad de un nuevo Estado o una nueva Iglesia. La destrucción de toda autoridad, humana o divina, dejará paso a la fundación de la auténtica igualdad social, a la solidaridad y a la fraternidad. Es conocido que Bakunin no rechazaba cualquier tipo de autoridad, como es lógico, ya que aceptaba la autoridad de los técnicos o científicos de una determinada rama, pero siempre reservándose el derecho a la crítica, al control y al contraste de opiniones. Lo que se rechaza es la subordinación del ser humano a una autoridad, del tipo que fuere, en nombre de la fe sacrificándose la libertad y la voluntad propias. En definitiva, no hay ninguna autoridad fija y constante, sino un intercambio continuo de autoridad y subordinación recíprocas, solo temporales y siempre voluntarias. Es necesario escuchar a los hombres de genio, pero no concederles privilegios ni derechos exclusivos por lo motivos anteriormente expuestos (inexactitud para reconocer una verdadera autoridad en la materia, corrupción final del auténtico hombre de genio, conversión en un déspota). En algún escrito, cayendo en una mayor abstracción, Bakunin reconoce la autoridad de la ciencia, entendida como reproducción y sistematización de las leyes inmanentes a la vida material, intelectual y moral, la cual puede ser compatible con la libertad humana, por lo que es la única que resulta legítima.
Sin embargo, hay que discernir entre la autoridad de la ciencia y la autoridad de los sabios, ya que la perspectiva libertaria niega toda jerarquización social, humana y divina. Cuando Bakunin habla de la autoridad de una "ciencia absoluta", se refiere a un deseo universal e ideal que nunca se verá realizado completamente en toda su amplitud y en sus infinitos detalles. Así pues, se reivindica el conocimiento humano, pero se asume su imperfección y la de sus representantes, lo cual tiene un reflejo en la vida social al negar la jerarquización y la estatalización. De alguna manera se niega la utopía entendida como una sociedad perfecta, aunque se admite la permanente consecución de ideales alcanzables desde el conocimiento y desde el bienestar social y material. En definitiva, la única autoridad asumible para Bakunin, y para el anarquismo, será la que emana de la experiencia colectiva de individuos libres e iguales. Será una sociedad fundada sobre la igualdad, el respeto mutuo y la solidaridad, enteramente humana, que negará toda autoridad y toda legislación privilegiadas. Una sociedad que tratará de reproducir el ideal anarquista.
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