Hay que recalcar continuamente la importancia de este aspecto en el proyecto pedagógico fundado por Francisco Ferrer. La perversidad histórica ha conducido a que, en la actualidad, se identifique la (supuesta) ausencia de adoctrinamiento con la erradicación de aspectos sociales y políticos en la educación. La Escuela Moderna no pretende formar anarquistas ni rebeldes contra el Estado, y mucho menos en el sentido que le quisieron dar sus acusadores. Precisamente, rasgos como la coeducación de clases pretendían acabar con la violencia y el odio que la discriminación y desigualdad conllevan. En su libro La Escuela Moderna, aparecen las siguientes palabras de Ferrer: "Los oprimidos, los expoliados, los explotados han de ser rebeldes, porque han de recabar sus derechos hasta lograr su completa y perfecta participación en el patrimonio universal. Pero... la Escuela Moderna... no quiere atribuir una responsabilidad sin haber dotado la conciencia de las condiciones que han de constituir su fundamento: Aprendan los niños a ser hombres, y cuando lo sean declárense en buena hora en rebeldía". Por lo tanto, al igual que en el anarquismo, la educación es la condición previa necesaria para toda transformación política y social. Veamos también el discurso de Anselmo Lorenzo, que explica de forma tan nítida como razonable, en la fundación de la Escuela Moderna: "Ahí estáis vosotros para destruir atavismos, enseñar verdades, formar caracteres, impedir la formación de masas sectarias e inconscientes y hacer de cada hombre y de cada mujer un ser presente y activo, de positivo y de idéntico valor, sobre el cual no pueda sostenerse falso prestigio ni autoridad indebida, de modo que la justicia en las relaciones humanas sea un resultado sencillo y práctico de las costumbres".
La obra de Ferrer está plenamente asumida por el anarquismo y su insistencia en el valor intrínseco del individuo como base de una sociedad que acepta libremente los vínculos sociales, pero no se trata, por supuesto, de una escuela ácrata en el sentido que quisieron darle sus detractores como equiparable al terrorismo. Vienen al caso unas palabras de Charles Albert en un texto llamado "Educación y propaganda" (Temps Nouveaux, 11/5/1900): "Los anarquistas son los únicos en haber comprendido que la sociedad mejor del futuro no puede ser la conquista de un partido o de una táctica, sin la síntesis de todos los esfuerzos humanos sinceros y osados en todos los ámbitos de la actividad". La evolución ideológica de Ferrer le condujo a las ideas libertarias y ya se ha mencionado que su concepción pedagógica coincide con la anarquista, según la cual la educación es el medio para establecer una nueva sociedad y lograr la emancipación. No obstante, la política no está ausente en las inquietudes de Ferrer, pero considera con buen criterio que ese ámbito depende de la capacidad de comprensión de las personas. Ferrer, evidentemente, era muy consciente de lo que representaba en su época el progreso científico y en el confía para la realización de una sociedad mejor. No obstante, algunos aspectos de ese progreso le inquietaban, así como las consecuencias que podrían reportar al ser humano. Así, en otro aspecto de indudable actualidad, le espantaba el lugar primordial que iba adquiriendo la técnica y la economía en la vida social del hombre. Por supuesto, su obra no rechaza en absoluto la técnica, pero teme que la misma prevalezca sobre el pensamiento. La solución pasa por la afirmación de una cultura crítica que libere al hombre de toda atadura política o divina acabando con toda tentación rutinaria y todo prejuicio producto de siglos de tradición conservadora.
Para lograr la emancipación es preciso desarrollar la personalidad en todos los sentidos, aceptando las limitaciones humanas, por lo que nunca se convertirá el hombre en una especie de nueva divinidad. Se observa cada individuo como original e insustituible y se subrayan al mismo tiempo los valores más solidarios e igualitaristas, por lo que no tiene cabida ninguna solución autoritaria o colectivista a los problemas sociales. Tal y como lo observa Ferrer, la igualdad social es un producto de la moral superior de la razón, garantía de los derechos y de los deberes del individuo y, al mismo tiempo, un factor primordial del progreso. Lo que puede parecer una dualidad en el pensamiento, como ocurre en general con las ideas libertarias, es en realidad complementario y enriquecedor: un individualismo solidario que no pierde nunca de vista los problemas sociales. Los aspectos morales y racionales, estrechamente vinculados como se ve, son primordiales en la obra de Ferrer, pero sin que se caiga en la mera abstracción. Por ejemplo, uno de los males señalados es la falta de diálogo, la negación del discurso del otro, por lo que se apuesta por la comunicación para avanzar en la tolerancia y vencer al fanatismo. Los grandes males provienen de la infabilidad, de aquellos que proponen verdades con mayúsculas, algo sobre lo que advierte Ferrer y a lo que somete su propio criterio permanentemente mediante un "control racional, ético y positivo". Aunque hablamos de una visión ilustrada radical, que confía en el progreso, la ciencia y el trabajo como medidas emancipadoras, las propuestas de Ferrer fueron también enormemente pragmáticas y adelantadas a su época: preconizó un salario mínimo que asegurase la dignidad del trabajador y su familia; pidió una organización más racional del trabajo para que cada uno acceda al lugar al que le dan derecho sus aptitudes profesionales; recordó siempre que los valores del trabajo deben ir acompañados del derecho al bienestar, y a pesar de su crítica al poder político exigió al Estado que prestara atención a las cuestiones sociales. En definitiva, es casi imposible separar las concepciones filosóficas y morales de Ferrer de su pensamiento político, puede decirse que se complementan y forman un todo armónico que pretende aportar una comprensión global del hombre.
La obra de Ferrer está plenamente asumida por el anarquismo y su insistencia en el valor intrínseco del individuo como base de una sociedad que acepta libremente los vínculos sociales, pero no se trata, por supuesto, de una escuela ácrata en el sentido que quisieron darle sus detractores como equiparable al terrorismo. Vienen al caso unas palabras de Charles Albert en un texto llamado "Educación y propaganda" (Temps Nouveaux, 11/5/1900): "Los anarquistas son los únicos en haber comprendido que la sociedad mejor del futuro no puede ser la conquista de un partido o de una táctica, sin la síntesis de todos los esfuerzos humanos sinceros y osados en todos los ámbitos de la actividad". La evolución ideológica de Ferrer le condujo a las ideas libertarias y ya se ha mencionado que su concepción pedagógica coincide con la anarquista, según la cual la educación es el medio para establecer una nueva sociedad y lograr la emancipación. No obstante, la política no está ausente en las inquietudes de Ferrer, pero considera con buen criterio que ese ámbito depende de la capacidad de comprensión de las personas. Ferrer, evidentemente, era muy consciente de lo que representaba en su época el progreso científico y en el confía para la realización de una sociedad mejor. No obstante, algunos aspectos de ese progreso le inquietaban, así como las consecuencias que podrían reportar al ser humano. Así, en otro aspecto de indudable actualidad, le espantaba el lugar primordial que iba adquiriendo la técnica y la economía en la vida social del hombre. Por supuesto, su obra no rechaza en absoluto la técnica, pero teme que la misma prevalezca sobre el pensamiento. La solución pasa por la afirmación de una cultura crítica que libere al hombre de toda atadura política o divina acabando con toda tentación rutinaria y todo prejuicio producto de siglos de tradición conservadora.
Para lograr la emancipación es preciso desarrollar la personalidad en todos los sentidos, aceptando las limitaciones humanas, por lo que nunca se convertirá el hombre en una especie de nueva divinidad. Se observa cada individuo como original e insustituible y se subrayan al mismo tiempo los valores más solidarios e igualitaristas, por lo que no tiene cabida ninguna solución autoritaria o colectivista a los problemas sociales. Tal y como lo observa Ferrer, la igualdad social es un producto de la moral superior de la razón, garantía de los derechos y de los deberes del individuo y, al mismo tiempo, un factor primordial del progreso. Lo que puede parecer una dualidad en el pensamiento, como ocurre en general con las ideas libertarias, es en realidad complementario y enriquecedor: un individualismo solidario que no pierde nunca de vista los problemas sociales. Los aspectos morales y racionales, estrechamente vinculados como se ve, son primordiales en la obra de Ferrer, pero sin que se caiga en la mera abstracción. Por ejemplo, uno de los males señalados es la falta de diálogo, la negación del discurso del otro, por lo que se apuesta por la comunicación para avanzar en la tolerancia y vencer al fanatismo. Los grandes males provienen de la infabilidad, de aquellos que proponen verdades con mayúsculas, algo sobre lo que advierte Ferrer y a lo que somete su propio criterio permanentemente mediante un "control racional, ético y positivo". Aunque hablamos de una visión ilustrada radical, que confía en el progreso, la ciencia y el trabajo como medidas emancipadoras, las propuestas de Ferrer fueron también enormemente pragmáticas y adelantadas a su época: preconizó un salario mínimo que asegurase la dignidad del trabajador y su familia; pidió una organización más racional del trabajo para que cada uno acceda al lugar al que le dan derecho sus aptitudes profesionales; recordó siempre que los valores del trabajo deben ir acompañados del derecho al bienestar, y a pesar de su crítica al poder político exigió al Estado que prestara atención a las cuestiones sociales. En definitiva, es casi imposible separar las concepciones filosóficas y morales de Ferrer de su pensamiento político, puede decirse que se complementan y forman un todo armónico que pretende aportar una comprensión global del hombre.
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