Hace ya algunos años que proliferan los grupos ateos, en un sentido que podemos entender como una radicalización del librepensamiento, en España, país considerado católico (recordaremos el nombre que adoptó en este país el fascismo: nacional-catolicismo). Dado que en estos grupos es habitual encontrar a anarquistas, voy a eludir la denominación de uno de los propósitos principales que tienen, que sería la separación entre Iglesia y Estado, para expresarlo mejor del siguiente modo: laicización de la sociedad. Es decir, se desea que toda religión organizada, las cuales aparecen con la pretensión de tener el patrimonio de la moral y de la verdad, sea apartada del sistema social o del ámbito público. Esa laicización de la sociedad, enemiga de todo fundamentalismo, se presenta como una profundización en la democracia (palabra, cuanto menos, controvertida, pero que la usaremos aquí de modo amplio). El fundamentalismo, el cual no es solo religioso, aunque las ideologías o políticas pueden entenderse como una secularización del pensamiento metafísico, presenta una serie de rasgos: literalismo, es decir, la verdad ya ha sido escrita; absolutismo, lo que no permite dudas o escepticismo; la existencia de una clase mediadora, evidente en el caso del clero, pero extensible a los ámbitos político, socioeconómico e intelectual, y el permanente deseo de inmiscuirse en todo ámbito social y personal (una suerte de totalitarismo, aunque sea éste un concepto más político).
El literalismo, a poco que se use el sentido común, es algo de locos. De hecho, suele ser un rasgo relativo de las religiones, ya que se alude a la interpretación de los textos por parte de la clase mediadora. La propia condición exegética es contradictoria, ya que tantas veces se realiza para adaptarla a unos nuevos tiempos y tratar de de mantener intactas las estructuras de poder religiosas. Otras veces, el fundamentalismo mismo es el que cae en contradicciones, por lo que se enfoca la interpretación para tratar de solventarlas. Literalidad, propia de religiones que se refugian en el fundamentalismo, o exégesis, adaptación hipócrita a los nuevos paradigmas; en ambos casos, el ser humano es una suerte de marioneta en manos de fuerzas trascendentes. Las normativas religiosas suelen estar fundadas en supuestas verdades incuestionables, otro asunto que hay que señalar como descabellado; sin ánimo, en este texto al menos, de considerar la moral un mero subproducto de la sociedad, sí hay que tener en cuenta que toda norma deriva de un contexto social (político, económico...), por lo que hay que hablar de simples interpretaciones en esas verdades absolutas a las que aspira la religión. La pretensión de verdad absoluta de cada religión, a priori, supone el enfrentamiento con el resto de creencias; en la práctica, resulta también relativo, como demuestra el sincretismo religioso que tantas veces se ha impuesto.
A grandes rasgos, son dos las vías que utiliza la religión para obtener el control. De modo inconsciente, mediante mitos y símbolos que atacan al individuo de modo afectivo y cognitivo, y mediante un práctica institucional abiertamente autoritaria gracias al adoctrinamiento, las normativas transmitidas generación a generación y el control social. Por lo tanto, la religión institucionalizada aspira, no solo a mantener sus propias estructuras de poder, también a inmiscuirse en otros ámbitos. En países como España, por si no fuera suficiente el poder económico de la Iglesia, es sustentada además con los impuestos de todos. Un argumento habitual entre los religiosos es la labor asistencial que realiza en sistemas económicos tan desigualitarios; obviamente, y sin negar la labor de base que puedan realizar tantas personas, se trata de una labor caritativa hipócrita en términos generales, ya que hablamos de una institución de poder que niega de raíz la posibilidad de la justicia social (un sistema que garantice a todos el bienestar material). Además, la religión es un factor importante en actividades bélicas e injusticias sociales, pero no el único, ya que se confunde con ella el poder político y económico. El concepto de religión es demasiado amplio, e incluso algunas se presentan de modo amable y emancipador ajenas aparentemente al fundamentalismo; es por eso que el combate con los monoteísmos tradicionales, los cuales pierden clientela de modo evidente, no ha conducido al ateísmo ni al librepensamiento. Sin embargo, señalaremos una y otra vez el peligro dogmático y el control social, de forma evidente o más sutil, que se encuentra detrás de toda creencia irracional.
Acabar con tradiciones culturales, tan fortalecidas con el paso del tiempo, como nocivas en la práctica, no es tarea fácil. Como toda revolución social, requiere un cambio de paradigmas en más de un ámbito de la vida. Aunque tantas veces se apunta a la ciencia como forma de superar la religión, la cual puede decir muchas cosas en el ámbito del conocimiento, el ser humano no es mero intelecto. La religión se apropia, tantas veces, de las necesidades de un propósito y de una motivación en las vidas de las personas. La evidencia empírica y el razonamiento, después de varios siglos de existencia, se ha mostrado insuficiente tal y como lo preconizaban los primeros librepensadores. No se trata de asumir simplemente el fracaso de la modernidad, lo que entendemos como posmodernidad, sino precisamente de otorgarle mayor horizonte a la razón y al ámbito humano (político, ético...). Es algo que podemos denominar una recuperación de los ideales de la modernidad, de forma amplia y fortalecida, con un análisis más ambicioso a nivel político y socioeconómico, y decididamente antiautoritaria. El ser humano es dinámico, tiene la capacidad de modificar su entorno y su historia, a pesar de que tantas veces caiga en el conservadurismo y en el papanatismo, esa situación no tiene por qué durar, ya que surgen nuevas interpretaciones y nuevos significados. La capacidad humana para crear una cultura fuerte, en todas las diferentes expresiones sociales, y su capacidad artística e innovadora pueden alejar toda tentación metafísica, pero no parece posible reducir la existencia humana mediante el análisis científico y las condiciones objetivas. Esa objetivación fundamentada en las ciencias naturales parece conllevar una anulación de la espontaneidad y un alejamiento de la vida inmediata. El intelecto y el pensamiento son muy importantes, pero la vida tiene que ser también vivida transformándose y transformándola en el proceso. El propósito de los grupos ateos, a mi modo de ver las cosas, y aunque con unas convicciones morales e intelectuales muy evidentes, tiene que mantenerse alejado siempre de posiciones de poder, actuar desde la horizontalidad y desde los márgenes. En caso contrario, tal vez estarán haciendo el juego a una nueva religión, aunque no quiera adquirir ese nombre.
El literalismo, a poco que se use el sentido común, es algo de locos. De hecho, suele ser un rasgo relativo de las religiones, ya que se alude a la interpretación de los textos por parte de la clase mediadora. La propia condición exegética es contradictoria, ya que tantas veces se realiza para adaptarla a unos nuevos tiempos y tratar de de mantener intactas las estructuras de poder religiosas. Otras veces, el fundamentalismo mismo es el que cae en contradicciones, por lo que se enfoca la interpretación para tratar de solventarlas. Literalidad, propia de religiones que se refugian en el fundamentalismo, o exégesis, adaptación hipócrita a los nuevos paradigmas; en ambos casos, el ser humano es una suerte de marioneta en manos de fuerzas trascendentes. Las normativas religiosas suelen estar fundadas en supuestas verdades incuestionables, otro asunto que hay que señalar como descabellado; sin ánimo, en este texto al menos, de considerar la moral un mero subproducto de la sociedad, sí hay que tener en cuenta que toda norma deriva de un contexto social (político, económico...), por lo que hay que hablar de simples interpretaciones en esas verdades absolutas a las que aspira la religión. La pretensión de verdad absoluta de cada religión, a priori, supone el enfrentamiento con el resto de creencias; en la práctica, resulta también relativo, como demuestra el sincretismo religioso que tantas veces se ha impuesto.
A grandes rasgos, son dos las vías que utiliza la religión para obtener el control. De modo inconsciente, mediante mitos y símbolos que atacan al individuo de modo afectivo y cognitivo, y mediante un práctica institucional abiertamente autoritaria gracias al adoctrinamiento, las normativas transmitidas generación a generación y el control social. Por lo tanto, la religión institucionalizada aspira, no solo a mantener sus propias estructuras de poder, también a inmiscuirse en otros ámbitos. En países como España, por si no fuera suficiente el poder económico de la Iglesia, es sustentada además con los impuestos de todos. Un argumento habitual entre los religiosos es la labor asistencial que realiza en sistemas económicos tan desigualitarios; obviamente, y sin negar la labor de base que puedan realizar tantas personas, se trata de una labor caritativa hipócrita en términos generales, ya que hablamos de una institución de poder que niega de raíz la posibilidad de la justicia social (un sistema que garantice a todos el bienestar material). Además, la religión es un factor importante en actividades bélicas e injusticias sociales, pero no el único, ya que se confunde con ella el poder político y económico. El concepto de religión es demasiado amplio, e incluso algunas se presentan de modo amable y emancipador ajenas aparentemente al fundamentalismo; es por eso que el combate con los monoteísmos tradicionales, los cuales pierden clientela de modo evidente, no ha conducido al ateísmo ni al librepensamiento. Sin embargo, señalaremos una y otra vez el peligro dogmático y el control social, de forma evidente o más sutil, que se encuentra detrás de toda creencia irracional.
Acabar con tradiciones culturales, tan fortalecidas con el paso del tiempo, como nocivas en la práctica, no es tarea fácil. Como toda revolución social, requiere un cambio de paradigmas en más de un ámbito de la vida. Aunque tantas veces se apunta a la ciencia como forma de superar la religión, la cual puede decir muchas cosas en el ámbito del conocimiento, el ser humano no es mero intelecto. La religión se apropia, tantas veces, de las necesidades de un propósito y de una motivación en las vidas de las personas. La evidencia empírica y el razonamiento, después de varios siglos de existencia, se ha mostrado insuficiente tal y como lo preconizaban los primeros librepensadores. No se trata de asumir simplemente el fracaso de la modernidad, lo que entendemos como posmodernidad, sino precisamente de otorgarle mayor horizonte a la razón y al ámbito humano (político, ético...). Es algo que podemos denominar una recuperación de los ideales de la modernidad, de forma amplia y fortalecida, con un análisis más ambicioso a nivel político y socioeconómico, y decididamente antiautoritaria. El ser humano es dinámico, tiene la capacidad de modificar su entorno y su historia, a pesar de que tantas veces caiga en el conservadurismo y en el papanatismo, esa situación no tiene por qué durar, ya que surgen nuevas interpretaciones y nuevos significados. La capacidad humana para crear una cultura fuerte, en todas las diferentes expresiones sociales, y su capacidad artística e innovadora pueden alejar toda tentación metafísica, pero no parece posible reducir la existencia humana mediante el análisis científico y las condiciones objetivas. Esa objetivación fundamentada en las ciencias naturales parece conllevar una anulación de la espontaneidad y un alejamiento de la vida inmediata. El intelecto y el pensamiento son muy importantes, pero la vida tiene que ser también vivida transformándose y transformándola en el proceso. El propósito de los grupos ateos, a mi modo de ver las cosas, y aunque con unas convicciones morales e intelectuales muy evidentes, tiene que mantenerse alejado siempre de posiciones de poder, actuar desde la horizontalidad y desde los márgenes. En caso contrario, tal vez estarán haciendo el juego a una nueva religión, aunque no quiera adquirir ese nombre.
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