Esta estupenda edición de textos de Malatesta, realizada en 2002 por el Grupo Anarquista Albatros y la Fundación Anselmo Lorenzo, recoge el conjunto de los folletos del autor junto a gran parte de sus artículos vertidos al castellano de manera íntegra. Malatesta fue un hombre muy lúcido, cuya lectura resulta estimulante a día de hoy y de una innegable actualidad. En el ensayo recogido "El individualismo en el anarquismo", se repasa lo que se ha dicho y escrito en la corriente individualista ácrata para descubrir la existencia de dos ideas fundamentales en ella: considerar que la sociedad es un agregado de individuos autónomos, libres para asociarse o desligarse de los demás en función de su interés, y la conciliación de la libertad individual absoluta con el bien común mediante una supuesta armonía natural. Malatesta recuerda a Tucker y su deseo de una sociedad libre del poder político y con plena libertad de comercio, garantes para ese autor de la armonía social. Por supuesto, se hace una crítica a esa visión optimista que confía en que la simple destrucción del Estado y de la propiedad individual traiga sin más una sociedad armónica, es necesaria la voluntad y el deseo de los hombres para edificar las instituciones adecuadas. Incluso, el pragmático Malatesta llega a criticar ese fondo de fatalismo optimista que se encuentra, en mayor o en menor medida, en todos los anarquistas. En la naturaleza no existe finalidad alguna, puede estar compuesta de elementos terribles, como la muerte, el sufrimiento o la enfermedad, que también podrían ser entendibles si se quiere como parte de esa "armonía". Considerar a la naturaleza como una providencia benéfica es cosa incluso más absurda que el simple fatalismo. Encontramos así en Malatesta una crítica, y una evolución con ella de las ideas libertarias, a una concepción optimista de supuestas leyes naturales. Las desigualdades sociales son producto del poder político y económico, no de una suspensión de la armonía natural supuestamente preexistente a las instituciones humanas. Se acepta así que los conflictos sociales y pasionales van a existir siempre, resulta inconcebible lograr una completa uniformidad ambiental ni un desarrollo por igual de todos los seres humanos. Incluso, la conocida máxima anarquista "la libertad de un individuo halla, no el límite, sino el complemento en la libertad de los demás", aun aceptándolo como un bello ideal, es objeto de cierta crítica por parte de Malatesta cuando se aceptan los gustos y las necesidades tan opuestos que a veces pueden tener los hombres. Lo que Malatesta quiere decir es que son necesarios los pactos continuos para llegar a acuerdos, así como la organización del trabajo para tratar de hacerlo lo más placentero posible y propiciar así que se haga de manera voluntaria. No existe armonía natural alguna, más bien arbitrariedad y ausencia de moral, las viejas concepciones de la providencia no deben ser substituidas por otras nuevas.
En "Socialismo y anarquía", Malatesta advierte del sentido tan diferente que da cada individuo con frecuencia a las palabras. De nuevo nos encontramos en este autor con un limpio pragmatismo y un encomiable deseo de concreción. No es que pretenda con ello dar a las palabras un sentido verdadero ni definitivo, todo lo contrario, hay que aceptar lo convencional de su significado y lo sensible que son a cierta evolución lógica, pero es necesario concretar el fondo común para hacer más clara la idea y propiciar el debate. En el estudio de la sociedad humana y en la posibilidad de alcanzar un ideal de perfección de la misma, hay que considerar dos puntos: las relaciones morales o jurídicas entre las personas y la forma en que se encarnan esas relaciones. La concepción que Malatesta tiene del socialismo resulta de un lazo social de solidaridad y de la cooperación de cada uno con los demás para el beneficio de todos. Sin caer en una respuesta absoluta, ya que es necesaria la constante verificación en la realidad, la manera de llegar al socialismo, a ese principio de la solidaridad en las relaciones humanas, es mediante la anarquía: "...la organización libre, de abajo a arriba, de lo simple a lo complejo, mediante el pacto libre y la federación de las asociaciones de producción y de consumo". De este modo, socialismo y anarquía, no solo no son términos antitéticos, sino estrechamente ligados como lo es el fin a su medio necesario. Incluso, no se concibe socialismo sin la anarquía, ya que un gobierno imposibilitaría la consecución de los fines, entre los que se encuentra los de no imponer a los demás la propia voluntad. Igualmente, anarquía sin socialismo supondría la ley y el domino de los más fuertes, por lo que se constituiría sin tardar un gobierno. Malatesta recuerda también a aquellos anarquistas que "niegan la moral". Si esta actitud es una negación de todo moral autoritaria, proveniente de la clase dominante, resulta encomiable, pero hay que recordar que resulta razonable oponer siempre una moral superior y no una inaceptable inmoralidad. Resulta inconcebible una sociedad sin moral, ni hombre alguno sin capacidad para decidir lo que es bueno o malo para sí y para los demás. La moral superior de los anarquistas enfrenta a aquella de la lucha y la competencia la del apoyo mutuo y la solidaridad, por lo que es necesario construir instituciones que reflejen esos valores. Obsérvese como Malatesta no tiene ningún miedo a términos, habitualmente demonizados por ciertas tendencias, como es el caso de "moral" o "institución".
En el texto "El problema del amor", encontramos este bello pasaje:
Naturalmente, Malatesta no es un idealista filosófico, solo admite esa tendencia como motor para ir hacia adelante rechazando toda resignación ante la imposibilidad de alcanzar la perfección. Sin embargo, hay que admitir la imposibilidad de remediar los males que provienen del amor, verdaderos problemas personales ante los que no hay soluciones sociales o políticas. Naturalmente, eliminando el clima político de opresión se desarrollaría enormemente la simpatía y la solidaridad como factores determinantes para la conducta individual. Sin embargo, no puede decirse que se instaurará el amor gracias a la nueva sociedad, ya que esa concepción general y abstracta no resulta de nada en la práctica: amar a todo el mundo se parece mucho a no amar a nadie. Aquí, Malatesta acepta que el amor forma parte de las pasiones humanas y, por lo tanto, engendra también tragedias. Resulta de una innegable actualidad e importancia esta concepción de la pasión sentimental, aceptando lo irracional que puede llegar a ser, atenuada por un ambiente de respeto a la libertad ajena. Combatiendo la dominación, la explotación y el patriarcado, así como todo prejuicio religioso, social y sexual, se limitarán también unos males inherentes al amor. Malatesta recuerda que el consuelo de la sociedad de su tiempo descansaba, en gran medida, en el amor y el alcohol; hoy, el desarrollo tecnológico junto a la banal sociedad de consumo ha convertido esa realidad en mucho más potente. Una sociedad mejor podría proporcionar, incluso a los desgraciados en el amor, otro tipo de goces basados en el bienestar, la educación y la libertad.
En "Socialismo y anarquía", Malatesta advierte del sentido tan diferente que da cada individuo con frecuencia a las palabras. De nuevo nos encontramos en este autor con un limpio pragmatismo y un encomiable deseo de concreción. No es que pretenda con ello dar a las palabras un sentido verdadero ni definitivo, todo lo contrario, hay que aceptar lo convencional de su significado y lo sensible que son a cierta evolución lógica, pero es necesario concretar el fondo común para hacer más clara la idea y propiciar el debate. En el estudio de la sociedad humana y en la posibilidad de alcanzar un ideal de perfección de la misma, hay que considerar dos puntos: las relaciones morales o jurídicas entre las personas y la forma en que se encarnan esas relaciones. La concepción que Malatesta tiene del socialismo resulta de un lazo social de solidaridad y de la cooperación de cada uno con los demás para el beneficio de todos. Sin caer en una respuesta absoluta, ya que es necesaria la constante verificación en la realidad, la manera de llegar al socialismo, a ese principio de la solidaridad en las relaciones humanas, es mediante la anarquía: "...la organización libre, de abajo a arriba, de lo simple a lo complejo, mediante el pacto libre y la federación de las asociaciones de producción y de consumo". De este modo, socialismo y anarquía, no solo no son términos antitéticos, sino estrechamente ligados como lo es el fin a su medio necesario. Incluso, no se concibe socialismo sin la anarquía, ya que un gobierno imposibilitaría la consecución de los fines, entre los que se encuentra los de no imponer a los demás la propia voluntad. Igualmente, anarquía sin socialismo supondría la ley y el domino de los más fuertes, por lo que se constituiría sin tardar un gobierno. Malatesta recuerda también a aquellos anarquistas que "niegan la moral". Si esta actitud es una negación de todo moral autoritaria, proveniente de la clase dominante, resulta encomiable, pero hay que recordar que resulta razonable oponer siempre una moral superior y no una inaceptable inmoralidad. Resulta inconcebible una sociedad sin moral, ni hombre alguno sin capacidad para decidir lo que es bueno o malo para sí y para los demás. La moral superior de los anarquistas enfrenta a aquella de la lucha y la competencia la del apoyo mutuo y la solidaridad, por lo que es necesario construir instituciones que reflejen esos valores. Obsérvese como Malatesta no tiene ningún miedo a términos, habitualmente demonizados por ciertas tendencias, como es el caso de "moral" o "institución".
En el texto "El problema del amor", encontramos este bello pasaje:
Mientras el hombre sufre sin darse cuenta de los sufrimientos, sin buscar el remedio y sin rebelarse, vive semejante a los brutos, aceptando la vida tal como la encuentra.
Pero desde que comienza a pensar y a comprender que sus males no se deben a insuperables fatalidades naturales, sino a causas humanas que los hombres pueden destruir, experimenta enseguida una necesidad de perfección y quiere, idealmente al menos, gozar de una sociedad en que reine la armonía absoluta y en que el dolor haya desaparecido por completo y para siempre.
Naturalmente, Malatesta no es un idealista filosófico, solo admite esa tendencia como motor para ir hacia adelante rechazando toda resignación ante la imposibilidad de alcanzar la perfección. Sin embargo, hay que admitir la imposibilidad de remediar los males que provienen del amor, verdaderos problemas personales ante los que no hay soluciones sociales o políticas. Naturalmente, eliminando el clima político de opresión se desarrollaría enormemente la simpatía y la solidaridad como factores determinantes para la conducta individual. Sin embargo, no puede decirse que se instaurará el amor gracias a la nueva sociedad, ya que esa concepción general y abstracta no resulta de nada en la práctica: amar a todo el mundo se parece mucho a no amar a nadie. Aquí, Malatesta acepta que el amor forma parte de las pasiones humanas y, por lo tanto, engendra también tragedias. Resulta de una innegable actualidad e importancia esta concepción de la pasión sentimental, aceptando lo irracional que puede llegar a ser, atenuada por un ambiente de respeto a la libertad ajena. Combatiendo la dominación, la explotación y el patriarcado, así como todo prejuicio religioso, social y sexual, se limitarán también unos males inherentes al amor. Malatesta recuerda que el consuelo de la sociedad de su tiempo descansaba, en gran medida, en el amor y el alcohol; hoy, el desarrollo tecnológico junto a la banal sociedad de consumo ha convertido esa realidad en mucho más potente. Una sociedad mejor podría proporcionar, incluso a los desgraciados en el amor, otro tipo de goces basados en el bienestar, la educación y la libertad.
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