Amdré Comte-Sponville (1952) es un filósofo humanista y racionalista que, cuanto menos, invita a la reflexión con sus sugerentes escritos, sencillos, bien escritos y accesibles para todo el mundo. En El alma del ateísmo (Paidós, Barcelona 2006), una obra de provocador título de la que me ocuparé más adelante con mayor atención, asegura a pesar de su ateísmo mantenerse fiel a la tradición judeocristiana. Y ese término de "fidelidad", del mismo origen etimológico que la palabra "fe", la que remarca una y otra vez como compromiso con unos valores humanos de lejana tradición. Comte-Sponville no quiere manifestarse enemigo de la religión, sino más bien a favor de la tolerancia, del laicismo y de la libertad de creencia o de incredulidad. No obstante, y a pesar de que su aceptación de los valores judeocristianos merece ser cuestionada, el filósofo francés es un claro combatiente del oscurantismo, el fanatismo y la superstición. Lo que pretende es algo, por otra parte, obvio, que los ateos pueden estar interesados en la vida "espiritual", palabra al menos tan convertida como la de "alma". La acaparación del lenguaje por la religión pide a gritos que no tengamos miedo los ateos a dar un nuevo sentido a según qué términos; en el caso de "espiritualidad", que reconozco haber borrado de mi vocabulario y es dudoso que pueda recuperarla por temor al equívoco, solo puede referirse a los valores humanos, al fortalecimiento del intelecto y/o de la moral. En el aspecto intelectual, no hay lugar a dudas, los ateos solemos estar orgullosos de nuestra condición racionalista y científica, que consideramos muy superior a la religión, e incluso nos vemos más lúcidos y libres. Sin embargo, en aspectos morales y éticos, la cosa se muestra mucho más ambigua, y de ahí el temor de Comte-Sponville a que la falta de creencia conduzca al nihilismo o falta absoluta de valores, algo que por otra parte no tiene razón de ser en la práctica (al menos no, vinculada a la creencia religiosa). Habría que aclarar, algo este autor no termina de realizar, qué es exactamente el nihilismo, el cual no tiene por qué ser identificable con la barbarie (es decir, tabla rasa respecto a la historia y sus valores, algo que a todos luces es inadmisible), sino como una tensión necesaria para otorgar un mayor horizonte a la razón y abrir paso a una moral revitalizada.
Comte-Sponville no cesa de emplear términos religiosos, la falta de fe lo llama "impiedad" (curiosamente, también podría significar falta de virtud), lo que la diferencia de la ausencia de fidelidad (lo que él llama nihilismo). Donde estamos con este autor plenamente es en algo también obvio, no hay ningún vinculo entre la existencia o ausencia de fe y los más nobles rasgos del ser humano. La moral existe, tiene un valor, pero no existe ningún condicionante sobrenatural en ella. Respecto a la religión, es evidente que su fin no ha sido tan precipitado como se presuponía hace dos siglos y Comte-Sponville insiste en aclarar qué es exactamente lo que entendemos por religión al estar nuestra visión excesivamente contaminada por Occidente (la creencia en un Dios personal y creador). Al respecto, la etimología puede ayudar, aunque se muestre algo dudosa. Religión proviene del latín religio, que se pensó que podía proceder del verbo religare (religar); la aceptación de esta hipótesis conlleva una concepción del hecho religioso: la religión es entonces lo que religa. Se considera que, prácticamente, las palabras "religión" y "vínculo" son sinónimas, algo poco preciso, pero muy utlizado con frecuencia cuando se considera que el hecho religioso sirve de cohesión a una sociedad. Comte-Spomvile alude al término de comunión (ya hablamos de su tendencia a utilizar palabras usualmente religiosas), como algo necesario a una sociedad (no así la religión) cuando hablamos de "comulgar" en determinados valores comunes. Una determinada comunidad está compuesta de individuos que comparten unos valores comunes; naturalmente, frente el hecho religioso está aquí también el nacionalista, lo que nos lleva a eso tan cuestionable que es la "identidad colectiva". Tiene razón Comte-Sponville en que una sociedad no puede prescindir de la cohesión, y tenemos por supuesto que dársela cuando habla que no es necesaria la función para ello de la religión (mucho menos, en su versión occidental); no obstante, apostamos aquí por valores que no implican estrechas visiones identitarias, como es el caso de la solidaridad y la aceptación de la individualidad (una identidad, en este sentido, se forma por referentes múltiples) en aras de la pluralidad.
Pero Comte-Sponville todavía alude a otro posible origen etimológico de la religión. Se trata de relegere, que quiere decir recoger o releer. Aquí, no importa tanto la definición de comunión (lo que religa), como lo que este autor entiende como fidelidad (que recoge y relee unos valores previos). Comte-Sponville no quiere renunciar a esos valores, por mucho que se hayan originado en la religión, y es por eso que substituye la fe (creencia, que ya no tiene) con la fidelidad (la adhesión, el compromiso, el reconocimiento). Es cierto que tenemos una deuda con lo recibido, con la historia y con la civilización, y que en gran medida somos un producto de ello. Sin embargo, hay que preguntarse hasta qué punto debemos conservar según qué valores si confiamos en el progreso. El filósofo francés en algunos momentos parece querer ser fiel a todo el mundo, a los valores tradicionales y al proyecto modernizador de la Ilustración, y entendemos que en muchos momentos hay que tomar partido y, sobre todo, es necesario innovar (no tanto renovar). Si la fraternidad o el cosmopolitismo son valores judeocristianos (por supuesto, también griegos), y es posible que al menos su posibilidad se haya dado en ese contexto, no es tan importante como el hecho de otorgarle un sentido auténtico en la actualidad. Al día de hoy, debe estar claro que la carencia de fe religiosa nada tiene que ver con la ausencia de valores, y lo mismo en el caso contrario, por lo que se puede percibir la grandeza humana en cualquier caso. La famosa frase de Dostoievski, "Si Dios no existe, todo está permitido" no es que sea una falacia, es que es un despropósito; el comportamiento humano, en uno u otro sentido, está condicionado por muchos factores, todos muy terrenales. Muy al contrario, ha sido el librepensamiento, el apartamiento de la religión, el que ha supuesto una visión más amplia, la posibilidad de mejorar los valores, la ética, la existencia individual y la convivencia social, por lo que insistiremos una y otra vez en ello.
Comte-Sponville no cesa de emplear términos religiosos, la falta de fe lo llama "impiedad" (curiosamente, también podría significar falta de virtud), lo que la diferencia de la ausencia de fidelidad (lo que él llama nihilismo). Donde estamos con este autor plenamente es en algo también obvio, no hay ningún vinculo entre la existencia o ausencia de fe y los más nobles rasgos del ser humano. La moral existe, tiene un valor, pero no existe ningún condicionante sobrenatural en ella. Respecto a la religión, es evidente que su fin no ha sido tan precipitado como se presuponía hace dos siglos y Comte-Sponville insiste en aclarar qué es exactamente lo que entendemos por religión al estar nuestra visión excesivamente contaminada por Occidente (la creencia en un Dios personal y creador). Al respecto, la etimología puede ayudar, aunque se muestre algo dudosa. Religión proviene del latín religio, que se pensó que podía proceder del verbo religare (religar); la aceptación de esta hipótesis conlleva una concepción del hecho religioso: la religión es entonces lo que religa. Se considera que, prácticamente, las palabras "religión" y "vínculo" son sinónimas, algo poco preciso, pero muy utlizado con frecuencia cuando se considera que el hecho religioso sirve de cohesión a una sociedad. Comte-Spomvile alude al término de comunión (ya hablamos de su tendencia a utilizar palabras usualmente religiosas), como algo necesario a una sociedad (no así la religión) cuando hablamos de "comulgar" en determinados valores comunes. Una determinada comunidad está compuesta de individuos que comparten unos valores comunes; naturalmente, frente el hecho religioso está aquí también el nacionalista, lo que nos lleva a eso tan cuestionable que es la "identidad colectiva". Tiene razón Comte-Sponville en que una sociedad no puede prescindir de la cohesión, y tenemos por supuesto que dársela cuando habla que no es necesaria la función para ello de la religión (mucho menos, en su versión occidental); no obstante, apostamos aquí por valores que no implican estrechas visiones identitarias, como es el caso de la solidaridad y la aceptación de la individualidad (una identidad, en este sentido, se forma por referentes múltiples) en aras de la pluralidad.
Pero Comte-Sponville todavía alude a otro posible origen etimológico de la religión. Se trata de relegere, que quiere decir recoger o releer. Aquí, no importa tanto la definición de comunión (lo que religa), como lo que este autor entiende como fidelidad (que recoge y relee unos valores previos). Comte-Sponville no quiere renunciar a esos valores, por mucho que se hayan originado en la religión, y es por eso que substituye la fe (creencia, que ya no tiene) con la fidelidad (la adhesión, el compromiso, el reconocimiento). Es cierto que tenemos una deuda con lo recibido, con la historia y con la civilización, y que en gran medida somos un producto de ello. Sin embargo, hay que preguntarse hasta qué punto debemos conservar según qué valores si confiamos en el progreso. El filósofo francés en algunos momentos parece querer ser fiel a todo el mundo, a los valores tradicionales y al proyecto modernizador de la Ilustración, y entendemos que en muchos momentos hay que tomar partido y, sobre todo, es necesario innovar (no tanto renovar). Si la fraternidad o el cosmopolitismo son valores judeocristianos (por supuesto, también griegos), y es posible que al menos su posibilidad se haya dado en ese contexto, no es tan importante como el hecho de otorgarle un sentido auténtico en la actualidad. Al día de hoy, debe estar claro que la carencia de fe religiosa nada tiene que ver con la ausencia de valores, y lo mismo en el caso contrario, por lo que se puede percibir la grandeza humana en cualquier caso. La famosa frase de Dostoievski, "Si Dios no existe, todo está permitido" no es que sea una falacia, es que es un despropósito; el comportamiento humano, en uno u otro sentido, está condicionado por muchos factores, todos muy terrenales. Muy al contrario, ha sido el librepensamiento, el apartamiento de la religión, el que ha supuesto una visión más amplia, la posibilidad de mejorar los valores, la ética, la existencia individual y la convivencia social, por lo que insistiremos una y otra vez en ello.
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