Mientras que la mayoría de los seres vivos solo puede interactuar con su entorno y reaccionar ante la información que reciben de él para sobrevivir, los seres humanos disponemos de la capacidad para reflexionar sobre nuestra realidad. Así, el ser humano puede discurrir sobre sí mismo, su origen y su destino. Es lo que se ha querido definir como capacidad racional en el hombre, a diferencia del resto de seres vivos, que le supone ir avanzando en la búsqueda de conocimiento e ir adquiriendo habilidades para modificar la naturaleza. Por lo tanto, y disquisiciones éticas al margen, la razón es una herramienta poderosa en el ser humano para conocer el mundo con la mayor exactitud posible. El acceso al conocimiento es siempre una experiencia individual, por lo que el concepto de "realidad" está muy condicionado por la subjetividad, aunque es de suponer una tendencia a cierta objetividad (una descripción "razonable" del mundo). Es un tema delicado, en el que no habría que pontificar sobre lo que es real o verificable; de hecho, nuestra propia percepción suele modificar la realidad observada, por lo que es complicado deducir una interpretación "exacta". Las alteraciones perceptivas que sufre una persona son múltiples y no necesariamente producto de ciertas sustancias. En definitiva, puede decirse que toda experiencia es por definición subjetiva, lo que el individuo percibe es una sensación única e intransferible; del mismo modo, las interpretaciones son inevitablemente parciales y sesgadas. Así, a pesar de que la realidad se mantenga imperturbable, el conocimiento está siempre condicionado por la subjetividad; el más variado grupo de personas expuesto a la misma situación ofrecerá interpretaciones muy dispares.
A pesar de ello, se insiste en que no todas las experiencias tienen el mismo valor si lo que queremos es progresar en cuanto al conocimiento. Hay que tener en cuenta siempre los dos mecanismos que posee el ser humano para abordar el conocimiento de la realidad: la captación de información a través de los sentidos y su posterior análisis a través de la razón. La simple observación sensorial de la naturaleza es una información primaria importante, pero no absolutamente fiable debido a la alta influencia de la subjetividad (por la condiciones de observación y por nosotros mismos). El ser humano se muestra condicionado por sus propias estructuras mentales y acaba proyectando sus propias interpretaciones sobre aquello que recibe de la realidad; es eso lo que puede permitir que lo acabe comprendiendo o, por el contrario, que se aleje definitivamente de la realidad. El ser humano no debe nunca conformarse con la información que recibe directamente del mundo, si es fiel a sus propia capacidades; si el objetivo primero de cualquier especie es sobrevivir, la racionalidad del hombre le ha llevado a obtener ventaja gracias al desarrollo de herramientas y habilidades para avanzar en el conocimiento y no limitarse por sus carencias físicas ni por sus propios sentidos.
La información que recibimos es tan dispar, que es inevitable discriminarla y tener el conocimiento de que es fiable, si responde razonablemente a lo que percibimos y en qué medida podemos elaborar a partir de ella construcciones más sólidas para explicar el mundo. A pesar de todos los obstáculos, que acaban llevando al ser humano a dogmas e ideas inmutables, está en nuestra condición el interrogar siempre a la naturaleza y tratar de obtener una respuesta. Uno de nuestros grandes motores es la curiosidad, queremos saber, pero también se encuentra detrás tantas veces las necesidades y los anhelos. El afán de conocer el mundo es encomiable, pero en la mayor parte de las ocasiones no coincidirán nuestros deseos con lo que consideramos que es la realidad y nosotros mismos llevaramos a inducirla. Lo primero que habría que establecer es cómo podemos verificar si la información recibida es correcta.
La versión más común del "argumento de autoridad" hace que se confíe en lo que llega a través de terceros, debido a que se les presupone un conocimiento o "autoridad" superior a la nuestra en alguna disciplina. En el caso de experiencias concretas, este argumento es fiable y necesario para la continuidad y el desarrollo de la vida. Sin embargo, como es el caso de los medios de comunicación, en no pocas ocasiones nuestras creencias comunes no se basan en evidencias ni en hechos comprobados, sino en información cuestionable, intuiciones, imaginación y prejuicios. Las creencias más inmediatas no se basan en argumentos racionales, ya que tienen una mayor influencia de lo emocional. Siempre deberíamos cuestionar aquella información que nos llega de manera indirecta, aunque sí podamos ponderar su grado de verosimilitud. Tal y como se repite constantemente desde el librepensamiento, "afirmaciones extraordinarias requieren respuestas extraordinarias"; el problema es que para la religión, y para otras disciplinas cercanas a ella que utilizan ciertos subterfugios seudocientíficos o especulativos, en las afirmaciones extraordinarias no solo es legítimo, sino imprescindible, creer sin el respaldo de ninguna verificación. Es esa fragilidad de según qué afirmaciones la que les hace protegerse de toda crítica, ya que no resisten los mínimos criterios de análisis racional que se aplican al resto de acontecimientos de nuestra vida diaria.
Mientras que la información que recibamos resulte coherente con nuestra concepción del mundo, la aceptamos sin demasiada dificultad. Los problemas aparecen cuando tenemos cierto interés personal en la información recibida, entonces exigimos una mayor fiabilidad, ya que de ello pueden depender nuestros anhelos, nuestra seguridad o incluso nuestra supervivencia. En cualquier caso, el ser humano parece necesitar explicaciones, ya que eso le otorga seguridad y tranquilidad ayudándole a cierto equilibrio emocional y a continuar con su vida cotidiana. Como germen del pensamiento mítico, puede decirse que el hombre, apoyado en su visión subjetiva del mundo, tiende a proyectar su voluntad sobre la naturaleza y atribuir propósitos a cualquier objeto o proceso. Si no tendemos a tratar de comprender cómo funciona la naturaleza y apartamos cualquier verificación, no tardaremos en elaborar explicaciones míticas muy alejadas de la realidad. No somos perfectos, por supuesto, pero hay que comprender que suele ser la incapacidad para afrontar problemas y para ahondar en las situaciones la que conduce a una interpretación mítica. Si antaño el campo de lo desconocido era muy grande y pudiera ser comprensible la elaboración del mito, hoy resulta innecesaria la explicación religiosa de la naturaleza, ya que es parapetarse en el misterio (algo que también podemos definir como poner nombre a la ignorancia).
A pesar de ello, se insiste en que no todas las experiencias tienen el mismo valor si lo que queremos es progresar en cuanto al conocimiento. Hay que tener en cuenta siempre los dos mecanismos que posee el ser humano para abordar el conocimiento de la realidad: la captación de información a través de los sentidos y su posterior análisis a través de la razón. La simple observación sensorial de la naturaleza es una información primaria importante, pero no absolutamente fiable debido a la alta influencia de la subjetividad (por la condiciones de observación y por nosotros mismos). El ser humano se muestra condicionado por sus propias estructuras mentales y acaba proyectando sus propias interpretaciones sobre aquello que recibe de la realidad; es eso lo que puede permitir que lo acabe comprendiendo o, por el contrario, que se aleje definitivamente de la realidad. El ser humano no debe nunca conformarse con la información que recibe directamente del mundo, si es fiel a sus propia capacidades; si el objetivo primero de cualquier especie es sobrevivir, la racionalidad del hombre le ha llevado a obtener ventaja gracias al desarrollo de herramientas y habilidades para avanzar en el conocimiento y no limitarse por sus carencias físicas ni por sus propios sentidos.
La información que recibimos es tan dispar, que es inevitable discriminarla y tener el conocimiento de que es fiable, si responde razonablemente a lo que percibimos y en qué medida podemos elaborar a partir de ella construcciones más sólidas para explicar el mundo. A pesar de todos los obstáculos, que acaban llevando al ser humano a dogmas e ideas inmutables, está en nuestra condición el interrogar siempre a la naturaleza y tratar de obtener una respuesta. Uno de nuestros grandes motores es la curiosidad, queremos saber, pero también se encuentra detrás tantas veces las necesidades y los anhelos. El afán de conocer el mundo es encomiable, pero en la mayor parte de las ocasiones no coincidirán nuestros deseos con lo que consideramos que es la realidad y nosotros mismos llevaramos a inducirla. Lo primero que habría que establecer es cómo podemos verificar si la información recibida es correcta.
La versión más común del "argumento de autoridad" hace que se confíe en lo que llega a través de terceros, debido a que se les presupone un conocimiento o "autoridad" superior a la nuestra en alguna disciplina. En el caso de experiencias concretas, este argumento es fiable y necesario para la continuidad y el desarrollo de la vida. Sin embargo, como es el caso de los medios de comunicación, en no pocas ocasiones nuestras creencias comunes no se basan en evidencias ni en hechos comprobados, sino en información cuestionable, intuiciones, imaginación y prejuicios. Las creencias más inmediatas no se basan en argumentos racionales, ya que tienen una mayor influencia de lo emocional. Siempre deberíamos cuestionar aquella información que nos llega de manera indirecta, aunque sí podamos ponderar su grado de verosimilitud. Tal y como se repite constantemente desde el librepensamiento, "afirmaciones extraordinarias requieren respuestas extraordinarias"; el problema es que para la religión, y para otras disciplinas cercanas a ella que utilizan ciertos subterfugios seudocientíficos o especulativos, en las afirmaciones extraordinarias no solo es legítimo, sino imprescindible, creer sin el respaldo de ninguna verificación. Es esa fragilidad de según qué afirmaciones la que les hace protegerse de toda crítica, ya que no resisten los mínimos criterios de análisis racional que se aplican al resto de acontecimientos de nuestra vida diaria.
Mientras que la información que recibamos resulte coherente con nuestra concepción del mundo, la aceptamos sin demasiada dificultad. Los problemas aparecen cuando tenemos cierto interés personal en la información recibida, entonces exigimos una mayor fiabilidad, ya que de ello pueden depender nuestros anhelos, nuestra seguridad o incluso nuestra supervivencia. En cualquier caso, el ser humano parece necesitar explicaciones, ya que eso le otorga seguridad y tranquilidad ayudándole a cierto equilibrio emocional y a continuar con su vida cotidiana. Como germen del pensamiento mítico, puede decirse que el hombre, apoyado en su visión subjetiva del mundo, tiende a proyectar su voluntad sobre la naturaleza y atribuir propósitos a cualquier objeto o proceso. Si no tendemos a tratar de comprender cómo funciona la naturaleza y apartamos cualquier verificación, no tardaremos en elaborar explicaciones míticas muy alejadas de la realidad. No somos perfectos, por supuesto, pero hay que comprender que suele ser la incapacidad para afrontar problemas y para ahondar en las situaciones la que conduce a una interpretación mítica. Si antaño el campo de lo desconocido era muy grande y pudiera ser comprensible la elaboración del mito, hoy resulta innecesaria la explicación religiosa de la naturaleza, ya que es parapetarse en el misterio (algo que también podemos definir como poner nombre a la ignorancia).
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