sábado, 6 de octubre de 2012

¿dios?

Esta obra, de Antonio Aramayona, invita a preguntarse sobre la cuestión de dios, o de los dioses, tal y como indica su título. De hecho, de entrada tenemos ya una pista de cómo se aborda el tema, cuando se escribe la palabra "dios" con minúscula inicial y se recuerda que se trata de un nombre común y no propio. Las exageraciones y abusos de algunos autores, a la hora de inculcar a la gente común una serie de afirmaciones religiosas, son objeto de severa crítica. En esa línea, se recuerda que los tratados religiosos y teológicos, a lo largo de la historia, fueron escritos para ser entendidos solo por una minoría; el resto debía simplemente creérselos y tener fe, debiendo presuponer el misterio. Así, se ponen al descubierto los sinsentidos de la tradición religiosa y la manipulación de los profesionales de la religión. Los siete capítulos que componen el libro son breves, concisos y autónomos, independientes de los demás, aunque resulte lógico que haya algunas referencias entre ellos. Aramayona utiliza además un lenguaje sencillo y accesible, yo diría que especialmente dirigido a mentes adolescente, aunque es disfrutable por todo tipo de público; se nota que se el autor es profesor de filosofía y ética en institutos de secundaria.

El auténtico quid de la cuestión es si el término "dios", entendido fundamentalmente como ser personal y creador de todo lo conocido, posee algún tipo de realidad verificable siendo la respuesta negativa de forma evidente. Hay que recordar algo tan sencillo que los fieles de las distintas tradiciones religiosas creen, de alguna u otro manera, que su deidad es la verdadera y que pertenecen a algún tipo de grupo o pueblo elegido; solo hay que observar esta peculiaridad de todas las religiones, esforzándose en proclamar su autenticidad, para comprender que todas son falsas. Otro absurdo es que la fe religiosa se blinda ante la sociedad con algo tan peculiar como comunicarse con seres sobrenaturales; si hacemos la prueba con algún otro tipo de entes, como puede ser alguna raza extraterrestre, con seguridad nos tomarán por dementes. Detrás de la fe religiosa se encuentra también algún tipo de soberbia, que lleva a los seres humanos a creernos el ombligo del universo olvidando que somos en realidad una especie muy joven en un planeta casi insignificante. La inmensidad del universo conduce a muchas personas a respuestas absurdas y metafísicas, así como a la necesidad de que exista un propósito en todo ello. Ni siquiera en el planeta tierra, la especie humana debería considerarse algo especial ni dar por hecho que la naturaleza es de nuestra exclusiva propiedad; el reino animal y vegetal existe mucho antes que nosotros, es un producto derivado de una evolución global en la que no existe jerarquía alguna.

Cada persona, con grandes excepciones que abren camino al librepensamiento y al progreso, suele vivir de acuerdo con las pautas de comportamiento y los esquemas mentales presentes en la sociedad y en la cultura donde nace y se desarrolla; de esa manera, se tiende a entender y examinar al resto del mundo según esos mismos parámetros, únicamente desde nuestra propia mirada. Ocurre a nivel individual y también social y cultural, se tiende a pensar que lo propio es mejor que lo de los demás; la religión hay que incluirla dentro de esa tendencia, la propia es la verdadera y el resto vienen a ser supersticiones y falsedades. Nada mejor que el conocimiento  y la experiencia sobre el mundo, sobre las diversas culturas, para curar ese complejo religioso de creernos el ombligo del universo. La historia de las religiones lleva a considerar la religión como un elemento sociocultural más, a la conclusión de que el ser humano creó a los dioses "a su imagen y semejanza". Todos los pueblos y culturas convierten a sus deidades en parecidos a sí mismos, con sus mismas peculiaridades étnicas; no es una conclusión moderna, ya Jenófanes de Colofón en el siglo VI antes de nuestra era analizó las religiones como un fenómeno social y cultural propio de cada pueblo. Los creyentes, sea cual sea la cultura en la que se encuentren, suelen tratar con suma familiaridad y obviedad la cuestión divina sin caer en que los rasgos de su deidad son demasiado humanos.

Aramayana señala en su obra algo, que también acabo siendo lógico y evidente, sobre lo que suelen ser las opiniones políticas de los creyentes. Al menos en la creencia monoteísta, Dios suele ser un gran monarca con dignidad suprema y poder absoluto; en la tradición politeísta existían tantos dioses, con mejor o peor suerte, como ámbitos humanos, por lo que cierta pluralidad estaba asegurada. En Occidente, durante demasiado tiempo, los monarcas no fueron cuestionados seguramente como reflejo de la tradición monoteísta; cuestionar el poder monárquico era tanto como hacerlo con el propio poder divino. No hay que andar demasiado para vincular la creencia religiosa con el conservadurismo y la reacción, con el respeto a la tradición y a la autoridad, siendo por lo común los creyentes reacios a aceptar el progreso también en el terreno político. Otro ámbito importante abordado por los librepensadores es la cuestión de la moral definitivamente desprendida del fundamento religioso. La tradición judeocristiana es tan infantil al respecto, que considera al ser humano (algo más a la mujer) como la raíz de todos los males; en origen, la situación paradisíaca que la divinidad dispuso se fue al traste debido al pecado original de desobediencia. En otras tradiciones orientales, el mal parece ser consustancial al mundo y casi inevitable, solo superable si se comprende la apariencia fugal de la existencia y se acaba penetrando en no se sabe muy bien qué sentido más profundo del universo.

Sea como fuere, la deidad de turno suele ser descargada de responsabilidad sobre la presencia del mal en el mundo y el ser humano acaba siendo el culpable; es verdaderamente asombroso que tantos creyentes acepten ese triste papel sin el menor asomo de crítica, algo que acaba impregnando toda la actividad sociocultural e imposibilitando el avance en los diversos campos humanos. El dualismo religioso que se encuentra detrás de esta cuestión, la degradación material enfrentada al paraíso celestial ideal, aparece como sumamente perniciosa al invitar a las personas a considerar el mal en el mundo inevitable y a aceptar las penurias con resignación solo como un tránsito hacia una realidad superior. Afortunadamente, el conocimiento conduce a explicar gran parte de lo que se han llamado "males" en la existencia humana, viéndolos incluso como tríbulos de la vida perfectibles y sin considerarlos como un castigo o una prueba. Por supuesto, otra cuestión son las injusticias y crímenes de los sistemas políticos y económicos fundados por el ser humanos con tremendos abusos de los poderosos sobre los débiles; en ello, como en cualquier otro ámbito sociocultural, las instituciones religiosas también han tenido y siguen teniendo mucho que ver, aunque no son las únicas culpables.

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