martes, 13 de noviembre de 2012

Rafael Spósito, lúcido militante anarquista

Rafael Spósito (1952-2009), nacido en Uruguay, quizás más conocido por el seudónimo de Daniel Barret utilizado en sus escritos a partir de 2001, fue un sociólogo, periodista, profesor universitario y militante anarquista desde los 15 años. Participó en diversas experiencias autogestionarias y de democracia directa (estudiantiles, barriales, sindicales...), algunas relacionadas con la educación en barrios populares, y también en innumerables prácticas específicamente anarquistas; asimismo, colaboró en varias publicaciones ácratas, como ¡Libertad!, de Argentina, El Libertario, de Venezuela, o en la uruguaya Tierra y Tempestad. Profesaba un amor especial a El Cerro, barrio obrero de Montevideo con una extensa, sólida y reconocida tradición libertaria. Uno de sus principales textos es Los sediciosos despertares de la anarquía, de excelente prosa y con unas agudas “una reafirmación que sigue fundándose no menos sino más que nunca en una crítica radical del poder y en una inconmovible ética de la libertad; sin mediatizaciones seductoras, transiciones edulcoradas y negociaciones de ocasión que la desvíen o distraigan de sus horizontes y de sus prácticas inmediatas.” Rafael pensaba que el movimiento anarquista, de unos años a esta parte, comenzaba a enfrentarse a un tiempo nuevo; frente a los espacios jerárquicame institucionalizados, es preciso crearse y recrearse permanentemente dentro del anarquismo. Por supuesto, ello no supone bajo ningún concepto romper totalmente con la historia ni apostar por una única vía; de hecho, Rafael confiaba enormemente en tender puentes entre las las diferentes alternativas libertarias, y a ello dedicaba su tiempo, energías y reflexiones, sin fortalecer necesariamente ninguna en particular.

El optimismo que puede provocar en el movimiento anarquista la actividad y la situación política de los últimos años, tras el fracaso del socialismo de Estado y del liberalismo, no debe hacer caer en la ingenuidad de la simple creencia en una próxima revolución de tinte libertario; el deber del movimiento anarquista, según Spósito, es aprovechar ese escenario propicio y extender el radio de influencia de las propuestas y prácticas libertarias. Son palabras que desprenden sentido común, lucidez y buen juicio; sin caer en falsos optimismos, existe un despertar anarquista en los últimos años manifestado en los movimientos antiglobalización, en grupos de carácter juvenil, en barrios populares y todo tipo de publicaciones de diversos formatos, impresas o digitales. Desgraciadamente, Rafael no pudo conocer el movimiento de indignados iniciado en mayo de 2011, que recupera algunas de las prácticas anarquistas; todo ello ha contribuido a dar una nueva y buena imagen del anarquismo, a pesar de que no pueden negarse las debilidades y que sea siempre necesaria la autocrítica, así como cierto replanteamiento de las propuestas acorde a nuevas realidades. En la línea de Bookchin, como se señalaba en la entrada anterior, Spósito reclama un movimiento anarquista sólido, con un paradigma de organización y acción aceptado y extendido, como ha habido en las épocas más gloriosas. Gracias a las nuevas tecnologías, es más fácil que nunca tender redes organizativas, así como realizar una labor plena de "prensa y propaganda", precisamente para no dejar de atender lo verdaderamente importante, que es la presencia en el mundo material con la aspiración de transformar la realidad. La renovación reclamada por Spósito se articulaba en torno a una teoría y una práctica apoyados en dos contenidos paradójicamente tradicionales en el anarquismo: "la recreación de una crítica del poder y la recreación de una ética de la libertad capaces de subvertir realmente el entramado social del que forman parte"; ello no quita que los particularismos y las corrientes dentro del anarquismo sean importantes y cumplan su función específica, pero sin poseer la capacidad de ser capaces por sí solas de resolver esa deseada y permanente renovación, ya que las diversas luchas parcelarias deben completarse y extenderse.

Dicho de otro modo, la renovación del anarquismo pasa por Spósito por dos dimensiones estrechamente vinculadas y, a la vez, diferenciadas: una teórica, necesitada de un nivel de abstracción que no puede ser ocupado por particularismo alguno, y otra práctica, que echa raíces en lo local, en lo vivencial y en la experiencia de lucha concreta de cada grupo libertario. Cada paradigma libertario no es excluyente de los demás, no existen modelos seguros ni totalmente eficaces, ya que tiene que ser puesto a prueba en un contexto determinado; de hecho, Spósito recordaba que las diversas propuestas anarquistas tradicionales, como el anarcosindicalismo o las federaciones específicas, eran el resultado de experiencias históricas y no modelos previos que llevar a la práctica. La mirada al pasado no se realiza como búsqueda de una tradición inviolable, sino como experiencias de las que sacar lecciones, sin que los paradigmas clásicos tengan por qué dejar de ser efectivos en algunas realidades. Respecto a la falsa dicotomía entre la reflexión y la acción, Spósito mostraba igualmente una encomiable lucidez; escapando de toda lógica binaria, propia de cierta "racionalidad" inculcada, señalaba que "..no es posible actuar sin habernos representado mentalmente, así sea en forma imperfecta y aproximada, la acción y los objetivos hacia los cuales se orienta. Incluso, aunque la acción adopte la forma de un “reflejo”, ese “reflejo” fue pensado y establecido como respuesta en un pasado impreciso; de modo que el pensamiento propiamente dicho parezca limitado a establecer súbitamente una relación de identidad con situaciones similares ya vividas. Además, cuanto más compleja es la situación y mayor la experiencia acumulada, tanto mayor y más compleja será la carga de pensamiento involucrada en cada nuevo diagrama de acción". No es posible expresar mejor el deseo anarquista de no establecer una tajante línea divisoria entre el pensamiento y la acción. Por si alguien a estas alturas no es consciente, el seudónimo de Rafael Spósito era un homenaje a Rafael Barret, una de sus grandes fuentes de inspiración ética, el cual dijo: "Estamos en camino; no sabemos adónde, pero no podemos detenernos". Los anarquistas no quedan paralizados por no saber si es posible finalmente una sociedad sin dominación, ya que la misma práctica libertaria es un fin en sí mismo; el solo hecho de transitar un camino es ya una meta y una victoria. Tal y como dijo el propio Spósito; "el anarquismo también es enigma, sorpresa, azar, pasión, misterio, alzamiento y poesía".

No es posible no emocionarse con la respuesta de Rafael Spósito, ante la pregunta en cierta entrevista de cómo le gustaría construir una especie de "Frankenstein anarquista":
La pregunta me toma por sorpresa y nunca me había formulado las cosas en esos términos pero igual acepto el desafío. Imaginemos, entonces, que es posible combinar a Bakunin, a Malatesta y a Buenaventura Durruti. Nuestro Frankenstein anarquista tendría, por lo tanto, aquella intuición intransigente y salvaje de la libertad, aquella desmesura destructivo-creadora, aquella capacidad para romper todos los esquemas institucionales preconcebidos y, simultáneamente, inventar mundos nuevos detrás de una barricada que nos legara Bakunin. Malatesta, mientras tanto, le agregaría a nuestro Frankenstein una sistematización “realista” y su insobornable perseverancia para entablar diálogos libertarios con las gentes más humildes. Y a Durruti le correspondería dotarlo de ese activismo nómade que siempre guardó la entrañable particularidad de pensarse no como una empresa de aislado heroísmo ni como un empujón de élite sino en tanto parte de un multitudinario movimiento organizado que siempre estuvo en el origen de sus decisiones.
Pero, además, el Frankenstein de nuestro tiempo es un hermafrodita al alcance de la tecnología disponible y deberíamos colocarle unas necesarias dosis femeninas en las personas de Louise Michel y de Luce Fabbri. Louise colaboraría con su capacidad para proyectar su talante subversivo más allá de las barreras culturales, de modo que si a Frankenstein le tocara como a ella la prisión-exilio de Nueva Caledonia también podría organizar nuevamente una revuelta de los indios canacas. Y Luce se encargaría de darle a Frankenstein el ingrediente de su serenidad, de su apertura mental, de su tolerancia y de su vocación por tender respetuosos puentes entre los libertarios de todos los colores.
Y, ya que estamos dejando volar libremente nuestra imaginación, ¿por qué no permitir que Frankenstein recorra las profundidades filosóficas que recorrieron Michel Foucault y Gilles Deleuze, aunque éstos no hayan sido propiamente anarquistas? ¿por qué no dotarlo de la impronta andariega de Líber Forti y de Víctor García? ¿por qué no dejar que se permita incurrir en el absurdo y en el humor vitriólico de Antonin Artaud, de Luis Buñuel y de George Brassens? ¿por qué no pensar que Frankenstein jamás envejecería y siempre tendría la edad a la que fue asesinado Salvador Puig Antich? ¿y por qué no tantas cosas más de las que ahora me olvido? En definitiva, Moésio, tal vez Frankenstein no sea más que el movimiento que tú y yo integramos; con todas sus riquezas, su diversidad, sus contradicciones y sus incertidumbres sin resolver.

Homenaje a Rafael Spósito en El Libertario.
Los sediciosos despertares de la anarquía (Buenos Aires, Libros de Anarres 2011).

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