En la tradición anarquista, y así podemos sitúar a William Godwin tempranamente, existe toda una crítica al contractualismo que pretende legitimar el ejercicio del poder. Si la sociedad tradicional se legimitaba en el derecho divino, la modernidad se cimentará en la justificación del poder político. El origen del gobierno tiene tres teorías principales: la fuerza, el derecho divino y el contrato social. Las dos primeras no son objeto de una crítica tan severa por parte de Godwin, ya que ni siquiera se fundan en la razón y no pueden ser, por lo tanto, base para sociedad del futuro. Por otra parte, el contractualismo no puede ser aceptado, ya que supone una amenaza a la autonomía individual con la excusa de las opiniones de una mayoría. Rousseau, para Godwin y para el posterior anarquismo, utiliza la palabra "pueblo" con demasiado vaguedad, no parece haber respeto para la individualidad. La legitimidad del Estado que existe en el contrato social no puede ser aceptada bajo ningún concepto, ya que Godwin considera que la influencia del gobierno es siempre perniciosa para el desarrollo de la sociedad hacia el progreso. En este pensador, un decidido partidario de la democracia, se encuentra también ya una crítica a la representación política, por ser en última instancia otra limitación para la libertad del individuo.
Ahora bien, el anarquismo nace explícitamente a mediados del siglo XX, por lo que hay que considerarlo, en gran medida, hijo de la modernidad: tendría así una gran confianza en el progreso científico, en la educación y en la desacralización del mundo y de las relaciones humanas. Sin embargo, otros rasgos a los que no renuncia el anarquismo, como es cierta condición romántica, le hacen criticar las instituciones que la época moderna acabaría institucionalizando: el Estado, el capital y la propiedad privada. Proudhon, abiertamente, denuncia el contrato social como una ficción que pretende legitimar el poder político. En lugar de justificar la dominación, como harían Hobbes o Rousseau, Proudhon y el anarquismo se esfuerzan por averiguar cómo podemos ser más libres. Así, la libertad no sería ninguna condición previa, ni una esencia ni algo innato, sino un objetivo a conquistar.
En su afán por renunciar a la heteronomía, por anular cualquier autoridad externa, Proudhon crea el contrato libre, la libertad se logrará gracias a la mutua garantía de los unos con los otros. Los seres humanos se encuentran, organizan y adquieren compromisos recíprocos entre ellos, de manera equitativa, sin que exista una obligación permanente y de forma parcial (lo que quiere decir que no existen obligaciones generales no específicas; cada contratante conserva más de lo que cede). Este contrato libre, base del pensamiento anarquista de Proudhon, se concreta en el federalismo, a nivel político (que conlleva la pluralidad y la armonía), y en el mutualismo a nivel económico (que asegura la igualdad en las condiciones y en la obtención de beneficios). La enajenación total de derechos que supone el contrato social de Rousseau no se produce en el contrato proudhoniano, ya que se trata de "un pacto positivo, efectivo, que ha sido realmente propuesto, discutido, votado, adoptado, y que se modifica regularmente a voluntad de los contratantes" (en La capacidad política de la clase obrera).
En Bakunin encontramos también una severa crítica a la teoría del Contrato Social de Rousseau, no existe por supuesto ese pacto primigenio en la historia de la humanidad y solo la imposición de una minoría privilegiada está en el origen de dicho contrato para legitimar el poder. El Estado, para el anarquista ruso, no se origina en contrato alguno, sino que es producto de la guerra, la violencia y la conquista (Escritos de filosofía política). En definitiva, se realiza desde el anarquismo una crítica devastadora al origen del Estado situado en la fantasía de una voluntad libre y consciente del ser humano en lo que sería su versión liberal. La sociedad no es producto de la firma de contrato alguno, entre individuos libres y conscientes, sino que precede a todo pensamiento, conciencia y voluntad de cada uno de sus integrantes.
Tal y como se empezó este texto, la modernidad está marcada por un esfuerzo considerable por justificar la dominación política. Es por eso que gran parte de las personas no cuestionan el Estado ni se preguntan acerca de dónde se encuentra la obligación por obedecer la ley. La democracia representativa ha querido presentarse como la única respuesta al conflicto entre la autoridad política y la autonomía individual. Si denunciamos la mistificación que supone la teorái liberal del contrato social, la representación política, así como la imposición de una (supuesta) voluntad mayoritaria que aplasta a las minorías, solo podemos apostar por una acción política conducida por la razón y que exprese el empeño del conjunto de la colectividad. Desde este punto de vista, el contrato libre anarquista, concretado en el federalismo y en la autonomía de grupos e individuos, pasa por una propuesta política de plena actualidad si nuestras preocupaciones morales se fijan en todos y cada uno de los miembros de la comunidad. El anarquismo jamás ha concebido al hombre de una manera abstracta, algo previo a todo contexto social, ya que su libertad solo es posible en el seno de una sociedad libre sin atomización alguna ni alienación política.
Ahora bien, el anarquismo nace explícitamente a mediados del siglo XX, por lo que hay que considerarlo, en gran medida, hijo de la modernidad: tendría así una gran confianza en el progreso científico, en la educación y en la desacralización del mundo y de las relaciones humanas. Sin embargo, otros rasgos a los que no renuncia el anarquismo, como es cierta condición romántica, le hacen criticar las instituciones que la época moderna acabaría institucionalizando: el Estado, el capital y la propiedad privada. Proudhon, abiertamente, denuncia el contrato social como una ficción que pretende legitimar el poder político. En lugar de justificar la dominación, como harían Hobbes o Rousseau, Proudhon y el anarquismo se esfuerzan por averiguar cómo podemos ser más libres. Así, la libertad no sería ninguna condición previa, ni una esencia ni algo innato, sino un objetivo a conquistar.
En su afán por renunciar a la heteronomía, por anular cualquier autoridad externa, Proudhon crea el contrato libre, la libertad se logrará gracias a la mutua garantía de los unos con los otros. Los seres humanos se encuentran, organizan y adquieren compromisos recíprocos entre ellos, de manera equitativa, sin que exista una obligación permanente y de forma parcial (lo que quiere decir que no existen obligaciones generales no específicas; cada contratante conserva más de lo que cede). Este contrato libre, base del pensamiento anarquista de Proudhon, se concreta en el federalismo, a nivel político (que conlleva la pluralidad y la armonía), y en el mutualismo a nivel económico (que asegura la igualdad en las condiciones y en la obtención de beneficios). La enajenación total de derechos que supone el contrato social de Rousseau no se produce en el contrato proudhoniano, ya que se trata de "un pacto positivo, efectivo, que ha sido realmente propuesto, discutido, votado, adoptado, y que se modifica regularmente a voluntad de los contratantes" (en La capacidad política de la clase obrera).
En Bakunin encontramos también una severa crítica a la teoría del Contrato Social de Rousseau, no existe por supuesto ese pacto primigenio en la historia de la humanidad y solo la imposición de una minoría privilegiada está en el origen de dicho contrato para legitimar el poder. El Estado, para el anarquista ruso, no se origina en contrato alguno, sino que es producto de la guerra, la violencia y la conquista (Escritos de filosofía política). En definitiva, se realiza desde el anarquismo una crítica devastadora al origen del Estado situado en la fantasía de una voluntad libre y consciente del ser humano en lo que sería su versión liberal. La sociedad no es producto de la firma de contrato alguno, entre individuos libres y conscientes, sino que precede a todo pensamiento, conciencia y voluntad de cada uno de sus integrantes.
Tal y como se empezó este texto, la modernidad está marcada por un esfuerzo considerable por justificar la dominación política. Es por eso que gran parte de las personas no cuestionan el Estado ni se preguntan acerca de dónde se encuentra la obligación por obedecer la ley. La democracia representativa ha querido presentarse como la única respuesta al conflicto entre la autoridad política y la autonomía individual. Si denunciamos la mistificación que supone la teorái liberal del contrato social, la representación política, así como la imposición de una (supuesta) voluntad mayoritaria que aplasta a las minorías, solo podemos apostar por una acción política conducida por la razón y que exprese el empeño del conjunto de la colectividad. Desde este punto de vista, el contrato libre anarquista, concretado en el federalismo y en la autonomía de grupos e individuos, pasa por una propuesta política de plena actualidad si nuestras preocupaciones morales se fijan en todos y cada uno de los miembros de la comunidad. El anarquismo jamás ha concebido al hombre de una manera abstracta, algo previo a todo contexto social, ya que su libertad solo es posible en el seno de una sociedad libre sin atomización alguna ni alienación política.
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