Introducimos en esta entrada a la teoría de Gonzalo Puente Ojea sobre el origen de la religión. Sería la mente la que da lugar a todos capacidades del ser humano, entre las que hay que incluir el sentimiento religioso. El origen del mismo estaría en un proceso de animismo primitivo, en el que el hombre proyecta una dualidad antropológica hacia los grandes fenómenos cósmicos. La comprensión de este proceso esclarece el hecho de la perdurabilidad de las religiones en la civilización, con la profunda distorsión cognitiva y racional que ello supone.
Puente Ojea diferencia entre el concepto de lo transnatural y el de lo sobrenatural. El primero alude a la mente del ser humano primitivo cuando se aleja de los datos reales, de su circunstancia, y quiere proyectar hacia puntos del espacio la posibilidad de que haya elementos existentes que no son más que un producto ilusorio del mecanismo de su mente; así, lo transnatural se refiere a un estadio de la historia en el que la ciencia no existía y el homo sapiens se encontraba en un estado juvenil de su existencia. Es un momento en el que nace una dualidad antropológica, el principio de la vida y el principio del pensamiento, que con el devenir de la historia, cuando el hombre tenga ya más herramientas conceptuales, se confirmará en una concepción del cosmos fragmentada en materia o cuerpo y espíritu o alma. La existencia de almas y espíritus no es más que un producto de la mente, de una mala lectura que la misma hace de datos reales; Puente Ojea considera que el origen de la religión se encuentra en lo que denomina proceso de animación. Esa dualidad antropológica proyectada hacia el cosmos es lo que provoca que se produzca también otra que distingue entre la naturaleza, de tipo material, y una supuesta sobrenaturaleza o supernaturaleza (es decir, un mundo de espíritus y almas que tienen gran poder e influye en los destinos del hombre). Es esto lo que explica históricamente la visión religiosa de la vida.
Puente Ojea quiere explicar en ese proceso de animación en los albores de la humanidad, así en la falta de datos fiables en el ser humano, el origen de la creencia en un ser superior. Así, el hombre primitivo sufriría un proceso introspectivo en el que observaría esa dualidad entre materia y espíritu, para luego proyectarla hacia los astros y generar una serie de mitos en base a los fenómenos naturales; esos mitos, que hablarían de seres trascendentes a la existencia humana, provocaría bien rechazo en el ser humano o bien un sentimiento de humillación. Eso es lo que explica las dos vertientes de la visión teológica, negativa y positiva. No obstante, el elemento positivo será el que cobre cada vez más vigor y da lugar a la fe religiosa, que no es más que un sentimiento de sometimiento para alejar la mala voluntad de esos seres espirituales. Este es el del origen de la religión, esa proyección del interior del ser humano hacia los grandes fenómenos cósmicos, por lo que se considera que nace en el cerebro del hombre y supone una distorsión cognitiva y racional. Según Puente Ojea, el centro material del ser humano (el tálamo cortical, centro del sistema nervioso) es el que dirige todas las operaciones de la mente: la acción, la emoción, el pensamiento; como se ve, no hay que buscar entes sobrenaturales que intervengan en los procesos mentales humanos. Así, el primer error para no comprender el fenómeno religioso es pretender que el ser humano alcanza una cierta capacidad de reflexión y sabiduría en determinado momento de la historia en el que está muy evolucionado. En realidad, el sentimiento religioso procedería de las funciones cerebrales del ser humano y está muy condicionado por la materia; la mente, si bien es solo una parte del cuerpo humano, es sutil y compleja, todo parte de ella. Hay que tener en cuenta también que la mente tiene dos rasgos principales: por un lado es dinámica y creadora, pero por otra también cumple una función archivadora o conservadora.
Lo que Puente Ojea considera es que cuando nacen las grandes religiones, ya se había producido ese proceso de dualidad antropológica, que en ese momento ya está proyectado hacia el cosmos y quiere adoptar entonces cierta especulación de apariencia lógica. Sería esto lo que explica la perdurabilidad de las religiones, seguimos viendo en sociedades condicionadas por ese dualismo que cree en un mundo de almas y espíritus; es algo que ya la ciencia ha eliminado de raíz, explicando las cosas por otra vía totalmente contraria a esa ilusión de tipo antropológico. De esa manera, vivimos en una civilización en el que la religión, algo que podemos extender a todo tipo de creencias sobrenaturales, tiene todas las de ganar, ofrecen todo por nada, como puede ser la inmortalidad; son creencias muy rentables y baratas. Esta lógica religiosa llega incluso a impregnar de tal modo el razonamiento humano, que algunos creyentes invierten la cuestión acusando de dogmatismo a aquellos que simplemente no entran en la falacia de tener que demostrar la afirmación negativa. No puede demostrarse que existe Dios, y lo mismo a la inversa; póngase en en lugar del ser supremo cualquier entidad sobrenatural que se quiera. Desde ese punto de vista, no habría en nuestra opinión que entrar en el juego de agnosticismo y afirmar sin tapujos un naturalismo claramente ateo. Es más, respecto a la idea tradicional de Dios puede decirse que la posición agnóstica es más bien irracional, ya que los rasgos que se le atribuyen son claramente contradictorios.
Puente Ojea diferencia entre el concepto de lo transnatural y el de lo sobrenatural. El primero alude a la mente del ser humano primitivo cuando se aleja de los datos reales, de su circunstancia, y quiere proyectar hacia puntos del espacio la posibilidad de que haya elementos existentes que no son más que un producto ilusorio del mecanismo de su mente; así, lo transnatural se refiere a un estadio de la historia en el que la ciencia no existía y el homo sapiens se encontraba en un estado juvenil de su existencia. Es un momento en el que nace una dualidad antropológica, el principio de la vida y el principio del pensamiento, que con el devenir de la historia, cuando el hombre tenga ya más herramientas conceptuales, se confirmará en una concepción del cosmos fragmentada en materia o cuerpo y espíritu o alma. La existencia de almas y espíritus no es más que un producto de la mente, de una mala lectura que la misma hace de datos reales; Puente Ojea considera que el origen de la religión se encuentra en lo que denomina proceso de animación. Esa dualidad antropológica proyectada hacia el cosmos es lo que provoca que se produzca también otra que distingue entre la naturaleza, de tipo material, y una supuesta sobrenaturaleza o supernaturaleza (es decir, un mundo de espíritus y almas que tienen gran poder e influye en los destinos del hombre). Es esto lo que explica históricamente la visión religiosa de la vida.
Puente Ojea quiere explicar en ese proceso de animación en los albores de la humanidad, así en la falta de datos fiables en el ser humano, el origen de la creencia en un ser superior. Así, el hombre primitivo sufriría un proceso introspectivo en el que observaría esa dualidad entre materia y espíritu, para luego proyectarla hacia los astros y generar una serie de mitos en base a los fenómenos naturales; esos mitos, que hablarían de seres trascendentes a la existencia humana, provocaría bien rechazo en el ser humano o bien un sentimiento de humillación. Eso es lo que explica las dos vertientes de la visión teológica, negativa y positiva. No obstante, el elemento positivo será el que cobre cada vez más vigor y da lugar a la fe religiosa, que no es más que un sentimiento de sometimiento para alejar la mala voluntad de esos seres espirituales. Este es el del origen de la religión, esa proyección del interior del ser humano hacia los grandes fenómenos cósmicos, por lo que se considera que nace en el cerebro del hombre y supone una distorsión cognitiva y racional. Según Puente Ojea, el centro material del ser humano (el tálamo cortical, centro del sistema nervioso) es el que dirige todas las operaciones de la mente: la acción, la emoción, el pensamiento; como se ve, no hay que buscar entes sobrenaturales que intervengan en los procesos mentales humanos. Así, el primer error para no comprender el fenómeno religioso es pretender que el ser humano alcanza una cierta capacidad de reflexión y sabiduría en determinado momento de la historia en el que está muy evolucionado. En realidad, el sentimiento religioso procedería de las funciones cerebrales del ser humano y está muy condicionado por la materia; la mente, si bien es solo una parte del cuerpo humano, es sutil y compleja, todo parte de ella. Hay que tener en cuenta también que la mente tiene dos rasgos principales: por un lado es dinámica y creadora, pero por otra también cumple una función archivadora o conservadora.
Lo que Puente Ojea considera es que cuando nacen las grandes religiones, ya se había producido ese proceso de dualidad antropológica, que en ese momento ya está proyectado hacia el cosmos y quiere adoptar entonces cierta especulación de apariencia lógica. Sería esto lo que explica la perdurabilidad de las religiones, seguimos viendo en sociedades condicionadas por ese dualismo que cree en un mundo de almas y espíritus; es algo que ya la ciencia ha eliminado de raíz, explicando las cosas por otra vía totalmente contraria a esa ilusión de tipo antropológico. De esa manera, vivimos en una civilización en el que la religión, algo que podemos extender a todo tipo de creencias sobrenaturales, tiene todas las de ganar, ofrecen todo por nada, como puede ser la inmortalidad; son creencias muy rentables y baratas. Esta lógica religiosa llega incluso a impregnar de tal modo el razonamiento humano, que algunos creyentes invierten la cuestión acusando de dogmatismo a aquellos que simplemente no entran en la falacia de tener que demostrar la afirmación negativa. No puede demostrarse que existe Dios, y lo mismo a la inversa; póngase en en lugar del ser supremo cualquier entidad sobrenatural que se quiera. Desde ese punto de vista, no habría en nuestra opinión que entrar en el juego de agnosticismo y afirmar sin tapujos un naturalismo claramente ateo. Es más, respecto a la idea tradicional de Dios puede decirse que la posición agnóstica es más bien irracional, ya que los rasgos que se le atribuyen son claramente contradictorios.
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