sábado, 12 de octubre de 2013

Fuerzas armadas

Hoy, Día de la Hispanidad o Fiesta Nacional de España, antiguo Día de la Raza, en el que se hace una notable exhibición por parte de las fuerzas armadas empuja a una reflexión sobre los ejércitos, el antimilitarismo, la defensa y el pacifismo.

Las señas de identidad anarquistas son, inequívocamente, antimilitaristas. Desde un punto de vista moral, ideológico y político, así es; se mire como se mire, resulta inadmisible una institución jerarquizada, que enseña a las personas a utilizar la fuerza y a acabar con la vida de sus semejantes, aunque se encubra de toda suerte de eufemismos, y que se muestra al servicio del poder establecido, por mucho que se recurra a las mistificaciones de amor a la patria y de defensa de una sociedad democrática. Dicho esto de forma general, y valga esta conclusión para cualquier otra cuestión en la que simplemente esgrimamos los ideales, creo que debemos evitar caer en simplificaciones excesivas. Primero, hay que analizar que el ejército, como toda institución autoritaria, está compuesto de personas y son aquellas que se encuentran en la base quienes sufren las peores consecuencias; podemos entender el fin del servicio militar obligatorio como una conquista histórica de la que estar orgullosos, pero la realidad es que ello no ha cuestionado radicalmente el ejército y lo ha convertido en profesional o, como dice un amigo mío, "mercenario". Esto significa que multitud de chavales, entre los que se encuentran mayoritariamente los más desfavorecidos, han acabado engrosando las filas de las fuerzas armadas por pura necesidad; se sigue insistiendo en las falacias patrióticas y en la defensa de la nación, pero es muy creíble en estos tiempos que la mayoría simplemente lo contemple como una posibilidad de ganarse la vida en un mundo hostil en el que hay que ganarse la vida vendiendo tu fuerza de trabajo (pagando, en este caso, obviamente, un alto precio a muchos niveles).


En segundo lugar, hay que plantear qué es lo que verdaderamente entendemos por fuerzas armadas. El análisis clásico anarquista, y no digo que no siga siendo muy válido, habla de una institución que recoge lo peor del Estado, una especie de exacerbación del autoritarismo en la que el soldado debe someterse a los mandos y no puede pensar por sí mismo, ni mucho menos cuestionar las órdenes bélicas de sus dirigentes. Hablemos rápidamente del pacifismo, una idea muy loable si hablamos de la relación entre naciones, pero que se encuentra con notables obstáculos en el mundo en que vivimos. Es más, aunque la sociedad española siga teniendo un vínculo con el régimen anterior, algo que nos esforzamos continuamente en denunciar tratando de no entrar tampoco en simplificaciones, vamos a pensar que los mandos militares son inequívocamente democráticos en la actualidad; entendemos por tal cosa en este contexto, en un notable y vergonzante ejercicio de reduccionismo, como que nunca tomarían el poder del Estado para imponer una junta militar. Que el ejército defiende la democracia es lo que se nos quiere vender constantemente en la sociedad, y es posible que algunos militares incluso se lo crean; desde ese punto de vista, las fuerzas armadas son necesarias y se esgrime para la defensa de sus existencia que, en caso contrario, la sociedad quedaría desvalida a merced de regímenes peores. Ello no quiere decir, evidentemente, democratizar los ejércitos, algo que no ha tenido demasiado eco en la historia de los Estados; se da por hecho que defender la democracia supone conservar una fuerzas armadas abiertamente autoritarias. Esa defensa del ejército para preservar la "libertad" se trata en realidad del mismo razonamiento que justifica la existencia del Estado, y que podemos escuchar en multitud de conversaciones a nivel coloquial; es, obviamente, un análisis que simplemente desconoce o ignora otros punto de vista, radicalmente éticos y políticos, como el anarquista.

El anarquismo es esencialmente pacifista, si con ello entendemos desterrar la violencia de las instituciones políticas y socioeconómicas. El anarquismo es también notablemente ingenuo (por favor, consúltese la Rae para comprender con justeza este término), pero no es nada simplista, presumimos un análisis radical en todas las cuestiones humanas. Es habitual, cuando hablamos en términos generales del anarquismo, hablar de que existe una corriente pacifista que entronca con Tolstoi y la resistencia pasiva. Se trata de una actitud, en mi opinión, muy loable, especialmente cuando hablamos de los movimientos sociales; el 15M ha recogido esta tradición, que en algunos casos se critica en lo que parecen meras poses seudorradicales, y nos parece muy correcto a nivel estratégico y moral en el terreno social. Sin embargo, si extendemos esa actitud "pacifista" a un nivel más general, resulta mucho más complejo. Recordemos los casos de los dos grandes conflictos mundiales. El primero supuso que el movimiento anarquista se encontrara con el sorpresivo apoyo de Kropotkin al bando aliado; a pesar de ello, de forma mayoritaria, los anarquistas se mantuvieron firme en sus principios y denunciaron la guerra como conflictos entre Estados en la que se sacrificaba la vida de los soldados. Estas son las convicciones ácratas, que obviamente compartimos. Sin embargo, este mismo análisis ya no se realiza de forma mayoritaria para la Guerra Civil Española y para el segundo gran conflicto, en los que se considera que se está luchando ya contra el fascismo. Esta vez, fueron los anarquistas pacifistas los minoritarios; es conocida la polémica que George Woodcock tuvo con Orwell, cuando afirmó este último que toda posición pacifica favorecía al fascismo en aquel momento.

Como vemos, el asunto es complejo y resulta complicado, al margen de las convicciones, tener una opinión definitiva sobre la posición ante los conflictos armados en un mundo que no nos gusta nada, pero que no podemos eliminar de un plumazo. Sí, la inmensa mayoría de las guerras son meros enfrentamientos entre Estados, con los intereses económicos y geoestratéticos de por medio, pero ya hemos mencionado otros ejemplos bélicos en los que no es tan sencillo esgrimir simplemente los principios. Los ejércitos  son abiertamente criticables, por lo que la posición antimilitarista sí me parece incuestionable, pero al igual que con la desaparición del Estado, su lugar debe ser ocupado por algo mejor con una transformación social y cultural, que no se realiza de la noche a la mañana. Crear una verdadera cultura pacifista, de rechazo al conflicto armado y de fraternidad entre los pueblos, supone un reto que todavía durará bastante tiempo. La defensa de una sociedad libertaria, es decir, verdaderamente democrática, supone en nuestra opinión no caer en un pacifismo extremista, básicamente estéril al dejar a la población indefensa en un mundo esencialmente autoritario. No tengo, ni quiero poner ningún ejemplo al respecto; me limito a señalar lo necesario de encontrar propuestas que no se limiten a una situación ideal. Si el ejército es el resultado lógico del Estado, la sociedad libertaria debería plantear sus propias soluciones de defensa; no hablamos solo de la posible sociedad de futuro, ya que la transformación de las sociedad se realiza también creando alternativas en el presente y es una cuestión en la que no vale solo con ponerse la etiqueta de "antimilitarista" o "pacifista". Como ya se ha dicho, esta crítica no rebaja lo más mínimo la muy necesaria denuncia de una institución armada autoritaria, en la que son los más débiles los que pagan las consecuencias, y la mistificación patriótica que supone la existencia de los Estados-nación empujando a las personas a enfrentarse a otras por pertenecer a una cultura diferente.

No hay comentarios: