martes, 31 de diciembre de 2013

Filosofía y ciencia: el pensar como acto revolucionario


No parecen que corran buenos tiempos para la reflexión filosófica; sin embargo, es urgente que se fortalezca el pensamiento en estos tiempos en que el desarrollo científico y técnico serían capaces de acabar con los males que sufre el mundo.

No es posible -ni deseable- volver a un mundo precientífico, del que se pueden aprender muchas cosas pero jamás idealizarlo; todo lo que ya ha combatido el anarquismo desde sus orígenes estaba presente en aquel mundo: la pobreza, la explotación, la ignorancia, los prejuicios, las enfermedades...; todo ello es posible erradicarlo en la actualidad profundizando en los problemas gracias al progreso tecnológico. De nosotros depende ser capaces de una renovación del pensar filosófico que ayude a racionalizar y humanizar las sociedades, así como de arrebatar el poder que se perpetúa en manos de unos pocos -o, siendo coherentes con el punto de vista libertario, posibilitar que ese poder se diluya en el conjunto de la sociedad- y que obstaculizan la construcción de un futuro digno para todos. Hoy, más que nunca, tenemos la posibilidad de planificar el mundo que deseamos, podemos ser capaces de ser los legítimos dueños de nuestras vidas y nuestro destino.

Sin la filosofía, ese mundo gobernado por tecnócratas seguirá caminando hacia la destrucción y la barbarie. El anarquismo ha sido siempre compañero inseparable del pensar filosófico como búsqueda del racionalismo y de la libertad en sentido amplio, como una forma de dar respuesta a los problemas de un tiempo determinado, jamás como un mero “goce estético” o de un elitista “ amor a la sabiduría” sin más. Los anarquistas han insistido constantemente en no hacer una división entre la teoría y la práctica y el saber filosófico debe adecuarse a ese principio, a tomar su fuerza de los problemas que plantea la vida, en la lucha que nos supone la actividad cotidiana.

El siguiente texto de Nietzsche, extractado de su obre Ecce Homo, puede hacer reflexionar acerca del estancamiento o falta de compromiso que pueda tener el pensamiento: “No debe aceptarse ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y, en momentos de libre movimiento, en el que no celebren una fiesta, a su vez los músculos. Todos los prejuicios reconocen como origen los intestinos. Las asentaderas son el ‘pecado’ propiamente dicho contra el espíritu”.

El fin último del conocimiento debe ser el bienestar del ser humano y de la sociedad; hay que desterrar de una vez la imagen del filósofo como alguien que pretende elevarse por encima de la mediocridad o alejarse de lo que considera un mundo vulgar. La fuerza de su compromiso -cuando hablo de filósofo, no nos referimos únicamente a aquéllos que han hecho su profesión de ello, sino también a todo ser humano, poseyendo la capacidad de pensar y racionalizar- radica en su capacidad de ayudar a la transformación de ese mundo que considera inadecuado, conforme a unos objetivos humanistas y libertarios, el pensar esta época actual, discutiendo de manera crítica los problemas que presenta una sociedad eminentemente científico-técnica que continua sustentada en la explotación de unas personas sobre otras y que a veces se encamina hacia horrores de destrucción contra otros pueblos. Se trata de un compromiso moral y político, en conjunción con la técnica, y en todos esos campos debe entrar en juego la tensión libertaria.

Como ya señaló Marcuse hace décadas, existe un masivo adoctrinamiento ideológico practicado por las sociedades avanzadas que hace que el individuo quede fuera de juego para decidir su destino; la sociedad es falaz, insiste Marcuse, porque bajo esa apariencia de abundancia y cierta dosis de libertad y tolerancia se esconde la verdadera realidad de dominio social y conformismo: “Estado del bienestar”, “sociedad de la abundancia”, “sociedad de consumo”... no son sino diferentes formas de producción para la alienación. De nuestra capacidad analítica y de acción depende el erradicar a la tecnología de toda esa irracionalidad y combatir la centralización de los diferentes poderes que pretenden que el individuo se supedite a ellos.

Un gran filósofo del siglo XX, el austriaco Horkheimer lo expresó de manera directamente utilitarista: “donde la filosofía no ejerce ninguna función práctica pierde también su fuerza: las raíces se secan”. Yendo más lejos, Horkheimer afirma, resumiendo su obra que defiende al individuo frente al sacrificio que le piden “ideales” superiores -como ya hicieron Nietzsche y Stirner- pero, para no caer el ser humano en conflicto con la sociedad, asumiendo una tensión constante entre individualismo y colectivismo: “la verdadera función social de la filosofía: la crítica de lo predominante... con el fin de evitar que la humanidad se pierda en las ideas y la actividades que las organizaciones existentes inspiran en sus miembros”.

De igual manera que la filosofía combatió en el pasado el fanatismo y la superstición que conllevaba la religión, su deber hoy es velar porque no se genere un nuevo dogmatismo tecnocrático. Aunque los nuevos tiempos piden nuevas respuestas, resulta enriquecedor y clarificador acudir y analizar las obras filosóficas que encontramos en la historia y cómo combatieron tiempos de oscurantismo. Bertrand Russell expresó de manera inmejorable la labor del pensamiento de combatir toda actitud reaccionario y fomentar la capacidad de hacerse preguntas sin caer en el dogmatismo: “El valor de la filosofía debe ser buscado en una larga medida en su real incertidumbre […]; la filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar”. Es esa capacidad progresiva del discurso filosófico, apoyado por la historia, la que hace que tenga valor y actualidad; las respuestas puede que nunca sean definitivas, pero el devenir de la humanidad deberá tomar una dirección auténticamente emancipadora.
 
La ciencia: liberadora o maléfica

El anarquismo y los anarquistas -o, al menos, la mayoría de ellos- siempre han poseído una gran fe en la ciencia y su capacidad liberadora. Sin embargo, el papel decisivo que ha adoptado el desarrollo científico en los tiempos modernos, y que ha supuesto que el hombre se supedite a la técnica y que no pueda vivir sin ella, parece adoptar un cariz más bien deshumanizador y de recorte de libertades a cambio de un supuesto aumento del nivel de vida, y además con el sacrificio de la autoconciencia de cada individuo y de una atrofia del lenguaje y del pensamiento de la que ya advirtió Horkheimer: “La impotencia del espíritu se manifiesta muy principalmente en la atrofia del lenguaje. La impotencia de la palabra, no quiere decir falta de palabras, sino más bien la transición a una comunicación tan social que haga callar a los individuos singulares”. Las posibilidades tecnológicas son infinitas pero paralelamente a su desarrollo se ha producido una falta de compromiso moral y una subordinación constante al poder político y económico. Debemos seguir confiando en la ciencia, la cual no es válida por sí misma -más bien, se puede decir que se muestra neutra, instrumentalizada por doquier-; es necesario aportar la razón filosófica para, junto a una organización social justa y horizontal, poder encontrar solución a los problemas de nuestro tiempo. La solución no pasa, como desgraciadamente se puede observar continuamente, en predicar el regreso a sociedades anteriores a la revolución industrial -hay mucho que racionalizar también en nuestra organización económica, pero las posibilidades de bienestar también son infinitas-, ni buscar soluciones en creencias místicas exóticas, ni subculturas que aportan “soluciones milagrosas” con poca o ninguna base científica... Todo ello podrá crear un bienestar a corto plazo, tranquilizar o “relajar” espíritus, cubrir vacíos existenciales de los que tradicionalmente se ha ocupado la religión, pero en el fondo no resulta mas que otra forma de escapismo ante la falta de respuestas -o, como ya hemos dicho, incluso incapaz de hacerse preguntas- de nuestra sociedad que se dice desarrollada. El único camino que puede transformar al hombre y a la sociedad -es rechazable cualquier clase de determinismo- es la reflexión filosófica conjugada con la razón tecnológica, con los valores de equidad social y auténtica emancipación que solo puede aportar la tensión libertaria. De nosotros depende.

Se puede llegar a la conclusión de que es necesaria una “filosofía de la ciencia”, aunque es difícil determinar cuál sería su auténtica misión. Algunos autores han decidido que la filosofía debe anteceder a la ciencia y proporcionarle una sólida cimentación; otros, que lo que debe realizar es una teoría del conocimiento, bien popular o académica, o un lenguaje profesional que sintetizara todos los lenguajes científicos, técnicos y prácticos. Habermas, tan crítico con Marx por supeditar el conocimiento a las fuerzas productivas, considera que la verdadera misión de la filosofía está en ser crítico con la ciencia: “Criticar la autoconcepción objetivista de las ciencias, el concepto cientificista de ciencia y el progreso científico; debería tratar, en particular, cuestiones básicas de una metodología científico-social, de modo que no se frene, sino que se exija, la elaboración adecuada de conceptos base para sistemas de acción comunicativas”; Habermas no niega la ciencia como fuerza productiva pero solo la admite si va acompañada de la ciencia como fuerza emancipadora.


El anarquismo metodológico

Todas las posturas anteriormente mencionadas llevan a la conclusión de la gran necesidad que tiene la ciencia de apoyarse en la filosofía para no caer en el dogmatismo o en la irracionalidad. El norteamericano Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones científicas afirma que en la evolución de las ciencias quienes deciden no son solo los hechos, la lógica y la metodología, sino también las técnicas de la argumentación persuasiva; para Kuhn, la investigación científica se basa en “paradigmas”: “realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”. Las revoluciones científicas se producirán cuando un paradigma esté sujeto a una serie de anomalías y los mismos hechos se vean desde un punto de vista distinto, es decir desde otro paradigma. Kuhn consideraba -y pretendió demostrar- que las revoluciones científicas tienen una analogía con las revoluciones políticas y por consiguiente los paradigmas sustituidos en el campo de la ciencia son similares los paradigmas que puedan cambiarse en el terreno político. De esta manera, también en las revoluciones políticas habría que examinar no únicamente cuestiones de lógica y experimentación, sino también las técnicas de argumentación persuasiva. Las teorías de Kuhn y las discusiones que han producido ha desembocado para numerosos pensadores en lo que se ha dado en llamar “anarquismo metodológico”, y que niega la existencia de un “método científico”, universal y estable, como único procedimiento o conjunto de reglas que resulte fundamental en toda investigación y garantice su base científica. Como afirmó Feyerabend, autor que apuesta fuertemente por la libertad humana: “‘Todo vale’ no es el primer y único principio de una nueva metodología que yo recomiendo. Es la única forma en que aquellos que confían plenamente en los criterios universales y desean comprender la historia en función de estos pueden describir mi explicación de las tradiciones y las prácticas de investigación. Si esta explicación es correcta, entonces todo lo que un racionalista puede decir sobre la ciencia (y sobre cualquier otra actividad de interés) es: todo vale”. Para Feyerabend, la ciencia tiene una auténtica capacidad de progreso si es independiente y autónoma en la utilización de un método y que la inmensa mayoría de las investigaciones científicas nunca se han realizado siguiendo un método racional, la sumisión a normas y reglas puede convertir en estéril el trabajo del científico.

Es difícil afirmar con rotundidad la validez de dichas teorías de “anarquismo epistemológico”; o la oposición sostenida por Kuhn entre ciencia “normal”, sujeta a un determinado paradigma, y ciencia “revolucionaria”. Lo auténticamente importante es que tengamos la capacidad de discutir a fondo estas cuestiones, de adoptar la reflexión filosófica que lo que hace es poner en evidencia la incapacidad de la ciencia de prescindir de la filosofía. Una de las tareas primordiales de una filosofía de la ciencia sería la de considerar a ésta como parte de un mundo sujeto a un constante progreso, en lo material y en lo social. Es necesario que el pensamiento ayude a derivar el progreso tecnológico a una auténtica liberación del ser humano.

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