martes, 10 de diciembre de 2013

La poesía y el pensamiento libertarios de Shelley

Percy Bysshe Shelley (1792-1822) es uno de los grandes representantes del romanticismo inglés y un escritor caracterizado por un pensamiento libre radical que puede llamarse anarquista; tuvo una corta, falleció en un naufragio, pero intensa vida. Su extensa obra poética está envuelta de un emotivo humanismo que la convierte en única; se ha dicho que solo Byron le puede hacer sombra en este sentido.

A los 19 años, tiene ya su primera polémica cuando escribió un panfleto llamado La necesidad del ateísmo; el contenido era tan subversivo en su cuestionamiento de la autoridad que provocó la expulsión de Shelley de la universidad de Oxford. Reproducimos a continuación un extracto de este escrito:
Si deseamos explicar nuestras ideas de la Divinidad nos veremos obligados a admitir que, con la palabra Dios, el hombre nunca ha sido capaz de designar nada sino la causa más oculta, distante y desconocida de los efectos que veía; ha hecho uso de esta palabra sólo cuando el juego de las causas naturales y conocidas dejó de ser visible para él; tan pronto como perdió el hilo de estas causas, o cuando su mente no pudo seguir la cadena, terminó con sus dificultades y finalizó su búsqueda llamando Dios a la última de las causas, esto es, a aquélla que estaba más allá de todas las causas que conocía; de esta forma no hizo más que asignar una vaga denominación a una causa desconocida, ante la cual su ociosidad o los límites de su conocimiento lo forzaban a detenerse. Cada vez que decimos que Dios es el autor de algún fenómeno, esto significa que ignoramos cómo tal fenómeno fue capaz de operar con la ayuda de las fuerzas o causas que conocemos en la naturaleza. Así es que la generalidad de la raza humana, cuya suerte es la ignorancia, atribuye a la Divinidad no sólo los efectos inusuales que los perturban, sino más aún los eventos más simples, cuyas causas son las más simples de entender para cualquiera que sea capaz de estudiarlas. En una palabra, el hombre siempre ha respetado las causas desconocidas, los efectos sorprendentes que su ignorancia no le permitió desentrañar. Fue en este desconocimiento de la naturaleza que el hombre erigió el coloso imaginario de la Divinidad.

Como es sabido, Shelley fue pareja de Mary, hija de William Godwin, que fue para el poeta un gran maestro e importante escritor libertario. La influencia de Godwin sobre Shelley fue de tan alto grado, que el poeta le escribiría una carta a su maestro en 1812 que rezaba: "Usted ha formado y ordenado mi mente". Así, no resulta extraño que la poesía de Shelley, tal como dijera Francisco Carrasquer, esté considerada "la expresión lírica más libertaria de los poetas románticos, que a su vez son los más libertarios de las letras inglesas". Imprescindibles obras de Shelley son: el poema La revuelta del Islam (Laon and Cythna, 1818); la obra de teatro en verso Los Cenci (1819), tragedia que recoge una historia clásica italiana para tocar el tema del incesto; en 1820, aparece la que es su obra más señalada, Prometeo desencadenado, de ambicioso carácter épico, lírico y filosófico, que relata la primera fábula sobre el pensamiento libre de la humanidad, alaba la libertad y arremete contra la tiranía; en 1812, Shelley alumbra Epipsychidion, sobre el tema del amor, y una elegía con ocasión del fallecimiento de otro gran poeta inglés, John Keats; otra gran obra de Shelley, póstuma, fue El triunfo de la vida, recogida en  Poshthumous Poems (1824), del que se ha destacado un elevado y complejo simbolismo alegórico. Gran parte de la obra de Shelley está teñida del pensamiento de Godwin, de tal manera que puede considerarse una de las primeras grandes aportaciones del anarquismo a la literatura universal. En Oda a la libertad, de la que reproducimos a continuación un fragmento, se menciona la gesta del pueblo español en la revuelta liberal contra el reaccionario régimen de Fernando VII; las revoluciones de carácter anarquista tardarían todavía unas décadas en llegar.
Ha hecho vibrar de nuevo un gran pueblo glorioso.

El relámpago de todas las naciones: la Libertad;

De un corazón a otro, de torre en torre España adentro;

Propagándose el fuego de los cielos, al rojo Blanco.

Mi alma se ha sacudido el cadenal del tedio y

con ligeras plumas de un cantar plebeyo

Se ha revestido tan sublime y tan fuerte

Como aguilucho remontándose al alba hasta las nubes

y cerniéndose sobre su presa de costumbre;

Hasta que, desde un apostadero, en el Cielo de la fama

La vorágine del Espíritu lo rapta; y aquel rayo

Desde la más remota esfera en la llama del vivir,

Que pavimenta el vano de detrás, despídelo

Como espuma de un buque a toda marcha, cuando oyóse

Una voz de los abismos: «¡Quiero sentir lo mismo!».

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