Recuperamos y actualizamos un texto, publicado hace ya unos años en la prensa anarquista, sobre los prejuicios sobre las ideas libertarias que podemos leer y escuchar de forma reiterativa; calificaciones de todo tipo por parte de gente corriente, que por supuesto es la que nos interesa convencer, ya que dejamos para otro momento las acusaciones e ignominias por parte de los muy interesados enemigos del anarquismo
Son muchas las opiniones vertidas sobre el anarquismo y entramos también en un tópico si decimos que, gran parte de ellas, desvirtuadas bien por ignorancia, bien por manipulación ideológica o, directamente, claros intereses políticos. Tampoco deseamos caer en un victimismo, también demasiado habitual, sobre el constante ninguneo que sufre por la mayor parte de la historiografía oficial o la negación del papel que le corresponde en los estudios sobre los movimientos sociales. A nosotros nos corresponde, desde la honestidad y el trabajo, arrojar luz sobre un movimiento esforzado, como ningún otro, en dar respuesta a los problemas sociales y en profundizar en los diferentes ámbitos que abarca la capacidad humana. Vamos a comentar a continuación, algunas opiniones claramente ligeras y esquemáticas, pero hechas por personas corrientes, creemos que sin demasiados ánimos de desprestigiar, pero con todos los prejuicios que se quiera, y que siguen correspondiendo con seguidos a gran parte de las nuevas generaciones. Lejos de acusar o despreciar, lo que sólo conduce a la marginalidad, merece la pena seguir combatiendo los numerosos prejuicios que existen sobre el anarquismo; si una de las premisas fundamentales del mismo es el culto al conocimiento y cómo conduciría a la autoconsciencia y a la emancipación, es nuestra obligación ser coherentes y establecer una dinámica de aprendizaje mutuo con todos y cada uno de los seres humanos. De esta manera, con un conocimiento sólido de la materia que nos ocupe y con el añadido de nuestras continuas experiencias personales, es imposible mantenerse inmóviles en opiniones que pronto quedarán atrás.
En la primera versión publicada de este texto, aludíamos a un comentario pronunciado en cierto chat, con la autora de una biografía de Federica Montseny, y que servía muy bien de ejemplo e introducción de los numerosos prejuicios a los que tenemos que enfrentarnos al hablar de anarquismo: "una ideología que resultaba ridícula hoy día" (sic). Especialmente triste resulta el comentario, para empezar este modesto recorrido por el imaginario colectivo, y difícil es encontrar el lugar por dónde empezar a refutarlo. Diremos que existe un indudable triunfo moral -que se va reafirmando a medida que avanza la sociedad- para el anarquismo y los anarquistas y son, en nuestra opinión, los que han demostrado mayor justeza en sus juicios y acciones. Su búsqueda de la libertad, de la justicia y del conocimiento, profundizando y superando el dogma y los convencionalismos hace que, al menos, merezcan un respeto a la hora de establecer un juicio serio.
Otro comentario muy extendido, aquí tal vez más habitual en personas de mentalidad progresista -aunque habría que tratar de dar una definición sólida a dicho término-, es el de que "el anarquismo es un ideal bello pero resulta una utopía". El argumento, quizás contaminado por lo habitual que resulta, no da lugar a una conversación demasiado seria; históricamente, no hay un solo anarquismo y, así, se puede opinar e incluso tener una bonita discusión científica o económica sobre que, por ejemplo, una concreción anarquista como es el colectivismo tal y como lo expuso por primera vez Bakunin resulta irrealizable -que es el significado que se le quiere dar a la palabra utopía la mayor parte de las veces- o anacrónica pero hablar, así en general, sobre si una sociedad sin Estado es posible, y que tenga continuidad en el tiempo, requiere una preparación que nos sobrepasa -incluso, probablemente estando dotado de dotes precognitivas que no tenemos las personas normales-. Hablamos de una sociedad sin Estado pero, claro está, mucho más. Las sociedades sin Estado han existido durante gran parte de la historia de la humanidad pero la cuestión estriba en la construcción de una sociedad donde no exista una clase dirigente y el mínimo de delegación, una sociedad libertaria con todo lo que conlleva la tradición ácrata -aquí, la confianza en el conocimiento y la heterodoxia del anarquismo resultan de vital importancia- sujeto, por supuesto, a una constante evolución, a nuevas respuestas que da la misma experiencia -otro punto de vista importantísimo en el anarquismo es su negación de una teoría cerrada dejando un campo libre para lo empírico-. ¿Resulta esto una utopía? Está claro que no es esa la cuestión, sino el grado de dificultad que suponga su construcción y no creo que nadie afirme que resulte sencillo, incluso ante un supuesto vacío de Estado; y no se trata sólo de lamentarse por las circunstancias actuales y los numerosos enemigos que tiene el anarquismo sino, también, tratar de confirmar que la forma de ser más libres y más felices, de asentar la base de la sociedad libertaria, es combatiendo las instituciones y superestructuras con sus diferentes formas de dominación, sí, pero también huyendo, a nivel personal, del tutelaje, buscando el máximo de autonomía y aceptando que esa capacidad de progreso es posible en cada persona, sean cuales fueren sus circunstancias. Esto son, y nos adelantamos a otra acusación, bellas palabras, que queremos que se conviertan en realidad, por lo que quizá pueda calar algo en todas esas personas prejuiciosas con el anarquismo, que lo niegan como algo ridículo o irrealizable; si tratamos de no verlo como una ideología o, mucho menos, una doctrina y más como una filosofía o una moral, con su praxis cotidiana, el campo puede estar abonado para una sociedad mejor.
"Anacrónico", es otra palabra atribuida con frecuencia al ideal ácrata y, sin embargo, no puede estar, en nuestra opinión, más cargado de futuro; su búsqueda de justicia social y conciliación con la máxima libertad individual no tiene parangón con ninguna otra forma de organización social. Todo lo bueno que tiene nuestra democracia liberal -entendiendo esta palabra como una actitud de libertad y tolerancia en las relaciones humanas y dejando a un lado el sistema económico del que hablaremos más adelante- ya lo propugnó el anarquismo décadas antes de que los elementos reaccionarios fueran cediendo lentamente ante el progreso. ¿Dónde reside, pues, la extemporaneidad del anarquismo? Quizá vaya demasiado lejos al pensar que las teorías del milenarismo o de los rebeldes primitivos -como explicación a la fuerza del movimiento libertario, por ejemplo, en España- puede que tengan algo de culpa de esta nueva caricaturización o reduccionismo en la que se entra sin demasiada dificultad por parte de la opinión popular. La explicación más sencilla puede estar en ese razonamiento, al que se llega vía pensamiento único, de "el fin de la historia y de las ideologías"; es decir, no hay otra respuesta a la cuestión social o económica, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Afortunadamente, el tiempo acaba erosionado la estulticia y vamos percibiendo ya un soplo de aire fresco para estos nuevos dogmas que produce la adoración al llamado mercado libre. El anarcosindicalismo puede ser objeto también de este juicio negativo al considerarse el proletariado un concepto difuso en la sociedad posmoderna; discutible es esto, por supuesto, pero de nuevo tomamos una parte por el todo. La sindical es otra forma más de emancipación que traslada las herramientas de lucha del anarquismo -plena autonomía, asambleísmo, acción directa...- a la organización obrera y cuyo afán revolucionario es incuestionable sobre el papel pero que, en la práctica, ha dado lugar a conflictos y polémicas a los que no ha sido ajena la historia; se puede confiar, actualmente, en la fuerza o viabilidad de la opción anarcosindicalista, pero queremos contemplar el anarquismo como liberador de una manera más amplia superando la visión histórica de que una clase social concreta será la protagonista de la deseada revolución. No obstante, resultan indudables la precariedad laboral -que marca la plenitud de la vida de una persona- y la indefensión del trabajador frente al sistema capitalista, por lo que resulta primordial la labor de un sindicato auténticamente independiente, combativo y con metas revolucionarias..
Otro lugar común en las opiniones populares sobre anarquismo es considerarlo algo similar a otras ideologías "radicales" como el comunismo -o, concretando, a la praxis marxista ya que existe un comunismo libertario-, confirmado en muchas ocasiones por movimientos sociales que utilizan con alegría una iconografía perfectamente intercambiable a gusto del consumidor. Hay que decir que los anarquistas ya denunciaron y combatieron los regímenes totalitarios mucho antes de su caída definitiva; si la acción libertaria es la lucha contra el poder y su meta la destrucción definitiva del Estado, con mayor motivo se va a abominar de sistemas donde se confía en un poder totalizador magnánimo, por mucho que asegurara Marx que la perfección del Estado haría innecesaria su existencia. La historia esta ahí, y dejando a un lado las perversiones o desviaciones en las que algunos insisten todavía, es digno de reflexión el germen autoritario que puede llevar en su seno la doctrina marxista (confirmado posteriormente por el leninismo) y en el despotismo al que conduce su concreción política, cosa que ya vislumbró Bakunin en la I Internacional dando lugar a la corriente antiautoritaria del socialismo. Como se ve, desde un principio resulta imposible confundir ideas que son antitéticas, al menos en sus propuestas, y que dieron lugar a una bifurcación difícil de reconciliar; si algunos pensadores han hablado de un "marxismo libertario" es, quizá, por apertura y acercamiento de una doctrina más bien cerrada, con un afán excesivamente científico, al anarquismo, que siempre tendió al análisis, al libre examen y a hacerse preguntas antes que a dar respuestas definitivas. Hoy en día, insisto, el anarquismo posee un indiscutible -aunque resulte difuso y pocos lo acepten- triunfo moral al haber colocado la libertad como valor primordial y puede mirar con orgullo hacia adelante; el comunismo, supuestamente basado en las ideas de Marx, agoniza de forma patética y constituye todavía en algunos lugares del mundo una triste realidad.
Superado el desastre que supusieron los sistemas totalitarios, el anarquismo debe dar respuestas en su afán socializador antiestatalista; otra gran preocupación en las personas es la de una propuesta sólida y moderna de economía que garantice el bienestar -las propuestas históricas libertarias pueden resultar un estupendo referente, pero sería bueno estudiar las complejidades de la actual globalización capitalista para combatirla en profundidad, cosa que también realizaron los grandes pensadores libertarios en su momento-. Esto constituye, quizás, una gran asignatura pendiente para convencer de que es posible una alternativa liberadora frente a un sistema que, entre sus grandes capacidades, además de mantener las relaciones de poder, está la inculcación de que no es posible cuestionar el estado de las cosas. Es fácil denunciar que seguimos siendo, en gran medida, esclavos de un sistema económico desigualitario, depredador, alienante, capaz de fabricar mentes sumisas gracias a constantes "opios del pueblo" y a una política del "pan y circo", que han demostrado tener muchos más recursos y lugares que los tradicionales de la iglesia y la taberna, gracias, en gran medida, a una revolución tecnológica que, lejos de desestimarla como alienadora como manifiestan algunos, debe ser puesta al servicio de las premisas libertarias.
La caricatura o el desprestigio se han volcado en la tesis y el prurito anarquistas pero, como ya hemos mencionado en el texto, hay que tratar de superar esta actitud de lamentación constante, siempre apoyada en las perversidades del sistema y de tantas personas, que no es más que otra forma de aceptar una derrota que puede que, técnicamente, se haya dado en la historia pero que resulta inasumible a efectos morales. El anarquismo, para seguir resultando coherente consigo mismo, debe mirar hacia delante y someterse a una renovación constante en su, supuesto, armazón teórico -ya hemos mencionado nuestro rechazo a la palabra ideología pero es indudable que resulta un conjunto de ideas y valores, con unas premisas antiautoritarias básicas y todo lo flexible que se quiera-. Diríamos que, si bien la tradición ácrata es de una riqueza incuestionable a la que se puede acudir por muchos motivos, tratáramos de ser críticos también con la visión anarquista clásica, que nace y se desarrolla en el siglo XIX, debido, no a su anacronismo, sino a la necesidad de nuevos análisis y respuestas. El estudio y la divulgación histórica parece fundamental, pero hay que eludir el peligro de que ello suponga un obstáculo para el progreso dentro de la heterodoxia del anarquismo.
Son muchas las opiniones vertidas sobre el anarquismo y entramos también en un tópico si decimos que, gran parte de ellas, desvirtuadas bien por ignorancia, bien por manipulación ideológica o, directamente, claros intereses políticos. Tampoco deseamos caer en un victimismo, también demasiado habitual, sobre el constante ninguneo que sufre por la mayor parte de la historiografía oficial o la negación del papel que le corresponde en los estudios sobre los movimientos sociales. A nosotros nos corresponde, desde la honestidad y el trabajo, arrojar luz sobre un movimiento esforzado, como ningún otro, en dar respuesta a los problemas sociales y en profundizar en los diferentes ámbitos que abarca la capacidad humana. Vamos a comentar a continuación, algunas opiniones claramente ligeras y esquemáticas, pero hechas por personas corrientes, creemos que sin demasiados ánimos de desprestigiar, pero con todos los prejuicios que se quiera, y que siguen correspondiendo con seguidos a gran parte de las nuevas generaciones. Lejos de acusar o despreciar, lo que sólo conduce a la marginalidad, merece la pena seguir combatiendo los numerosos prejuicios que existen sobre el anarquismo; si una de las premisas fundamentales del mismo es el culto al conocimiento y cómo conduciría a la autoconsciencia y a la emancipación, es nuestra obligación ser coherentes y establecer una dinámica de aprendizaje mutuo con todos y cada uno de los seres humanos. De esta manera, con un conocimiento sólido de la materia que nos ocupe y con el añadido de nuestras continuas experiencias personales, es imposible mantenerse inmóviles en opiniones que pronto quedarán atrás.
En la primera versión publicada de este texto, aludíamos a un comentario pronunciado en cierto chat, con la autora de una biografía de Federica Montseny, y que servía muy bien de ejemplo e introducción de los numerosos prejuicios a los que tenemos que enfrentarnos al hablar de anarquismo: "una ideología que resultaba ridícula hoy día" (sic). Especialmente triste resulta el comentario, para empezar este modesto recorrido por el imaginario colectivo, y difícil es encontrar el lugar por dónde empezar a refutarlo. Diremos que existe un indudable triunfo moral -que se va reafirmando a medida que avanza la sociedad- para el anarquismo y los anarquistas y son, en nuestra opinión, los que han demostrado mayor justeza en sus juicios y acciones. Su búsqueda de la libertad, de la justicia y del conocimiento, profundizando y superando el dogma y los convencionalismos hace que, al menos, merezcan un respeto a la hora de establecer un juicio serio.
Otro comentario muy extendido, aquí tal vez más habitual en personas de mentalidad progresista -aunque habría que tratar de dar una definición sólida a dicho término-, es el de que "el anarquismo es un ideal bello pero resulta una utopía". El argumento, quizás contaminado por lo habitual que resulta, no da lugar a una conversación demasiado seria; históricamente, no hay un solo anarquismo y, así, se puede opinar e incluso tener una bonita discusión científica o económica sobre que, por ejemplo, una concreción anarquista como es el colectivismo tal y como lo expuso por primera vez Bakunin resulta irrealizable -que es el significado que se le quiere dar a la palabra utopía la mayor parte de las veces- o anacrónica pero hablar, así en general, sobre si una sociedad sin Estado es posible, y que tenga continuidad en el tiempo, requiere una preparación que nos sobrepasa -incluso, probablemente estando dotado de dotes precognitivas que no tenemos las personas normales-. Hablamos de una sociedad sin Estado pero, claro está, mucho más. Las sociedades sin Estado han existido durante gran parte de la historia de la humanidad pero la cuestión estriba en la construcción de una sociedad donde no exista una clase dirigente y el mínimo de delegación, una sociedad libertaria con todo lo que conlleva la tradición ácrata -aquí, la confianza en el conocimiento y la heterodoxia del anarquismo resultan de vital importancia- sujeto, por supuesto, a una constante evolución, a nuevas respuestas que da la misma experiencia -otro punto de vista importantísimo en el anarquismo es su negación de una teoría cerrada dejando un campo libre para lo empírico-. ¿Resulta esto una utopía? Está claro que no es esa la cuestión, sino el grado de dificultad que suponga su construcción y no creo que nadie afirme que resulte sencillo, incluso ante un supuesto vacío de Estado; y no se trata sólo de lamentarse por las circunstancias actuales y los numerosos enemigos que tiene el anarquismo sino, también, tratar de confirmar que la forma de ser más libres y más felices, de asentar la base de la sociedad libertaria, es combatiendo las instituciones y superestructuras con sus diferentes formas de dominación, sí, pero también huyendo, a nivel personal, del tutelaje, buscando el máximo de autonomía y aceptando que esa capacidad de progreso es posible en cada persona, sean cuales fueren sus circunstancias. Esto son, y nos adelantamos a otra acusación, bellas palabras, que queremos que se conviertan en realidad, por lo que quizá pueda calar algo en todas esas personas prejuiciosas con el anarquismo, que lo niegan como algo ridículo o irrealizable; si tratamos de no verlo como una ideología o, mucho menos, una doctrina y más como una filosofía o una moral, con su praxis cotidiana, el campo puede estar abonado para una sociedad mejor.
"Anacrónico", es otra palabra atribuida con frecuencia al ideal ácrata y, sin embargo, no puede estar, en nuestra opinión, más cargado de futuro; su búsqueda de justicia social y conciliación con la máxima libertad individual no tiene parangón con ninguna otra forma de organización social. Todo lo bueno que tiene nuestra democracia liberal -entendiendo esta palabra como una actitud de libertad y tolerancia en las relaciones humanas y dejando a un lado el sistema económico del que hablaremos más adelante- ya lo propugnó el anarquismo décadas antes de que los elementos reaccionarios fueran cediendo lentamente ante el progreso. ¿Dónde reside, pues, la extemporaneidad del anarquismo? Quizá vaya demasiado lejos al pensar que las teorías del milenarismo o de los rebeldes primitivos -como explicación a la fuerza del movimiento libertario, por ejemplo, en España- puede que tengan algo de culpa de esta nueva caricaturización o reduccionismo en la que se entra sin demasiada dificultad por parte de la opinión popular. La explicación más sencilla puede estar en ese razonamiento, al que se llega vía pensamiento único, de "el fin de la historia y de las ideologías"; es decir, no hay otra respuesta a la cuestión social o económica, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Afortunadamente, el tiempo acaba erosionado la estulticia y vamos percibiendo ya un soplo de aire fresco para estos nuevos dogmas que produce la adoración al llamado mercado libre. El anarcosindicalismo puede ser objeto también de este juicio negativo al considerarse el proletariado un concepto difuso en la sociedad posmoderna; discutible es esto, por supuesto, pero de nuevo tomamos una parte por el todo. La sindical es otra forma más de emancipación que traslada las herramientas de lucha del anarquismo -plena autonomía, asambleísmo, acción directa...- a la organización obrera y cuyo afán revolucionario es incuestionable sobre el papel pero que, en la práctica, ha dado lugar a conflictos y polémicas a los que no ha sido ajena la historia; se puede confiar, actualmente, en la fuerza o viabilidad de la opción anarcosindicalista, pero queremos contemplar el anarquismo como liberador de una manera más amplia superando la visión histórica de que una clase social concreta será la protagonista de la deseada revolución. No obstante, resultan indudables la precariedad laboral -que marca la plenitud de la vida de una persona- y la indefensión del trabajador frente al sistema capitalista, por lo que resulta primordial la labor de un sindicato auténticamente independiente, combativo y con metas revolucionarias..
Otro lugar común en las opiniones populares sobre anarquismo es considerarlo algo similar a otras ideologías "radicales" como el comunismo -o, concretando, a la praxis marxista ya que existe un comunismo libertario-, confirmado en muchas ocasiones por movimientos sociales que utilizan con alegría una iconografía perfectamente intercambiable a gusto del consumidor. Hay que decir que los anarquistas ya denunciaron y combatieron los regímenes totalitarios mucho antes de su caída definitiva; si la acción libertaria es la lucha contra el poder y su meta la destrucción definitiva del Estado, con mayor motivo se va a abominar de sistemas donde se confía en un poder totalizador magnánimo, por mucho que asegurara Marx que la perfección del Estado haría innecesaria su existencia. La historia esta ahí, y dejando a un lado las perversiones o desviaciones en las que algunos insisten todavía, es digno de reflexión el germen autoritario que puede llevar en su seno la doctrina marxista (confirmado posteriormente por el leninismo) y en el despotismo al que conduce su concreción política, cosa que ya vislumbró Bakunin en la I Internacional dando lugar a la corriente antiautoritaria del socialismo. Como se ve, desde un principio resulta imposible confundir ideas que son antitéticas, al menos en sus propuestas, y que dieron lugar a una bifurcación difícil de reconciliar; si algunos pensadores han hablado de un "marxismo libertario" es, quizá, por apertura y acercamiento de una doctrina más bien cerrada, con un afán excesivamente científico, al anarquismo, que siempre tendió al análisis, al libre examen y a hacerse preguntas antes que a dar respuestas definitivas. Hoy en día, insisto, el anarquismo posee un indiscutible -aunque resulte difuso y pocos lo acepten- triunfo moral al haber colocado la libertad como valor primordial y puede mirar con orgullo hacia adelante; el comunismo, supuestamente basado en las ideas de Marx, agoniza de forma patética y constituye todavía en algunos lugares del mundo una triste realidad.
Superado el desastre que supusieron los sistemas totalitarios, el anarquismo debe dar respuestas en su afán socializador antiestatalista; otra gran preocupación en las personas es la de una propuesta sólida y moderna de economía que garantice el bienestar -las propuestas históricas libertarias pueden resultar un estupendo referente, pero sería bueno estudiar las complejidades de la actual globalización capitalista para combatirla en profundidad, cosa que también realizaron los grandes pensadores libertarios en su momento-. Esto constituye, quizás, una gran asignatura pendiente para convencer de que es posible una alternativa liberadora frente a un sistema que, entre sus grandes capacidades, además de mantener las relaciones de poder, está la inculcación de que no es posible cuestionar el estado de las cosas. Es fácil denunciar que seguimos siendo, en gran medida, esclavos de un sistema económico desigualitario, depredador, alienante, capaz de fabricar mentes sumisas gracias a constantes "opios del pueblo" y a una política del "pan y circo", que han demostrado tener muchos más recursos y lugares que los tradicionales de la iglesia y la taberna, gracias, en gran medida, a una revolución tecnológica que, lejos de desestimarla como alienadora como manifiestan algunos, debe ser puesta al servicio de las premisas libertarias.
La caricatura o el desprestigio se han volcado en la tesis y el prurito anarquistas pero, como ya hemos mencionado en el texto, hay que tratar de superar esta actitud de lamentación constante, siempre apoyada en las perversidades del sistema y de tantas personas, que no es más que otra forma de aceptar una derrota que puede que, técnicamente, se haya dado en la historia pero que resulta inasumible a efectos morales. El anarquismo, para seguir resultando coherente consigo mismo, debe mirar hacia delante y someterse a una renovación constante en su, supuesto, armazón teórico -ya hemos mencionado nuestro rechazo a la palabra ideología pero es indudable que resulta un conjunto de ideas y valores, con unas premisas antiautoritarias básicas y todo lo flexible que se quiera-. Diríamos que, si bien la tradición ácrata es de una riqueza incuestionable a la que se puede acudir por muchos motivos, tratáramos de ser críticos también con la visión anarquista clásica, que nace y se desarrolla en el siglo XIX, debido, no a su anacronismo, sino a la necesidad de nuevos análisis y respuestas. El estudio y la divulgación histórica parece fundamental, pero hay que eludir el peligro de que ello suponga un obstáculo para el progreso dentro de la heterodoxia del anarquismo.
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