¿Qué hay de cierto en lo que aseguran los pensadores
posmodernos? La posmodernidad se caracteriza por la crítica a cualquier
discurso totalizante, algo que debería poner en cuestión a las
religiones y a todo tipo de dogmatismo. Lejos de esto, lo que llaman
"época posmoderna" ha abierto la puerta a toda suerte de creencias
espirituales y seudocientíficas. ¿Existe algo llamado "anarquismo"
posmoderno? Defendemos que las ideas libertarias, con su huida de toda
solución definitiva y de toda trascendencia, y con su convicción en la
transformación de la vida para abrir nuevas posibilidades inmanentes,
han sido la excepción entre las corrientes surgidas en la modernidad
La llamada posmodernidad ha aumentado la sospecha sobre la razón, que ya iniciaron otros autores en los dos últimos siglos. El cuestionamiento del racionalismo moderno ha desembocado, en gran medida, en un abierto desencanto de la razón. Si se llegó a confiar en la existencia de un "mundo verdadero", por encima de las meras experiencias, en una realidad última o fundamento, ahora los posmodernos consideran que solo es posible un "pensamiento débil" que conduce al relativismo. Lo paradójico es que la religión, que se afana también en la búsqueda de esa "realidad última", de un absoluto, debería ser lo más opuesto a los rasgos que presenta la posmodernidad. Lyotard, autor en los años 70 de conocidos ensayos sobre la posmodernidad, consideró que los relatos religiosos configuran la visión del mundo, es decir, lo que puede decirse dentro de una determinada cultura; así, la religión supondría también uno de esos grandes discursos o metarrelatos denunciables por la posmodernidad. Sin embargo, al denunciar también la razón como constructora de la realidad, al considerarla también como un "absoluto", se produce cierto respeto por el misterio presente en la inescrutable pluralidad de lo real y se prima la experiencia sobre el conocimiento para abordar las grandes cuestiones de la vida.
Alguien dijo que esa necesaria deconstrucción posmoderna de los grandes ídolos fabricados por la humanidad, había dejado el altar vacío, por lo que no tardaba en erigirse alguno nuevo fundamentado en la irracionalidad. Es decir, podemos estar de acuerdo en la crítica al absoluto, fundamento del autoritarismo, se presente como se presente, y a la pretensión de agotar todo el conocimiento sobre la realidad (algo que la ciencia, objeto de las críticas posmodernas al considerarla un discurso más sobre la realidad, no puede ni debe hacer), pero de ninguna manera es aceptable el abandono de la razón crítica y la introducción a una relativismo radical. Por otra parte, hay que aceptar que el pensamiento religioso tradicional, con sus pretensiones dogmáticas objetivas, ha dejado paso, en gran medida, a una fe basada en la experiencia individual más acorde con los rasgos posmodernos que hemos tratado. Por supuesto, no estamos de acuerdo con los que argumentan que la anulación de lo sagrado tradicional explica la apertura de algunas personas a aberraciones "espiritualistas" y seudocientíficas; tampoco con ese otro, en la misma línea, de que el vaciamiento de misterio de la religión conduce a lo banal y a lo esotérico. Consideramos que todos estos argumentos religiosos, que consideran que el ser humano busca irremediablemente un sentido "trascendente" a una vida finita, son tremendamente reduccionistas y herederos de una vieja tradición.
Recapitulando, recordemos que el pensamiento posmoderno supone una crítica radical a todo proyecto y normativa histórica totalizante; así, el enemigo es, tanto la modernidad como cualquier otro proyecto de estas características, con pretensiones globalizantes y de orientación general en la vida. Alguien definió la posmodernidad como una suerte de nihilismo sin pretensión alguna; ya hemos visto que esto no es siempre así y se abre la puerta a nuevas formas de religiosidad, de abandono al misterio y de abierta irracionalidad. Se ha querido ver, dentro los pensadores posmodernos, una reivindicación de Nietzsche: un nihilismo que suponga la desaparición de Dios y de su rastro. Cierto ateísmo, en la órbita de Feuerbach, Marx o Freud, lo que hacía es arrebatar a Dios unos valores para entregárselos a la humanidad; una especie de reacción humanista frente a la concepción alienante de la divinidad y la religión. Este proyecto humanista conllevaba unos ideales culturales y sociales en los que el ser humano era ya realmente el responsable de la nueva edificación terrenal; se hacía especial énfasis en la organización racional de la sociedad, en el conocimiento científico y en la política para lograr una mayor libertad y la emancipación social.
Sin embargo, la posmodernidad ha supuesto poner en cuestión este proyecto humanista. El ateísmo posmoderno no quiera acabar con Dios para entronizar o glorificar al hombre, supone un nihilismo positivo en el que el fin de la divinidad y de los valores supremos abre nuevas potencialidades. Desde nuestro punto de vista, que tantas veces hemos reivindicado la línea de la razón crítica humanista de Feuerbach y Bakunin, también advertimos sobre la necesidad de la tensión nihilista fundada en un Stirner o en un Nietzsche para superar cualquier tentación intelectualmente totalizante y políticamente totalitaria. ¿Qué tiene que decir el anarquismo a todo esto? Aceptando que hay que tener en cuanta algunos de los rasgos posmodernos, no consideramos adecuado colocar un apelativo al anarquismo como posmoderno si ello supone la renuncia a toda conexión histórica. Y esto es así porque hay que considerar al anarquismo como la excepción dentro de las corrientes políticas e ideológicas surgidas en la modernidad; su aspiración antiautoritaria, su renuncia a todo dogmatismo y su confianza en la experiencia como camino para una sociedad mejor nos conducen a ello. El anarquismo, huelga decirlo, no es un sistema cerrado creado de una vez, no posee todas las soluciones para los problemas humanos ni cree en verdades absolutas; a pesar de la confianza en el progreso y en el en el perfeccionamiento del conocimiento que pudieran tener, esta postura ya existía en los pensadores ácratas decimonónicos. Incluso, Malatesta consideró la anarquía como un bello ideal, pero variable y transformable según las interpretaciones de la realidad histórica; el anarquismo supone un medio para transformar la vida y la sociedad, pero siempre con la puerta abierta a varias soluciones buscando las mejores en la medida de lo posible.
Así pues, el anarquismo no ha tenido ni tiene ninguna pretensión "totalizante", objeto de las críticas de los posmodernos. El anarquismo no es, por supuesto, una religión y podemos discutir hasta qué punto es "solo" una ideología; creo que puede afirmarse que siempre se ha huido de un idealismo de corte espiritual o religioso, que juzga la vida terrena según una supuesta realidad superior (incluida una utopía trasladable a un hipotético futuro). En definitiva, el anarquismo confió siempre, frente a la trascendencia, en las posibilidades de la inmanencia; desde este punto de vista, nada debe proceder del exterior, se llame Dios, Ley o Estado. Incluso, Bakunin, precisó que lo que entendía por naturaleza era "la suma de las transformaciones reales de las cosas"; todo en la vida es movimiento y acción, "ser no significa otra cosa que hacer". Creo que esta postura es inherente a todo anarquista que se precie, la convicción en la permanente transformación de la vida; desde este punto de vida, lo posible es algo ya real. Frente a toda respuesta dada para siempre y a todo realidad última, de corte trascendente, el anarquismo abre la puerta a una infinidad de posibilidades inmanentes basadas en la libre experimentación.
A modo de conclusión, defendemos en este texto como punto de partida la tradición de la razón crítica iniciada en la modernidad y continuada en el anarquismo; aceptamos la tensión nihilista de los postulados de un Stirner, en base al desarrollo de la personalidad individual, no como construcción de un nuevo absoluto basado en el yo, ya que el mismo está inevitablemente vinculado a la vida social, ni como destrucción total de los valores, sino como una permanente puesta al día de los mismos; aceptando algunas de las críticas posmodernas, como son la crítica radical a cualquier discurso totalizante y a cualquier absoluto (todo en la existencia está sujeto a la concurrencia de todas las partes, de ahí la noción de solidaridad), consideramos que el anarquismo nunca tuvo tal pretensión con su convicción en la permanente transformación y su renuncia a toda solución definitiva. Por otra parte, frente a todo valor trascendente, que se derivaría de una realidad superior o de una mundo de las ideas (al modo fundado en Platón), se apuesta por ampliar el horizonte a múltiples posibilidades inmanentes de corte antiautoritario.
La llamada posmodernidad ha aumentado la sospecha sobre la razón, que ya iniciaron otros autores en los dos últimos siglos. El cuestionamiento del racionalismo moderno ha desembocado, en gran medida, en un abierto desencanto de la razón. Si se llegó a confiar en la existencia de un "mundo verdadero", por encima de las meras experiencias, en una realidad última o fundamento, ahora los posmodernos consideran que solo es posible un "pensamiento débil" que conduce al relativismo. Lo paradójico es que la religión, que se afana también en la búsqueda de esa "realidad última", de un absoluto, debería ser lo más opuesto a los rasgos que presenta la posmodernidad. Lyotard, autor en los años 70 de conocidos ensayos sobre la posmodernidad, consideró que los relatos religiosos configuran la visión del mundo, es decir, lo que puede decirse dentro de una determinada cultura; así, la religión supondría también uno de esos grandes discursos o metarrelatos denunciables por la posmodernidad. Sin embargo, al denunciar también la razón como constructora de la realidad, al considerarla también como un "absoluto", se produce cierto respeto por el misterio presente en la inescrutable pluralidad de lo real y se prima la experiencia sobre el conocimiento para abordar las grandes cuestiones de la vida.
Alguien dijo que esa necesaria deconstrucción posmoderna de los grandes ídolos fabricados por la humanidad, había dejado el altar vacío, por lo que no tardaba en erigirse alguno nuevo fundamentado en la irracionalidad. Es decir, podemos estar de acuerdo en la crítica al absoluto, fundamento del autoritarismo, se presente como se presente, y a la pretensión de agotar todo el conocimiento sobre la realidad (algo que la ciencia, objeto de las críticas posmodernas al considerarla un discurso más sobre la realidad, no puede ni debe hacer), pero de ninguna manera es aceptable el abandono de la razón crítica y la introducción a una relativismo radical. Por otra parte, hay que aceptar que el pensamiento religioso tradicional, con sus pretensiones dogmáticas objetivas, ha dejado paso, en gran medida, a una fe basada en la experiencia individual más acorde con los rasgos posmodernos que hemos tratado. Por supuesto, no estamos de acuerdo con los que argumentan que la anulación de lo sagrado tradicional explica la apertura de algunas personas a aberraciones "espiritualistas" y seudocientíficas; tampoco con ese otro, en la misma línea, de que el vaciamiento de misterio de la religión conduce a lo banal y a lo esotérico. Consideramos que todos estos argumentos religiosos, que consideran que el ser humano busca irremediablemente un sentido "trascendente" a una vida finita, son tremendamente reduccionistas y herederos de una vieja tradición.
Recapitulando, recordemos que el pensamiento posmoderno supone una crítica radical a todo proyecto y normativa histórica totalizante; así, el enemigo es, tanto la modernidad como cualquier otro proyecto de estas características, con pretensiones globalizantes y de orientación general en la vida. Alguien definió la posmodernidad como una suerte de nihilismo sin pretensión alguna; ya hemos visto que esto no es siempre así y se abre la puerta a nuevas formas de religiosidad, de abandono al misterio y de abierta irracionalidad. Se ha querido ver, dentro los pensadores posmodernos, una reivindicación de Nietzsche: un nihilismo que suponga la desaparición de Dios y de su rastro. Cierto ateísmo, en la órbita de Feuerbach, Marx o Freud, lo que hacía es arrebatar a Dios unos valores para entregárselos a la humanidad; una especie de reacción humanista frente a la concepción alienante de la divinidad y la religión. Este proyecto humanista conllevaba unos ideales culturales y sociales en los que el ser humano era ya realmente el responsable de la nueva edificación terrenal; se hacía especial énfasis en la organización racional de la sociedad, en el conocimiento científico y en la política para lograr una mayor libertad y la emancipación social.
Sin embargo, la posmodernidad ha supuesto poner en cuestión este proyecto humanista. El ateísmo posmoderno no quiera acabar con Dios para entronizar o glorificar al hombre, supone un nihilismo positivo en el que el fin de la divinidad y de los valores supremos abre nuevas potencialidades. Desde nuestro punto de vista, que tantas veces hemos reivindicado la línea de la razón crítica humanista de Feuerbach y Bakunin, también advertimos sobre la necesidad de la tensión nihilista fundada en un Stirner o en un Nietzsche para superar cualquier tentación intelectualmente totalizante y políticamente totalitaria. ¿Qué tiene que decir el anarquismo a todo esto? Aceptando que hay que tener en cuanta algunos de los rasgos posmodernos, no consideramos adecuado colocar un apelativo al anarquismo como posmoderno si ello supone la renuncia a toda conexión histórica. Y esto es así porque hay que considerar al anarquismo como la excepción dentro de las corrientes políticas e ideológicas surgidas en la modernidad; su aspiración antiautoritaria, su renuncia a todo dogmatismo y su confianza en la experiencia como camino para una sociedad mejor nos conducen a ello. El anarquismo, huelga decirlo, no es un sistema cerrado creado de una vez, no posee todas las soluciones para los problemas humanos ni cree en verdades absolutas; a pesar de la confianza en el progreso y en el en el perfeccionamiento del conocimiento que pudieran tener, esta postura ya existía en los pensadores ácratas decimonónicos. Incluso, Malatesta consideró la anarquía como un bello ideal, pero variable y transformable según las interpretaciones de la realidad histórica; el anarquismo supone un medio para transformar la vida y la sociedad, pero siempre con la puerta abierta a varias soluciones buscando las mejores en la medida de lo posible.
Así pues, el anarquismo no ha tenido ni tiene ninguna pretensión "totalizante", objeto de las críticas de los posmodernos. El anarquismo no es, por supuesto, una religión y podemos discutir hasta qué punto es "solo" una ideología; creo que puede afirmarse que siempre se ha huido de un idealismo de corte espiritual o religioso, que juzga la vida terrena según una supuesta realidad superior (incluida una utopía trasladable a un hipotético futuro). En definitiva, el anarquismo confió siempre, frente a la trascendencia, en las posibilidades de la inmanencia; desde este punto de vista, nada debe proceder del exterior, se llame Dios, Ley o Estado. Incluso, Bakunin, precisó que lo que entendía por naturaleza era "la suma de las transformaciones reales de las cosas"; todo en la vida es movimiento y acción, "ser no significa otra cosa que hacer". Creo que esta postura es inherente a todo anarquista que se precie, la convicción en la permanente transformación de la vida; desde este punto de vida, lo posible es algo ya real. Frente a toda respuesta dada para siempre y a todo realidad última, de corte trascendente, el anarquismo abre la puerta a una infinidad de posibilidades inmanentes basadas en la libre experimentación.
A modo de conclusión, defendemos en este texto como punto de partida la tradición de la razón crítica iniciada en la modernidad y continuada en el anarquismo; aceptamos la tensión nihilista de los postulados de un Stirner, en base al desarrollo de la personalidad individual, no como construcción de un nuevo absoluto basado en el yo, ya que el mismo está inevitablemente vinculado a la vida social, ni como destrucción total de los valores, sino como una permanente puesta al día de los mismos; aceptando algunas de las críticas posmodernas, como son la crítica radical a cualquier discurso totalizante y a cualquier absoluto (todo en la existencia está sujeto a la concurrencia de todas las partes, de ahí la noción de solidaridad), consideramos que el anarquismo nunca tuvo tal pretensión con su convicción en la permanente transformación y su renuncia a toda solución definitiva. Por otra parte, frente a todo valor trascendente, que se derivaría de una realidad superior o de una mundo de las ideas (al modo fundado en Platón), se apuesta por ampliar el horizonte a múltiples posibilidades inmanentes de corte antiautoritario.
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