No es fácil dar una definición de fascismo, al menos como fenómeno
general, y sin embargo es una palabra de uso común en los movimientos
sociales (no tanto en el mundo político, seguramente por la herencia que
sigue existiendo en España). Como a mí me gusta mucho concretar, sin
ánimo de ser demasiado riguroso y aceptando la dificultad de hilar muy
fino al respecto, veamos si podemos lanzar unas cuantas reflexiones.
Con la palabra en cuestión, se alude a los fascismos europeos de la primera mitad del siglo XX, pero también a todo movimiento de ultraderecha y, tantas veces, descubrimos el fascismo en otros movimientos. A nivel personal, la indudable predisposición sicológica de algunos individuos al autoritarismo hace que le cataloguemos rápidamente con la palabreja. Determinados intereses políticos llevan a que se reduzca el fenómeno a otra manifestación totalitaria, cosa que conduce a equipararlo con cualquier otro régimen de esas características, como es el caso de los países llamados socialistas (pueden encontrarse puntos en común en un primer vistazo, pero no es posible meterlo todo en el mismo saco de manera simplista). Los fascismos supusieron un retorno a la tiranía en Europa después de los movimientos democráticos del siglo XIX, y de alguna manera beben en parte de esa misma democracia al igual que de los movimientos obreros de izquierda (recordemos que, a pesar de que se reduce el nombre a nazismo, en Alemania adoptó el nombre de nacional-socialismo).
Con la palabra en cuestión, se alude a los fascismos europeos de la primera mitad del siglo XX, pero también a todo movimiento de ultraderecha y, tantas veces, descubrimos el fascismo en otros movimientos. A nivel personal, la indudable predisposición sicológica de algunos individuos al autoritarismo hace que le cataloguemos rápidamente con la palabreja. Determinados intereses políticos llevan a que se reduzca el fenómeno a otra manifestación totalitaria, cosa que conduce a equipararlo con cualquier otro régimen de esas características, como es el caso de los países llamados socialistas (pueden encontrarse puntos en común en un primer vistazo, pero no es posible meterlo todo en el mismo saco de manera simplista). Los fascismos supusieron un retorno a la tiranía en Europa después de los movimientos democráticos del siglo XIX, y de alguna manera beben en parte de esa misma democracia al igual que de los movimientos obreros de izquierda (recordemos que, a pesar de que se reduce el nombre a nazismo, en Alemania adoptó el nombre de nacional-socialismo).
Pero, por otra parte y sin que apenas se insista
en ello, hay que recordar que el fascismo es una utilización, de la
derecha y de las clases privilegiadas, de elementos revolucionarios
precisamente para actuar en sentido contrario y frenar todo movimiento
auténticamente socialista y transformador. Otro asunto es que la
situación se les escapara de las manos y que en algunos momentos
históricos esa propia derecha haya tenido que enfrentarse al fascismo y
aliarse con la izquierda. Creo que es importante señalar esa condición
seudorrevolucionaria e instrumentalizadora del fascismo, que encubre una
intención acaparadora de la militancia obrera para acabar con toda
consciencia y organización, hasta el punto de que haya usado un lenguaje
propio de la izquierda radical (anticapitalismo, a veces laicismo...) e
incluso mencionando a ciertos pensadores socialistas no marxistas.
No obstante, el fascismo no ha solido esconder su fuerte nacionalismo y ha recabado la más fuerte tradición de la patria: el fascismo italiano hundía sus raíces en la Antigua Roma tomando prestados sus emblemas, la Alemania nazi invocaba la grandeza de raza y adoptó la esvástica de un símbolo indoeuropeo. En este aspecto, que puede extenderse a toda forma de nacionalismo, se contrarresta el internacionalismo proletario propio de los orígenes. El nacionalismo es claro en el fascismo, pero como ocurre con el mismo concepto político de nación, se produce cierta confusión, ya que se apodera de rasgos y arquetipos muy diferentes según el país que se trate.
El fascismo es profundamente antidemocrático, ya que considera la democracia como un mero disfraz, pero puede aludir a los rasgos plutocráticos, oligárquicos o capitalistas de la propia democracia. Para substituirla, adopta formas propias de ella como es el caso del Parlamento, pero sin miembros elegidos directamente, sino a través de instituciones que se consideran orgánicas e inmanentes: agrupaciones familiares o profesionales, núcleos municipales, gremios o sindicatos (el conocido corporativismo del fascismo italiano). En la cúspide de esa corporación siempre hay un jefe carismático con los máximos poderes y se practica un fuerte culto a la personalidad. El régimen fascista es tremendamente duro, con una fuerte policía política, con censura de la prensa, tribunales políticos (no existe separación de poderes) y duras puniciones gubernativas y administrativas; asimismo, y en la medida que su condición de lo permite, suele tender a la expansión territorial y la conquista, al racismo y exalta la guerra como un valor absoluto.
Se tiende en esos regímenes al proteccionismo por un lado, ya que el Estado vela por todos, y por otro se pretende el constante adoctrinamiento haciendo que cada persona forme parte de una organización desde corta edad. La renuncia suele ser otro de los rasgos del fascismo, una cierta mística y un ascetismo que seguramente encubren el deseo de que el obrero no aspire a una vida mejor y más plena en todos los ámbitos. Los placeres de los que debería disfrutar cada ser humano son sustituidos por la alegría del servicio, las grandes reuniones colectivas, los desfiles, los cánticos y cierto culto a la destrucción. Aunque estrictamente la dictadura de Franco puede que no deba calificarse de fascista (el verdadero fascismo era en realidad el de Falange, copiado del italiano), debido a su tradición católica, también puede verse como uno de los rasgos nacionalistas que hunden sus raíces en la historia de la patria; en cualquier caso, vemos que muchos rasgos son propios de esa dictadura conservadora. Hay quien ha calificado de esa manera al fascismo: dictadura de derechas creada en un momento muy concreto para anular la lucha de clases. No es una mala definición. Por otra parte, y desgraciadamente, muchos de esos rasgos totalitarios (culto a la personalidad, nacionalismo, jerarquización, adoctrinamiento...) son compartidos por unos regímenes socialistas supuestamente fundados en la igualdad de clases. El fascismo es hijo de la derecha, y así hay que recordarlo, aunque sus rasgos se muestren en otros movimientos autoritarios.
Después de este pequeño análisis, susceptible por supuesto de todos los matices que se quieran, es importante encontrar la herencia fascista en nuestras sociedades industrializadas. Lanzo una cuestión, que me parece importante para una cultura política de amplio horizonte, y es indagar en el sistema de ideas que, verdaderamente, se opone al fascismo (entendido de manera plena, no con simples vaguedades para legitimar una débil democracia sucumbida al poder económico). Otras veces se ha querido definir al fascismo simplemente como la antítesis de la democracia liberal; precisamente, hay que preguntarse por el verdadero sentido, tanto de la democracia (solo entiendo esta palabra como emancipación política y económica, por lo que no voy a coincidir con todo el mundo), como del liberalismo (aunque habría mucho que hablar al respecto, muchos anarquistas clásicos se consideraban los auténticos portadores de ese concepto); un tercer opositor sería el socialismo, aunque haya sido demonizado debido a su acaparación por el propio fascismo y por el autoritarismo de izquierda.
Todo este análisis político me vale también para lanzar otra reflexión de naturaleza más social y sicológica. Se trata de la llamada "doctrina del liderazgo", que está detrás de todo movimiento autoritario (el ansia de poder tiene su concreción más evidente en el fascista), y que hoy se muestra tal vez más canalizada por la cultura empresarial (y de forma menos evidente, ya que la coerción adopta formas más o menos sutiles). Por supuesto que existen causas económicas e históricas que dieron lugar al fenómeno fascista (y a cualquier otra circunstancia política), pero hay que recordar a Fromm y su insistencia en las causas sicológicas para que el ser humano entregue su libertad a fuerzas que le superan. En un régimen totalitario, las ansias de libertad son grotescamente anuladas, pero en otros sistemas menos autoritarios, los mecanismos de control se muestran más dispersos y encuentran su acomodo tal vez en las condiciones sicológicas individuales. Si reflexionamos, rara vez se ha sentido de manera plena esas ganas de conquistar la libertad en la historia, y cuando ocurre, no tarda demasiado en caerse en algún otro sistema de control. El miedo a la libertad de Fromm continúa, latente o patente, aunque siempre existan individuos que se rebelan contra toda forma autoritaria invocando una nueva energía libertaria que tenga como cimiento social la fraternidad universal. Esa energía es tan poderosa que puede arrastrar cualquier tentación totalitaria y autoritaria. Ese es el camino.
No obstante, el fascismo no ha solido esconder su fuerte nacionalismo y ha recabado la más fuerte tradición de la patria: el fascismo italiano hundía sus raíces en la Antigua Roma tomando prestados sus emblemas, la Alemania nazi invocaba la grandeza de raza y adoptó la esvástica de un símbolo indoeuropeo. En este aspecto, que puede extenderse a toda forma de nacionalismo, se contrarresta el internacionalismo proletario propio de los orígenes. El nacionalismo es claro en el fascismo, pero como ocurre con el mismo concepto político de nación, se produce cierta confusión, ya que se apodera de rasgos y arquetipos muy diferentes según el país que se trate.
El fascismo es profundamente antidemocrático, ya que considera la democracia como un mero disfraz, pero puede aludir a los rasgos plutocráticos, oligárquicos o capitalistas de la propia democracia. Para substituirla, adopta formas propias de ella como es el caso del Parlamento, pero sin miembros elegidos directamente, sino a través de instituciones que se consideran orgánicas e inmanentes: agrupaciones familiares o profesionales, núcleos municipales, gremios o sindicatos (el conocido corporativismo del fascismo italiano). En la cúspide de esa corporación siempre hay un jefe carismático con los máximos poderes y se practica un fuerte culto a la personalidad. El régimen fascista es tremendamente duro, con una fuerte policía política, con censura de la prensa, tribunales políticos (no existe separación de poderes) y duras puniciones gubernativas y administrativas; asimismo, y en la medida que su condición de lo permite, suele tender a la expansión territorial y la conquista, al racismo y exalta la guerra como un valor absoluto.
Se tiende en esos regímenes al proteccionismo por un lado, ya que el Estado vela por todos, y por otro se pretende el constante adoctrinamiento haciendo que cada persona forme parte de una organización desde corta edad. La renuncia suele ser otro de los rasgos del fascismo, una cierta mística y un ascetismo que seguramente encubren el deseo de que el obrero no aspire a una vida mejor y más plena en todos los ámbitos. Los placeres de los que debería disfrutar cada ser humano son sustituidos por la alegría del servicio, las grandes reuniones colectivas, los desfiles, los cánticos y cierto culto a la destrucción. Aunque estrictamente la dictadura de Franco puede que no deba calificarse de fascista (el verdadero fascismo era en realidad el de Falange, copiado del italiano), debido a su tradición católica, también puede verse como uno de los rasgos nacionalistas que hunden sus raíces en la historia de la patria; en cualquier caso, vemos que muchos rasgos son propios de esa dictadura conservadora. Hay quien ha calificado de esa manera al fascismo: dictadura de derechas creada en un momento muy concreto para anular la lucha de clases. No es una mala definición. Por otra parte, y desgraciadamente, muchos de esos rasgos totalitarios (culto a la personalidad, nacionalismo, jerarquización, adoctrinamiento...) son compartidos por unos regímenes socialistas supuestamente fundados en la igualdad de clases. El fascismo es hijo de la derecha, y así hay que recordarlo, aunque sus rasgos se muestren en otros movimientos autoritarios.
Después de este pequeño análisis, susceptible por supuesto de todos los matices que se quieran, es importante encontrar la herencia fascista en nuestras sociedades industrializadas. Lanzo una cuestión, que me parece importante para una cultura política de amplio horizonte, y es indagar en el sistema de ideas que, verdaderamente, se opone al fascismo (entendido de manera plena, no con simples vaguedades para legitimar una débil democracia sucumbida al poder económico). Otras veces se ha querido definir al fascismo simplemente como la antítesis de la democracia liberal; precisamente, hay que preguntarse por el verdadero sentido, tanto de la democracia (solo entiendo esta palabra como emancipación política y económica, por lo que no voy a coincidir con todo el mundo), como del liberalismo (aunque habría mucho que hablar al respecto, muchos anarquistas clásicos se consideraban los auténticos portadores de ese concepto); un tercer opositor sería el socialismo, aunque haya sido demonizado debido a su acaparación por el propio fascismo y por el autoritarismo de izquierda.
Todo este análisis político me vale también para lanzar otra reflexión de naturaleza más social y sicológica. Se trata de la llamada "doctrina del liderazgo", que está detrás de todo movimiento autoritario (el ansia de poder tiene su concreción más evidente en el fascista), y que hoy se muestra tal vez más canalizada por la cultura empresarial (y de forma menos evidente, ya que la coerción adopta formas más o menos sutiles). Por supuesto que existen causas económicas e históricas que dieron lugar al fenómeno fascista (y a cualquier otra circunstancia política), pero hay que recordar a Fromm y su insistencia en las causas sicológicas para que el ser humano entregue su libertad a fuerzas que le superan. En un régimen totalitario, las ansias de libertad son grotescamente anuladas, pero en otros sistemas menos autoritarios, los mecanismos de control se muestran más dispersos y encuentran su acomodo tal vez en las condiciones sicológicas individuales. Si reflexionamos, rara vez se ha sentido de manera plena esas ganas de conquistar la libertad en la historia, y cuando ocurre, no tarda demasiado en caerse en algún otro sistema de control. El miedo a la libertad de Fromm continúa, latente o patente, aunque siempre existan individuos que se rebelan contra toda forma autoritaria invocando una nueva energía libertaria que tenga como cimiento social la fraternidad universal. Esa energía es tan poderosa que puede arrastrar cualquier tentación totalitaria y autoritaria. Ese es el camino.
1 comentario:
Si tuviera que definir al fascismo de manera breve, yo diría que, sustancialmente, es la unión del Estado y la oligarquía para ejercer el Poder.
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