domingo, 27 de mayo de 2018

El construccionismo social y la perspectiva transformadora

¿Qué es el construccionismo social? Es a mediados de la década de los años 80 del siglo XX, aunque lo antecedentes se encuentran a finales de los años 60 y principios de los 70, cuando esa expresión alcanza notoriedad pública y lleva a convertirse de manera definitiva en una nueva propuesta dentro de la psicología social; no obstante, para comprenderla es necesario extender la mirada hacia lo que estaba ocurriendo en el pensamiento, en general, y en la vida social.

En definitiva, es cierto contexto intelectual el que propicia el enriquecimiento y aceptación de lo que se conoce como socioconstruccionismo o construccionismo social, el cual denuncia la nula implicación social y escasa utilidad práctica de la investigación psicosociológica; Kenneth Gergen definirá esta nueva expresión socioconstrucionista como un "movimiento", "un conjunto de elementos teóricos en progresión, laxo, abierto y con contornos cambiantes e imprecisos, más que como una doctrina teórica fuertemente coherente y bien estabilizada". No es, por lo tanto, un producto acabado ni posee una dimensión instituida; buscando un símil, sería más un archipiélago, en cierta medida disperso, que un sólido continente teórico. Tal y como señala Tomás Ibáñez, tampoco es posible entender las razones de la rápida difusión y consolidación del socioconstruccionismo sin observar el contexto social del último cuarto del siglo XX; existe una nueva configuración de la identidad, nuevos ejercicios del poder y nuevos movimientos sociales, así como prácticas.
El construccionismo social rompe con los presupuestos heredados en la concepción científica, por lo que se encontraría de alguna manera vinculado al tránsito de la modernidad a la posmodernidad; lo que aporta a la psicología social es una nueva sensibilidad crítica, ensancha los espacios de legitimación de esta disciplina para producir nuevos y legítimos conocimientos, provoca la relación con otros disciplinas (sociología, antropología, filosofía, lingüistica...), aporta elementos sustanciales a las investigaciones psicosociales (en cuestiones de identidad, la subjetividad o la discriminación, entre otras), aumenta el grado de sensibilidad política dentro de las prácticas de la psicología social y constituye una red importante de soportes de publicación susceptibles de acoger textos que no encajan en los cánones de la disciplina. No obstante, Tomás Ibáñez también señala una serie de debilidades en el construccionismo social, como son su propia flexibilidad, que vendría a ser un arma de doble filo; ello provoca que a veces se convierta en tierra de asilo para todo aquello que se excluye de la psicología social estándar.

Hay que considerar la realidad social como el resultado de las prácticas humanas; los fenómenos sociales son producciones que se sitúan históricamente y que cambian con las nuevas épocas. Así, el conocimiento que elabora la psicología social es igualmente cambiante, ya que las características de los objetos que estudia también se transforman. Se produce entonces un proceso de deconstrucción, ya que las obras de la disciplina son efímeras, es necesario evitar la aceptación de conocimientos que son caducos. En ese proceso de deconstrucción se debe dar cuenta de su genealogía, ya que los fenómenos sociales tienen memoria y sus características actuales no son independientes de su origen constitutivo; no obstante, la genealogía es cambiante también, ya que se modifica a medida que se producen acontecimientos posteriores, lo que supone que el conocimiento del fenómeno sea necesariamente cambiante. En definitiva, se reconoce que el conocimiento sobre la sociedad está en la misma sociedad, por lo que desaparece la distinción entre sujeto y objeto; desde esta punto de vista, habría que abandonar la creencia en una supuesta objetividad de los saberes psicosociales. Existe una consecuencia política indiscutible si aceptamos que los conocimientos científicos transforman la realidad social y consideramos que aquellos no son nunca "neutrales": el psicólogo social deberá interrogarse permanentemente sobre los conocimientos que produce para conocer cuáles son las formas sociales que contribuye a reforzar o a subvertir, y saber entonces a qué intereses está sirviendo.

Tomás Ibáñez se propone deconstruir la pretensión de la psicología de constituir un conocimiento tan científico como sea posible acerca de la realidad (lo que sería una objetividad que conduce a la psicología a convertirse en un dispositivo autoritario que dice a las personas la verdad de su ser). Con ello quiere dejar en evidencia dos ingenuidades: la primera es la creencia en la existencia de una realidad independiente de nuestro modo de acceso a la misma (la realidad psicológica sería la que es con independencia de lo que podamos conocer acerca de ella); la segunda es creer que existe un modo de acceso privilegiado capaz de llevarnos, gracias a la objetividad, hasta la realidad tal y como es (lo que se dice acerca de la realidad debería estar en correspondencia con la realidad para que nuestros enunciados sean aceptados).

Lo que se trata de denunciar es que la realidad existe, pero no con independencia de nosotros; los objetos que creemos que forman parte de la realidad "son como son" y existen porque "nosotros somos como somos" y los hacemos existir. Los objetos que creemos naturales son objetivaciones que resultan de nuestras propias características, convenciones y prácticas; pueden llamarse prácticas de objetivación, en las que se incluyen el conocimiento, las convenciones y el lenguaje. Los fenómenos psicológicos son construidos a través de nuestras prácticas, que son contingentes, sociales e históricas (cambiantes, con la posibilidad de ser cambiadas y relativas a una cultura); esos fenómenos sicológicos también se conforman, parcialmente, por la manera en que los representamos, por lo conocimientos que producimos acerca de ellos. Así, la construcción de lo social queda posibilitada por un espacio subjetivo constituido por un mundo de significados compartidos; el ser humano puede autodeterminarse, constituirse en fuente de determinación de sus propias conductas y dirigirlas en base a determinaciones internamente elaboradas (adoptar una relativa autonomía).

Recapitulemos. Se produce una ruptura entre el sujeto y el objeto, los cuales se funden en una relación circular, y se acaba con la dicotomía entre individuo y sociedad, ya que esta última solo existe a través de las prácticas de los individuos (los cuales son seres sociales a través de su producción en la sociedad); en ese proceso de producción, los fenómenos y los objetos no están constituidos de una vez por todas, sino que están en constante devenir, en permanente creación, recreación, reproducción y transformación; esta perspectiva construccionista, que tiene la pretensión de dar cuenta de la realidad social, demanda una actitud de duda metódica ante cualquier atribución de realidad a los fenómenos u objetos acuñados en nuestro lenguaje (pone en evidencia el papel que desempeñan las construcciones culturales y las convenciones lingüisticas en la generación de "evidencias"). Ibáñez, no obstante, como se ha apuntado anteriormente, critica al construccionismo su excesiva atención a la condición discursiva de los fenómenos psicosociales, dejando a un lado otros factores como las condiciones materiales de existencia; también sus limitaciones a la hora de extraer consecuencias políticas de sus propios presupuestos, y elaborar teorías y prácticas transformadoras.

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