Ya hemos hablado en otras ocasiones de organizaciones más influenciadas por el anarquismo clásico, por lo que nos ocupamos ahora de las características de lo que son los grupos y colectivos anarquistas, insertados en redes difusas, que parecen reflejar un nuevo escenario sociopolítico y tecnológico.
Los valores anarquistas siguen, en gran medida, vigentes. No obstante, el mundo del siglo XXI es muy diferente del de hace más de un siglo. De hecho, puede afirmarse que poco tiene que ver la realidad que vivimos con lade hace escasas décadas y, los anarquistas, fieles a unos valores, debemos valorar y adaptarnos a esos permanentes cambios de ciclos en los que viven las sociedades del hombre; de lo contrario, inevitablemente caemos en el dogmatismo y en el aislamiento. ¿Cuándo se han producido esos cambios de paradigma? Siendo siempre cautos, podemos establecer un proceso que puede iniciarse en mayo del 68 y que tiene su colofón a finales de los años 90 y ya principios del siglo XXI.
Para dilucidar cuáles pueden ser los nuevos modelos de organización libertaria, donde la dicotomía entre modernidad y posmodernidad tiene una gran importancia, hay que aclarar algunos puntos. Primero, que los paradigmas organizativos tratados en otras ocasiones, muy influenciados por el anarquismo clásico (impregnado de modernidad y de los valores de la Ilustración, confianza en la ciencia, en la razón y el progreso), no son de ninguna manera criticados radicalmente ni mucho menos desechados por anacrónicos. De hecho, gran parte de los militantes de las grandes organizaciones libertarias forma parte a su vez de muchos otros proyectos en los que pueden verse las características de lo que ciertos autores consideran que es la época posmoderna, que resumiremos en que lo importante son determinadas prácticas (en el caso que nos interesa, libertarias) frente a los grandes discursos propios de la modernidad, cuyo ámbito sería solo simbólico.
Estas prácticas, subversivas, autogestionadoras, solidarias, horizontales, preocupadas por lograr objetivos inmediatos, están inevitablemente impregnadas de los valores libertarios clásicos (vinculación entre libertad e igualdad, adecuación de medios a fines, una política unida a la ética), pero se desarrollan en un nuevo escenario sociopolítico, que en gran medida también parece favorecer al movimiento libertario. Son las nuevas tecnologías las que han propiciado el desarrollo de redes en los que no existen estructuras jerárquicas. Pero, como señala Tomás Ibáñez, hay que mostrarse también críticos con este nuevo paradigma, ya que puede también estar contribuyendo a asentar la nueva época y, al mismo tiempo, a legitimar los dispositivos de dominación, que también evolucionan y se adaptan a los nuevos tiempos con un rostro más amable.
El anarquismo hoy, además de en las organizaciones clásicas ya mencionadas, goza de buena vitalidad en múltiples colectivos y proyectos explícitamente libertarios de todo el mundo, pero también gracias a su influencia en otros grupos y personas, que no necesariamente se consideran libertarios. Lo que ha favorecido este desarrollo del anarquismo, en un escenario muy diferente, es seguramente la ausencia de unas ideas rígidas y sistematizadas. Las propuestas libertarias no fueron nunca parte de una canon inamovible, establecido para siempre, y de hecho es la diversidad y heterogeneidad lo que las caracteriza, por lo que su acomodo a los nuevos tiempos no resulta tan sorprendente. Cuando cualquiera de nosotros entra en un proyecto libertario muy concreto, es precisamente la pluralidad y heterogeneidad lo que nos caracteriza, el compartir ciertos valores, por supuesto, pero sin tener unas férreas convicciones con las que pretendemos siempre medir la realidad.
El anarquismo sigue siendo la crítica más radical existente hacia lo establecido, resulta enérgicamente subversivo, por lo que no resulta extraño que multitud de jóvenes se vean atraídos por él. Los colectivos anarquistas llevan en su seno, y lo ejercen en sus actuaciones, las características de la sociedad en la que les gustaría vivir: una igualdad entre sexos verdadera, una identidad personal amplia y diversa (como es el caso de las opciones sexuales) y una crítica radical al capitalismo y la sociedad de consumo. Son estas prácticas, que tratan de manifestarse en la realidad de hoy, las que conllevan un deseo inconmovible por la sociedad del futuro.
Personalmente, creo que la participación en proyectos libertarios de lo más variopintos, más alla de la única pertenencia a una organización (a la fuerza, de aspiraciones maximalistas), es algo que permite superar esa rigidez militante que también, por muy humana, aparece en el anarquismo. Si se quiere, es una paradoja; por un lado, se echa de menos una organización "de masas", al estilo de la CNT de antes de la Guerra Civil, capaz de dar solución a todos los problemas sociales, por otro, ¿resulta eso ya posible hoy en día? No tengo, ni quiero tener, la respuesta definitiva; tan solo señalar que, al margen de lo que se piense al respecto, esa pertenencia a grupos locales, en contacto con una realidad inmediata, dentro de redes amplias y fluidas, capaces de escapar a todo estatismo gracias a un permanente intercambio, y bien coordinadas gracias a las nuevas tecnologías, es lo que parece permitir en la actualidad una admirable salud libertaria.
Frente a la frustrante espera de una gran respuesta a los problemas sociales, que supondrá el advenimiento de una definitiva revolución que alumbre la sociedad anarquista, resulta más enérgico y saludable involucrarse en proyectos subversivos que reproduzcan el tipo de realidad que nos gustaría. Los valores libertarios clásicos siguen siendo muy válidos, entre los que se encontraban la ausencia de todo dogmatismo y el permanente estado de evolución, pero la cuestión sigue siendo qué forma es hoy la más válida para ejercer una influencia libertaria sobre una sociedad basada en estructuras de dominación. Frente a tener todas las respuestas, seguir haciéndose preguntas y, consecuentemente, continuar moviéndose con un compromiso libertario.
Si leemos un libro como Anarchy Alive!. Políticas antiautoritarias de la práctica a la teoría, comprendemos esta saludable vitalidad libertaria que antes se ha mencionado. La gran cantidad, a lo largo de todo el mundo, de redes de individuos, grupos y colectivos, bien comunicados y coordinados, y con prácticas de acción directa. La principal característica de estas redes, y llegamos con ello a uno de los paradigmas organizativos de los que se ocupa esta entrada, es que están totalmente descentralizados, y no existe una militancia fija que se pueda considerar oficial. La obra de Uri Gordon, además, se termina en 2007, por lo que no puede ocuparse de los importantes movimientos sociales de los últimos años (15M, Ocuppy…), tan influenciados por el anarquismo en su práctica. Ello es un ejemplo, tal y como hemos dicho, de que el nuevo escenario sociopolítico y tecnológico favorece a priori el desarrollo del movimiento libertario ajeno a toda estructura jerarquizada.
Los valores anarquistas siguen, en gran medida, vigentes. No obstante, el mundo del siglo XXI es muy diferente del de hace más de un siglo. De hecho, puede afirmarse que poco tiene que ver la realidad que vivimos con lade hace escasas décadas y, los anarquistas, fieles a unos valores, debemos valorar y adaptarnos a esos permanentes cambios de ciclos en los que viven las sociedades del hombre; de lo contrario, inevitablemente caemos en el dogmatismo y en el aislamiento. ¿Cuándo se han producido esos cambios de paradigma? Siendo siempre cautos, podemos establecer un proceso que puede iniciarse en mayo del 68 y que tiene su colofón a finales de los años 90 y ya principios del siglo XXI.
Para dilucidar cuáles pueden ser los nuevos modelos de organización libertaria, donde la dicotomía entre modernidad y posmodernidad tiene una gran importancia, hay que aclarar algunos puntos. Primero, que los paradigmas organizativos tratados en otras ocasiones, muy influenciados por el anarquismo clásico (impregnado de modernidad y de los valores de la Ilustración, confianza en la ciencia, en la razón y el progreso), no son de ninguna manera criticados radicalmente ni mucho menos desechados por anacrónicos. De hecho, gran parte de los militantes de las grandes organizaciones libertarias forma parte a su vez de muchos otros proyectos en los que pueden verse las características de lo que ciertos autores consideran que es la época posmoderna, que resumiremos en que lo importante son determinadas prácticas (en el caso que nos interesa, libertarias) frente a los grandes discursos propios de la modernidad, cuyo ámbito sería solo simbólico.
Estas prácticas, subversivas, autogestionadoras, solidarias, horizontales, preocupadas por lograr objetivos inmediatos, están inevitablemente impregnadas de los valores libertarios clásicos (vinculación entre libertad e igualdad, adecuación de medios a fines, una política unida a la ética), pero se desarrollan en un nuevo escenario sociopolítico, que en gran medida también parece favorecer al movimiento libertario. Son las nuevas tecnologías las que han propiciado el desarrollo de redes en los que no existen estructuras jerárquicas. Pero, como señala Tomás Ibáñez, hay que mostrarse también críticos con este nuevo paradigma, ya que puede también estar contribuyendo a asentar la nueva época y, al mismo tiempo, a legitimar los dispositivos de dominación, que también evolucionan y se adaptan a los nuevos tiempos con un rostro más amable.
El anarquismo hoy, además de en las organizaciones clásicas ya mencionadas, goza de buena vitalidad en múltiples colectivos y proyectos explícitamente libertarios de todo el mundo, pero también gracias a su influencia en otros grupos y personas, que no necesariamente se consideran libertarios. Lo que ha favorecido este desarrollo del anarquismo, en un escenario muy diferente, es seguramente la ausencia de unas ideas rígidas y sistematizadas. Las propuestas libertarias no fueron nunca parte de una canon inamovible, establecido para siempre, y de hecho es la diversidad y heterogeneidad lo que las caracteriza, por lo que su acomodo a los nuevos tiempos no resulta tan sorprendente. Cuando cualquiera de nosotros entra en un proyecto libertario muy concreto, es precisamente la pluralidad y heterogeneidad lo que nos caracteriza, el compartir ciertos valores, por supuesto, pero sin tener unas férreas convicciones con las que pretendemos siempre medir la realidad.
El anarquismo sigue siendo la crítica más radical existente hacia lo establecido, resulta enérgicamente subversivo, por lo que no resulta extraño que multitud de jóvenes se vean atraídos por él. Los colectivos anarquistas llevan en su seno, y lo ejercen en sus actuaciones, las características de la sociedad en la que les gustaría vivir: una igualdad entre sexos verdadera, una identidad personal amplia y diversa (como es el caso de las opciones sexuales) y una crítica radical al capitalismo y la sociedad de consumo. Son estas prácticas, que tratan de manifestarse en la realidad de hoy, las que conllevan un deseo inconmovible por la sociedad del futuro.
Personalmente, creo que la participación en proyectos libertarios de lo más variopintos, más alla de la única pertenencia a una organización (a la fuerza, de aspiraciones maximalistas), es algo que permite superar esa rigidez militante que también, por muy humana, aparece en el anarquismo. Si se quiere, es una paradoja; por un lado, se echa de menos una organización "de masas", al estilo de la CNT de antes de la Guerra Civil, capaz de dar solución a todos los problemas sociales, por otro, ¿resulta eso ya posible hoy en día? No tengo, ni quiero tener, la respuesta definitiva; tan solo señalar que, al margen de lo que se piense al respecto, esa pertenencia a grupos locales, en contacto con una realidad inmediata, dentro de redes amplias y fluidas, capaces de escapar a todo estatismo gracias a un permanente intercambio, y bien coordinadas gracias a las nuevas tecnologías, es lo que parece permitir en la actualidad una admirable salud libertaria.
Frente a la frustrante espera de una gran respuesta a los problemas sociales, que supondrá el advenimiento de una definitiva revolución que alumbre la sociedad anarquista, resulta más enérgico y saludable involucrarse en proyectos subversivos que reproduzcan el tipo de realidad que nos gustaría. Los valores libertarios clásicos siguen siendo muy válidos, entre los que se encontraban la ausencia de todo dogmatismo y el permanente estado de evolución, pero la cuestión sigue siendo qué forma es hoy la más válida para ejercer una influencia libertaria sobre una sociedad basada en estructuras de dominación. Frente a tener todas las respuestas, seguir haciéndose preguntas y, consecuentemente, continuar moviéndose con un compromiso libertario.
Si leemos un libro como Anarchy Alive!. Políticas antiautoritarias de la práctica a la teoría, comprendemos esta saludable vitalidad libertaria que antes se ha mencionado. La gran cantidad, a lo largo de todo el mundo, de redes de individuos, grupos y colectivos, bien comunicados y coordinados, y con prácticas de acción directa. La principal característica de estas redes, y llegamos con ello a uno de los paradigmas organizativos de los que se ocupa esta entrada, es que están totalmente descentralizados, y no existe una militancia fija que se pueda considerar oficial. La obra de Uri Gordon, además, se termina en 2007, por lo que no puede ocuparse de los importantes movimientos sociales de los últimos años (15M, Ocuppy…), tan influenciados por el anarquismo en su práctica. Ello es un ejemplo, tal y como hemos dicho, de que el nuevo escenario sociopolítico y tecnológico favorece a priori el desarrollo del movimiento libertario ajeno a toda estructura jerarquizada.
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