El colectivismo, que tiene en Bakunin su origen, renunciaba al comunismo, ya que lo identificaba, seguramente y de manera exclusiva, con el marxismo por cuartelario, por anular la libertad individual; proponía el derecho del productor a la propiedad de los bienes de consumo, un garante de la libertad individual. El programa colectivista de Bakunin se basaba en la propiedad colectiva de la tierras, fábricas y talleres, por parte de los miembros de cada grupo productor, en la autogestión de cada grupo y en la federación de los mismos entre sí para coordinar metas e intercambios.
Uno de los factores primordiales para el anarquismo colectivista, como no puede ser de otra manera, es la abolición del Estado. Se reclama la libertad completa, para individuos y organizaciones, sin poder alguno, ya que es el único fundamento y el único principio creativo de cualquier organización, política o económica. Se rechaza el Estado y, consecuentemente, también que sea la vía para cualquier forma de comunismo o socialismo. Por lo tanto, el Estado se disolverá en una sociedad libremente organizada según los principios de la justicia. La justicia es para Bakunin sinónimo de socialismo; no es una justicia dentro de los códigos y del derecho romano, basados en gran medida en el uso de la violencia y de la fuerza, sino basada exclusivamente en la conciencia de cada ser humano. La justicia se identificar con el socialismo, al igual que con la libertad y la equidad, dos conceptos que permanecerán ya unidos en el anarquismo. La libertad debe ir de la mano de la igualdad, ya que sin esta no hay tampoco verdadera justicia, dignidad, moralidad ni bienestar para las personas. La sociedad, como se ha dicho, se organizará sin poder alguno (Estado), de tal forma que sea imposible la explotación; cada mujer y cada hombre encontrará al entrar en la sociedad los medios materiales y morales para desarrollar toda su humanidad. Cada miembro de la sociedad disfrutará de la riqueza social, ya que es fruto en realidad del trabajo colectivo, en función de su contribución directa a la creación de esa riqueza.
Encontramos aquí la gran discrepancia con el posterior comunismo libertario, según el cual cada uno debe ser retribuido según sus necesidades y no su esfuerzo. Estas discusiones entre las diferentes corrientes del anarquismo, mutualismo, colectivismo o comunismo, dio lugar al "anarquismo sin adjetivos", propiciado por Tarrida del Mármol, según el cual habría que huir definitivamente de todo dogma y dejar libertad a las próximas generaciones para organizar su vida según su mejor conveniencia. Volvamos al colectivismo de Bakunin. En tiempo de la Primera Internacional, con las discrepancias entre los diferentes métodos para lograr el socialismo, Bakunin llamaba a los antiautoritarios "colectivistas" o "socialistas revolucionarios", mientras que los partidarios del Estado eran para él "comunistas autoritarios". En el anarquismo, hablamos de la abolición del poder político en nombre del socialismo, la gran diferencia con los socialistas autoritarios, que lo consideran el medio para lograrlo. El fin era en realidad el mismo, la creación de un orden social basado en el trabajo colectivo en un contexto de verdadera igualdad social (propiedad colectiva de los medios de producción). Si los anarquistas o colectivistas ponen su fe en la libertad, los comunistas autoritarios confían en el principio y en la práctica de la autoridad; los primeros desean difundir la ciencia y el conocimiento entre el pueblo, para que una vez convencidos de que se trata de la mejor vía, se organicen libremente sin plan trazado alguno, mientras que los segundos, aunque confían igualmente en la ciencia, desean imponérsela a las masas. Por lo tanto, se confía en el colectivismo anarquista en el espontaneísmo de los trabajadores para que se organicen según sus necesidades, pero con una confianza previa en que puedan ilustrarse según un conocimiento amplio puesto a su alcance; la vía autoritaria, empleada también por una minoría de sabios que creen poder dictarle el camino a la humanidad, ha sido y continúa siendo un verdadero desastre.
Los colectivistas creen que la humanidad se ha dejado gobernar durante demasiado tiempo y que es hora de la auténtica emancipación; el mal no estriba en una forma u otra de gobierno, sino en el mismo principio gubernamental. Para Bakunin, una vez destruido el poder político, el Estado y todo gobierno, debe ser sustituido por la organización de las fuerzas productivas y de los servicios económicos para la completa emancipación de los trabajadores y de su libre organización social. Si el Estado organiza la sociedad de arriba abajo, el fin de la dominación y la libre organización de la vida propiciará que se haga de abajo arriba sustituyendo los gobiernos y parlamentos por la libre unión de trabajadores agrícolas e industriales, federados a nivel regional y nacional, con la aspiración de que se logre finalmente la fraternidad universal con el fin definitivo de todos los poderes políticos a nivel mundial.
Uno de los seguidores del colectivismo anarquista de Bakunin fue Ricardo Mella, el cual expresó, en torno a la llegada ya del siglo XX, la confusión reinante entre socialistas autoritarios (comunistas) y antiautoritarios (colectivistas). Sin embargo, puede considerarse que Mella extiende el principio colectivista todo lo posible, de tal manera que, al margen de corrientes dentro del anarquismo, lo identifica con el libre contrato para regular la producción y la distribución; estas, gracias a las grandes federaciones de producción, no serían producto del azar, sino resultado de "la combinación de las fuerzas y de las indicaciones de la estadísticas". Por lo tanto, más allá del lema "a cada uno según sus obras", los individuos y los grupos resolverán el problema de la distribución gracias a "convenios, libremente consentidos conforme a sus tendencias, necesidades y estado de desenvolvimiento social". Tal y como lo entiende Mella el llamado "anarquismo sin adjetivos" es producto del mismo principio colectivista. En la polémica entre la escuela comunista y la colectivista dentro del anarquismo, Mella apostaba por no simplificar en exceso y buscar los puntos en común para tratar de concertar la vida social sin planes de antemano; era necesaria superar todo exclusivismo doctrinal y aceptar un programa lo suficientemente amplio para superar todas las divergencias, las cuales surgen sobre todo en torno al problema de la producción y la distribución de la riqueza.
Los lemas, tipo "a cada uno según su esfuerzo" o "a cada uno según sus necesidades" son muy fáciles de proclamar, no lo es tanto explicar cómo se llevará a la práctica sin perjuicio para nadie o cómo se pretende contentar a todo el mundo. La propaganda anarquista consiste en hacer ver a la gente que todo se realizará conforme a "la voluntad de los asociados en cada momento y en cada lugar"; para Mella, consecuentemente, la propagación de la idea anarquista debe ser antidogmática y antiautoritaria. Si se pretende la autonomía de individuos y grupos, sistematizarla es contradictorio; en un contexto de libertad, no puede haber coerción para adoptar un determinado sistema de convivencia social ni una dirección uniforme en la producción y en la distribución de la riqueza. El anarquismo, o "socialismo anarquista", nombre con el que Mella aglutinaba todas las escuelas, debe identificarse con "el principio de la cooperación libre, fundada en la igualdad de medios, sin que sea necesario ir más lejos en las consecuencias prácticas de la idea". Por supuesto, debe ayudarse de toda investigación en la búsqueda de esa organización del disfrute para todo, pero sin exclusivismo doctrinal ni coerción alguna de antemano; la anarquía no puede identificarse con un sistema cerrado e invariable, sujeto a reglas predeterminadas. Ricardo Mella confiaba en que el futuro de la humanidad se desenvolviera conforme al principio general de la posesión colectiva de la riqueza con el resultado, gracias a la libre cooperación, de métodos diversos de producción, distribución y consumo.
Uno de los factores primordiales para el anarquismo colectivista, como no puede ser de otra manera, es la abolición del Estado. Se reclama la libertad completa, para individuos y organizaciones, sin poder alguno, ya que es el único fundamento y el único principio creativo de cualquier organización, política o económica. Se rechaza el Estado y, consecuentemente, también que sea la vía para cualquier forma de comunismo o socialismo. Por lo tanto, el Estado se disolverá en una sociedad libremente organizada según los principios de la justicia. La justicia es para Bakunin sinónimo de socialismo; no es una justicia dentro de los códigos y del derecho romano, basados en gran medida en el uso de la violencia y de la fuerza, sino basada exclusivamente en la conciencia de cada ser humano. La justicia se identificar con el socialismo, al igual que con la libertad y la equidad, dos conceptos que permanecerán ya unidos en el anarquismo. La libertad debe ir de la mano de la igualdad, ya que sin esta no hay tampoco verdadera justicia, dignidad, moralidad ni bienestar para las personas. La sociedad, como se ha dicho, se organizará sin poder alguno (Estado), de tal forma que sea imposible la explotación; cada mujer y cada hombre encontrará al entrar en la sociedad los medios materiales y morales para desarrollar toda su humanidad. Cada miembro de la sociedad disfrutará de la riqueza social, ya que es fruto en realidad del trabajo colectivo, en función de su contribución directa a la creación de esa riqueza.
Encontramos aquí la gran discrepancia con el posterior comunismo libertario, según el cual cada uno debe ser retribuido según sus necesidades y no su esfuerzo. Estas discusiones entre las diferentes corrientes del anarquismo, mutualismo, colectivismo o comunismo, dio lugar al "anarquismo sin adjetivos", propiciado por Tarrida del Mármol, según el cual habría que huir definitivamente de todo dogma y dejar libertad a las próximas generaciones para organizar su vida según su mejor conveniencia. Volvamos al colectivismo de Bakunin. En tiempo de la Primera Internacional, con las discrepancias entre los diferentes métodos para lograr el socialismo, Bakunin llamaba a los antiautoritarios "colectivistas" o "socialistas revolucionarios", mientras que los partidarios del Estado eran para él "comunistas autoritarios". En el anarquismo, hablamos de la abolición del poder político en nombre del socialismo, la gran diferencia con los socialistas autoritarios, que lo consideran el medio para lograrlo. El fin era en realidad el mismo, la creación de un orden social basado en el trabajo colectivo en un contexto de verdadera igualdad social (propiedad colectiva de los medios de producción). Si los anarquistas o colectivistas ponen su fe en la libertad, los comunistas autoritarios confían en el principio y en la práctica de la autoridad; los primeros desean difundir la ciencia y el conocimiento entre el pueblo, para que una vez convencidos de que se trata de la mejor vía, se organicen libremente sin plan trazado alguno, mientras que los segundos, aunque confían igualmente en la ciencia, desean imponérsela a las masas. Por lo tanto, se confía en el colectivismo anarquista en el espontaneísmo de los trabajadores para que se organicen según sus necesidades, pero con una confianza previa en que puedan ilustrarse según un conocimiento amplio puesto a su alcance; la vía autoritaria, empleada también por una minoría de sabios que creen poder dictarle el camino a la humanidad, ha sido y continúa siendo un verdadero desastre.
Los colectivistas creen que la humanidad se ha dejado gobernar durante demasiado tiempo y que es hora de la auténtica emancipación; el mal no estriba en una forma u otra de gobierno, sino en el mismo principio gubernamental. Para Bakunin, una vez destruido el poder político, el Estado y todo gobierno, debe ser sustituido por la organización de las fuerzas productivas y de los servicios económicos para la completa emancipación de los trabajadores y de su libre organización social. Si el Estado organiza la sociedad de arriba abajo, el fin de la dominación y la libre organización de la vida propiciará que se haga de abajo arriba sustituyendo los gobiernos y parlamentos por la libre unión de trabajadores agrícolas e industriales, federados a nivel regional y nacional, con la aspiración de que se logre finalmente la fraternidad universal con el fin definitivo de todos los poderes políticos a nivel mundial.
Uno de los seguidores del colectivismo anarquista de Bakunin fue Ricardo Mella, el cual expresó, en torno a la llegada ya del siglo XX, la confusión reinante entre socialistas autoritarios (comunistas) y antiautoritarios (colectivistas). Sin embargo, puede considerarse que Mella extiende el principio colectivista todo lo posible, de tal manera que, al margen de corrientes dentro del anarquismo, lo identifica con el libre contrato para regular la producción y la distribución; estas, gracias a las grandes federaciones de producción, no serían producto del azar, sino resultado de "la combinación de las fuerzas y de las indicaciones de la estadísticas". Por lo tanto, más allá del lema "a cada uno según sus obras", los individuos y los grupos resolverán el problema de la distribución gracias a "convenios, libremente consentidos conforme a sus tendencias, necesidades y estado de desenvolvimiento social". Tal y como lo entiende Mella el llamado "anarquismo sin adjetivos" es producto del mismo principio colectivista. En la polémica entre la escuela comunista y la colectivista dentro del anarquismo, Mella apostaba por no simplificar en exceso y buscar los puntos en común para tratar de concertar la vida social sin planes de antemano; era necesaria superar todo exclusivismo doctrinal y aceptar un programa lo suficientemente amplio para superar todas las divergencias, las cuales surgen sobre todo en torno al problema de la producción y la distribución de la riqueza.
Los lemas, tipo "a cada uno según su esfuerzo" o "a cada uno según sus necesidades" son muy fáciles de proclamar, no lo es tanto explicar cómo se llevará a la práctica sin perjuicio para nadie o cómo se pretende contentar a todo el mundo. La propaganda anarquista consiste en hacer ver a la gente que todo se realizará conforme a "la voluntad de los asociados en cada momento y en cada lugar"; para Mella, consecuentemente, la propagación de la idea anarquista debe ser antidogmática y antiautoritaria. Si se pretende la autonomía de individuos y grupos, sistematizarla es contradictorio; en un contexto de libertad, no puede haber coerción para adoptar un determinado sistema de convivencia social ni una dirección uniforme en la producción y en la distribución de la riqueza. El anarquismo, o "socialismo anarquista", nombre con el que Mella aglutinaba todas las escuelas, debe identificarse con "el principio de la cooperación libre, fundada en la igualdad de medios, sin que sea necesario ir más lejos en las consecuencias prácticas de la idea". Por supuesto, debe ayudarse de toda investigación en la búsqueda de esa organización del disfrute para todo, pero sin exclusivismo doctrinal ni coerción alguna de antemano; la anarquía no puede identificarse con un sistema cerrado e invariable, sujeto a reglas predeterminadas. Ricardo Mella confiaba en que el futuro de la humanidad se desenvolviera conforme al principio general de la posesión colectiva de la riqueza con el resultado, gracias a la libre cooperación, de métodos diversos de producción, distribución y consumo.
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"El individualismo moderno se explica, según Kropotkin, por el deseo del hombre de ponerse
a salvo de la prepotencia del capital y del Estado. Supone quien lo profesa que el dinero puede proporcionarle todo lo que necesita, y se dedica a acumular, pero la historia lo obliga a confesar que, en definitiva, sin la ayuda de los demás es totalmente impotente, por más oro que posea. Mas, junto a esta corriente individualista, se da, según Kropotkin, otra, que tiende a conservar ciertos aspectos del comunismo parcial de la antigüedad y del medioevo (especialmente en el municipio rural) y que, más todavía, tiende a crear nuevas organizaciones fundadas en el principio comunista de «a cada uno según sus necesidades». Instituciones tales como las bibliotecas y los museos públicos, las escuelas gratuitas, los comedores infantiles, y aún los parques, los jardines, las calles empedradas y alumbradas, los puentes, los caminos y el agua corriente, puestos a disposición de todo el mundo son, para él, signos de la progresiva tendencia de la sociedad moderna hacia el comunismo, en cuanto denotan la tendencia a no medir el consumo y a dejarlo librado a la necesidad de cada uno Ahora bien, esta tendencia se acentúa a medida que las necesidades más urgentes de los hombres quedan satisfechas y las fuerzas productoras se multiplican.
Cuando los medios de producción se devuelvan a quienes los utilizan, es decir, a la sociedad; cuando el trabajo sea universal y rinda mucho más de lo necesario
para todos, aquella tendencia se convertirá en el principio mismo de la vida social.
«Por esos indicios somos del parecer que, cuando la revolución haya quebrantado la fuerza que mantiene el sistema actual, nuestra primera obligación será realizar inmediatamente el comunismo», dice.
Pero tal comunismo advierte en seguida no es el de los fourieristas (que, en verdad, difícilmente se llamaría hoy así), ni tampoco el de los marxistas, fundado en el autoritarismo, «sino en el comunismo anarquista, el comunismo sin gobierno, el de los hombres libres». En este comunismo sintetiza Kropotkin, las dos máximas aspiraciones de la humanidad y las dos metas supremas de la historia universal: la libertad económica (liberación de la dependencia material y de la esclavitud del trabajo) y la libertad política (liberación de toda forma de autoridad y de gobierno).
Ángel Cappelletti, El pensamiento de Kropotkin: ciencia, ética y anarquía.
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