domingo, 22 de mayo de 2016

Anarquía y anarquismo

Kropotkin, en su Palabras de un rebelde, aludía a los que se refieren a la palabra anarquía en términos despectivos. Incluso, aquellos que reconocen la belleza de las ideas libertarias, pero consideran que el término que las sintetiza infunde temor y había sido elegido torpemente. En lenguaje corriente, "anarquía" sería sinónimo de caos y desorden, y evocaría lo contrarío de lo que se propone: un estado entre los hombres en el cual la armonía no sería posible.

Incluso Proudhon, el primero que parece que le dio un carácter positivo a la palabra, a veces la empleaba todavía en su sentido negativo. Kropotkin continúa recordando que hubo incluso controversia con el término en el seno de la Primera Internacional, en su vertiente obviamente antiautoritaria, ya que los enemigos pretendían insistir en la búsqueda de desorden y de caos que según ellos buscaba el anarquismo. Hubo recelos para adoptar el nombre debido a esa concepción negativa, y se buscaron alternativas como "libertarios" o "antiautoritarios". Yo considero un bello nombre el de "anarquismo" y "anarquista" (sin acepción peyorativa, a diferencia de "anarquía", y lo considero equiparable políticamente a "antiautoritario" y "libertario", aunque éste último hay personas que no lo emplean como sinónimo, debido tal vez al equivalente sajón, que aquí se emplea ahora como "libertariano", y que vienen a defender un capitalismo con un Estado mínimo).

La polémica con el término, que se produce todavía al dia de hoy, va paralela desgraciadamente a una concepción de la política que adopta prácticamente dos únicos caminos, los cuales no se manifiestan de manera pura, ya que se alimentan el uno del otro: el autoritario y el liberal. Según el primero, generador de totalitarismo, la dirección de la sociedad se encargaría plenamente a una minoría. El segundo busca la iniciativa individual, habla constantemente de libertad, pero se dan condiciones de desigualdad que suponen la explotación de los fuertes sobre los débiles. El anarquismo busca la libre iniciativa de todos, corrigiendo la desigualdad mediante la participación en la riqueza y medios de producción, el pacto libre y la libre asociación (que pretende fomentar el principio de solidaridad). El anarquismo considera la pluralidad como esencial en su método, siendo la libertad de pensamiento y de acción, de las diferentes opciones que se planteen, primordiales para combatir la tiranía. El anarquismo, como idea esencialmente antiautoritaria, es socialista.

A pesar de los elementos que nos encontramos al día de hoy, que se proclaman anarquistas defensores del capitalismo, tal doctrina económica es incompatible con las ideas libertarias desde la misma génesis de éstas (insistiremos, a pesar de lo que se oiga por ahí). Es cierto que la raíz que se inicia con Godwin, al que no puede llamarse anarquista en rigor, conduce a un liberalismo radical que parece en consonancia con la defensa de cierto capitalismo (o, al menos, con defender la libertad económica y la propiedad privada). Pero los anarquistas insistirán en que la libertad es un concepto tanto individual como social, por lo que nunca puede establecerse en detrimento de los otros o mediante la explotación de su fuerza de trabajo (los medios de producción deben ser colectivos). El anarquismo es socialista, siendo la única rama que defiende la libertad individual como valor primordial y respeta la autodeterminación de quien lo desee (algo que en sociedad se mostrará quimérico, ya que será necesario cooperar aunque sea por utilidad), porque busca la autogestión económica y social, y considera que la participación de todos en la gestión de los medios de producción (agrupados éstos de la forma más eficaz que consideren los gestores) es esencial para la defensa de la libertad y de la libre iniciativa.

El enemigo del anarquismo es la autoridad coercitiva, que representa el Estado en cualquiera de sus formas, pero reclama tal vez una forma de autoridad superior, no coactiva, que reposa en la sociedad libre y cooperativa: frente al mando, el reglamento y la disciplina, se invoca como mucho más creadora la iniciativa de los individuos en un contexto libre que fomente el desarrollo, la comunicación y la capacidad de raciocinio. Se confía en que esta situación reduzca al mínimo los actos antisociales y el ser humano no actúe con miedo al castigo, sino por iniciativa propia y reconocimiento de lo que es correcto. Es tal vez esta situación de un excesivo optimismo, pero no hay que olvidar la confianza plena que las ideas libertarias otorgan a la educación y a la cultura, a la plena expansión de las ciencias y de la artes, y al desarrollo de las ideas como enemigo del dogma. Algo que, junto a la defensa que realiza de la soberanía individual, sitúa en nuestra opinión al anarquismo como la teoría política moderna más profunda y poderosa. Si podemos seguir confiando en la perfección de esto que denominamos "civilización" (en singular, ya que debería ser un modelo el que guíe a la humanidad con unas premisas esenciales), habría que profundizar en los valores que siempre han defendido las ideas libertarias, valores que convencerán estoy seguro a muchos que rechazan los nombres de "anarquía" y "anarquismo".

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