Insistimos,
desde el anarquismo, en la solidaridad como nexo social, lo que implica
el ejercicio de ser libre en cada individuo y la posibilidad de que esa
convivencia se produzca en paz.
Kant afirmó, ante la cuestión de si nuestros actos espontáneos y libres acaban con la destrucción de la sociedad, que el nexo social forma parte de nuestra naturaleza. De esta manera, según el filósofo alemán, el hombre avanza moralmente mediante el uso de su razón, por lo que existiría una especie de determinismo positivo hacia el perfeccionamiento. Hay que insistir en la fe de Kant en el progreso; no se habría producido un paso brusco del estado de la naturaleza al estado civil, son necesarios unos cuantos pasos previos antes de la aparición de la moralidad.
Kant afirmó, ante la cuestión de si nuestros actos espontáneos y libres acaban con la destrucción de la sociedad, que el nexo social forma parte de nuestra naturaleza. De esta manera, según el filósofo alemán, el hombre avanza moralmente mediante el uso de su razón, por lo que existiría una especie de determinismo positivo hacia el perfeccionamiento. Hay que insistir en la fe de Kant en el progreso; no se habría producido un paso brusco del estado de la naturaleza al estado civil, son necesarios unos cuantos pasos previos antes de la aparición de la moralidad.
Sin embargo, ante aquella pregunta, el anarquismo insistirá en proponer la solidaridad como forma de cohesión social. El código genético del anarquismo, gracias a Kropotkin, sabe que la sociabilidad (concretada en el apoyo mutuo) es una ley de la naturaleza, tan poderosa al menos como el llamado combate por la supervivencia. La propuesta de la solidaridad, como factor predominante en la vida social, no supone, como solemos escuchar a menudo, un "optimismo antropológico" ni niega las complejidades de la realidad del ser humano. Se trata de una alternativa a esta especie de socialdarwinismo a que nos obliga el capitalismo. Creo poder afirmar que ningún pensador anarquista ha tenido una confianza extrema en una supuesta naturaleza benévola del ser humano. No se trata de convertir en buenos a todos los seres humanos, sino de que la sociedad no los envilezca, los haga todavía peores.
No hay ningún afán homogeneizador en afirmar que alguien que se considere anarquista solo puede confiar en la solidaridad y el apoyo mutuo como factor predominante de la convivencia social. Debemos insistir en ello y reproducir, en la medida que nos sea posible, lo que consideraríamos esa sociedad anarquista en cualquier ámbito de nuestra existencia. No es ensalzar al ser humano, se trata de potenciar lo que consideramos que sí forma parte de su naturaleza: la sociabilidad. Recordaremos una vez más que, para el anarquismo, el concepto de libertad solo cobra sentido dentro de la sociedad. Aristóteles hablaba del hombre como "animal político", algo repetido por Bakunin en diversas ocasiones, y creo que muy asumido por la moderna disciplina de la sicología social. Sin embargo, si podemos entender de esta manera que la posibilidad de organización social existe en cada uno de nosotros, no así el Estado o cualquier forma de organización externa al ser humano. Lo necesario es la sociedad, no el Estado.
Para Bakunin, resultaba absurda la idea contractualista, del hombre como previo a la sociedad. La metáfora de una serie de hombres en estado natural como creadores de las sociedad mediante un pacto, se convierte en irrisoria en la práctica. El hombre nace ya en el seno de una sociedad, y de alguna manera determinado por ella. De la manera que fuere, lo que hace al individuo desarrollarse (pensar, hablar, amar, desear...) es la sociedad. El hombre aislado es para el anarquista ruso una ficción, una abstracción similar a la idea de Dios. Recordaremos la idea del auténtico individualismo, el que supone autonomía e independencia en cada persona y reconocimiento de las mismas cualidades en los otros.
Por el contrario, el individualismo aislado (aunque se dé también en formas sociales, en la que se prima el lucro material y el utilitarismo) se muestra como impotente e incapaz de relacionarse auténticamente con los otros. En este punto, llegamos a la frontera entre liberalismo y anarquismo, ya que el primero vincula la libertad con la propiedad y se verá determinado a relacionarse con los demás de forma estrictamente mercantil. Tal y como lo expresaba Bakunin, las relaciones motivadas por necesidades económicas, y no sancionadas o apoyadas por una necesidad moral, solo puede recibir el nombre de explotación. Una sociedad, la burguesa (hay que seguir empleando este nombre, aunque a algunos les suene algo anacrónico, seguimos en ese estado en el que se prima la competencia y siguen existiendo explotadores y explotados), estructurada a partir de un individualismo utilitarista y del ánimo de lucro, en el que hay una evidente carencia de solidaridad (más allá de poses mediáticas sin excesivo contenido), solo puede recibir el nombre de darwinismo social.
Podemos reivindicar la herencia kantiana, a través de Bakunin: el ser humano no es un objeto que lo utilizamos como medio, es un fin en sí mismo. Se trata de una reivindicación de la dignidad humana, pero no en abstracto, sino reconociendo esa posibilidad en cada individuo. La libertad y autonomía de cada ser humano solo cobra sentido en una comunidad de hombres libres. Frente a la visión que reduce la sociedad a una mera satisfacción de las necesidades primarias de subsistencia, se reinvidican los rasgos morales que alcanzan su plenitud en la vida social. Libertad y autonomía, por otra parte, son dos conceptos íntimamente vinculados: hombres que no deseen dominar ni ser dominados, que piensen por sí mismos sin repetir lo que dicen otros, que sean capaces de alcanzar la mayoría de edad. No hay ninguna división entre teoría y praxis: se presupone que el ser humano libre, capaz de afirmar "yo pienso", es capaz por encima de todo del "yo actúo" de forma libre y espontánea.
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