Reflexión acerca de los medios innegociables para el anarquismo, y que tienen que ver en todo con la sociedad que desea construir, así como su permanente actualidad como movimiento.
Uno de los valores más firmes de lo movimientos anarquistas en la actualidad, algo que puede entenderse como un principio básico, es lo que Tomás Ibáñez denomina "lo prefigurativo", es decir, no sacrificar los valores que se se defienden en el presente a unas promesas realizadas para el futuro. Dicho de otra manera, para construir la sociedad anarquista, sus valores deben estar presentes en cada paso que se da para construirla. De esa manera, se desconfía de todo discurso que se base en promesas de futuro, del mismo modo que se rechaza cualquier acción únicamente orientada para llegar a ese hipotético futuro sin tener en cuenta el presente. Así, la práctica anarquista es eminentemente ética, ya que se trata de buscar siempre la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; se busca reducir la distancia todo lo posible entre lo que se desea ser y lo que se es en el presente, ello con todas las trabas que produce una sociedad jerárquica y alienada.
Una de las mayores fuerzas del anarquismo está inscrito en su código genético: la negación a conquistar el poder político. "El poder conquista a sus conquistadores", una de las máximas clásicas para los anarquistas, y ello a pesar de la buena voluntad que puedan tener a veces los que escogen esa vía. El poder no se toma, sino que el poder le toma a uno, por lo que el anarquismo tiene claro que ese no es el camino. No es ningún dogma, todo lo contrario, es el rechazo a un dogma que sirve de paradigma político ya durante demasiado tiempo. El anarquismo desea potenciar la sociedad civil, algo que le puede granjear las simpatías de muchas personas si se expresa de esta manera; se quiere transformar la sociedad sin conquistar el poder, un camino que nos rápido ni fácil, y que le coloca a veces en peculiares situaciones para lidiar con una sociedad estatista, pero que resulta algo innegociable.
Esta negación de la toma del poder va única en el anarquismo a otros rasgos que le diferencian como movimiento de cualquier otra fuerza política. El rechazo de una identidad fija e inmutable, de una ideología rígida y sistematizada (a pesar de esos rasgos innegociables), dando más valor a la realidad de la práctica antiautoritaria; también, niega que cualquier organización, por muy libertaria, que se presente es más importante que la persona. Es por eso que "movimiento" es un término mucho más apropiado para el anarquismo que cualquier otro, que por ejemplo "fuerza" o no digamos "partido" o "estado", ya que está obligado una y otra vez a revisar sus planteamientos para huir del dogmatismo y oxigenarse permanentemente. Cuando afirmamos que el anarquismo, por todo esto, es de una actualidad innegable estamos tal vez haciendo el juego a una concepción del progreso de lo más cuestionable. Por un lado, podemos decir que sí, que el anarquismo está cargado de futuro para una humanidad que pide a gritos libertad y justicia social. Por otro, camina paralelo a una concepción política y económica, en la modernidad, que no le puede ser más ajena.
El movimiento anarquista no vende a las personas un fiable programa político para solucionar sus vidas; y no es así porque sabemos que esos programas son parte primordial de la demagogia política de los que participan del Estado. Por muy abundante y atractivas que sean las ideas, y lo son históricamente a pesar de la falta de rigidez teórica, lo que sí convierte en actual al anarquismo es verlo como un movimiento social y político basado en una serie de prácticas. Unas prácticas que pueden aprender y enriquecerse del rico corpus histórico, pero que surgen de la actividad de las propias personas gestionando sus vidas de forma libre y solidaria. Por esto, también el movimiento anarquista debe rechazar los limites que suponen tantas veces las siglas y estructuras organizativas, incluso las banderas como mero elemento simbólico. En otras palabras, el anarquismo como práctica, su indudable actualidad, surge principalmente de los conflictos y problemas sociales. No deseo tampoco trazar una rígida línea entre un "anarquismo clásico", que estaría para algunos lastrado por demasiada ideología (con el peligro permanente del dogma), y un "anarquismo actual" o "postmoderno", algo en su denominación que a veces parece surgir también del mundo de las ideas. Me limito a señalar lo importante, para la pervivencia del anarquismo, de una crítica permanente a sus planteamientos en aras de una mayor práctica e influencia social.
Uno de los valores más firmes de lo movimientos anarquistas en la actualidad, algo que puede entenderse como un principio básico, es lo que Tomás Ibáñez denomina "lo prefigurativo", es decir, no sacrificar los valores que se se defienden en el presente a unas promesas realizadas para el futuro. Dicho de otra manera, para construir la sociedad anarquista, sus valores deben estar presentes en cada paso que se da para construirla. De esa manera, se desconfía de todo discurso que se base en promesas de futuro, del mismo modo que se rechaza cualquier acción únicamente orientada para llegar a ese hipotético futuro sin tener en cuenta el presente. Así, la práctica anarquista es eminentemente ética, ya que se trata de buscar siempre la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; se busca reducir la distancia todo lo posible entre lo que se desea ser y lo que se es en el presente, ello con todas las trabas que produce una sociedad jerárquica y alienada.
Una de las mayores fuerzas del anarquismo está inscrito en su código genético: la negación a conquistar el poder político. "El poder conquista a sus conquistadores", una de las máximas clásicas para los anarquistas, y ello a pesar de la buena voluntad que puedan tener a veces los que escogen esa vía. El poder no se toma, sino que el poder le toma a uno, por lo que el anarquismo tiene claro que ese no es el camino. No es ningún dogma, todo lo contrario, es el rechazo a un dogma que sirve de paradigma político ya durante demasiado tiempo. El anarquismo desea potenciar la sociedad civil, algo que le puede granjear las simpatías de muchas personas si se expresa de esta manera; se quiere transformar la sociedad sin conquistar el poder, un camino que nos rápido ni fácil, y que le coloca a veces en peculiares situaciones para lidiar con una sociedad estatista, pero que resulta algo innegociable.
Esta negación de la toma del poder va única en el anarquismo a otros rasgos que le diferencian como movimiento de cualquier otra fuerza política. El rechazo de una identidad fija e inmutable, de una ideología rígida y sistematizada (a pesar de esos rasgos innegociables), dando más valor a la realidad de la práctica antiautoritaria; también, niega que cualquier organización, por muy libertaria, que se presente es más importante que la persona. Es por eso que "movimiento" es un término mucho más apropiado para el anarquismo que cualquier otro, que por ejemplo "fuerza" o no digamos "partido" o "estado", ya que está obligado una y otra vez a revisar sus planteamientos para huir del dogmatismo y oxigenarse permanentemente. Cuando afirmamos que el anarquismo, por todo esto, es de una actualidad innegable estamos tal vez haciendo el juego a una concepción del progreso de lo más cuestionable. Por un lado, podemos decir que sí, que el anarquismo está cargado de futuro para una humanidad que pide a gritos libertad y justicia social. Por otro, camina paralelo a una concepción política y económica, en la modernidad, que no le puede ser más ajena.
El movimiento anarquista no vende a las personas un fiable programa político para solucionar sus vidas; y no es así porque sabemos que esos programas son parte primordial de la demagogia política de los que participan del Estado. Por muy abundante y atractivas que sean las ideas, y lo son históricamente a pesar de la falta de rigidez teórica, lo que sí convierte en actual al anarquismo es verlo como un movimiento social y político basado en una serie de prácticas. Unas prácticas que pueden aprender y enriquecerse del rico corpus histórico, pero que surgen de la actividad de las propias personas gestionando sus vidas de forma libre y solidaria. Por esto, también el movimiento anarquista debe rechazar los limites que suponen tantas veces las siglas y estructuras organizativas, incluso las banderas como mero elemento simbólico. En otras palabras, el anarquismo como práctica, su indudable actualidad, surge principalmente de los conflictos y problemas sociales. No deseo tampoco trazar una rígida línea entre un "anarquismo clásico", que estaría para algunos lastrado por demasiada ideología (con el peligro permanente del dogma), y un "anarquismo actual" o "postmoderno", algo en su denominación que a veces parece surgir también del mundo de las ideas. Me limito a señalar lo importante, para la pervivencia del anarquismo, de una crítica permanente a sus planteamientos en aras de una mayor práctica e influencia social.
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