Los puntos de vista anarquistas, lejos de subordinarse a condiciones objetivas, y mucho menos a leyes históricas fatales, trabajan desde diversos ámbitos humanos para la definitiva construcción de la sociedad libertaria; reflexionamos sobre diversas visiones al respecto.
Los anarquistas no han tenido nunca una visión teleológica de la historia de la humanidad. Es decir, no se observa como un proceso lineal que conducirá, de forma necesaria hacia un futuro óptimo. Aunque es una posición tal vez algo burda el observar el marxismo como una forma de teleología (algo que sí puede estar de forma más evidente en Hegel), su rígida concepción sobre la evolución de las formas productivas sí conlleva una distorsión sobre unas leyes históricas que nunca son necesarias y están sujetas a ciertos vaivenes arbitrarios (una arbitrariedad muy influida por nuevas formas de dominación). En cualquier caso, tanto el socialismo como el anarquismo son sencillamente contingentes, es decir, pueden producirse o no motivados por los deseos y aspiraciones de las personas. Por mucha confianza que tuvieran los anarquistas clásicos en el progreso, por ejemplo Proudhon (aunque es cierto que en otros momentos atribuye a la concepción revolucionaria un tono casi trascendente), puede decirse que la transformación social es producto de la acción innovadora y no un proceso que sea más o menos ineludible. Incluso, Kropotkin, altamente optimista en gran parte de su obra, se hace preguntas sobre si será cierta evolución la que llevará a una sociedad libertaria o tal vez una gran revolución. El autor de El apoyo mutuo solo concibe una sociedad evolucionada como aquella en la que el desarrollo de los medios productivos dan lugar a una abundancia de productos agrícolas e industriales para cubrir así las necesidades de las personas. Si existe una ley histórica que aprecie Kropotkin es, si acaso, la del posible fortalecimiento de la sociedad civil en detrimento del poder político (el Estado).
Bakunin se encuentra tal vez más cerca de Marx al observar que detrás de los conflictos humanos hay siempre una motivación económica. Del mismo modo, el anarquista ruso pensaba que la humanidad había pasado por diversos grados durante su desarrollo histórico y debería desembocar algún día en una organización humana de la vida. No obstante, Bakunin está lejos de ver un proceso lineal en todo ello y ya hizo ver que, seguramente, la civilización pasaría por una era oscura antes de ver la luz. Lo que está claro es que la denuncia anarquista hacia un progreso establecido en base a etapas rígidas y subordinada a las condiciones objetivas no supone no confiar en la capacidad del ser humano para innovar en las condiciones sociales dando un horizonte amplio a la razón y a la conciencia. Para Bakunin, y es una bella concepción que no tiene por qué ser una simple metáfora, uno de los motores de la historia puede estribar en la capacidad humana para rebelarse, en aras de la libertad, y para mejorar su pensamiento. La humanización, si es que podemos dar un sentido concreto a esa palabra, y la emancipación social, política y económica son un objetivo en la historia conducido por las aspiraciones humanas. La lucha de clases, o las condiciones económicas como un importante motor histórico, puede ser una parte importante del patrimonio filosófico de la humanidad. No obstante, como en cualquier otra visión, aceptarlos de una manera dogmática supone negar muchos otros factores que empujan (o no) al progreso. Los diversos tipos de servidumbre que han existido a lo largo de la historia, y que continúan en la actualidad con otras formas más sutiles en las sociedades desarrolladas, es una meta por la que merece la seguir luchando sin visiones rígidas ni dogmáticas. Los anarquistas clásicos observaban ya la sociedad humana, al igual que ocurre en la naturaleza, sujeta a cambios lentos lo mismo que a periodos de transformaciones revolucionarios de cierta rapidez en una dirección o en otra. En cualquier caso, no existe subordinación a leyes históricas ni un determinismo absoluto a las condiciones objetivas; es posible realizar cambios e innovaciones en cualquier época, transformar nuestro pensamiento y encontrar nuevas vías para la acción. Ya Malatesta era firme opositor a leyes fatales en la historia y señalaba las hipocresías de aquellos que afirmaban que resulta imposible el cambio social para, cuando interesaba, apelar a la voluntad y deseos de los personas para tratar de asentar nuevas formas de dominación. Todo determinismo es rechazable, ya que convierte al ser humano en una pieza de una maquinaria fatal, incluso aquel que trata de asentarse en métodos racionales y científicos. De nuevo llegamos al mismo punto, la transformación social es deseable debido a que el mundo social y político creado por los propios hombres (por lo tanto, susceptible de ser revertido) es cruel e injusto. El motor revolucionario para el anarquismo es eminentemente moral, una apelación al deseo de liberación y de fraternidad universales. Puede tener sus altibajos, no es lineal, pero permanece en el ámbito humano.
Rudolf Rocker realizó una monumental crítica, en su obra Nacionalismo y cultura, a una visión histórica radicada solo, y sin negar tampoco su importancia, en determinadas condiciones económicas. La voluntad de poder sería uno de los estímulos más poderosos para dar lugar a las diversos formas de sociedades humanas. Estas, no están sujetas a ninguna necesidad ni pueden ser interpretadas científicamente, son las intenciones y propósitos de los hombres los que dan lugar a ciertos cambios. Rocker insistía en el desarrollo espiritual, motivado por la fe de los seres humanos (un factor poderoso), pero desprendido de toda connotación metafísica o dogmática desde el punto de vista anarquista; toda finalidad humana sería un producto en gran medida de esa fe. Es una contribución más a la amplia concepción de la libertad en el anarquismo; su materialización, basada en la mejora de las condiciones para el conjunto de la sociedad es un anhelo humano solo probable, no hay ningún camino preestablecido. La existencia social es obra del hombre, no está fundada en ninguna instancia que le supere, es una herencia del pasado digna de ser modificada a mejor gracias a la voluntad y acción humanas, y también susceptible de buscar nuevas finalidades.
El capitalismo, con sus cíclicas crisis, no termina por sucumbir ante la falta de empuje de un nuevo espíritu socialista. Son necesarias en los hombres las condiciones sicológicas y espirituales adecuadas para poder mover la historia, sin que sean suficientes las condiciones económicas por sí solas. En el anarquismo, el fortalecimiento de la conciencia, de un fortalecido y humano sentido de la ética y de la justicia, quiere ayudar a acabar con ese nefasto motor histórico que es la “voluntad de poder”. Herbert Read quería ver cierta evolución histórica, en la que el ser humano habría pasado de ser más gregario en las sociedades primitivas a ir adquiriendo progresivamos una mayor independencia. Hoy esta visión, aunque expresada de forma loable, causa cierta perplejidad. Los individuos, en sociedades que se dicen desarrolladas, parecen tener una fuerte tensión entre un deseo de personalidad independiente y algunas practicas gregarias de lo más elementales. La explicación para ese papanatismo podría estar en una vida, en gran medida, rutinaria y servil, que empuje a buscar refugio en las mayorías. Para superar esto, el progreso podría medirse en el aumento cualitativo de la experiencia, en la profundización en los significados y perspectivas de la existencia humana y en el incremento de los valores humanos. Si la existencia de la colectividad es necesaria, para el bienestar y la seguridad del conjunto de la sociedad, el individuo debería adquirir una mayor diferenciación cualitativa en base a su personalidad, libertad y experiencia. Por supuesto, esto se ha producido hasta cierto punto en algunos momentos de la historia, pero no de forma lineal.
Todos estos punto de vista anarquistas llevan a una visión amplia de la actividad humana, en base a sus deseos y aspiraciones de una sociedad libertaria. También, a una crítica a la visión tradicional de la lucha de clases y al desarrollo de las fuerzas productivas más propias de otras ideologías socialistas, pero que tal vez han impregnado también ciertas intenciones libertarias produciendo más limitaciones que logros. El horizonte para la acción anarquista siempre ha sido más amplio que el meramente económico, la liberación se busca y se desea en todo los ámbitos humanos. Sus señas de identidad, la solidaridad, el federalismo o la autogestión, resultan instrumentos intemporales aplicados a cualquier proyecto local en aras de lograr la anhelada sociedad libertaria. Si existe una idea de progreso verdaderamente emancipadora es aquella que acerca la ética a todos los campos de actividad humana. Es algo por lo que merece la pena seguir trabajando, analizando todo tipo de condiciones materiales, pero también sociales y psicológicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario