Si la anarquía es la construcción de un espacio político no jerarquizado, que busca la autonomía de la comunidad humana y una concepción de la libertad amplia que incluya la igualdad entre todos sus miembros, es posible que constituya siempre una tarea inacabada; el anarquismo, por el contrario, constituido por diversos métodos y paradigmas, adopta diversas formas según el contexto cultural, pero permanentemente subversivo respecto a lo establecido (incluida una sociedad con grandes dosis de libertad e igualdad).
La libertad dentro de una sociedad anarquista se caracterizaría por el fin del paradigma coercitivo, es decir, de la idea de la "dominación justa", en palabras de Eduardo Colombo, que supone el moderno Estado democrático. El otro rasgo principial de la libertad anarquista sería la afinidad con una serie de valores, en los que la igualdad es condición necesaria. Si consideramos la libertad como una creación social determinada históricamente, sería la negación anarquista a una concepción estática la que precedería a una fuerza creadora e innovadora. Eso es lo que significa la conocida frase de Bakunin, "La pasión por destruir es también una pasión creadora". Por lo tanto, los anarquistas niegan el Estado, una instancia coercitiva separada de la sociedad, niegan el paradigma del mando-obediencia, consideran la libertad como una construcción histórica y niegan que exista una concepción de la misma previa a la sociedad política. Como es sabido, los liberales consideran que la libertad individual es previa a la sociedad política y, solo mediante el contracto o pacto social, es posible la convivencia gracias a la fundación del poder político. Es una justificación de la existencia del Estado, del paradigma de dominación justa, basada en el dogma de una supuesta condición previa del ser humano.
Muy al contrario, los anarquistas, tal y como dijo ya Bakunin, consideran que solo es en sociedad donde surgen la idea de la libertad, por lo que la conquista de la misma es el gran objetivo a conseguir. Solo la comunidad humana, mediante su historia y la sociedad que crea, puede dar lugar a la libertad. Ni los dioses, ni la naturaleza, ni ente abstracto alguno, es el colectivo humano el que se otorga sus propias normas. Tal y como dice Eduardo Colombo, el anarquismo, y su objetivo de crear la anarquía, supone una ruptura radical con la heteronomía, con cualquier norma que surja de una instancia separada de la sociedad. La anarquía supone entonces "la figura de un espacio político no jerarquizado, organizado para y a través de la autonomía del sujeto de la acción" (el ser humano). Por supuesto, si de verdad somos anarquistas, la construcción de la anarquía, de esa espacio político antiautoriario, será siempre una tarea inacabada. Por muy libre e igualitaria que sea una sociedad, el anarquista está obligado a ser un transgresor, un subversivo de lo establecido en nombre de un horizonte más libertario. No nos equivoquemos tampoco con esa concepción sociohistórica de la libertad anarquista. El anarquismo no tiene una concepción sagrada ni determinista de la historia, no es "historicista", ni cree en teleología alguna. No hay finalidad alguna en la historia, por lo que estamos obligados a ser críticos y trabajar por una realidad anarquista en el presente.
La anarquía solo será posible si los seres humanos desean construirla, por lo que hay que trabajar por esa conciencia que impulse una voluntad revolucionaria. Es posible que en toda lucha contra el poder en la historia haya habido un pequeño hálito libertario, pero hay que recordar que solo el anarquismo, que nace en momento histórico muy concreto, producto de la lucha de infinidad de personas para acabar con la explotación y la dominación, supone esa ruptura radical con la hetonomía (con cualquier forma de poder o autoridad coercitiva). El anarquismo nace, de forma evidente, en Occidente, originado en gran medida en la Ilustración y en la Revolución francesa, pero con el paso del tiempo haya su fuerza, junto a un horizonte ilimitado, en multitud de culturas y situaciones sociales. El conjunto de la humanidad, a través de sus diferentes expresiones culturales, puede dar forma a las ideas libertarias. Para los que trazan una división entre un supuesto anarquismo clásico o moderno, y otro posmoderno, entre la teoría y la acción, hay que decir que ya pensadores clásicos como Proudhon y Bakunin consideraban que la idea libertaria surgía de la vida y de la acción.
No hay solo un anarquismo, por mucho que histórica e ideológicamente podamos trazar cierta sistematización. Si la anarquía es el objetivo, hay muchas formas libertarias y socialistas de llegar a él, deberíamos recordarlo constantemente para huir del doctrinarismo. No puede haber dogma libertario alguno, lo mismo que no puede existir una ideología justa, y por lo tanto cerrada en sí misma; hay que combatir a aquellos que reclamen cualquier forma de ortodoxia en nombre de la diversidad y de esa concepción permanentemente subversiva. No convencen demasiado tampoco esas ideas clásicas de la anarquía como una perfecta concepción del orden, ya que deberíamos concebirla siempre como heterogénea, como compuesta de partes muy diversas y de no fácil conexión. Ya Malatesta supo romper con ciertas tendencias científicas dentro del anarquismo, que pretendían fundar una supuesta verdad libertaria en nombre de justificaciones filosóficas e incluso científicas. El anarquismo es fundamentalmente una práctica, una respuesta ética a las injusticias de cualquier tipo de sociedad. Insistiremos en que solo el deseo y la voluntad de las personas pueden crear, o impulsar, una sociedad anarquista. Es cierto que parecen existir valores innegociables en el anarquismo, en sentido lato y surgidos en un momento muy determinado de la historia, como son la acción directa, el federalismo, el internacionalismo o la igualdad de clases. Sin embargo, esos principios libertarios parecen mantenerse a través de la historia como métodos para acciones muy diversas e influenciadas por el contexto cultural y los paradigmas de la época. En el campo económico, por ejemplo, mutualismo, comunismo o colectivismo forman parte de esos paradigmas históricos para tratar de establecer la justicia social. Nuevas acciones libertarias, y nuevos paradigmas, reclaman ser creados en el presente (y en el futuro).
La libertad dentro de una sociedad anarquista se caracterizaría por el fin del paradigma coercitivo, es decir, de la idea de la "dominación justa", en palabras de Eduardo Colombo, que supone el moderno Estado democrático. El otro rasgo principial de la libertad anarquista sería la afinidad con una serie de valores, en los que la igualdad es condición necesaria. Si consideramos la libertad como una creación social determinada históricamente, sería la negación anarquista a una concepción estática la que precedería a una fuerza creadora e innovadora. Eso es lo que significa la conocida frase de Bakunin, "La pasión por destruir es también una pasión creadora". Por lo tanto, los anarquistas niegan el Estado, una instancia coercitiva separada de la sociedad, niegan el paradigma del mando-obediencia, consideran la libertad como una construcción histórica y niegan que exista una concepción de la misma previa a la sociedad política. Como es sabido, los liberales consideran que la libertad individual es previa a la sociedad política y, solo mediante el contracto o pacto social, es posible la convivencia gracias a la fundación del poder político. Es una justificación de la existencia del Estado, del paradigma de dominación justa, basada en el dogma de una supuesta condición previa del ser humano.
Muy al contrario, los anarquistas, tal y como dijo ya Bakunin, consideran que solo es en sociedad donde surgen la idea de la libertad, por lo que la conquista de la misma es el gran objetivo a conseguir. Solo la comunidad humana, mediante su historia y la sociedad que crea, puede dar lugar a la libertad. Ni los dioses, ni la naturaleza, ni ente abstracto alguno, es el colectivo humano el que se otorga sus propias normas. Tal y como dice Eduardo Colombo, el anarquismo, y su objetivo de crear la anarquía, supone una ruptura radical con la heteronomía, con cualquier norma que surja de una instancia separada de la sociedad. La anarquía supone entonces "la figura de un espacio político no jerarquizado, organizado para y a través de la autonomía del sujeto de la acción" (el ser humano). Por supuesto, si de verdad somos anarquistas, la construcción de la anarquía, de esa espacio político antiautoriario, será siempre una tarea inacabada. Por muy libre e igualitaria que sea una sociedad, el anarquista está obligado a ser un transgresor, un subversivo de lo establecido en nombre de un horizonte más libertario. No nos equivoquemos tampoco con esa concepción sociohistórica de la libertad anarquista. El anarquismo no tiene una concepción sagrada ni determinista de la historia, no es "historicista", ni cree en teleología alguna. No hay finalidad alguna en la historia, por lo que estamos obligados a ser críticos y trabajar por una realidad anarquista en el presente.
La anarquía solo será posible si los seres humanos desean construirla, por lo que hay que trabajar por esa conciencia que impulse una voluntad revolucionaria. Es posible que en toda lucha contra el poder en la historia haya habido un pequeño hálito libertario, pero hay que recordar que solo el anarquismo, que nace en momento histórico muy concreto, producto de la lucha de infinidad de personas para acabar con la explotación y la dominación, supone esa ruptura radical con la hetonomía (con cualquier forma de poder o autoridad coercitiva). El anarquismo nace, de forma evidente, en Occidente, originado en gran medida en la Ilustración y en la Revolución francesa, pero con el paso del tiempo haya su fuerza, junto a un horizonte ilimitado, en multitud de culturas y situaciones sociales. El conjunto de la humanidad, a través de sus diferentes expresiones culturales, puede dar forma a las ideas libertarias. Para los que trazan una división entre un supuesto anarquismo clásico o moderno, y otro posmoderno, entre la teoría y la acción, hay que decir que ya pensadores clásicos como Proudhon y Bakunin consideraban que la idea libertaria surgía de la vida y de la acción.
No hay solo un anarquismo, por mucho que histórica e ideológicamente podamos trazar cierta sistematización. Si la anarquía es el objetivo, hay muchas formas libertarias y socialistas de llegar a él, deberíamos recordarlo constantemente para huir del doctrinarismo. No puede haber dogma libertario alguno, lo mismo que no puede existir una ideología justa, y por lo tanto cerrada en sí misma; hay que combatir a aquellos que reclamen cualquier forma de ortodoxia en nombre de la diversidad y de esa concepción permanentemente subversiva. No convencen demasiado tampoco esas ideas clásicas de la anarquía como una perfecta concepción del orden, ya que deberíamos concebirla siempre como heterogénea, como compuesta de partes muy diversas y de no fácil conexión. Ya Malatesta supo romper con ciertas tendencias científicas dentro del anarquismo, que pretendían fundar una supuesta verdad libertaria en nombre de justificaciones filosóficas e incluso científicas. El anarquismo es fundamentalmente una práctica, una respuesta ética a las injusticias de cualquier tipo de sociedad. Insistiremos en que solo el deseo y la voluntad de las personas pueden crear, o impulsar, una sociedad anarquista. Es cierto que parecen existir valores innegociables en el anarquismo, en sentido lato y surgidos en un momento muy determinado de la historia, como son la acción directa, el federalismo, el internacionalismo o la igualdad de clases. Sin embargo, esos principios libertarios parecen mantenerse a través de la historia como métodos para acciones muy diversas e influenciadas por el contexto cultural y los paradigmas de la época. En el campo económico, por ejemplo, mutualismo, comunismo o colectivismo forman parte de esos paradigmas históricos para tratar de establecer la justicia social. Nuevas acciones libertarias, y nuevos paradigmas, reclaman ser creados en el presente (y en el futuro).
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