Desde sus orígenes, el movimiento anarquista ha profesado un amor apasionado por la cultura y la educación; no nos referimos únicamente a las manifestaciones culturales específicas dentro del anarquismo, sino a la cultura y el conocimiento de un modo amplio y liberador.
El sociólogo Christian Ferrer, en su notable obra sobre el movimiento anarquista, afirma que está poco rastreada la influencia que ha tenido sobre los intelectuales y los diferentes grupos sociales de carácter progresista y de vanguardia, a lo largo del siglo XX. De lo que no cabe ninguna duda, es de que el anarquismo ha sido y es una parte primordial del sustrato cultural, ético, político y existencia de los movimientos sociales. Esto es así por varios motivos, que merece la pena analizar. Tal como nos dice Paco Madrid, y como pensamos que se sostiene de manera generalizada por los anarquistas, la propia condición libertaria, que obligaba a prefigurar una sociedad futura sin explotación ni opresión, ayudó a configurar esa asombrosa fortaleza cultural. Solo hay que observar la innumerable cantidad de publicaciones, libros y folletos que publicaron los anarquistas, y que continúan haciendo en la actualidad ayudados por las nuevas tecnologías, ya que consideran que es la mejor herramienta de propagación de las ideas. La prensa anarquista fue innovadora, a pesar de sus lógicas limitaciones, ya que constituía una plataforma de discusión abierta a cualquiera. No hablamos, seguramente, de un gran nivel cultural expresado en crónicas, artículos y formas literarias todo tipo, pero sí de una encomiable energía y espontaneidad, no exentas de cierta belleza, que se daba por lo general en la prensa ácrata. Las publicaciones libertarias, a pesar de contar con un equipo de redacción más o menos fijo, tienen esa condición abierta y colectiva, que le otorgaba una indudable solidez superando cualquier obstáculo al contar con la colaboración de todos.
El sociólogo Christian Ferrer, en su notable obra sobre el movimiento anarquista, afirma que está poco rastreada la influencia que ha tenido sobre los intelectuales y los diferentes grupos sociales de carácter progresista y de vanguardia, a lo largo del siglo XX. De lo que no cabe ninguna duda, es de que el anarquismo ha sido y es una parte primordial del sustrato cultural, ético, político y existencia de los movimientos sociales. Esto es así por varios motivos, que merece la pena analizar. Tal como nos dice Paco Madrid, y como pensamos que se sostiene de manera generalizada por los anarquistas, la propia condición libertaria, que obligaba a prefigurar una sociedad futura sin explotación ni opresión, ayudó a configurar esa asombrosa fortaleza cultural. Solo hay que observar la innumerable cantidad de publicaciones, libros y folletos que publicaron los anarquistas, y que continúan haciendo en la actualidad ayudados por las nuevas tecnologías, ya que consideran que es la mejor herramienta de propagación de las ideas. La prensa anarquista fue innovadora, a pesar de sus lógicas limitaciones, ya que constituía una plataforma de discusión abierta a cualquiera. No hablamos, seguramente, de un gran nivel cultural expresado en crónicas, artículos y formas literarias todo tipo, pero sí de una encomiable energía y espontaneidad, no exentas de cierta belleza, que se daba por lo general en la prensa ácrata. Las publicaciones libertarias, a pesar de contar con un equipo de redacción más o menos fijo, tienen esa condición abierta y colectiva, que le otorgaba una indudable solidez superando cualquier obstáculo al contar con la colaboración de todos.
En cuestiones educativas, no resulta sorprendente tampoco el esfuerzo que realizan los anarquistas. Hay que tener en cuenta que su objetivo es poner al alcance de todos las herramientas para su liberación en base a su formación. Si hay una idea que se tenga de la transformación social dentro del anarquismo, aunque el concepto revolucionario no posea hoy un carácter mayestático, aquella está indudablemente ligada a la instrucción y la difusión cultural. En el pasado, existía un intolerable índice de analfabetismo que los ácratas combatieron, y de forma por lo general exitosa, desde sus inicios. Hoy, el empobrecimiento cultural y formativo tiene otros rasgos más complejos de paliar, pero resulta primordial seguir trabajando en la difusión, ayudar a crear esas inquietudes, que moldeen también la conciencia. Parecemos determinados a trabajar en el desarrollo del conocimiento, como herramienta de emancipación, a pesar de parecer cosa del pasado. Si el anarquismo poseyó una confianza, casi ilimitada en las posibilidades liberadoras de la ciencia y la técnica, hoy merece una reflexión si ello resulta posible. Es decir, en el pasado los anarquistas se esforzaron por crear un innovador imaginario social y cultural, que ayudara a demoler las condiciones de explotación y opresión. Ello, en todos los ámbitos de interés humano, lo cual otorga una especificidad notable e innovadora al movimiento anarquista frente a otros de intención transformadora, más reducidos a lo político. El análisis, en la sociedad posmoderna, más que nunca, es saber si trabajar por ese imaginario resulta más integrador que rompedor.
Una de las características del movimiento anarquista, directamente relacionada con la educación y la cultura, es el aspecto organizativo. En el pasado, se ha hecho tal vez demasiado hincapié en las grandes formaciones ácratas, o anarcosindicalistas, dejando a un lado lo que suponía el llamado "grupo de afinidad". La historiadora Dolors Marín nos recuerda que la relevancia de estos grupos anarquistas estribaban en la práctica cotidiana donde llevaban a cabo su "vivir en anarquía", su idea de la transformación social. Se trata de unas características digna de análisis, de indudable actualidad al tratar de prefigurar la sociedad que desean para el futuro, ya en su vida diaria. Estos grupos proliferaron en todo el territorio español, y en ello tuvo sin duda un papel importante la prensa anarquistas y su difusión ideológica. Del mismo modo, resulta sorprendente la extensa red de relaciones que llevaron a cabo, de manera descentralizada y apoyados casi exclusivamente por herramientas culturales e ideológicas. Estos grupos de afinidad ácrata, o como los queramos denominar, incluso en algunos casos sin etiqueta anarquista alguna, siguen funcionando en la actualidad, y de forma encomiable en muchos aspectos. Volvamos al lúcido e irónico Christian Ferrer. Este, se pregunta de forma retórica y sarcástica si existieron de verdad los anarquistas, si los problemas planteados por ellos hubieran tenido cabida en otros grupos disidentes (liberales o socialistas heterodoxos). Por supuesto que existieron y existen los ácratas, por lo que la modernidad no es una mera tensión política entre socialismo y liberalismo o, como también señala Ferrer entre nacionalismo e imperialismo. No, la visión libertaria es mucho más amplia y liberdora. La emancipación social, en base exclusivamente a la cultura y la educación, a pesar de lo atractiva que nos siga pareciendo, y que en muchos aspectos trabajemos por ella, es seguramente algo contextualizable en el pasado (y, por lo tanto, digno también de crítica). La liberación para el anarquismo, hoy, posee otras formas y otras expresiones, lo cual no implica renunciar a ese amor por la cultura y la educación, ni a herramientas y rasgos inherentes a las ideas y a la práctica: una exigencia de libertad, de carácter solidario y colectivo, que le aleja de postulados liberales o libertarianos.
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