Por su importancia para el anarquismo, recordamos diferentes corrientes de pensamiento; el estructuralismo, que vivió su auge en los años 50 y 60 del siglo XX, y el postestructuralismo, nacido en gran medida a partir de Mayo del 68, que resulta primordial para comprender la sociedad posmoderna.
El estructuralismo se gestó en los años 50, con autores como Claude Levi-Strauss, alcanzando su apogeo a mediados de los años 65. Hay quien considera que su declive comienza en 1968, con un acontecimiento del calibre de Mayo del 68, algo en lo que incidiremos posteriormente. ¿Qué es lo que sostiene el estructuralismo? Dicho de un modo extremadamente simple, el estructuralismo vendría a decir que hay que ocuparse de la manera en que una estructura se haya configurada. Así, se deja a un lado la historia, el porqué hemos llegado a esa situación y se dedica a estudiar la relación entre los diversos elementos. Otro factor que se deja a un lado es la subjetividad, que resulta tan importante por ejemplo para la fenomenología, ya que sería el elemento constituyente de la experiencia del sujeto. Según la fenomenología, solo hay que liberar la conciencia del individuo de todo aquello que la oprime y la distorsiona, para que el sujeto consciente se convierta en constituyente. El estructuralismo, por el contrario, considera que tanto el sujeto como la conciencia no son constituyentes, sino que están constituidos (por la lengua, las estructuras, la cultura, el inconsciente…). El estructuralismo, por lo tanto, se erige en crítico del sujeto de la modernidad (caracterizado por una conciencia transparente y por erigirse en constituyente), incluso pretende eliminarlo. Si bien el estructuralismo cuestiona este sujeto autónomo de la modernidad, sí participa en algunos presupuestos de la misma, como es la confianza en una razón fundamentalmente científica, en la creencia en cierto esencialismo (pensar que hay una naturaleza humana) y en la búsqueda de universales. Resumiendo, diremos que la metáfora más adecuada para el estructuralismo sería la de un investigador, que se esfuerza por indagar qué está detrás de la experiencia, de los hechos, de lo que se observa, para encontrar la verdad.
El estructuralismo se gestó en los años 50, con autores como Claude Levi-Strauss, alcanzando su apogeo a mediados de los años 65. Hay quien considera que su declive comienza en 1968, con un acontecimiento del calibre de Mayo del 68, algo en lo que incidiremos posteriormente. ¿Qué es lo que sostiene el estructuralismo? Dicho de un modo extremadamente simple, el estructuralismo vendría a decir que hay que ocuparse de la manera en que una estructura se haya configurada. Así, se deja a un lado la historia, el porqué hemos llegado a esa situación y se dedica a estudiar la relación entre los diversos elementos. Otro factor que se deja a un lado es la subjetividad, que resulta tan importante por ejemplo para la fenomenología, ya que sería el elemento constituyente de la experiencia del sujeto. Según la fenomenología, solo hay que liberar la conciencia del individuo de todo aquello que la oprime y la distorsiona, para que el sujeto consciente se convierta en constituyente. El estructuralismo, por el contrario, considera que tanto el sujeto como la conciencia no son constituyentes, sino que están constituidos (por la lengua, las estructuras, la cultura, el inconsciente…). El estructuralismo, por lo tanto, se erige en crítico del sujeto de la modernidad (caracterizado por una conciencia transparente y por erigirse en constituyente), incluso pretende eliminarlo. Si bien el estructuralismo cuestiona este sujeto autónomo de la modernidad, sí participa en algunos presupuestos de la misma, como es la confianza en una razón fundamentalmente científica, en la creencia en cierto esencialismo (pensar que hay una naturaleza humana) y en la búsqueda de universales. Resumiendo, diremos que la metáfora más adecuada para el estructuralismo sería la de un investigador, que se esfuerza por indagar qué está detrás de la experiencia, de los hechos, de lo que se observa, para encontrar la verdad.
La importancia del estructuralismo fue notable en su momento, pero se produjo un gran evento que puso en cuestión sus postulados. Mayo del 68 se convirtió en símbolo de lo que el estructuralismo consideraba intrascendente: el acontecimiento. Igualmente, el mayo francés puso en cuestión los discursos totalizantes y universalistas, otorgando predominancia a lo local, lo particular y lo específico. Tal y como sostiene Tomás Ibáñez, el acontecimiento de Mayo del 68 ayudó enormemente al derrumbe de una corriente y el advenimiento de otra: el postestructuralismo. Según este nuevo pensamiento, construido según los postulados contrarios al estructuralismo, se cuestiona la universalidad de la razón científica (y conceptos derivados como la objetividad o la verdad absolutas), es decir, la idea de que el conocimiento puede asentarse sobre fundamentos absolutos y definitivos. La negación de la historia no tiene ya cabida en el postestructuralismo, ya que resulta importante en las estructuras estudiar su origen y su dinámica. No obstante, hay que decir que es una visión de la historia alejada de la de la modernidad, ya que no existiría ninguna finalidad en ella (teleología). Si bien el postestructuralismo reintroduce la historia en el interior de la estructura, lo hace de forma discontinuista, sin propósito alguno ni forma de evolución en ella.
Otra creencia que se pone en cuestión en el postestructuralismo es la de una supuesta naturaleza humana, algo que tal vez acababa derivándose del estructuralismo a pesar de su exclusión del sujeto. Esa creencia en una naturaleza humana nos llevaría a pensar que existe una esencia que condicionaría lo que somos, por lo que se ve como una imposibilidad para la creación de algo nuevo. Es decir, lo que existe, lo que podemos producir, sería solo una variante de esa supuesta esencia. Desde un punto de vista radical e innovador, esto sería inadmisible. Así, según lo que sostiene el postestructuralismo, habría que desenmascarar esa visión esencialista, ya que sería un peligro para nuestra libertad, para la posibilidad de crear algo verdaderamente nuevo. Frente a la esencia, hay que reivindicar la existencia y su carácter contigente (es decir, algo que pueda suceder o no, lo que abre un campo enorme de libertad). Como dijimos, el postestructuralismo reintroduce al sujeto, que el estructuralismo había dejado a un lado, pero se trata de un sujeto sin una naturaleza humana esencial e inmutable, que habría sido reprimida y distorsionada por las práctica históricas y las instituciones. Desde un punto de vista libertario, resulta admisible esta visión: deseamos ser libres, pero no en nombre de una visión esencialista, ni por ninguna exigencia natural, sino porque queremos transformar las cosas, querer ser de otra manera. Sin justificaciones de ningún tipo, estamos obligado a trabajar y a luchar por ello. Entendemos así que los sujetos, y las sociedades que fundan, resultan históricamente variables, lo que abre la posibilidad a una existencia libertaria. Para ello, es necesario comprender ciertas prácticas históricas, según esa visión del sujeto no esencialista, para comprender lo que somos y lo que podemos llegar a ser. A pesar de lo que nos pueda parecer en muchos momentos, no hay necesidad alguna en la existencia humana; existe contingencia, la posibilidad de ser de una u otra forma.
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