El anarquismo es enemigo de todo dogma y propulsor de un auténtico pensamiento libre; por ello, está obligado a revisar y renovar sus planteamientos emancipadores, máxime en un escenario tan diferente al que vivieron los militantes clásicos.
El mundo se ha transformado radicalmente en las últimas décadas, de ahí que las antiguas recetas emancipadoras, con una concepción de la revolución social con mayúsculas, resulten cuestionables. Si preguntamos a gran parte de la sociedad sobre los anhelos anarquistas, de libertad, igualdad y justicia para todos, lo más probable es que, en el mejor de los casos, lo consideren un bello sueño inalcanzable. Ello, a pesar de que tal y como está el mundo, con una evidente y creciente desigualdad económica y política, y con la amenaza constante incluso de la destrucción del planeta, las ideas libertarias sean más necesarias que nunca. ¿Qué podemos hacer? Por supuesto, no conducirnos a la desesperanza, pero tampoco a la automarginación, enclaustrándonos en la defensa de principios inamovibles ni en cierta actitud esteril desuperioridad moral. La primera tarea es comprender que, por mucho que nos guste buscar un vínculo con el pasado, con el anarquismo clásico o moderno, el mundo es hoy muy diferente. Hay que comprender que la praxis emprendida por los libertarios del pasado, no sabemos si están o no obsoletas o resultan absolutamente inviables, pero sí pertenecen a un mundo que ya no existe. Ello no impide, por supuesto, aprender mucho de militantes y pensadores pertenecientes a otro tiempo, pero no podemos abundar en concepciones dogmáticas ni en una suerte de papanatismo adornado con bellas propuestas emancipadoras.
Como anarquistas, estamos obligados a renovarnos y movernos constantemente, buscando esas nuevas vías emancipadoras que verdaderamente renuncian al autoritarismo. Recordemos que las propuestas del anarquismo, con su coherencia entre medios y fines, y su renuncia a toda praxis coercitiva, está en las Antípodas de otras corrientes (supuestamente) emancipadoras, como la socialdemócrata o la comunista. Así, esas opciones políticas es lógico que abunden en la repetición, como vemos una y otra vez en la práctica, a pesar de conocer los resultados. Las ideas libertarias, muy al contrario, están obligadas a reinventarse. No es ninguna paradoja, ni una renuncia a los principios fundamentales anarquistas, que tienen que ver precisamente con esa práctica real de solidaridad, descentralización y libertad. Anarquismo es movimiento y renovación permanente, precisamente porque el resto de propuestas insiste en cambiar el sistema desde dentro. Las ideas libertarias representan la verdadera autonomía, la gestión por parte de la propia sociedad, frente a la heteronomía, que insiste en representarla y tutelarla. Si se quiere, y es posible que con este lenguaje atraigamos la conciencia de las personas, el anarquismo es una profundización en la democracia, que siempre debería haber sido la gestión social y política realizada por el propio pueblo (por recuperar la etimología de la palabra).
Tal vez, el siglo XXI nos depare la auténtica evolución de la democracia, que es esa profundización en la misma que representa el anarquismo. La democracia representativa, heteronomía política, subordinada o fusionada con el capitalismo, representa hoy el inmovilismo, el Estado con mayúsculas, la desesperanza y la continuación en fórmulas obsoletas. Todo lo que el anarquismo no puede ser, ya que hay que convencer de que se trata de la mejor alternativa a cualquier forma de explotación y dominación, aunque se revista de modos democráticos. El sistema económico, el capitalismo, por su parte, a pesar de lo injusto, embrutecedor y destructor que resulte, es el sistema consolidado en la modernidad. La concepción socialista de la sociedad parece hoy obsoleta, identificada exclusivamente con sus fracasadas propuestas estatales. Ello explica, en gran medida, aunque no solo, la supremacía del capitalismo, a pesar de que el anarquismo también fue en origen una corriente socialista con una sólida concepción de la libertad vinculada a la igualdad. Por supuesto, no podemos lamentarnos sobre por qué el anarquismo no ha encontrado su lugar en la modernidad y sí realizar un análisis del nuevo escenario y de las nuevas estrategias ácratas.
Recordemos que el anarquismo no es simplemente una ideología o una teoría, aunque es cierto que pudo verse influido en ciertos aspectos por las visiones marxistas sobre un movimiento obrero que vislumbraba un horizonte emancipador. Es decir, una organización de masas trabajadoras, por muy descentralizada que se presentara en el caso de la influencia anarquista, y un gran evento revolucionario que nos condujera al deseado socialismo libertario. Hoy, hay que ser críticos con esta concepción. El marxismo, la otra gran corriente emancipadora, ha sufrido un periplo peculiar en la modernidad, huyendo del horror de su praxis y buscando una renovación que en sus mejores propuestas le acababa acercando a las ideas libertarias. El anarquismo, sin grandes propuestas teóricas (por supuesto, nada "científicas"), ni mucho menos totalitarias, pero con un gran y ecléctico corpus, busca batallar siempre en el seno de los movimientos sociales. Los estudiosos e investigadores aseguran que, al menos, desde Mayo del 68 de una forma más evidente en diversas luchas concretas. Al fin y al cabo, las denominaciones no son importantes, y lo importante es esa concepción amplia de la libertad, vinculada a la autogestión y la horizontalidad, con su rechazo al poder y a la jerarquía, tengo o no la etiqueta de anarquista. Esa renovación del anarquismo, con el nombre que se quiera (por eso, hay quien le coloca el prefijo neo o post), se está produciendo desde las últimas décadas y consolidando en el siglo XXI. Sin entrar en disquisiciones filosóficas acerca del postestructuralismo y la posmodernidad, diremos que la propia condición anarquista obliga a esa crítica permanente, a esa revisión y renovación, que no renuncia totalmente al pasado, y sí lo utiliza para enriquecer las propuestas actuales. Como anarquistas, solo podemos rechazar el dogma y amar el auténtico pensamiento libre, no solo el que se reviste de meras oposiciones para evidenciar su impotencia. Tal y como lo expresan pensadores anarquistas actuales, como Octavio Alberola o Tomás Ibáñez, el anarquismo del siglo XXI se puede caracterizar por una cierta conservación de algunos ideales clásicos "para construir la anarquía en los hechos" y sea capaz de poner al día todas sus potencialidades de emancipación.
El mundo se ha transformado radicalmente en las últimas décadas, de ahí que las antiguas recetas emancipadoras, con una concepción de la revolución social con mayúsculas, resulten cuestionables. Si preguntamos a gran parte de la sociedad sobre los anhelos anarquistas, de libertad, igualdad y justicia para todos, lo más probable es que, en el mejor de los casos, lo consideren un bello sueño inalcanzable. Ello, a pesar de que tal y como está el mundo, con una evidente y creciente desigualdad económica y política, y con la amenaza constante incluso de la destrucción del planeta, las ideas libertarias sean más necesarias que nunca. ¿Qué podemos hacer? Por supuesto, no conducirnos a la desesperanza, pero tampoco a la automarginación, enclaustrándonos en la defensa de principios inamovibles ni en cierta actitud esteril desuperioridad moral. La primera tarea es comprender que, por mucho que nos guste buscar un vínculo con el pasado, con el anarquismo clásico o moderno, el mundo es hoy muy diferente. Hay que comprender que la praxis emprendida por los libertarios del pasado, no sabemos si están o no obsoletas o resultan absolutamente inviables, pero sí pertenecen a un mundo que ya no existe. Ello no impide, por supuesto, aprender mucho de militantes y pensadores pertenecientes a otro tiempo, pero no podemos abundar en concepciones dogmáticas ni en una suerte de papanatismo adornado con bellas propuestas emancipadoras.
Como anarquistas, estamos obligados a renovarnos y movernos constantemente, buscando esas nuevas vías emancipadoras que verdaderamente renuncian al autoritarismo. Recordemos que las propuestas del anarquismo, con su coherencia entre medios y fines, y su renuncia a toda praxis coercitiva, está en las Antípodas de otras corrientes (supuestamente) emancipadoras, como la socialdemócrata o la comunista. Así, esas opciones políticas es lógico que abunden en la repetición, como vemos una y otra vez en la práctica, a pesar de conocer los resultados. Las ideas libertarias, muy al contrario, están obligadas a reinventarse. No es ninguna paradoja, ni una renuncia a los principios fundamentales anarquistas, que tienen que ver precisamente con esa práctica real de solidaridad, descentralización y libertad. Anarquismo es movimiento y renovación permanente, precisamente porque el resto de propuestas insiste en cambiar el sistema desde dentro. Las ideas libertarias representan la verdadera autonomía, la gestión por parte de la propia sociedad, frente a la heteronomía, que insiste en representarla y tutelarla. Si se quiere, y es posible que con este lenguaje atraigamos la conciencia de las personas, el anarquismo es una profundización en la democracia, que siempre debería haber sido la gestión social y política realizada por el propio pueblo (por recuperar la etimología de la palabra).
Tal vez, el siglo XXI nos depare la auténtica evolución de la democracia, que es esa profundización en la misma que representa el anarquismo. La democracia representativa, heteronomía política, subordinada o fusionada con el capitalismo, representa hoy el inmovilismo, el Estado con mayúsculas, la desesperanza y la continuación en fórmulas obsoletas. Todo lo que el anarquismo no puede ser, ya que hay que convencer de que se trata de la mejor alternativa a cualquier forma de explotación y dominación, aunque se revista de modos democráticos. El sistema económico, el capitalismo, por su parte, a pesar de lo injusto, embrutecedor y destructor que resulte, es el sistema consolidado en la modernidad. La concepción socialista de la sociedad parece hoy obsoleta, identificada exclusivamente con sus fracasadas propuestas estatales. Ello explica, en gran medida, aunque no solo, la supremacía del capitalismo, a pesar de que el anarquismo también fue en origen una corriente socialista con una sólida concepción de la libertad vinculada a la igualdad. Por supuesto, no podemos lamentarnos sobre por qué el anarquismo no ha encontrado su lugar en la modernidad y sí realizar un análisis del nuevo escenario y de las nuevas estrategias ácratas.
Recordemos que el anarquismo no es simplemente una ideología o una teoría, aunque es cierto que pudo verse influido en ciertos aspectos por las visiones marxistas sobre un movimiento obrero que vislumbraba un horizonte emancipador. Es decir, una organización de masas trabajadoras, por muy descentralizada que se presentara en el caso de la influencia anarquista, y un gran evento revolucionario que nos condujera al deseado socialismo libertario. Hoy, hay que ser críticos con esta concepción. El marxismo, la otra gran corriente emancipadora, ha sufrido un periplo peculiar en la modernidad, huyendo del horror de su praxis y buscando una renovación que en sus mejores propuestas le acababa acercando a las ideas libertarias. El anarquismo, sin grandes propuestas teóricas (por supuesto, nada "científicas"), ni mucho menos totalitarias, pero con un gran y ecléctico corpus, busca batallar siempre en el seno de los movimientos sociales. Los estudiosos e investigadores aseguran que, al menos, desde Mayo del 68 de una forma más evidente en diversas luchas concretas. Al fin y al cabo, las denominaciones no son importantes, y lo importante es esa concepción amplia de la libertad, vinculada a la autogestión y la horizontalidad, con su rechazo al poder y a la jerarquía, tengo o no la etiqueta de anarquista. Esa renovación del anarquismo, con el nombre que se quiera (por eso, hay quien le coloca el prefijo neo o post), se está produciendo desde las últimas décadas y consolidando en el siglo XXI. Sin entrar en disquisiciones filosóficas acerca del postestructuralismo y la posmodernidad, diremos que la propia condición anarquista obliga a esa crítica permanente, a esa revisión y renovación, que no renuncia totalmente al pasado, y sí lo utiliza para enriquecer las propuestas actuales. Como anarquistas, solo podemos rechazar el dogma y amar el auténtico pensamiento libre, no solo el que se reviste de meras oposiciones para evidenciar su impotencia. Tal y como lo expresan pensadores anarquistas actuales, como Octavio Alberola o Tomás Ibáñez, el anarquismo del siglo XXI se puede caracterizar por una cierta conservación de algunos ideales clásicos "para construir la anarquía en los hechos" y sea capaz de poner al día todas sus potencialidades de emancipación.
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