sábado, 7 de diciembre de 2019

'El arte de volar', el exterminio de una generación enorme


El arte de volar, escrita por Antonio Altarriba y dibujada por el popular Kim, novela gráfica muy premiada, editada ya hace unos años, es una inmejorable obra para disfrutar por parte de los aficionados al cómic, introducir a los profanos y, más importante, recuperar algo de la muy maltratada memoria histórica en España.

Altarriba escribe un emotivo homenaje a su padre, Antonio Altarriba Lope, que se quitó la vida el 4 de mayo de 2001 lanzándose al vacío desde una cuarta planta de la residencia donde se encontraba internado, un hombre de humildes (y mezquinos) orígenes, que vivió tiempos turbulentos en España y adquirió conciencia sobre la necesidad de construir un mundo más justo. Su vida estuvo plagada de fracasos como consecuencia de un implacable régimen y de las traiciones que él mismo hizo a sus principios empujado por las circunstancias. No elude críticas tampoco el escritor a la condición humana, pero narrando con maestría el entorno donde se producen los actos más inicuos de algunos seres humanos. La voluntaria decisión de Altarriba padre de acabar con su vida de ese modo es tomada por su hijo como el deseo, por fin, de volar libre. El escritor encontraría después un montón de hojas de papel con las memorias de su padre, y de ahí los orígenes verídicos de la obra de ficción El arte de volar.


Tal vez Antonio Altarriba, con la lectura de los recuerdos y vivencias de su padre, llegó a empatizar de tal modo, a compartir sus alegrías y sus dolores, que en una más que afortunada decisión narrativa, y seguramente con intenciones catárticas, llega a fundir su identidad en la obra con la de su progenitor. Desde el prólogo en el que se relata el suicidio, se realiza ya una declaración de intenciones al poder leerse las siguientes palabras en primera persona: "y, ahora, una vez muerto, él está en mí". No renuncia Altarriba (dejemos el nombre ya sin aclaración) a contar los hechos con los ojos del protaganista, pero desde su propia perspectiva, en una memorable intención que fusiona también la vida con la literatura sin artimañas de ningún tipo (sería, tal vez, reduccionista etiquetar de meramente realistas algunas obras). Tras el prólogo, la obra se artícula en tres capítulos denominados como las plantas del edificio que aún tiene que descender el suicida, y delimitados por la etapa histórica, desde 1910 (a pesar de la importancia del anarquismo en la obra, sin relación aparente con el año de fundación de la Confederación Nacional del Trabajo) hasta el momento de la muerte del protagonista en un significativo cambio de siglo. Este primer capítulo, situado entre los destacados años en la historia contemporánea española de 1910 y 1931, comienza con la memorable frase: "Mi padre, que ahora soy yo..." y continúa más adelante con "yo, que ya soy un solo yo". Para los que no poseemos un sentido trascendente de la vida humana ni queremos ver nuestras vidas determinadas por ello; para los que creemos en potenciar nuestra vida terrena, la única existente, al máximo, estas palabras en las que el hijo recoge el legado de su padre y hace suya su identidad son de una emotividad ejemplar, sin lectura religiosa alguna ni elevada por encima del ámbito humano. Curiosamente, la historia se abre con toda una manifestación del protagonista en la que renuncia a su raíces familiares (a excepción de la madre) e identitatarias, a las mezquindades consuetudinarias y también como consecuencia de la propiedad (la construcción de un muro, símbolo tan importante para que el protagonista adquiera conciencia), tal vez es un deseo temprano de construirse una vida propia partiendo de cero y de otorgar su propio sentido a su nueva identidad libertaria.

El segundo capítulo, el más extenso, que abarca nada menos que la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra, tiene como subtítulo, significativamente sobre la futura ideología de Altarriba, "Las alpargatas de Durruti". Un mitin de la CNT-FAI, en el que se cuestiona la deriva burguesa de la República, empezará a abrir lo ojos a un hombre que teme la violencia revolucionaria, pero que termina entendiendo la época que le ha tocado vivir. Otra divertida metáfora al respecto, producto de una de las profesiones del protagonista arreglando máquinas de coser, es la que identifica reforma con costuras y revolución con rupturas. El personaje del anarquista Mariano representará la plena integridad en la historia y marcará la personalidad del protagonista a lo largo de importantes hechos generales contados a través de emotivas, heroicas y dramáticas vivencias personales: la traición de la revolución, el progresivo poder de los comunistas en el bando republicano, la militarización de las milicias, la derrota final, la trágica estancia en Francia en campos de concentración ("era todo lo que ofrecían los franceses... arena, mar y cielo...") y unos años de exilio antes del retorno a la gris y opresiva España eterna. A partir de entonces, es cuando se producen en el relato las mayores frustaciones, traiciones a sí mismo y, finalmente, desesperanzas en la vida de Antonio Altarriba. En un último tramo de su vida no parece tener ya nada a lo que aferrarse, busca refugio en una residencia para ancianos que sirve de microcosmos representativo de la España de Franco y de la posterior democracia, una lúcida e irónica visión de la Transición con ciudadanos convertidos en sumisos integrantes de una institución terrible. Las constantes visiones del protagonista serán el reflejo de todo lo que le han arrebatado en una vida en la que una vez se dispuso a volar muy alto.


Para aquellos que todavía conserven prejuicios sobre ese medio, que tanto tiene que ver con lo cinematográfico (llámese cómic o historieta), recomiendo una obra de indudable calidad y madurez, llena de humor y de tragedia, capaz de implicar al lector hasta el punto de empatizar con un ser humano emotivo y de vivir en primera persona una historia memorable. Si hablamos de obras narrativas en conjunto, tengo que decir que El arte de volar es una de las que más he disfrutado en los últimos años. En mi opinión, hay que olvidarse de la obra más conocida del dibujante Kim, el conocido personaje Martínez, el facha, para que esta otra adquiera también la importancia gráfica que merece. El estilo simple de Kim esconde numerosas sorpresas que dan vigor a la interpretación visual de los memorables hechos narrados por Altarriba. Como no considero que haya una frontera entre el mero disfrute y exigencias más elevadas, entre un placer banal y sentir emoción, pienso que esta obra sobre nuestra pasado reciente (solo alguien con notables carencias puede negarse a tener memoria), personificada en alguien con nombre y apellidos, es un hermoso ejemplo de ello. Para otro texto, dejaremos la segunda parte del hermoso díptico escrito por Altarriba, El ala rota, dedicada esta vez a su madre y editada este año 2017.

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