viernes, 27 de noviembre de 2020

Ayn Rand, el anarquismo, lo libertario y la confusión política


Leyendo a Ayn Rand, uno se pregunta cómo es posible que alguien la haya querido acercar, aunque sea mínimamente, a lo libertario; la cuestión resulta jugosa en una sociedad actual en que no se favorece, precisamente, el conocimiento filosófico y político.
Ayn Rand, una feroz partidaria del individualismo, paradójicamente, nació en una Rusia que muy pocos años después abrazaría el comunismo. Un régimen colectivista, totalitario, que anuló toda posibilidad de iniciativa individual, lo cual supuso que muy pronto emigrara a Estados Unidos: ¿la tierra de la libertad? Se trata de una autora conocida, sobre todo, por algunas de sus novelas, especialmente La rebelión del Atlas y El manantial, esta última todavía más al ser objeto de una adaptación cinematográfica por parte de King Vidor. En ellas, más que en cualquier ensayo, pude verse las intenciones filosóficas de Rand: el respeto por la libertad, la inteligencia, el esfuerzo, la mente racional y las capacidades creativas del individuo, así como su intento de aplastamiento por parte de la masa. A nivel político y económico, Rand critica el
intervencionismo estatal en la economía, lo cual supone la falta de viabilidad para el Estado del bienestar, mientras que en el campo educativo parece criticar ese 'igualitarismo' que privilegia a los peores estudiantes frente a los más dotados. Como vemos, un argumentario de manual para la política "de derechas" (al  menos, de cierto derecha ultraliberal), que si bien se excusa en ese fracaso de las políticas sociales de Estado, relega a la sociedad a un "libre mercado" del sálvese el que pueda, generador permanente de pobreza y en el que gran parte de sus miembros, no importa sus esfuerzos, no tienen las oportunidades suficientes. Es cierto que Rand fue progresista en parte, en ciertos aspectos culturales que priman la libertad del individuo, o en su defensa de la diversidad sexual, pero no lo es menos que su visión ha incidido en lecturas simplistas que identifican "izquierda" con el mero control estatal (y, aun, totalitario). El anarquismo, por supuesto, desborda esa reduccionista concepción de izquierda, y recordaremos su visión de la libertad como una concepto estrechamente vinculada a la igualdad y a lo ético (fraternidad, solidaridad, apoyo mutuo…; no conceptos abstractos, ya que buscan su sentido en todos los ámbitos humanos). Rand, obviamente, y aunque su obra esté plagada de menciones a la libertad y a la iniciativa individual, las desvinculaba de todo visión igualitaria, con ciertas ínfulas elitistas, y propugnaba una moralidad alejada de todo altruismo por identificarlo, meramente, con el sacrificio de uno mismo.

Ayn Rand fue propulsora de una corriente de pensamiento que ella denominó "objetivismo" y, al parecer, no es una filósofa demasiado reconocida al margen de su obra literaria y su participación en el mundo cinematográfico, al menos hasta hace pocos años en los que su obra está empezando al serlo, aunque con muchos matices. El objetivismo es una filosofía en armonía con la naturaleza racional del ser humano, y lo hace desde tres principios: el egoísmo, o el derecho a vivir por y para uno mismo sin sacrificarse por los demás ni obligar a nadie a que lo haga; el laissez-faire, ese "dejar hacer" del libre mercado, que según Rand es el único sistema que permite vivir de manera racional, y por último la propia capacidad racional del hombre, la cual le permite un conocimiento cierto, real y objetivo del mundo. Así, tenemos a una autora que rechaza cualquier sistema colectivista, que se sitúa por encima del individuo (comunismo, fascismo o cualquier tipo de socialismo) y también la religión, la cual anula la capacidad racional en favor del misticismo. ¿Anarquismo? Obviamente, no, si dejamos a un lado esa mistificación delirante que es el anarco-capitalismo. Tal vez, podríamos situar a Rand en la tradición de un Stirner, ese sí reivindicado por los anarquistas, que nos recordó que la identidad individual nunca debe ser sacrificada por ninguna causa colectiva abstracta. Y, desgraciadamente, vemos que esto ocurre una y otra vez en los conflictos de una humanidad, que insiste en enfrentarse enarbolando dogmas y banderas.

El pensamiento de Rand, lejos de haber alimentado ninguna causa libertaria (y, obviamente, no me refiero a los libertarians, término tantas veces mal traducido al castellano), ha servido de alimento para los mayores conservadores anglosajones. Incluso, hoy, puede verse la huella e influencia, al menos en el terreno moral, de una mujer que parecía idealizar al emprendedor capitalista, líder superdotado capaz de acabar con la mediocridad y la burocracia para promover cierta concepción del progreso. Obviamente, se trata de una visión muy idealizada, que aparta toda postura ética, justifica directa o indirectamente la actitud depredadora y niega la realidad de un mundo capitalista en el que se pide el sacrificio de gran parte de la humanidad. Por supuesto, esa humanidad está compuesta de individuos, y muchos de ellos no tienen la más mínima posibilidad de iniciativa ni desarrollo personal, como al parecer deseaba Rand para todo el mundo (especulamos). Además, el pensamiento de esta mujer, que supuestamente critica al Estado por anular al individuo, y que minimiza toda forma gubernamental, no haya demasiado eco en la práctica política. Al margen de esa campo moral, en el que al parecer muchos jóvenes magnates actuales se reconocen admiradores de la obra de Rand, gobiernos como el del presidente saliente de Estados Unidos, el inefable Trump, aparentemente deudor de esta autora, parecen, incluso, más intervencionistas en la economía que otros objeto de crítica por seguidores del laissez-faire randiano. Los Estados Unidos de América, una nación fascinante en algunos aspectos culturales, pero plagada de contradicciones en lo político y económico.

Los motivos por los que hablo de Rand, alguien que ni de lejos podemos considerar anarquista o, si se prefiere el término, tampoco libertaria (y, entendemos tal concepto aplicado a una persona como alguien que coloca la libertad como un factor, no solo central y abstracto, también eminentemente social en busca de lo concreto, justo y ético). El pensamiento de Rand es lo que tantas veces ha querido verse, de manera más grotesca que simplista por algunos críticos, como anarquismo; descansa en una visión meramente personal, un subjetivismo extremo que niega la complejidad de las relaciones sociales. Como las ignominias sobre el anarquismo no parecen tener fin, en el otro extremo filosófico y político, y de forma extremadamente contradictoria, otros críticos lo han querido ver como un mero régimen colectivista. Paradójicamente, volviendo a Rand, fue una persona que propugnó el conocimiento real y objetivo del mundo, y no terminó de observar la realidad de un mundo capitalista basado en la explotación y la esquilmación de recursos. Si hay un concepto que está vinculado al anarquismo, en todas sus corrientes, es el de la solidaridad; incluso, en el individualismo más feroz, como el de Stirner, puede verse ese reconocimiento de desarrollo personal para el prójimo, de ahí que nos guste su lectura y queramos observar cierto componente solidario en su visión. No obstante, al margen de toda filosofía, hay que comprender la realidad concreta del mundo y los numerosos condicionantes que existen para el desenvolvimiento social. El anarquismo, como parece realizar Rand, no puede anular la ética en nombre de cierta racionalidad, conceptos que tal vez seguramente resulten antagónicos en muchos aspectos.

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