Antología del teatro anarquista (1882-1931), de Juan Pablo Calero Delso, recién editada por LaMalatesta en abril de 2020, recoge una serie de obras dramatúrgicas de intenciones libertarias precedida de un ensayo donde se indaga en los orígenes en España del teatro político, social y, finalmente, con rasgos inequívocamente anarquistas.
Los anarquistas siempre se han esforzado en divulgar sus ideas a través de la palabra, hablada o escrita, la revolución social debía ir precedida de una transformación de la conciencia por medio de la educación y la cultura. Por ello, sorprende la cantidad de libros, folletos y publicaciones de todo tipo, que los libertarios difundieron, a pesar de las penurias económicas y la persecución estatal. Incluso, los más destacados pensadores dejaron obras literarias destinadas también a la divulgación del ideal libertario. El teatro no podía tampoco pasar inadvertido, máxime si tenemos en cuenta las posibilidades que brindaba su representación colectiva; infinidad de agrupaciones culturales y recreativas se dedicaron a escenificar obras escritas por obreros y anarquistas. De esa manera, se fue fraguando un teatro específicamente anarquista, que puede inscribirse dentro del llamado teatro social y que presentaba ciertos rasgos diferenciadores respecto a autores de otras corrientes.
La selección de obras que recoge Juan Pablo Calero en este volumen viene precedida de un valioso ensayo, que nos introduce en los orígenes del teatro político. Sería a partir del siglo XVIII cuando se va perfilando un teatro explícitamente político, que buscaba instruir y orientar a los espectadores dentro de ciertas ideas, y también de naturaleza social, dirigido este específicamente a las clases populares mostrando la dureza cotidiana de la vida de los trabajadores. Durante la primera mitad del siglo XIX, serán los autores liberales más avanzados, defensores de la democracia y el republicanismo, los que más revolucionarán la dramaturgia española con intenciones políticas, hasta el punto de provocar una ruptura con el teatro más clásico. Este proceso, tuvo su punto de inflexion con la revolución de 1868 provocando una nueva situación política, de tal modo que no parecía ya posible volver al Antiguo Régimen; la cultura, en general, halló eco de estas circunstancias y el teatro político tuvo un considerable éxito al proclamarse la Primera República, propia de autores progresistas, aunque burgueses en general, que tuvo incluso su continuidad durante la época de la Restauración.
Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando los burgueses más avanzados, influidos por el llamado socialismo utópico, empiezan a preocuparse por la dura vida de campesinos y proletarios. Algunos de estos autores, que se pueden denominar demócratas radicales, serán los responsables de obras teatrales inequívocamente sociales. Es por eso que el teatro social suele ir asociado al inicio y difusión del socialismo utópico. Con la llegada de Giuseppe Fanelli a España en 1868, inicio del llamado Sexenio Revolucionaria, se abrirá un nuevo periodo político en el país, que tuvo su reflejo lógico en el teatro y empezará a cobrar protagonismo un proletariado militante de carácter internacionalista. El radicalismo democrático y la insuficiencia del republicanismo federal, junto a la confrontación de las clases populares con la realidad social, irá arraigando el anarquismo en España. Los anarquistas difundieron sus ideales por todos los medios posibles y algunos recurrieron también a la literatura, que acabó convirtiéndose en un medio imprescindible; a causa del analfabetismo, las obras literarias no eran siempre objeto de lectura individual y tenían también un carácter colectivo.
Muy pronto, los ácratas serán conscientes también de las extraordinarias posibilidades que brindaba el teatro salvando incluso las exigencias materiales en cuanto a escenario, decoración o vestuario. Los anarquistas buscaron, con un teatro específicamente libertario, ir más allá que el teatro social y reflejar con mayor veracidad las dificultades cotidianas de los trabajadores. Al fin y al cabo, eran obras dirigidas a espectadores que sufrían esas circunstancias en primera persona. Estas intenciones del teatro anarquista rompieron definitivamente con la dramaturgia anterior, romántica, burguesa, insuficientemente social o incluso distorsionadora. El objetivo ácrata será la emancipación social. Los autores anarquistas compartirán con el teatro naturalista un deseo de reflejar la realidad de forma más fiel junto a una crítica moral de esa injusta realidad, pero buscando un colofón emancipador, propio de la justeza de las ideas libertarias, que provocara una catarsis en el espectador.
Resulta difícil hacerse una idea de la riqueza del teatro anarquista, que no dejaría de aumentar con el crecimiento del movimiento obrero de orientación libertaria. Tal y como sistiene Juan Pablo Calero, autor de este Antología del teatro anarquista (1882-1931), "El teatro anarquista era, sobre todo, una vía de divulgación ideológica y una expresión de la sociabilidad del movimiento libertario; a este doble objetivo se sacrificaron el resto de ingredientes de la acción teatral". El teatro anarquista fue revolucionario en la forma y en el fondo y, en la década de los años 30 del siglo XX provocó una profunda renovación estética que le sitúa sin duda entre la vanguardia literaria. Desgraciadamente, el impresionante bagaje cultural anarquista en España, desapareció tras la derrota en la Guerra Civil. Durante la oposición al franquismo, esa ruptura se hizo más evidente, no solo por la represión y censura de la dictadura, también porque ninguna editorial grande se había ocupado de la edición de las obras anarquistas, la mayoría fueron objeto de pequeñas tiradas distribuidas por la prensa más afín. Por ello, lamentablemente, muchos de estos textos se han perdido irremisiblemente y Calero se ha esforzado en recuperar parte de esta dramaturgia libertaria. Vale la pena destacar que, en España, y gracias a la labor cultural de los anarquistas, tuvieron una excelente acogida autores, tanto del teatro naturalista, como de la dramaturgia social; los libertarios, a diferencia de una burguesía anclada en el pasado, fueron muy innovadores al respecto.
Los anarquistas siempre se han esforzado en divulgar sus ideas a través de la palabra, hablada o escrita, la revolución social debía ir precedida de una transformación de la conciencia por medio de la educación y la cultura. Por ello, sorprende la cantidad de libros, folletos y publicaciones de todo tipo, que los libertarios difundieron, a pesar de las penurias económicas y la persecución estatal. Incluso, los más destacados pensadores dejaron obras literarias destinadas también a la divulgación del ideal libertario. El teatro no podía tampoco pasar inadvertido, máxime si tenemos en cuenta las posibilidades que brindaba su representación colectiva; infinidad de agrupaciones culturales y recreativas se dedicaron a escenificar obras escritas por obreros y anarquistas. De esa manera, se fue fraguando un teatro específicamente anarquista, que puede inscribirse dentro del llamado teatro social y que presentaba ciertos rasgos diferenciadores respecto a autores de otras corrientes.
La selección de obras que recoge Juan Pablo Calero en este volumen viene precedida de un valioso ensayo, que nos introduce en los orígenes del teatro político. Sería a partir del siglo XVIII cuando se va perfilando un teatro explícitamente político, que buscaba instruir y orientar a los espectadores dentro de ciertas ideas, y también de naturaleza social, dirigido este específicamente a las clases populares mostrando la dureza cotidiana de la vida de los trabajadores. Durante la primera mitad del siglo XIX, serán los autores liberales más avanzados, defensores de la democracia y el republicanismo, los que más revolucionarán la dramaturgia española con intenciones políticas, hasta el punto de provocar una ruptura con el teatro más clásico. Este proceso, tuvo su punto de inflexion con la revolución de 1868 provocando una nueva situación política, de tal modo que no parecía ya posible volver al Antiguo Régimen; la cultura, en general, halló eco de estas circunstancias y el teatro político tuvo un considerable éxito al proclamarse la Primera República, propia de autores progresistas, aunque burgueses en general, que tuvo incluso su continuidad durante la época de la Restauración.
Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando los burgueses más avanzados, influidos por el llamado socialismo utópico, empiezan a preocuparse por la dura vida de campesinos y proletarios. Algunos de estos autores, que se pueden denominar demócratas radicales, serán los responsables de obras teatrales inequívocamente sociales. Es por eso que el teatro social suele ir asociado al inicio y difusión del socialismo utópico. Con la llegada de Giuseppe Fanelli a España en 1868, inicio del llamado Sexenio Revolucionaria, se abrirá un nuevo periodo político en el país, que tuvo su reflejo lógico en el teatro y empezará a cobrar protagonismo un proletariado militante de carácter internacionalista. El radicalismo democrático y la insuficiencia del republicanismo federal, junto a la confrontación de las clases populares con la realidad social, irá arraigando el anarquismo en España. Los anarquistas difundieron sus ideales por todos los medios posibles y algunos recurrieron también a la literatura, que acabó convirtiéndose en un medio imprescindible; a causa del analfabetismo, las obras literarias no eran siempre objeto de lectura individual y tenían también un carácter colectivo.
Muy pronto, los ácratas serán conscientes también de las extraordinarias posibilidades que brindaba el teatro salvando incluso las exigencias materiales en cuanto a escenario, decoración o vestuario. Los anarquistas buscaron, con un teatro específicamente libertario, ir más allá que el teatro social y reflejar con mayor veracidad las dificultades cotidianas de los trabajadores. Al fin y al cabo, eran obras dirigidas a espectadores que sufrían esas circunstancias en primera persona. Estas intenciones del teatro anarquista rompieron definitivamente con la dramaturgia anterior, romántica, burguesa, insuficientemente social o incluso distorsionadora. El objetivo ácrata será la emancipación social. Los autores anarquistas compartirán con el teatro naturalista un deseo de reflejar la realidad de forma más fiel junto a una crítica moral de esa injusta realidad, pero buscando un colofón emancipador, propio de la justeza de las ideas libertarias, que provocara una catarsis en el espectador.
Resulta difícil hacerse una idea de la riqueza del teatro anarquista, que no dejaría de aumentar con el crecimiento del movimiento obrero de orientación libertaria. Tal y como sistiene Juan Pablo Calero, autor de este Antología del teatro anarquista (1882-1931), "El teatro anarquista era, sobre todo, una vía de divulgación ideológica y una expresión de la sociabilidad del movimiento libertario; a este doble objetivo se sacrificaron el resto de ingredientes de la acción teatral". El teatro anarquista fue revolucionario en la forma y en el fondo y, en la década de los años 30 del siglo XX provocó una profunda renovación estética que le sitúa sin duda entre la vanguardia literaria. Desgraciadamente, el impresionante bagaje cultural anarquista en España, desapareció tras la derrota en la Guerra Civil. Durante la oposición al franquismo, esa ruptura se hizo más evidente, no solo por la represión y censura de la dictadura, también porque ninguna editorial grande se había ocupado de la edición de las obras anarquistas, la mayoría fueron objeto de pequeñas tiradas distribuidas por la prensa más afín. Por ello, lamentablemente, muchos de estos textos se han perdido irremisiblemente y Calero se ha esforzado en recuperar parte de esta dramaturgia libertaria. Vale la pena destacar que, en España, y gracias a la labor cultural de los anarquistas, tuvieron una excelente acogida autores, tanto del teatro naturalista, como de la dramaturgia social; los libertarios, a diferencia de una burguesía anclada en el pasado, fueron muy innovadores al respecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario