El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad es un libro editado en España en 2022, escrito por el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow; al parecer, fue editado por primera vez el año anterior, en octubre de 2021, en Reino Unido. Principalmente, esta monumental obra critica esa visión ortodoxa de la historia de la humanidad, desarrollada desde el primitivismo hasta la civilización, según la cual el proceso civilizatorio sería consustancial a la desigualdad social y desembocaría, para bien y para mal, en el capitalismo y la construcción del Estado-nación. La obra nos demuestra que tal tesis, sostenida por autores muy populares entre los que se encuentra por ejemplo Yuval Noha Harari con su conocido libro Sapiens. De animales a dioses, es un lugar común no probado por la evidencia arqueológica y antropológica y, en cambio, da datos para intuir que muy probablemente ha habido en el pasado sociedades complejas descentralizadas.
Graeber y Wengrow consideran que esa lectura lineal de la historia está heredada de la Ilustración y de autores como Hobbes y Rousseau, visiones no amparadas por datos empíricos. Lo que se sostiene en El amanecer de todo, de modo general, es que han existido en el pasado sociedades de todo tipo, también algunas igualitarias y no jerarquizadas, y que la supuesta transición de la caza y la recolección a la agricultura no supuso necesariamente la llegada de la desigualdad social. Sorprendentemente, los autores consideran los orígenes de la desigualdad en el encuentro entre los colonos europeos y los pueblos nativos norteaméricanos, los cuales mostraron una alternativa al proceso civilizatorio de Europa criticando la jerarquía, el lucro, el patriarcado y las leyes punitivas; estas críticas indígenas habrían llegado a Europa en el siglo XVIII mediante relatos de viajeros y misioneros para ser imitadas por los pensadores de la Ilustración. ¡Hay es nada sobre los orígenes de la alabada Ilustración europea!
Merece la pena detenerse en un caso concreto, el de la importante figura del pueblo hurón-wyandot Kondiaronk, guerrero y diplomático, pero también según algunas fuentes independientes un brillante pensador y polemista, que era invitado habitual a la mesa del gobernador de Nueva Francia (lo que hoy es Canadá). Al parecer, se produjeron importantes debates sobre cuestiones que luego serían centrales en la Ilustración décadas antes de que se produjera. Aquello diálogos fueron registrados en una obra llamada Diálogos curiosos entre el autor y un salvaje de buen criterio que ha viajado, escrita por un noble que presenta a Kondiaronk con otro nombre, Adario, realizando brillantes discursos donde critica la sociedad francesa y europea. Los Diálogos curiosos fue un libro muy imitado en la época por importantes autores franceses, muy leídos en aquel momento.
No obstante, el relato evolutivo de la historia, posteriormente asentado, donde entra la visión lineal basada en los modos de producción y en esa progresión de cazadores-recolectores a agricultores y comerciantes, fue una manera de silenciar la visión y crítica indígena y reconstruir las libertades humanas según ese desarrollo social. Según esta visión, los pueblos indígenas, que crearon unas libertades basadas en la negación de la jerarquía, incluso en sociedades grandes y sofisticadas, en realidad serían inferiores por no haber desarrollado cierto modo de producción de alimentos y uso de los recursos energéticos. De esa manera, se descartó incluso la existencia de alguien como Kondiaronk y, mucho más, que tuviera algo valioso que decir sobre las naciones europeas. Incluso hoy, se sigue identificando la igualdad únicamente con sociedades de cazadores-recolectores representativas de una supuesta condición humana original.
Los diversos capítulos de la obra aportan evidencias arqueológicas y antropológicas para amparar la tesis de que eso no es así en absoluto. Así, se describen sociedades, tanto antiguas como modernas, que abandonaban de forma consciente los asentamientos agrícolas, llevaban a cabo regímenes políticos según la estación del año, edificaban urbes (incluso arquitectura monumental), rechazaban la esclavitud y creaban programas sociales igualitarios. Los datos que se nos dan, de sociedades no agrícolas en diversos continentes, van desde Asia hasta América. Se concluye, insisto, con datos empíricos, que no hubo una gran revolución agrícola, sino un proceso gradual lento desarrollado durante miles de años en los diversos continentes, a veces con problemas de colapso demográfico como ocurrió en la Europa prehistórica. De forma contraria a la historia convencional que nos han enseñado, se sostiene que la concentración de personas en asentamientos urbanos no conduce necesariamente al surgimiento de élites gobernantes y a la pérdida de libertades sociales; si bien se puede dar esa situación en algunas sociedades, se presentan también datos de ciudades sin ninguna evidencia de jerarquías sociales.
Se definen tres fuentes que han dado lugar a los sistemas rígidos, jerárquicos y burocráticos propios de la civilización contemporánea: control sobre la violencia (soberanía), control sobre la información (burocracia) y competencia carismática (política). Por supuesto, ha habido sociedades fuertemente centralizadas en el pasado (es el caso, entre otras, de la olmeca, la inca, la dinastía Shang en China o el antiguo Egipto), pero no se considera que fueran el origen de los estados modernos, ya que operaban con principios muy diferentes. Los orígenes de los estados modernos serían más superficiales, más basados en la violencia colonial que en la evolución social.
Como conclusiones de la obra, y algo primordial y digno de reflexión de cara a un futuro más halagüeño, se propone un replanteamiento de todas estas cuestiones sobre la historia de la humanidad. Así, en lugar de los recurrentes orígenes de la desigualdad, se sugiere que el gran dilema es el hecho de cómo las sociedades modernas han perdido las cualidades de flexibilidad y creatividad que se han producido en el pasado incluso de forma común; todo esto, insisto, presentado con datos de estudio y evidencias empíricas. Como resulta lógico, sin dar unas inexistentes respuestas definitivas, los autores critican ese estancamiento en visiones lineales de la historia y esa normalización de la dominación y la violencia en el proceso civilizatorio. Sería cuestión de centrarse en la pérdida de tres formas elementales de libertad social, que alguna vez fueron comunes: la libertad de escapar de un entorno, la libertad de desobediencia de la autoridad arbitraria y la libertad de reconstruir la sociedad de una forma diferente. He mencionado antes la crítica indígena al patriarcado y, efectivamente, destaca la pérdida de autonomía de las mujeres y la introducción de violencia en las relaciones domésticas y familiares, que serían una base para sistemas políticos más rígidos.
Como no puede ser de otro modo, se finaliza el libro señalando ese mito, basado en la narrativa de desarrollo lineal, de la civilización occidental como el punto más álgido en los logros de la humanidad; por supuesto, la posibilidad de la emancipación social puede conseguirse gracias a una comprensión más precisa de la historia humana basada en evidencias empíricas de las últimas décadas gracias a la antropología y la arqueología. ¡Que así sea!
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