viernes, 22 de febrero de 2008

Cuba, la revolución que no fue (2/3)

Numerosas personas que se consideran progresistas se muestran condescendientes con la "revolución" cubana, debido al rechazo al monstruo estadounidense y su criminal bloqueo -tan criminal como el bloqueo al que somete Castro a la población cubana-. No es posible elegir entre lo malo y lo peor, como tantas veces nos indica un pobre análisis de la realidad, debe existir una vía que asegure la justicia y la libertad: la respuesta está en las proposiciones libertarias, llevadas a cabo en su momento histórico por pioneros de la cuestión social y que han sufrido y resistido en Cuba desde el colonialismo español hasta el actual sistema totalitario. El régimen cubano, al margen de su despotismo, me parece doblemente perverso: por la triste magnificación de sus logros, y por dotarse de una autoridad moral apoyada en su supuesta naturaleza revolucionaria. Creo en la revolución social -naturalmente, hay toda una discusión en el concepto; igualmente en el de "reforma"-, lo que rechazo es esa pureza revolucionaria -Ernesto Guevara habló de hombres con "una conciencia revolucionaria superior"- que, copiando los patrones religiosos, conduce a la persecución religiosa y al castigo de herejes.
El futuro es nebuloso para la Isla después de la desaparición de Fidel Castro; su hermano Raúl parece empeñado en hacer llegar el mensaje a los Estados Unidos de que Cuba no es la URSS ni existe una figura parecida a Gorbachov que lidere una supuesta transición -¿una transición hacia dónde?, penoso ejemplo el de la Rusia actual, pero del agrado del depredador norteamericano-. Sí parece existir un debate sobre el fin del caudillismo si desaparecen las figuras principales del Régimen; mal que le pese a cierta izquierda, Castro ha supuesto una continuidad histórica en ese aspecto. No obstante, la capacidad de Fidel de perpetuar su legado es digna de asombro; hay quien sostiene que Cuba ya ha entrado en una nueva etapa y que la sucesión es un hecho: el Partido Comunista de Cuba sería el heredero legítimo del legado fundacional de Castro. Más allá de toda esta retórica propagandística, la cuestión está también en qué pasará con el modelo económico estatalista, es perentoria la liberación de ese monopolio absoluto; la libertad individual resulta imprescindible, sin dejar la isla en manos del capitalismo. El modelo centralista ha demostrado su incapacidad para cubrir las necesidades de más de 11 millones de cubanos, no todo puede ser atribuible al bloqueo. Aunque Castro siempre se negó a ese camino, otra triste vía, dentro de esta continuidad comunista, sería la aplicación del modelo chino: aperturismo hacia el capitalismo e integración en la Organización Mundial del Comercio. Que los propios cubanos decidan su futuro económico, así como en todos los aspectos de la vida, la respuesta siempre será una mayor profundización democrática, sin represión interna, sin injerencias autoritarias externas, ni aplicación de modelos ajenos a la población. Como Frank Fernández menciona al final de su libro, el discurso anarquista no ha muerto en cuba; su tradición de lucha, a diferencia del marxismo, continúa vigente y propiciará un renacimiento "de un arquetipo elevado de la condición humana".

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