martes, 11 de marzo de 2008

El pensamiento ateo

Se creerá, si ello tranquiliza o si resulta atractivo para el usuario, en el paraíso cristiano, en el nirvana budista, en las altas aspiraciones totalizadoras musulmanas -no voy a entrar en qué creencia genera más alto grado de fanatismo, aunque el islamismo no parece admitir heterodoxias-, en todo el rico panteón hinduista o en cualquier creencia neo-pagana... pero todo ello parece obedecer a una necesidad del ser humano por tratar de dar una explicación a las fuerzas del universo, una explicación que se vuelve más compleja a medida que avanza la civilización pero en cuya base se sigue encontrando esa asunción por parte del hombre de su pequeñez e ignorancia -cosa que no me parece mal si se utiliza como punto de partida y no para colocarle en una posición de sumisión como pretende la teología-; a pesar del gran terreno que ha ganado el pensamiento crítico y racional, continúa subyaciendo lo que ha constituido la esencia del poder religioso: la fabricación de mentes sumisas -para evitar esto es imprescindible obviar en la educación y formación de un niño la idea de toda especulación religiosa-, la resignación ante un mundo terrible e incognoscible, con sus numerosas injusticias perpetuadas; finalmente, la única esperanza resulta un más allá fabulado en origen por no se sabe muy bien quién. Desde el pensar ateo, podemos estudiar y analizar toda esa historia de las religiones -incluidas todas las imposiciones y derramamiento de sangre que han llevado, y que siguen llevando a cabo- para desprendernos de todos nuestros temores y llegar lo más lejos posible en una explicación racional del universo.
Resulta curioso que Mariano Rajoy -cabeza mayor del partido político que mejor defiende los intereses de la Iglesia católica, y de cuya mano camina en manifestaciones en los últimos tiempos- se permita contínuamente llamar "antiguos" a personas que están a su izquierda y que encuentran motivos sólidos para la protesta en las calles. La derecha de este país, abandonado -y negado en varias ocasiones- su glorioso pasado, abraza la "modernidad" económica pero se mantiene en un reaccionarismo moral que debemos empujar hacia el abismo de una vez por todas. La desacralización de la sociedad en base a la razón crítica -incluso en muchos que insisten en manifestarse fieles a una determinada tradición religiosa- es un hecho y no debemos permitir que los verdaderos "antiguos" lo impidan.
La historia de la humanidad en este conflicto entre razón y fe no es lineal. Dentro de los sofistas griegos, hubo ya pensadores que o bien negaron la existencia de dioses o, al menos, consideraban que la actividad humana quedaba libre de su intervención. Este libre pensar que se dio en diversas etapas del mundo griego antiguo fue finalmente aplastado por el cristianismo. La Edad Media, época negativa también en lo que atañe a la libertad de pensamiento, no recoge testimonios de una concepción realmente atea; cualquier crítica a la religión dominante era duramente castigada. Siglos más tarde, llegaría el comienzo de la modernidad y la revolución científica con el Renacimiento; no es esta una época que pueda decirse exenta de la idea de una voluntad divina -en ese aspecto, hubo una continuidad con el medievo, siendo el ateísmo considerado inmoral y criminal- pero sí resulta magnífica en cuanto al abono para un pensamiento independiente, racionalista y científico. Finalmente, con la llegada de la Ilustración, las fuerzas religiosas no pueden ya negar el poder de la razón y de la sociedad civil. El siglo XIX, con sus grandes avances en antropología y biología -especialmente, con la teoría de la evolución de Darwin- es ya muy proclive a la posición atea. Poco después, el ateísmo será ya habitual en científicos, racionalistas y humanistas. La expansión y solidez de la nueva visión atea durante el siglo XX tuvo su expresión en la cuestión política; desgraciadamente, es erróneo el ejemplo que se suele dar de ello -muy bien aprovechado por la Iglesia católica, convertida por obra y gracia de vaya usted a saber qué, o quién, en defensora de las libertades- que son los grandes Estados totalitarios comunistas, tremendamente represivos y anuladores del libre pensamiento; en ellos se generó otro tipo de religión -una visión doctrinaria de la historia y de la cuestión social- y trató de interiorizarse la adoración a la inequívoca voluntad del jefe o líder "benefactor".

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