lunes, 31 de marzo de 2008

¡Insumisión natal!

Leyendo una entrevista a la escritora Corinne Maier, en la que afirma el peligro que resultan para el sistema capitalista aquellas personas que no tienen descendencia, al ser más libres y difíciles de encasillar, recuerdo el texto clásico de Luis Bulffi "¡Huelga de vientres!" (1906). Se hacía en este texto una nueva crítica libertaria al autoritarismo revolucionario, que pretendía apropiarse del precepto religioso "creced y multiplicaos" para proclamar que "el hombre que más procrea es el más fuerte y el que hace más revolucionarios". Lejos tal cosa de ser cierta, nuevo engaño para la clase trabajadora con la promesa del advenimiento de una nueva era revolucionaria, lo que se hace en realidad es abastecer al sistema de nuevos explotados, carne de cañón para la fábrica o el campo de batalla, o para cualquier suerte de prostitución. Pese a lo común de la creencia de que el mundo que vivimos un siglo después es mucho mejor, invitaría a una reflexión sobre ello. Decir a las personas que no tengan hijos es valiente, y no una "provocación cínica". Maier afirma, y estoy con ella, que relativicemos también la etiqueta de egoísta a aquel que decide no traer descendencia. Egoísta puede ser también el que decide tenerla para no estar solo. El mito del "instinto maternal" tampoco es intocable. La presión social y el convencionalismo empuja muchas veces a realizar cosas porque parece que no hay más remedio: trabajar, hipotecarse, tener hijos... todo en un proceso de pérdida de conciencia y de volverse cada vez más conservador. Los llamados liberales, o neo-liberales, insisten en que interioricemos que el único progreso llega con este sistema económico sustentado en la explotación. El socialismo -hay que matizar constantemente que el socialismo estatal- fracasó al querer equiparar a todos en la pobreza, afirman algunos, cosa para mí no del todo cierta. El "socialismo real" fue un auténtico fracaso económico para las clases trabajadoras, insistió una y otra vez en el autoritarismo y la jerarquización, la igualdad de clases jamás llegó -ni siquiera establecida en unos niveles mínimos- y la explotación se mantuvo -desde una dirección estatal-. El anarquismo jamás ha idealizado la miseria, los hombres y mujeres libertarios fueron conscientes de que la necesidad constituía un caldo de cultivo para el sometimiento, y de que la transformación social sería llevada a cabo por personas fuertes, conscientes y voluntariosas. Quizá sea una provocación hablar de una nueva "huelga de vientres" en el primer mundo -que, aunque solo sea para erosionar el atavismo religioso y su hipocresía provida, ya es válida-, pero resulta esencial extender esa idea a nivel mundial, la de la consciencia a la hora de procrear, con la cantidad de desgraciados que llegan a este mundo y cuyo destino es ser víctimas de cualquier explotación.

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