domingo, 14 de septiembre de 2008

La negación de respuestas preestablecidas

Puede ser satisfactorio a la larga, pero no resulta agradable todo el tiempo, desear y buscar una consciencia plena en el desarrollo individual y en los problemas sociales. Parece que más tarde o más temprano aparece algo que actúa como freno o como paliativo a ese deseo de mejorar, individual y colectivamente (ojo, que estos dos conceptos deberían ir unidos en nuestras aspiraciones libertarias), una aceptación del mundo o de la sociedad tal y como la conocemos, con sus múltiples errores y fracturas (y el que piense que vivimos en el mejor de los mundos posibles tal vez no merece mucho respeto moral o intelectual). La historia nos demuestra que el cambio es posible, que nada permanece y que el ser humano actúa determinado, en gran medida (tampoco voy a negar al 100% la capacidad individual o el libre albedrío, donde también considero que se encuentra la grandeza del ser humano), por el entorno donde se encuentra; a pesar de ello, unos más y otros menos, insistimos en negar la posibilidad del cambio (este "cambio" se entiende que es hacia mejor, aunque quizá haya que aceptar cierto margen de probabilidad en la apuesta) ante el riesgo que supone alterar el status quo ("subvertir" es una palabra que me gusta, a pesar de que se le quiera dar una connotación meramente negativa, o quizá por ello). Las respuestas prefabricadas que daban las religiones (debería decir "dan", pero me gusta pensar que caminamos hacia la superación de tanto fanatismo) a las grandes preguntas que se hace el ser humano han sido un fracaso y están en franco declive (a pesar de la institucionalización del autoritarismo, que continua, y del fanatismo pertinaz); igualmente, grandes ideologías como el marxismo que actuaron de la misma manera (una suerte de "religión laica") corren igual suerte. Se siguen produciendo numerosas preguntas de enorme magnitud acerca de nuestra condición y las respuestas no están tan claras, por lo que el margen de maniobra para construir un futuro mejor es mayor (no creo "pecar" de optimismo, la filosofía merece una victoria sobre la religión y sobre todo sistema de ideas cerrado en sí mismo). Más de una vez he comentado la victoria moral que tiene el anarquismo sobre cualquier otra ideología, su búsqueda del máximo equilibrio entre desarrollo individual (la felicidad personal, vamos) y de justicia social, y su apuesta por la máxima investigación en todos los ámbitos de la vida (pese a lo que nos digan, pienso que es posible también una conciliación entre una vida intelectual y la felicidad). Los enemigos son muchos, el dogmatismo (el fanatismo de cualquier índole) y, tal vez su polo opuesto, el nihilismo; entendido este último de manera negativa, no subversivo, sino como una ausencia total de valores y una adoración de las pequeñas trivialidades de cada uno (dinero, lujo, incluso placeres personales), como una de las tendencias de la sociedad de consumo y de la economía capitalista (que desemboca en algún momento en refugios "espirituales" de lo más cuestionables). No hay que inventar demasiado, al menos no así a bote pronto, ni hacer una "tabla rasa" que sería un despropósito, podemos asumir gran parte de la tradición moral de la humanidad, así como el legado humanista y racionalista, pero con la capacidad de ensanchar sus límites hasta encontrar "lo libertario" (gran empresa, sí). Creo que cualquier mente que haya trascendido niveles de infantilismo anacrónicos es capaz de aceptar que no necesitamos a la religión, ni a ninguna suerte de creencia, para nuestros valores morales, y ni siquiera para tener una vida espiritual (desprendida ésta de todo tipo de lectura sobrenatural). Ello no convierte al creyente, tampoco a la persona religiosa (no creo que sean sinónimos), en nuestros adversarios. El enemigo es la institucionalización del autoritarismo y del dogmatismo, por lo que creo que hay es donde debemos dedicar nuestros esfuerzos, en la vigilancia plena al respecto. La deconstrucción del Estado y la superación de la religión es algo que debe ser constante y que puede despertar algo en el más obtuso defensor del dogma. Yo, particularmente, a pesar de lo mucho que me gusta la especulación filosófica, también me marco ciertos límites (no enteramente rígidos, pero límites al fin y al cabo) y tampoco creo que ello sea un obstáculo para las ideas libertarias (y su constante renovación). Un límite es mi aceptación del "materialismo", emparentado con filosófos de la Antigüedad como Epicuro y con los socialistas del siglo XIX, el pensar que todo lo que existe es material (no hay, por lo tanto, alma ni ningún plano sobrenatural). Otro límite es mi confianza, todavía, a pesar de la posmodernidad, en el humanismo (que no mira ya al pasado, y que también busca ampliar sus horizontes), que no es la substitución de Dios por el ser humano ni ningún tipo de consideración de la grandeza y trascendencia de la humanidad, y sí el potenciar todas las posibilidades de la vida, ya que tenemos las facultades para ello.

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