Un nuevo año comienza. Seguramente, vendrán los buenos propósitos de rigor a nivel individual para tratar de mejorar nuestras vidas. A nivel político y social, desgraciadamente, los propósitos brillan por su ausencia delegándolos en una clase dirigente gris y acomodaticia -que es como suele ser la clase dirigente por definición-.
Muchas décadas antes de que las librerías se llenaran de los llamados libros de autoayuda, de toda suerte de temática "naturista" -algunos muy místicos, extremistas y bastante irritantes- y de cuestionamiento en general de la sociedad en qué vivimos, los anarquistas se hicieron grandes preguntas al respecto, sometieron cualquier cosa a examen crítico -no solo a nivel sociopolítico, sino en todos los ámbitos de la vida- y fueron a por todas de cara a tratar de disfrutar plenamente de la vida y a tratar de desarrollar todas las potencialidades individuales. Voy a tratar de lanzar alguna reflexiones, sin pontificar sobre lo que es o ha sido el anarquismo y sí sobre mi manera de entenderlo -tan susceptible de crítica como cualquier otra-.
La obsesión por ir enmascarado, por "parecer" y "tener" en lugar de "ser" es una de las características de la sociedad burguesa -y vamos a tratar de que esta palabra no resulte anacrónica, porque no lo es, hay que revitalizar la lucha de clases por poco nítidas que éstas parezcan-. Es extraño encontrar una plena sinceridad en nuestra forma de vida, y aunque haya que proporcionar el adecuado carácter e iniciativa a cada individuo, muchas veces éste queda marcado por el ambiente. Desgraciadamente, el ambiente de nuestra sociedad consumista es gris y mezquino. El antiautoritarismo, en su vertiente individualista -que debería ser inherente a cualquier forma de anarquismo- pretende suscitar en cada persona el máximo conocimiento, buscar la experiencia contraria al autoritarismo en cada ámbito de la vida: ético, intelectual, social o económico; las complejidades de la vida merecen una resolución concreta para cada situación. El individualismo anarquista deja incluso a un lado la cuestión material y el llamado progreso técnico, si ello supone un incremento de la dependencia del individuo; no sacrifica jamas su propia elevación, su confianza en la unidad, jamás anulado a costa de una pluralidad social supuestamente benefactora en lo material. Su confianza en la voluntad de su persona es plena, también en la búsqueda del equilibrio y en la libre determinación de sus necesidades personales -que estarán lejos de la acumulación superflua, pero también distantes de cualquier renuncia al bienestar-. El individualismo preconizado por el anarquismo no tiene nada que ver con el que sufrimos en la sociedad burguesa, egoísta pero insolidario -la palabra "egoísta" merece otra revisión releyendo a Stirner-, y sí reposa sobre una fuerte aspiración social y moral: una sociedad determinada por un contrato libre entre individuos o grupos, en la que la libertad de cada persona tenga un sentido pleno y en la que se potencien todos los aspectos éticos y intelectuales bajo una autogestión económica.
A pesar de esta aspiración de una sociedad ideal, el anarquista no pospone su actitud vital a ningún futuro prometedor. No agacha la cerviz ante ninguna abstracción -mística por supuesto, pero tampoco revolucionaria o societaria-, asume las ideas antiautoritarias en todos los planos de la vida y comprende que tan esclavo es el que está arriba como el que está abajo.
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