Ricardo Mella ya advirtió sobre los peligros de la enseñanza doctrinaria, incluida la llamada educación racionalista. Recordó el brillante teórico español que el fanatismo y los axiomas no debían tener cabida en el anarquismo, por mucho que se amparase en la ciencia o en la razón. No obstante, si puede considerarse muy cuestionable la razón como método de indagación de la verdad, y mucho más considerada como algo "trascendente" al ser humano y a la sociedad, todavía constituye un impagable contrapeso a los constantes peligros del dogma, de la revelación y de la fe -y recordaremos que estos conceptos tienen muchas caras, no solo la cristiana o católica-. Es por eso que cuando oigo frívolas críticas al racionalismo en aras de legitimar no sé muy bien qué teorías o qué creencias, me pregunto si lo que se hace es abrir una nueva puerta al oscurantismo o al dogmatismo -siendo necesario que el que hace la nueva proposición presente un argumento sólido, no me vale con que resulte incognoscible para la razón o el intelecto humano- o a una suerte de relativismo -en el que cabría un "todo vale", más bien involucionista en cuanto a lo que atañe al conocimiento, e iluso en lo subjetivo-. Esas críticas al racionalismo y a la modernidad merecen una profundización; es el sistema capitalista el que se ha adueñado de ciertos conceptos, por lo que ahí deberían estar dirigidos los ataques en primer lugar, a un sistema que deja la ética a un lado, instrumentaliza al ser humano y pervierte la naturaleza en nombre de una razón meramente formal.
El racionalismo, tal y como yo lo entiendo -alejado de su acepción clásica y dogmática que habla de "soberanía" de la propia razón-, daría una importancia primordial a la razón humana; sería un punto de partida con posibilidades de ser constantemente ampliado y enriquecido -recordemos que antes del siglo XVIII era un concepto instrumentalizado por la religión-, pero jamás un garante infalible del conocimiento. El partir de los postulados de la razón en el análisis de la realidad no puede negar tampoco la importancia de otros aspectos del ser humano, como la pasión o la voluntad, y debe tener en cuenta siempre la ética y los juicios de valor -las críticas posmodernas van dirigidas, sobre todo, a una razón meramente formal, subjetiva, y el anarquismo siempre ha buscado coherencia entre medios y fines-. Además, ahora sí en defensa del racionalismo tal como lo ha entendido la modernidad, me parece fundamental dejar a un lado la especulación sobrenatural -antesala, tantas veces, de la institucionalización del autoritarismo-. La racionalidad en la modernidad ha generado monstruos terribles, pero su corrección y su expansión en aras de la ética y en lucha con la autoridad puede llevar el bienestar material a toda la humanidad.
Aunque nos empecinemos en identificar al anarquismo con el racionalismo -o, para ser más flexibles, consideremos sin duda que es una de sus señas de identidad-, y por muy importante que consideremos la instrucción científica en cada ser humano -otro punto de partida importante- como herramienta para un posible acceso al conocimiento y a la verdad, lo libertario no debería caer nunca en el doctrinarismo, afirmando la fe ciega o la "indudable" superioridad de lo cientifico y lo racional -insisto, un medidor o un contrapeso importante, pero no un nuevo dogma-, y sí propiciar el estudio de las diversas verdades adquiridas. A mi modo de entender las cosas, es una manera de ir construyendo una sociedad libertaria.
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