Estudiar filosofía es, dejando al lado la posibilidad de que a uno se le vaya demasiado la olla (he visto yo de todo), cuestionar constantemente lo que uno cree o lo que ha aprendido. Mi mentalidad, excesivamente "ilustrada" (no me refiero a mis pobres conocimientos, sino a la confianza que aún tengo en la puesta al día de los valores de la Ilustración), se pone a prueba cuando, por ejemplo, te enseñan la importancia de la religión en la evolución de la filosofía o que aquello del paso del mito al logos (que, a su vez, constituye también una especie de mito, valga la paradoja) no se produjo de la noche a la mañana por parte de un conjunto de "lluminados", sino que fue un proceso gradual en el transcurso del cual ambos conceptos se alimentaron mutuamente.
Un mito vendría a ser un relato algo fabuloso, referido habitualmente a algún hecho heroico (en el sentido griego del término, que alude a los orígenes de una comunidad o de la misma humanidad), que tuvo lugar en un pasado más bien remoto y que suele ser impreciso (lo cual juega, tal vez, a su favor para alimentar el carácter mítico).
Con la falta de memoria que padece la sociedad española, no es necesario que nos vayamos muy lejos en el tiempo y podemos aplicar este concepto a, por ejemplo, la Transición española; consituye ésta el origen de nuestra etapa "democrática" (lo acontecido anteriormente no importa) y los héroes de rigor vendrían a ser políticos como Suárez o, demostrando de paso que la lucha de clases forma parte de una época ya superada, personas del más alto abolengo como el mismo Rey (el pasado franquista de ambos no posee ninguna importancia, ya que los orígenes de nuestra "feliz" comunidad sociopolítica actual, digna de poca crítica para gran parte de sus miembros, se sitúan en esa época y punto).
Las ideas libertarias son poco amantes del mito (aunque, a su vez, también su historia posea cierto carácter mítico, tal vez con más apego a la realidad y más autocrítica que otras historias), por lo que constituyen a mi modo de ver una vigilancia magnífica de las intromisiones de la religión, del conservadurismo sociopolítico y de los intereses de clase, y rechazando también cultos a determinadas personalidades o a situaciones que perjudiquen una manera plena de entender el progreso social. No obstante, es complicado desterrar el mito (puede desecharse cuando carezca por completo de legitimidad real, situarlo en un terreno meramente literario tal vez), al igual que ocurre con la religión, y sería importante analizar su importancia para cohesionar una sociedad (no la de uno en concreto, sino el propio concepto). El mito puede entenderse también como un arquetipo, un paradigma de lo que tendría que haber ocurrido y, tal vez, la tendencia adecuada sería reivindicar la realidad para que ésta se acerque a su modelo.
Como dije al principio, indagar en estos conceptos es un valioso antídoto contra la soberbia de ciertas ideas preconcebidas (aunque, tantas veces no sepamos o no admitamos que lo son). No tengo ya una opinión formada sobre el mito, al igual que cada vez "evoluciona" más mi idea acerca de la religión (aunque esté seguro de mi ateísmo, el cual ha ocupado quizá el terreno de aquella). Hablo, por supuesto de la importancia filosófica, política y social que pueden tener estos conceptos, complicados de abandonar por completo a nivel social y en sentido lato, pero no de superar cada uno en concreto. Seguiremos indagando y reflexionando al respecto.
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