Magnífica obra la que todavía se puede ver en el Teatro Infanta Isabel, de Madrid, El encuentro de Descartes con Pascal joven. Dos de los filósofos más grandes de su tiempo, en una reunión que verdaderamente existió en el año 1649, pero de la que se desconoce el contenido de la conversación que pudieran tener ambas figuras. El dramaturgo Jean-Claude Brisville fábula con ello, y construye una pieza teatral inmejorable. Apenas 75 minutos, que se hicieron mucho más cortos seguramente por lo placenteros, en los que se desarrollan multitud de ideas y problemas que no han perdido vigencia (en gran medida, para nuestra desgracia, con el fanatismo religioso de continua actualidad y de permanente obstáculo para el progreso), una interpretación con mayúsculas (especialmente, la del gran Josep-Maria Flotats), en un escenario sobrio que no quita protagonismo al excelente texto. Unos diálogos que no son para nada complejos ni ampulosos, y sí impregnados de una inteligencia, tan necesaria en estos tiempos tendentes a sublimar la banalización, y de una libertad enemiga de toda subordinación y de toda crisis existencial.
El místico Pascal, cristiano mortificado que está dispuesto a sacrificarlo todo por su salvación, ofrece al maduro y relajado Descartes un manifiesto, en el cual se pide la exculpación de un religioso condenado, para que plasme su prestigiosa firma. Los argumentos del autor de Discurso del método para no hacerlo son coherentes con un modo de entender la vida y el pensamiento, según el cual está decidido a no dar apoyo a un nuevo absolutismo que trate de redimir al ser humano (o de dominarle, para apartar los eufemismos). No obstante, Descartes es un hombre de su tiempo, monárquico y también católico, pero esas circunstancias no le impiden confiar en la razón, en la investigación y, lo que es más importante, en los diversos puntos de vista que adopta la existencia humana. Del mismo modo, se trata de un hombre pragmático, que no busca respuestas en las teorizaciones esencialistas y sí, tantas veces, en la elección práctica que exigen las circunstancias de la vida. Desconozco si el Descartes imaginado por Brisville tiene mucho con ver con el real, de lo que estoy seguro es de que los diálogos y las maneras del personaje, tan magistralmente compuesto por Flotats, han logrado conmoverme como hace tiempo que no me ocurría en un teatro.
Soy consciente de que somos muy libres, y muy parciales tal vez, de llevar las ideas transmitidas en una obra narrativa a nuestro terreno. Es por eso que me apetece considerar al personaje interpretado por Flotats como un libertario de su tiempo; un enemigo del absolutismo es, para mí, compañero de viaje de un anarquista (del mismo modo, pobre de aquel libertario que adopte actitudes dogmáticas y absolutistas). Por otra parte, pienso que las contradicciones (o, mejor dicho, cobardías ante el sistema) del personaje de Descartes le dan una dimensión humana lejos de cualquier idealización, una dimensión que también posee el Pascal interpretado por Albert Triola, a pesar de su fanatismo y actitud implacable. Descartes no se considera más sabio ni más poderoso que su interlocutor, solo rechaza tajantemente la propuesta mística y abnegada tan importante para Pascal, del cual se compadece tanto como se enerva al comprobar su actitud autoritaria, al considerar obviamente incognoscible una supuesta vida ultraterrena, y apuesta enormemente por el vitalismo, la tranquilidad existencial, y un compromiso con la inteligencia y la investigación científica (o, dicho de una manera más amplia, con una filosofía alejada de la metafísica y de la trascendencia).
1 comentario:
Tu crónica entusiasta me animó a ver esta obra aunque no me atraía mucho y debo darte las gracias porque salimos encantados otro colega y yo. Sus brillantes diálogos reconfortan en esta época en la que hablar de forma soez y la escasez de neuronas parecen tener premio. Flotats está inmenso, se le nota su formación en la Comédie Française hasta en la entonación, lo que otorga más veracidad si cabe a su personaje. Gracias por animarme, Capi!
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