Las alternativas económicas a las diferentes formas de desarrollo del capitalismo, alternativas que supongan una práctica auténticamente libertaria (incremento de la cooperación y del compromiso colectivos, autonomía individual en consonancia con una libertad responsable), parecen remitirnos una vez más a eso que los tecnócratas consideran tan anacrónico, la autogestión. Es un concepto que, aunque presente en toda la historia de la humanidad de una forma o de otra, se haya estrechamente vinculado a la práctica libertaria desde sus inicios, tanto en medios como en fines.
Es una idea que se extiende a todos los ámbitos de la vida si hablamos de auténtica libertad y autonomía del individuo. En lo "político", se concreta en la idea de poder prescindir de la burocracia estatal, y se propone una colectivización de los medios de producción en manos de los trabajadores. Ha habido situaciones en la historia, y parece que es el caso de la Venezuela de hoy día, en la que el Estado propone una "cogestión", según el cual habrá una composición paritaria de las instituciones, en la que la coerción es evidente y la autonomía de los trabajadores presenta serios obstáculos a la hora de tomar decisiones o de manejar la propiedad. Tantas veces se ha utlizado este modelo cogestionador para tratar de conciliar a los trabajadores, haciéndoles partícipes de unos medios, que siguen sin ser suyos, y manteniéndoles en una estructura jerárquica que anula cualquier cambio radical. (y, por lo tanto, verdaderamente transformador, que es lo propuesto por el anarquismo). El concepto de autogestión sigue siendo inherente al anarquismo, aunque al igual que con cualquier otra idea es necesario extender su campo y adaptarla a los nuevos tiempos.
La autogestión, tal y como la entiende el ideal libertario, es un proyecto social que tiene como medio y fin que la empresa y la economía estén dirigidas por aquéllos que intervienen directamente en la producción, distribución y en el uso de bienes y servicios; la aspiración sería la autonomía del individuo, no solo en el ámbito económico, sino en la misma sociedad al considerar también una autogestión social que implique una toma de decisiones directa y una participación colectiva. Los miembros de un colectivo son los que decidirán la estructura y organización del modelo autogestionador, no es un proyecto que pueda definirse sobre el papel de forma acabada. Recordaré que el anarquismo propugna la autonomía individual, pero no concibe la libertad del ser humano aislada, sino desarrollada en lo social y necesitada de otros iguales con los que se consensuarán ciertas decisiones que no pertenezcan al terreno de lo privado. La participación de varias personas en un proyecto común, sin ningún tipo de coacción externa, no tiene porque afectar a la autonomía individual (la cual, tal y como yo la entiendo, se encontrará a veces gobernada por una libertad responsable y solidaria). Tal y como se ha señalado en numerosas ocasiones, la idea de la autogestión no es ninguna quimera, aceptando siempre que no existe un patrón único sobre el que se puede desarrollar, únicamente la praxis puede alcanzar el modelo más adecuado para un determinado grupo social. Para aprender a caminar (y luego correr, e incluso tratar de ir más allá), solo es posible lanzarse a hacerlo.
Siglos de práctica heterogestionadora (y heterónoma, si hablamos de la justicia), no significa necesariamente que dichos modelos sean más justos (ni siquiera más eficaces, aunque el anarquismo primará siempre la cuestión ética). Se habla de autogestión, a un nivel pequeño, si una empresa productora de bienes o servicios está controlada por los propios trabajadores que intervienen en ella (y no por sus dueños, privados o estatales). Si extendemos esa práctica a un nivel mayor, a la macroeconomía, serán necesarias casi con total seguridad nuevas estructuras organizativas que respondan a esa nueva situación en la que el empeño de cada uno de los miembros se recoja de alguna manera. Esta implicación de la totalidad de la sociedad no está exenta de grandes dificultades, hay quien señala incluso el peligro de coerción que se deriva de cualquier proyecto totalizador, pero se trata de una visión anarquista que no debería encerrar ningún programa previo que anule la entrada de un dinamismo enriquecedor, de constantes intentos armonizadores y de metas variables sujetas a las decisiones de los intervinientes.
Naturalmente, sin ánimo de concretar ningún "programa" libertario a seguir, pero sí con el deseo de mostrar lo que ha sido y sigue siendo el pensamiento libertario y su propuesta de la revolución social, reproduzco a continuación una especie de decálogo escrito por Abraham Guillem en su obra Economía libertaria. Alternativas para un mundo en crisis (FAL, 1988):
1. Autogestión: No delegar el poder popular.
2. Armonía de las iniciativas. Unir el todo y las partes en un socialismo federativo.
3. Federación de los organismos autogestionarios. El socialismo no debe ser caótico, sino unidad coherente del todo y sus partes, de la región y la nación.
4. Acción directa: Anti-capitalismo, anti-burocratismo, para que el pueblo sea el sujeto activo de la historia, mediante la democracia directa.
5. Autodefensa coordinada: Frente a la burocracia totalitaria y a la burguesía imperialista, defensa de la libertad y el socialismo autogestionario, difundido mediante la propaganda por los hechos, no con actitudes retóricas.
6. Cooperación en el campo y autogestión en la ciudad: La agricultura se presta a una empresa autogestionaria, cuyo modelo puede ser el complejo agro-industrial cooperativo. En la ciudad, las industrias y los servicios deben ser autogestionados; pero sus consejos de administración han de estar constituidos por productores directos, sin ninguna mediación de clases dirigentes.
7. Sindicalización de la producción: El trabajo sindicado debe convertirse en trabajo asociado con sus medios de producción, sin burocracia ni burguesía dirigiendo patronalmente las empresas.
8. Todo el poder a las asambleas: Nadie debe dirigir en lugar del pueblo ni usurpar sus funciones con el profesionalismo de la política; la delegación de poderes no deberá ser permanente, sino en personas delegadas, no burocratizadas, elegibles y revocables por las asambleas.
9. No delegar la política: Nada de partidos, vanguardias, élites dirigentes, conductores, pues el burocratismo ha matado la espontaneidad de las masas, su capacidad creativa, su acción revolucionaria, hasta convertirlo en un pueblo pasivo, dócil instrumento de las élites del Poder.
10. Socialización y no racionalización de las riquezas: Pasar el papel protagónico de la historia a los sindicatos, las cooperativas, las sociedades locales autogestoras, los organismos populares, las mutualistas, las asociaciones de todo tipo, las auto-administraciones o autogobiernos, locales, comarcales, regionales y al co-gobierno federal, nacional, continental o mundial.
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