Un autor cuya lectura he disfrutado a cada momento es Rudolf Rocker (1873-1959), alguien que no está lo suficientemente reconocido en este país (en otros, parece que sí). Nacionalismo y cultura debería ser una obra de referencia en todos los estudios de Humanidades que se precien. Si la noción "anarquista sin adjetivos" tiene razón de ser, que la tiene por supuesto, se lo otorga gente como Rocker. Si le echamos un vistazo a su tempestuosa vida, como la de tantos otros anarquistas, nos sorprenderemos aún más. Suspiro por sus memorias, editadas en tres tomos, las cuales son difíciles de encontrar ya, al menos en este país. Fue un incansable estudioso y escritor, de y por la anarquía, hasta el final de sus días: trató y tradujo a Grave, Malatesta, Kropotkin, Most (del cual también realizó una biografía), Nordau, Elisée Reclus y tantos otros; dirigió varios periódicos anarquistas; escribió toda suerte de ensayos sobre las más variadas cuestiones ácratas y organizó multitud de campañas en defensa de los trabajadores y de las más renombradas figuras (como Ferrer Guardia), también fue secretario de la Asociación Internacional de Trabajadores (al reorganizarse en Berlin, en 1923). Sorprendentemente, este gigante intelectual fue un autodidacta (palabra que, tantas veces, se emplea de manera peyorativa, y ya quisieran tantos de "formación académica"), pasando por varios aprendizajes hasta que pudo ejercer su deseado oficio de encuadernador. Por influencia de su tío, su primera andadura política fue socialdemócrata, pero muy pronto adquiriría conciencia de la inutilidad de los medios parlamentarios y de los políticos profesionales. En 1891, Rocker era ya oficial encuadernador, pero antes de ejercer laa profesión haría un viaje a Bruselas que le transformaría definitivamente. Fueron varios los libertarios que trató el joven, dinámico e inteligente Rocker, que le impulsaron a sus primeras lecturas anarquistas y a formar ya un grupo ácrata en Maguncia (en una época que suponía el riesgo de severas penas de cárcel), con intención de introducir propaganda en Alemania. Sus actividades le exiliarían a París, sin haber cumplido aún 20 años. Después de varios años en la capital francesa, donde trató a Jean Grave y a numerosas personalidades, pasó a Londres, ciudad en la que colaboraría con Malatesta, con quien habría de trabajar largos años en el Secretariado de la Internacional, y con Louise Michel. Esta mujer había tenido un papel destacado en la Comuna de París, y a partir de una charla conmemorativa de aquellos acontecimientos revolucionarios, en la que Rocker efectuó la tarea de traductor al alemán, la amistad entre ellos dos se hizo muy intensa. En la capital de Inglaterria, Rocker entró en contacto con anarquistas judíos y participó en su periódico Arbeiterfreund (de cuya edición se haría cargo tiempo después convirtiéndose en una publicación memorable y en una activa editorial anarquista), y también allí conoció a su compañera, Milly Witkop. Intentarían emigrar a Estados Unidos, no consiguiendo pasar a la llamada "tierra de las oportunidades" al no estar casados, situación "legal" que se negaron a aceptar. Durante la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico decreta la reclusión de los extranjeros de países enemigos, lo que supone que Rocker acabe primero interno en un campamento y después en un buque prisión durante más de un año. Mientras tanto, el detonante de la Revolución Rusa produciría una tremenda ilusión en los revolucionarios de todo el mundo, poco podía imaginar Rocker entonces que él sería una de las personas honestas que desenmascarían aquel fraude años más tarde. Después de recorrer Europa, volvió a Berlín en los años 20, pero la llegada de Hitler al poder le obligó a exiliarse de nuevo. Después de su viaje a España durante los años 30, iniciaría una gira por Canadá y Estados Unidos, dando conferencias. Finalmente se afincaría en la colonia libertaria de Mohigan, en los alrededores de Nueva York, donde viviría hasta su muerte.
El año pasado, la editorial Melusina publicó su impagable estudio La tragedia de España, realizado en pleno conflicto civil español. Se trata de una obra que, lógicamente, apoya la revolución libertaria desencadenada en julio de 1936, inmediatamente después del alzamiento militar, pero analiza el conflicto con una lucidez tal, que resulta indignante que no se haya tenido más en cuenta. Rudolf era un gran conocedor del movimiento libertario español, y también de nuestro idioma, ya que le había dedicado un estudio en Londres, y también por su relación con exiliados españoles, especialmente con Tarrida. Rocker expone que la Guerra Civil, pero también la lucha entre fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias, resultan incomprensibles sin tener en cuenta la poderosa influencia del capital extranjero invertido en España. Los que han pretendido mostrar el conflicto como una oposición entre democracia y fascismo han echado tierra sobre la política de neutralidad de Inglaterra y Francia (cuyo apoyo a un bando u otro dependería de la protección de sus intereses económicos), y sobre la ambigüedad de la actuación de la Unión Soviética. Rocker escribe, ya en 1937, que no era ningún secreto que la "democrática" Inglaterra había presionado para que el gobierno español llegará en algún momento a un acuerdo con Franco, para que éste dejara a un lado la influencia de las naciones fascistas Italia y Alemania y aceptara las condiciones de paz propuestas por Inglaterra y Francia. Los organos de la CNT advirtieron de estas maniobras, mientras los diarios burgueses del exterior insinuaban que un entendimiento con el fascismo español era posible. El miedo a una revolución obrera justificaba cualquier cosa que garantizara los antiguos privilegios y poderes políticos. Pero la lucidez de Rocker le hace desenmascarar ya los intereses geoestratégicos de la Rusia de Stalin, coaligada circunstacialmente a las potencias capitalistas y enemiga, por tanto, de la revolución libertaria. Las ambiciones imperialistas de los Estados, sean socialistas, fascistas o "democráticos" implican el sacrificio de gran número de personas como si fueran piezas de ajedrez. La ayuda que la Unión Soviética proporcionó al bando republicano, solo meses después de haber estallado el conflicto, irá acompañada de una progresiva dominación política de los comunistas y de una consecuente represión y destrucción de los logros revolucionarios. Como escribe Rocker, "nadie iba a sospechar que la supuesta 'patria del proletariado' se prestar a tan abyecta traición". El escrito de Rocker es un análisis brillante, pero no oculta un espíritu libertario aportador de todavía más razón y humanidad, uno de las grandes factores en juego que menciona es el demostrar que un socialismo libertario pudiera ser posible y demostrar a los autócrata rusos, y a sus seguidores, que la necesidad de un Estado férreo era una enorme falacia que ha justificado el despotismo de una sola persona, con el terreno allanado por los que justificaron previamente el despotismo de un partido. Hoy, que tantas estupideces se han dicho y escrito sobre la GCE, es más necesaria que nunca una obra como ésta, que no oculta sus simpatías y que hay que recordar que fue escrita en agosto de 1937 (cuando esperaban tantos dramáticos acontencimientos), pero que está realizada con suma honestidad e increíble lucidez, mostrando los muchos factores e intereses en juego por parte de los poderes políticos.
El año pasado, la editorial Melusina publicó su impagable estudio La tragedia de España, realizado en pleno conflicto civil español. Se trata de una obra que, lógicamente, apoya la revolución libertaria desencadenada en julio de 1936, inmediatamente después del alzamiento militar, pero analiza el conflicto con una lucidez tal, que resulta indignante que no se haya tenido más en cuenta. Rudolf era un gran conocedor del movimiento libertario español, y también de nuestro idioma, ya que le había dedicado un estudio en Londres, y también por su relación con exiliados españoles, especialmente con Tarrida. Rocker expone que la Guerra Civil, pero también la lucha entre fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias, resultan incomprensibles sin tener en cuenta la poderosa influencia del capital extranjero invertido en España. Los que han pretendido mostrar el conflicto como una oposición entre democracia y fascismo han echado tierra sobre la política de neutralidad de Inglaterra y Francia (cuyo apoyo a un bando u otro dependería de la protección de sus intereses económicos), y sobre la ambigüedad de la actuación de la Unión Soviética. Rocker escribe, ya en 1937, que no era ningún secreto que la "democrática" Inglaterra había presionado para que el gobierno español llegará en algún momento a un acuerdo con Franco, para que éste dejara a un lado la influencia de las naciones fascistas Italia y Alemania y aceptara las condiciones de paz propuestas por Inglaterra y Francia. Los organos de la CNT advirtieron de estas maniobras, mientras los diarios burgueses del exterior insinuaban que un entendimiento con el fascismo español era posible. El miedo a una revolución obrera justificaba cualquier cosa que garantizara los antiguos privilegios y poderes políticos. Pero la lucidez de Rocker le hace desenmascarar ya los intereses geoestratégicos de la Rusia de Stalin, coaligada circunstacialmente a las potencias capitalistas y enemiga, por tanto, de la revolución libertaria. Las ambiciones imperialistas de los Estados, sean socialistas, fascistas o "democráticos" implican el sacrificio de gran número de personas como si fueran piezas de ajedrez. La ayuda que la Unión Soviética proporcionó al bando republicano, solo meses después de haber estallado el conflicto, irá acompañada de una progresiva dominación política de los comunistas y de una consecuente represión y destrucción de los logros revolucionarios. Como escribe Rocker, "nadie iba a sospechar que la supuesta 'patria del proletariado' se prestar a tan abyecta traición". El escrito de Rocker es un análisis brillante, pero no oculta un espíritu libertario aportador de todavía más razón y humanidad, uno de las grandes factores en juego que menciona es el demostrar que un socialismo libertario pudiera ser posible y demostrar a los autócrata rusos, y a sus seguidores, que la necesidad de un Estado férreo era una enorme falacia que ha justificado el despotismo de una sola persona, con el terreno allanado por los que justificaron previamente el despotismo de un partido. Hoy, que tantas estupideces se han dicho y escrito sobre la GCE, es más necesaria que nunca una obra como ésta, que no oculta sus simpatías y que hay que recordar que fue escrita en agosto de 1937 (cuando esperaban tantos dramáticos acontencimientos), pero que está realizada con suma honestidad e increíble lucidez, mostrando los muchos factores e intereses en juego por parte de los poderes políticos.
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