Kropotkin se preguntaba con qué derecho se apropiaban unos pocos de los descubrimientos que ayudaban al progreso de la humanidad, al aumento de la riqueza, si ello era fruto del conjunto del "trabajo manual y cerebral pasado y presente". "Ciencia e industria, saber y aplicación, descubrimiento y realización práctica que conduce a nuevas invenciones, trabajo cerebral y trabajo manual, ideal y labor de los brazos; todo se enlaza". Por otra parte, y como resultado de esa acaparación de la riqueza en pocas manos, está claro que el progreso técnico no va necesariamente unido al progreso social. El lucro, más de un siglo después, sigue siendo el principal motor de la vida. El cultivo de las ciencias y de las artes, del conocimiento, no solo no ayudan a que el hombre logre su emancipación, sino que aparecen subordinadas a un sistema socioeconómico y político que mantiene la explotación como principal premisa. La participación en la riqueza, en los medios de producción en suma, aparecen como primordial para lograr un sistema justo en su raíz. Aunque aparezcan como palabras antiguas, y por muy complicada que resulte su aplicación al día de hoy, el anarquismo no puede nunca de dejar de pensar en una sociedad en la que se asegure a sus miembros, desde su mismo nacimiento, el máximo bienestar. Todo lo demás no será más que retórica vacía o hipocresía. La concepción del progreso que desean que abracemos no puede estar sustentada en la explotación y en la falacia; siendo así, las aspiraciones de mejora de gran parte de la población solo serán recoger las migajas de los poderosos a los que se ven subordinados. Kropotkin aludía ya en su tiempo a una industria que demandaba su desarrollo a costa de la ruina de otros, a la necesidad de la explotación de los trabajadores del campo (hoy, hablaríamos, sobre todo, de los países del tercer mundo). La solución no pasaba por un ecuánime reparto de beneficios, si ello se realizaba a costa de la explotación de otros. Incluso los que defienden el capitalismo, no pueden negar esta necesidad de explotación como característica básica. Si la virtud no es principal premisa en la actividad económica y política, no puede luego extrañarnos que vivamos una época en la que la escasez de valores es uno de los principales problemas.
Las personas desean, sobre todo, trabajar como seguro económico básico en sus vidas. Pero poco espacio queda para la demanda de una existencia en que no sea necesario vender tu fuerza de trabajo. Quien hable de posibilidad de elección en su vida, tendría que tener muy en cuenta esta reflexión. Estoy de acuerdo en la moral del esfuerzo, en la libre iniciativa, y en todo ello, pero, al margen de que ello resulte una falacia en la práctica actual (no hay cabida para que todos accedan al reparto de los medios), las personas más honestas y emprendedoras que conozco se niegan a participar en una actividad explotadora. Esa petición de esfuerzo y de iniciativa solo puede estar insertada en un sistema justo en su base, y para ello resulta clave que predomine la cooperación y la ayuda mutua frente a la sacrosanta competencia. El anarquismo, a diferencia del liberalismo, desea la abolición del Estado con el deseo del fin de la explotación y de la división de clases. Al margen de disquisiciones casi filósoficas sobre la condición humana, que por otra parte pueden resultar atractivas y a veces esclarecedoras, el espontaneísmo anarquista se ve completado, y a salvo de todo desarrollo que desemboque en el "sálvese quien pueda", con una organización política y económica que va más allá de un mero reparto de la riqueza. Esa organización solo puede tener la forma, en una sociedad sin Estado, de unidades mínima autogestionadas en los que los acuerdos libres toman el lugar de la ley jurídica. Kropotkin es un pensador fundamental en la historia del anarquismo y, por muy críticos que podamos ser con este autor incluso desde una perspectiva libertaria, señaló algo en lo que deberíamos insistir como premisa básica: "Se habla mucho de cuestiones políticas y se olvida la cuestión del pan". Por mucho que se hable de democracia y derechos políticos, de poco sirve todo ello a quien sufre necesidades básicas. Esa es la principal falacia e hipocresía del mundo en el que vivimos a comienzos del siglo XXI, tal vez con mayor desesperanza al abandonarse en gran medida las filosofías sociales que tan atractivas resultaban en tiempos de Kropotkin. En cualquier caso, y parafraseando de nuevo al autor de La conquista del pan, no podemos dejar que nos llamen "utopistas" por desear que el conjunto de una sociedad tenga cubiertas sus necesidades primordiales.
Por lo tanto, para Kropotkin, la parte primera de la política debe ocuparse de la cuestión económica. Ésta ciencia, es definida como la que se ocupa de las necesidades de la humanidad y de los medios económicos que las satisfacen. Del mismo modo, la desigualdad se ve potenciada también por la existencia de un monopolio en la educación, por la existencia de una clase privilegiada que ve cubiertas sus necesidades desde su primera existencia. Son una serie de factores interrelacionados para que una clase vea determinado su tiempo por la necesidad de vender su fuerza de trabajo, mientras otra ve caracterizada su vida por el bienestar y el desarrollo de todo tipo. Aunque luego existan muchos otros factores en juego que llevan a una u otra clase al envilecimiento o a la virtud, ésta es la situación de la que se parte en una sociedad desigual. Si existe una base en la que todos, verdaderamente, tengan las mismas posibilidades, luego pueden irse atendiendo los diversos problemas que se producen en la vida y en la organización social y económica. Un mismo punto de partida no implica una sociedad uniformada, y sí puede ser garante de una pluralidad social en la que puede ir viéndose quien posee mayores aptitudes para según qué labores. Por otra parte, me parece importante esta moralización también de lo social, como influencia al comportamiento individual; verse inmerso en un sistema justo puede ayudar a evitar conflictos o a mitigarlos. No soy ducho en cuestiones económicas, pero tal vez es una de las grandes premisas con las que cuenta el statu quo, la imposibilidad de gran parte de las personas para acceder a ese campo (o, tal vez, presentarse como si fuera algo complicado de entender). En cualquier caso, al margen de cuáles sean los conocimientos de cada uno, sobre la ciencia que fuere, ello no supone que deba dejarse a un lado la demanda de una serie de derechos (o, mejor dicho, en un lenguaje libertario de "hechos" en la práctica). Sea cual fuere la concepción de la sociedad libertaria que deseemos, en ninguna de ellas pueden tener cabida las estructuras desigualitarias inherentes al capitalismo. Es por eso que hablar de revolución se antoja anacrónico a estas alturas, pero el gran interrogante es cómo no adoptar una perspectiva transformadora si cualquier otra actitud supone mantener e incluso potenciar un sistema injusto de raíz. No soy ningún visionario que solo observe esa perspectiva como un horizonte futuro que traerá el bienestar para todos; pienso sinceramente que ello se construye desde el día a día y con las posibilidades que estén a nuestro alcance. Por otra parte, y al margen de que un sistema basado en la explotación económica y en la dominación política (del nivel que fueren) es un hecho, sí pienso que no debe confiarse excesivamente en ninguna abstracción sin atender ese sentimiento y acción cotidianos. Me explico, y por muy complicado que se presente, no tenemos que vernos determinados ni por un sociedad que no es la que nos gustaría en su mayor parte (pero en la que siempre podemos influir) ni por ninguna suerte de idealismo como consecuencia de ese fatalismo.
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