La tesis sostenida por Kropotkin, en su obra El apoyo mutuo (1902), ha ido cobrando crédito en el ámbito científico a lo largo del tiempo. La lucha por la existencia no sería de uno contra todos, sino de grupos de individuos contra el medio adverso, de tal manera que la cooperación se convierte en un factor determinante. No obstante, los modelos que se muestran cercanos a Kropotkin no niegan la existencia de tendencias competitivas o egoístas ni que puedan resultar ventajosas en algunas circunstancias. Caporael es una autora que se ha mostrado crítica con la visión sociobiológica del egoísmo individual (genético) como pilar de la evolución; frente a ello, propone una "hipótesis de la socialidad", según la cual los mecanismos afectivo-cognitivos que subyacen en algunas conductas humanas se vieron sujetos a evolución dentro de pequeños grupos interactivos. En esta visión, la cooperación y la lealtad al grupo, el respeto a unas normas o el miedo a la exclusión social favorecerían la explotación de un habitat, al realizarse en grupo de manera más eficaz que individualmente; de esta manera, se da predominancia al grupo y a los individuos mejor integrados en él, y la aptitud tendría que ver con mejores capacidades cognitivas y motivacionales adaptadas a la vida en grupo. Caporael no habla de un altruismo indiscriminado, dentro de esta sociabilidad, ya que los individuos también poseen un evidente componente de interés egoísta y se produce una especie de tensión permanente, solo resulta gracias al contexto social (tantas veces, con inclinaciones hacia la cooperación). Frans De Waal es un etólogo que aporta un modelo basado en el apego y en el sentimiento de pertenencia al grupo; según esta visión, los primates (incluyendo a los humanos) reprimirían la agresividad o el conflicto con el fin de proteger algo tan valioso como las relaciones dentro de la comunidad. Según De Waal, su modelo se aplica a individuos que tienen rasgos e intereses comunes, lo que facilitará la buenas relaciones y la ayuda mutua; el autor denuncia que es algo obviado en la tradición biológica, tan centrada en la competencia. Las aportaciones de estos dos autores son complementarias, ya que la cohesión del grupo se produce, tanto en el plano emocional (hablando de la identificación con el grupo, sostenida por Caporael), como en el plano cognitivo (en el caso del apego, en De Waal, que requiere reconocimiento de los congéneres como dignos de confianza). En ambos casos, hablamos de propuestas cercanas a Kropotkin.
En cualquier caso, no creo que nadie pueda contradecir ya que somos "animales sociales". Puede decirse que las demandas de la vida social han sido más determinantes en la evolución, incluso, que las exigencias del medio físico. Para la supervivencia, ha sido siempre necesario adaptarse a la vida coordinada en grupo. Por otra parte, parece también innegable la existencia de tendencias en la especie humana aparentemente contradictorias, tanto la búsqueda del interés personal, como la necesidad de pertenencia al grupo. Es un antagonismo, tal vez, solo aparente y, según los expertos, no quita nada de peso al argumento de que la inteligencia humana puede haberse desarrollado por imperativos sociales. Según esta idea, parece ser que bastante aceptada en la actualidad, el desarrollo del cerebro tendría su origen en la necesidad de controlar las interacciones sociales, de predecir el comportamiento de otros individuos dentro del grupo y de mantener la cohesión del mismo. Auténticos retos intelectuales. Por lo tanto, la vida en grupo pudo favorecer el incremento de la inteligencia; por otra parte, ese desarrollo condujo a que la vida social se hiciera más compleja y demandó una mayor habilidad para que el individuo se adaptara a ella. Frente a las numerosas controversias que puedan producirse todavía al día de hoy, parece claro que lo que evoluciona es la especie y no el individuo; la tendencia de esa especie se decantará por unas relacionas u otras, de dominación o de cooperación, pero siempre hablaremos de características extraindividuales. No se trata de ignorar al individuo en el plano científico, lo que sería reduccionista, pero sí hay que insistir en la importancia de las relaciones en el grupo como un factor de continuidad. Caporael propone cuatro niveles básicos de organización, que se han dado a lo largo de la evolución de la vida social humana y que siguen reproduciéndose en nuestra sociedad actual: el bebé, en las funciones llamada de microcoordinación, primero con los padres; luego, extendiéndose a más miembros de la familia, puede hablarse de coordinación, y la identidad social creada gracias a una red más numerosa de parientes y amigos en la que interactúa. El desarrollo humano, según Caporael, no supone una progresiva independencia; al contrario, se produce una ampliación del ámbito de interacción social con una paulatina interdependencia en la que se da una exigencia cada vez mayor de reciprocidad, habilidad social, memoria o juicios sociales.
Algo sobre lo que parece haber consenso entre los científicos es en la forma de vida de nuestros ancestros. Pocos pueblos en la actualidad son ya cazadores-recolectores, pero esa forma de vida, que se extendió durante dos millones de años, parece haber sido el sistema social en el que nuestra especie se ha desarrollado y que ha ido marcando las pautas de la evolución en los planos conductual y emocional. Los Bosquimanos del Desierto de Kalahari es uno de los pueblos más antiguos que se conocen, cuya forma de vida no ha cambiado apenas en diez mil años; son nómadas, ya que deben adaptarse a los desplazamientos de la caza y al agotamiento de los alimentos vegetales que recolectan, no dan muestras de territorialidad y los límites de las áreas que utilizan son flexibles, al igual que los del grupo. 25 es el número adecuado de miembros para aprovechar los recursos mediante la cooperación, e incluso la salida o entrada de miembros se emplea para resolver conflictos internos y para favorecer las relaciones con otros grupos. La de los Bosquimanos es una economía de subsistencia que hace que los individuos dependan unos de otros para sobrevivir; la cooperación, también entre ambos sexos, y el reparto son esenciales para el funcionamiento de la sociedad. La cohesión social se produce por relaciones de "parentesco", un término de significado más amplio que las meras relaciones de consanguineidad, ya que se consideran parientes tanto a los miembros del grupo como a los de otras bandas. Se trata de un pueblo caracterizado por su condición pacífica, con una forma de vida muy vinculada al medio, que evita el conflicto y la competencia. Así era hasta los años 70, en los que la administración colonial europea hizo que renunciara este pueblo a su independencia y a su forma de vida; se hicieron pastores o granjeros y pasaron a vivir en reservas, algo que provocó el aumento de su agresividad. Un caso que contrasta con el de los Bosquimanos es el de los indios Yanomamo, pobladores de la selva entre Venezuela y Brasil, y conocidos como "pueblo feroz". Su forma de vida es una mezcla de caza, recolección y agricultura, y hay quien lo señala como ejemplo de lo que pudo ocurrir hace diez mil años con la invención de la agricultura. Los indios Yanomamo viven en poblados fortificados con unas 200 personas, y manifiestan una abierta hostilidad tanto dentro del grupo como, sobre todo, hacia fuera. Dentro de los conflictos, resulta importante la relación de parentesco biológica y determinante en el caso de la creación de formas de poder. En la diferencia entre ambos pueblos, los Bosquimanos y los Yanomamo, parece evidente que el incremento de la agresividad se vincula al hecho de tener algo que defender; la existencia de conflictos bélicos lleva a una dinámica de aumento de los miembros de los grupos, para tener mayor potencial que los rivales, lo que lleva también a conflictos en el seno del mismo grupo. En cualquier caso, a pesar de ser pueblos antagónicos, la cooperación es una característica importante que comparten, algo que puede considerarse inherente a la sociabilidad humana.
Nada más lejos de mi intención, con estos ejemplos, que señalar la existencia de una supuesta "edad de oro" de la humanidad, ni pedir una especie de retorno a ella como parece ser que desean algunos (algo, me parece, no solo no deseable, también imposible). Creo que el estudio de la evolución, dentro de las diferentes disciplinas, puede ayudarnos a desterrar de una vez todo componente místico de nuestra existencia y a esclarecer el hecho de que somos animales sociales y estamos "determinados" a entendernos y a cooperar con nuestros semejantes. Estudiar las complejidades del ser humano y de la sociedad, tan unidas unas a otras, los factores que nos empujan más al conflicto que al entendimiento y la cooperación, puede estar en el camino de la emancipación. Por otra parte, ya en un terreno más filosófico, abandonar una concepción del progreso dogmática y falaz, vinculada a un desarrollo técnico y científico cuestionable (lo que no supone negar el avance técnico y científico), más alienador que liberador, puede suponer también darle un empujoncito a ese desarrollo intelectual tan vinculado a los social.
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