Como sigo recopilando textos sobre sicología social, de cara a algún improbable artículo futuro, doy con un libro compuesto por una serie de estudios sobre la violencia en la sociedad, Los escenerarios de la violencia, de José Manuel Sabucedo y José Sanmartín. Es habitual que la gente recurra al vulgar axioma de que llevamos en nuestra naturaleza el actuar violentamente y acabamos enfrentándonos unos con otros si no existe una autoridad fuerte que lo impida. Afortunadamente, la historia y el progreso juegan a favor de los que consideramos que no existe determinismo biológico alguno, y mucho menos de ningún otro tipo, y que el principio de autoridad (violencia institucionalizada) es pernicioso. De esa manera, se abren las posibilidades para el ser humano y la sociedad, creando las bases sólidas para erradicar la violencia, no tanto de uno como sí de la otra. Las propuestas que se dan en estos estudios están muy cerca de la visión educativa libertaria, algo que debería abrir los ojos sobre la idea que se suele tener del anarquismo.
La educación tradicional, creada a partir de la Revolución Industrial, se basaba en una fuerte jerarquía, en la obediencia ciega y en apartar a los que no se ajustaran a este modelo. En la actualidad, con lo que la tecnología ha transformado la sociedad, el sistema educativo sufre una evidente crisis que, desgraciadamente, lleva a la reacción a intentar potenciar los elementos autoritarios. El acceso a la información es más sencillo que nunca, los estímulos en ese sentido son continuos, y parece claro que esa voragine ayuda también a preparar actitudes violentas. El profesor, como ha propuesto la pedagogía libertaria, nunca debió limitarse a aportar una información y sí a ayudar al educando a que construya su propia interpretación del mundo, a que adquiera las habilidades al respecto y que se muestre tan crítico como creativo. En el libro mencionado se habla de "educar para la ciudadanía democrática". Bien, no nos enfrentemos de momento a un problema de terminología, hablando de anarquismo (aunque, a mí no me disgusta hablar de la profundización en la democracia que supone una sociedad libertaria, desprendiendo, claro está, al término de todo carácter representativo) y dejemos a un lado, de momento, el contexto global de una instancia jerarquizada que monopoliza la violencia (algo que algo ayudará, también, digo yo, a crear un escenario de violencia). Dejando a un lado esto, los profesionales de la ciencia sociales parecen de acuerdo en considerar el absolutismo un lastre del pasado muy negativo, resulta ya ridículo insistir en certezas absolutas (propias de clases sacerdotales o mediadoras de algún tipo), y en lo importante de que aceptemos la pluralidad. El autoritarismo debe ser definitivamente superado, y solo el anarquismo irá ten lejos al respecto en sus propuestas, no solo en la escuela, también en el ámbito familiar. La escuela no es más que un microcosmos de la sociedad, por lo que no se puede separar rígidamente de ella. Por lo tanto, la insistencia en la educación es primordial para erradicar la violencia en la sociedad y ello solo es posible con una auténtica igualdad, sin exclusiones de ningún tipo; por otra parte, la educación no se limita al centro escolar, puede existir una colaboración íntima con el resto de la sociedad.
La multiculturalidad es una realidad en las sociedades posmodernas, algo que puede estar en consonancia con un pensamiento libre y con la erradicación del absolutismo, y no con caer en el relativismo más vulgar. Frente a los reaccionarios, que enfatizan los problemas que supone ese crisol de culturas, hay que insistir en utilizarla de base para una educación en la que la libertad e igualdad no sea un mero derecho establecido en un papel sin reflejo en la práctica. Los derechos humanos deben ser una conquista universal de la humanidad, y no son admisibles los aspectos de una cultura que los transgreda, la multiculturalidad junto a una educación libertaria (no se me ocurre otra palabra que aúne la erradicación del dogma y del autoritarismo) son la base para que ello sea una realidad en la práctica. Otro gran problema sigue siendo la llamada violencia de género, y de nuevo hay que insistir en una profundización en la verdadera igualdad de hombres y mujeres, el esquema de dominación sigue permaneciendo intacto (no importan quien se sitúe en lo más alto) con la apariencia de algún avance en los derechos de personas tradicionalmente marginadas. La escuela ha sido, y sigue siendo no pocas veces, habitual escenario de situaciones humillantes y excluyentes, por lo que erradicar definitivamente esas situaciones, crear la verdadera igualdad en definitiva es uno de los principales objetivos para prevenir la violencia. Porque los numerosos estudios demuestran que los agresores, en el ámbito que fuere, tienden a identificarse con un modelo social basado en el dominio y la subordinación; del mismo modo, las personas violentas suelen tener la incapacidad de empatizar con los demás y tienden a volcar en los demás las situaciones que han sufrido en sus vidas (humillaciones, exclusiones, frustaciones...), con una evidente falta de habilidad para emplear otras estrategias que no sean la de la violencia. Desde temprana edad, y para prevenir futuras situaciones violentas, es importante acabar con la marginación y favorecer en los chavales los valores de empatía y apoyo mutuo.
La sicología demuestra que existe cierta necesidad en el ser humano a creer que "el mundo es justo", lo que también conduce a pensar que los peores males nunca se producen en nuestras vidas (puede ser algo parecido a la "tranquilidad existencial" de otros ámbitos humanos, que impide que el ser humano se haga preguntas). Esta tendencia conduce no pocas veces a distorsionar nuestra percepción del mundo y a inhibirse a la hora de ayudar a las víctimas de situaciones graves. Es primordial sacar a la luz estos mecanismos, de cara a mostrarnos más lúcidos y solidarios, profundizando en los problemas sociales y tratando subsanarlos de raíz. Es frecuente la actitud conformista, a la que aludía al comienzo, que está detrás de expresiones como "las cosas siempre han sido así", la cual lleva a la inacción y falta de compromiso, y la tendencia a minimizar situaciones graves, en la escuela y en la sociedad, de marginación y agresiones (en las que el autoritarismo suele ser el protagonista). Desgraciadamente, existen pautas profundamente arraigadas en el sistema educativo y en la sociedad y solo con transformaciones radicales, extendidas también a lo político y económico, parece posible acabar con la violencia y el autoritarismo. En futuras entradas de este blog, seguiré hablando de las propuestas más progresistas dentro de ciertos estudios y de cómo el concepto de pedagogía libertaria puede adaptarse a la revolución tecnológica está cambiando el mundo que conocemos (y no siempre para bien.
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