Hace tiempo, escribí un texto llamado "La filosofía individualista, una tensión necesaria en la herencia libertaria", en el que apostaba por un anarquismo que nunca deje de la la defensa radical del individuo ni la condición de "único" para cada uno de los seres humanos (la raíz estirneriana, y algunos autores posteriores que sí se consideraron anarquistas). Resulta muy curioso que, si bien existe una manera de observar la historia del anarquismo en la que está claro que es una corriente socialista, los primeros anarquistas no dudaban en hacer suyos a autores que, tal vez, hoy consideraríamos más cerca del liberalismo (si bien, su crítica furibunda al Estado o, lo que es lo mismo, su naturaleza antiautoritaria se hace muy atractiva). Por supuesto, siempre he considerado que el anarquismo es mucho más que un tipo de socialismo, una especie de filosofía vital que busca la emancipación en todos los ámbitos de la vida y el desarrollo de los valores más nobles del ser humano, por su propia idiosincrasia hace que tenga necesariamente que apostar por un modelo social y económico cooperativo y por dar predominancia a la solidaridad por enciman de cualquier otro valor.
Podríamos decir que el anarquismo, el moderno al menos, nace como una corriente socialista y, tras toda una rica tradición de heterodoxia doctrinal y una continua puesta al día de su premisas, vuelve una y otra vez a buscar sus raíces, ya que no puede renunciar a un pasado del que no tiene que avergonzarse. Autores como Rocker consideraban el anarquismo como la gran síntesis entre socialismo y liberalismo, otra atractiva definición que define las posibilidades para el futuro de las ideas libertarias. Síntesis, y no enfrentamiento, a pesar de dos concepciones que parecen antagónicas, es lo que me resulta atractiva de esas dos, supuestas, vertientes históricas del anarquismo. A pesar de ello, resulta evidente en la lectura de algunos autores, esa diferenciación radical entre el indvidualismo y el anarquismo entendido principalmente como una ética comunitaria (definición, pese a todo, atractiva). Si atendemos al concepto de individualismo solidario, que no tiene que ser un oxímoron necesariamente, tal vez lleguemos a un acuerdo en el que queda aclarado de una vez que anarquismo no tiene nada que ver con el socialismo autoritario, que se enfrenta de igual manera a cualquier forma totalitaria de la sociedad como a un individualismo basado en la explotación y en el "sálvese quien pueda" (léase, capitalismo).
Carlos Díaz es un autor que escribió algunos libros interesantes en los años 70, parece ser que en la actualidad aboga por un personalismo comunitario (que, seguramente, tampoco será un oxímoron). El caso es que la lectura de este hombre deja entrever una concepción religiosa del anarquismo y muestra una, razonada, todo hay que decirlo, obcecación en una supuesta vertiente individualista (que llega a definir como patológica) del anarquismo. Y digo que muestra ese tono religioso, no peyorativamente, simplemente que insiste, de manera excesiva en mi opinión y a costa de otras influencias atractivas, en la interpretación del anarquismo como el advenimiento de una especie de Edad de Oro. Individualismo a ultranza es, sencillamente, una sinrazón, el ser humano acaba pactando con sus semejantes y, a ser posible como desea el anarquismo, empatizando y cooperando con ellos. Individualismo liberal puede definirse como "mi libertad acaba donde empieza la de mis semejantes", y es posible que algunos autores anarquistas hayan estado más cerca de esa concepción, pero hoy en día tiene que ser conocido que el individualismo anarquista se basa en "mi libertad se completa con la libertad de mis semejantes". Y lo sigo considerando individualismo, ya que el personalismo de Díaz o Mounier se me antoja demasiado místico (se aleja del plano humano para adquirir una dimensión trascendente más que cuestionable), no hay porque otorgar una concepción peyorativa a un concepto con demasiadas lecturas y que en la tradición ácrata solo puede ser visto de manera positiva.
Lo individual no tiene por qué resultar opuesto a lo comunitario, si atendemos a una tensión permanente no sintetizada en una instancia superior que sucumba a alguno de los dos extremos (totalitarismo o individualismo insolidario). Los escritos anarquistas de Díaz se producen en pleno auge del anarquismo epistemológico de Feyerabend, al que reduce peyorativamente a una especie de dadaísmo (es decir, negación de los cánones establecidos e irracionalidad). Esta propuesta de Feyerabend, que podemos llamar nihilista en su deseo de sospecha permanente frente al conocimiento (identificado con poder) instituido, quiere verse como contrapuesta a un anarquismo militante basado en la honestidad, la disciplina y la fraternidad (nociones muy humanas, y muy saludables para el desarrollo físico y mental, por la que cualquier tipo de anarquismo debería apostar). Pero no hay tal antagonismo, la crítica permanente a lo instituido se realiza en aras de la mejora de cualquiera y de todos, del progreso, de la ampliación de horizontes. Como afirmaba hace poco un filósofo, el nihilismo tiene, también, una vertiente positiva, va apartando a la religión y liberándonos paulatinamente de la jerarquía. Volvemos a lo mismo, Stirner (e incluso Nietszche) pueden hacer de contrapeso filosófico a los valores humanos preconizados por el anarquismo, que solo adquieren sentido en la praxis individual y social. Los anarquistas no han abandonado, en absoluto, su ideal emancipatorio, sino que se protegen con coraza ante las críticas realizadas a una modernidad que no ha cumplido sus postulados, apostando por una crítica permanente a lo instituido (es decir, negación de la perfección en busca del auténtico progreso que supone perseguir la utopía).
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