El pensamiento de la Antigua Grecia, del cual tal vez nos queda poco gracias al cristianismo, resulta apasionante y muy necesario. Recuerdo cierta conversación, en la que alguien argumentó, ante el hecho de que la Antigua Grecia fuera una sociedad esclavista, que tampoco desapareció esa lacra posteriormente y, de manera lógica, la sociedad griega hubiera tenido también que evolucionar en lo que atañe a la lucha de clases si no hubiese llegado el cristianismo. En cualquier caso, supone toda esa especulación jugar a la ucronía, aunque no está mal insistir en ello ante el dogmatismo religioso que pretende reducir toda concepción de la historia.
La relación del anarquismo con el mundo griego es estrecha, y se acaba mencionando a uno u otro autor, o escuela, como precursores de las ideas libertarias. En ese sentido, Epicuro puede ser un filósofo en el que encontremos muchos rasgos liberadores. Aunque hay que aclarar que Epicuro no era explícitamente ateo, sí se empeñó en liberar a los hombres de todo vínculo con los dioses al considerarlos indiferentes al destino humano. Del mismo modo, otra de sus grandes preocupaciones fue que el hombre se desprendiera de todo temor a la muerte, conocida es su frase al respecto: "mientras se vive no se tiene sensación de la muerte y cuando se está muerto no se tiene sensación alguna". La felicidad se consigue mediante la conquista de la autarquía y, a través de ella, la ataraxia; no se trata de insensibilizarse por completo, sino de alcanzar el estado de ausencia de temor, de dolor, pena o preocupación. El sabio debe eliminar todos los obstáculos que se oponen a la felicidad y cultivar aquello que logra incrementarla (como, por ejemplo, la amistad, tan importante en la escuela epicúrea denominada El Jardín, primera en admitir a mujeres y a esclavos). Las necesidades elementales deben ser cubiertas, aunque reducidas a lo indispensable, ya que hay que saber contener la inquietud de poseer bienes que resultan inalcanzables y que puede acabar perturbando el ánimo, la felicidad se reduce al placer (y éste, no es material, sino afectivo, relacionado con la salud corporal y mental). Puede decirse que el objetivo último, al que se llega mediante la supresión de toda ansiedad y toda turbulencia, es la serenidad, el "placer reposado", el equilibrio perfecto del ánimo. Las placeres de los sentidos son necesarios, deben ser aceptados, aunque hay que saber ordenarlos para subordinarlos al bienestar físico y espiritual.
El eje de la doctrina epicúrea es la ética, que se basa en la concepción del carácter positivo del placer sereno y duradero, material y espiritual, y de la consiguiente clasificación y equilibrio de los placeres. Ese objetivo a lograr está relacionado con el estudio de la filosofía, encaminada ésta a conseguir la salud del alma. El sistema epicúreo completo se compone de las diversas partes del estudio filosófico: la canónica (o doctrina dialéctica o del conocimiento), la física (o doctrina de la naturaleza) y la ética (o doctrina del alma y de su comportamiento). La canónica se ocupa de las diversas clases de aprehensiones de la realidad: las de la sensación, o aprehensiones inmediatas o primarias, de acuerdo con las cuales debe efectuarse toda investigación; la llamada pre-noción, anticipación o concepción general (derivada de la sensación); y la visión directa (de un conjunto), o intuición, a base de principios primarios e imperceptibles del cosmos. En cuanto a la física, es conocida que la teoría epicúrea es una reelaboración del atomismo, en la que define los mundos en un sentido físico como porciones circunscritas del espacio. La materia de la que están compuestos los mundos son los átomos, partículas indivisibles que resultan las semillas de todas las cosas y dan lugar a las formas y cualidades de ellas. En el epicureísmo se deseaban conocer los fenómenos naturales desde lo racional, buscar una explicación lógica al cosmos sin subterfugios metafísicos que acaban angustiando al hombre, ello era posible a través de los sentidos y el correcto uso de la razón (precedentes de lo que será la ciencia empírica).
La escuela epicúrea, El Jardín, era antagónica a la rigidez y elitismo de otras concepciones filosóficas, cualquier podía acceder a ella con total libertad y el trato entre el sabio y sus discípulos se fundamentaba en la amistad, desterrando toda obediencia y toda subordinación. Este ambiente libertario, de afecto y de mutua confianza, desarrollado en contacto con la naturaleza, podían suponer elemento de una terapia destinada a sanar los males del alma y a lograr la serenidad y equilibrio inherentes a una vida feliz aquí y ahora (no relegarla a un presunto "más allá"). Se traba de un uso de la filosofía como medicina para el alma.
Se dice que el pensamiento dualista e idealista, basado en la concepción de un alma inmortal, que hay que escarbar en Platón para luego desarrollarse en todo el pensamiento cristiano, y en el rechazo de la vida material e inmanente, se ha impuesto frente a toda filosofía materialista como la epicúrea. Michel Onfray denuncia en su obra La fuerza de existir: “El pensamiento mágico adultera la historiografía clásica de la filosofía. Por alguna extraña razón, los apóstoles de la razón pura y de la deducción trascendental comulgan con la mitología que crean, y luego la reproducen a la fuerza cuando enseñan, redactan artículos, transmitiendo, escribiendo y publicando las fábulas que, de tanto repetirlas, se vuelven verdades y palabras sagradas”. El objetivo es rescaltar del olvido a los grandes filósofos ateos, materialistas y hedonistas, que potenciaban la vida terrenal y no relegaban el desarrollo espiritual a ningún plano metafísico. La dualidad cuerpo/alma, puede ser destruida si se acepta ésta última como una parte de nuestra realidad física y se busca todo desarrollo espiritual en la perfección de la ética y de las afecciones, pertenecientes por supuesto a nuestro plano y nuestros valores humanos. Qué poderosos podemos sentirnos con filosofías como la epicúrea, que destierra toda trascendencia y preconiza gozar de nuestra vida, la única existente, al máximo, que desea acabar con todo temor a la muerte y a instancia alguna ajena a lo humano, y reivindica la pasión y el deseo.
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