martes, 12 de octubre de 2010

Curso acelerado de ateísmo (2/3)

Cuarta lección. Las religiones proclaman su moral a los hombres, la cual es siempre exclusivista y totalizante. Junto a una serie de normas que pueden considerarse benefactoras, hay otras que son todo lo contrario, aquellas que piden exclusividad, obediencia, conductas de favor hacia la clase mediadora, prohibición de otras creencias... De mejor o peor manera, la humanidad es capaz de comprender, sin necesidad de creer en reglas divinas, normas que mejoran las vida y facilitan el desarrollo. Desde las reglas más sencillas, como pueden ser las de la circulación, hasta el respeto y la solidaridad que implica una moral universal, nada de ello tiene su origen en una verdad revelada ni necesita de la religión. Muy al contrario, son las creencias religiosas (morales incluidas) las que han producido a lo largo de la historia tiranías, guerras, persecuciones y exterminios. En nombre de una verdad con mayúsculas, de la moral religiosa, se persigue y mata tantas veces a otros seres humanos; la moral laica o atea no posee razones para matar. La pena de muerte ha estado a la orden del día en la teocracias y en países de gran influencia religiosa como es Estados Unidos de América. El ateo considerará que una moral religiosa es siempre sospechosa, ya que detrás está la imposición y las peores aberraciones hacia los no creyentes. Los creyentes piensan suelen pensar que no puede existir moral sin dios o que sin él todo está permitido. Contradiciendo esto, lo lógico es considerar que la humanidad, en los albores de su existencia, acabaría otorgando contenido a la moral y potenciaron los instintos constructivos, o de lo contrario no estaríamos aquí. La moral pertenece a un plano humano, son los hombres los que la dan contenido y, por lo tanto, es posible convertir en realidad las más altas aspiraciones humanas. En cuanto a la famosa frase de la novela de Dostoievski, Los hermanos Karamazov, es tan sencillo para un ateo como reflexionar que lo inexistente no puede fenecer, por lo que una moral sustentada artificiosamente en lo divino puede sobrevivir sin su apoyo, validando su adecuación al bienestar de la humanidad y facilitando la evolución y el desarrollo. La búsqueda de una ética con mayúsculas es un despropósito, un continuo cambio de un dios por otro, cuando la realidad es que la moral está fundamentada por los hombres. Lo paradójico e inaceptable para un ateo es que un ser de su misma especie se erija en mediador con una supuesta instancia sobrenatural y le diga lo que tiene que hacer o no hacer. El origen de la moral religiosa podría tener, en parte, buenas intenciones, pero pronto se convierte en instrumento de poder. Cuando una religión defiende su moral, está asegurando sus privilegios y su autoridad, su parcela de poder sobre sus fieles.

Quinta lección. El ateo, como se ha dicho, debe admitir la historia de todos los dioses e, igualmente, debe creer en su acción civilizadora a lo largo de la historia. La religión ha sido importante históricamente, e incluso el llamado paso del mito al logos, de la creencia mítica a la razón, no se produjo de la noche a la mañana, de tal manera que los seres humanos eran pobres crédulos y se despertaron un bueno día convertidos en lúcidos ateos. Cuando se creó una divinidad, en determinado momento histórico, fue con intenciones de crear una síntesis, de explicar una realidad desconocida. También puede considerarse un primer grado de racionalización, ya que el hombre no se detiene ante lo desconocido e intenta captarlo y reconocerlo. Un siguiente paso es comunicarse con la síntesis creada, y de ahí la aparición de la institución religiosa que actúa como mediadora. La concepción del universo que tiene el hombre se muestra siempre dividida entre lo conocido y lo desconocido, por lo que la síntesis divina permite, solo en un primer momento y de manera efímera, unir lo que se entiende con lo que resulta incognoscible. Es por eso que no ha habido dios ni religión sin su correspondiente cosmogonía, sin una primera explicación sobre el origen del universo y del hombre. A medida que avanza la historia, y el conocimiento, esa necesidad ha ido desapareciendo gracias al conocimiento real de las cosas, aunque las limitaciones del hombre conlleve tantas veces el peligro de generar nuevas creencias (o viejas enmascaradas). En un determinado momento histórico, el hombre pudo prescindir de la razón religiosa, aunque hasta ese momento las sociedades se organizaron y avanzaron, de mejor o peor modo, apoyados en esa generación de dioses y religiones. Aquí López Campillo y Ferreras manifiestan esta opinión sobre la moral atea como una evolución de las creencias anteriores, que parece estar en desacuerdo con otras opiniones ateas que consideran la razón religiosa como una distorsión histórica. En cualquier caso, estaríamos de acuerdo en que la historia de la humanidad es una tensión permanente entre la fe y la razón, de tal manera que algunas personas tuvieron la personalidad y valentía suficientes para hacer valer sus convicciones personales, morales y/o científicas, frente a lo religioso instituido. Continuando con lo que se afirma en Curso acelerado de ateísmo, el mito, la leyenda, gran parte de la literatura y el arte, en general, fueron engendrados por esa necesidad primera de representar la síntesis divina. Del mismo modo, la creación de templos y estatuas nace también de ese deseo de manifestación religiosa y, consecuentemente, la ciencia va avanzando dentro de ese contexto cultural. Aunque no haya sido así siempre, ni por supuesto tenga que ser así, las civilizaciones del pasado fueron desarrollándose apoyadas en las ideas religiosas. No se dieron instituciones meramente económicas, porque el hombre respondía de una manera religiosa ante la necesidad material. El origen religiosa de algunas artes y ciencias demuestra la necesidad del hombre de materializar, explicar y racionalizar lo sublime, lo incognoscible imposible de ser reducido a términos racionales. Se considera que las primeras religiones pudieron cumplir la función de motor histórico, pero el devenir histórico las fue poniendo fuera de juego, por lo que la posterior desacralización es igualmente necesaria para continuar el progreso. Esa desacralización es la modernidad, en la que el pensamiento para seguir avanzando ha se secularizarse (desprenderse de lo sagrado). Hay una reivindicación aquí de los postulados de la modernidad, basados en la razón crítica, iniciada con los griegos, aparecida de nuevo con el Renacimiento y la Ilustración, y que necesita continuar su avance con un mayor horizonte. Se produce aquí una confianza en los nuevas conquistas y conocimientos de la ciencia, aunque debamos mostrarnos igualmente críticos con esa ciencia sucumbida ante los poderes políticos y económicos. Hablamos de ateísmo, por lo que la lucha en ese campo supone, como es lógico, recoger el legado de la razón crítica, pero comprendiendo que esa batalla es indisociable de cualquier dominación en cualquier ámbito humano. Las religiones instituidas solo pudieron replegarse en el fundamentalismo ante el avance de la modernidad, pero con la peculiaridad de una Iglesia Católica con diversas reformas, e incluso nuevas interpretaciones de los textos divinos, adaptadas a los tiempos para preservar sus privilegios. Las religiones debieran forma parte del pasado, en aras de potenciar la sociedad civil.

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