domingo, 3 de abril de 2011

El trabajo alienado y sin sentido

Las propuestas morales para un socialismo libertario, dentro de la sociedad industrial resulta a mi modo de ver incuestionables. Sin embargo, las objeciones al respecto no son pocas, por lo que vamos a repasar algunas de ellas con el propósito de desmontar lo que no son más que tópicos que quieren legitimar un sistema establecido. Como dice Erich Fromm en Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, las objeciones son, tanto en la cuestión de la propia naturaleza del trabajo industrial, como en la propia naturaleza del hombre y en las motivaciones sicológicas del trabajo. Algunos objetores, siendo sinceros, reconocen que el trabajo industrial moderno es mecánico, carente de interés y enajenado, además de estar basado en un grado extremo de división del trabajo, por lo que no puede nunca ocupar todo el interés y atención del hombre. No resulta difícil escuchar argumentaciones contrarias a toda vía socialista, en la línea de considerar mero romanticismo la idea de hacer el trabajo interesante y otorgarle algún sentido, ya que el sistema industrial resulta incompatible con semejante idea. Incluso, lo deseable para muchos sería la automatización total del trabajo, de tal modo que el ser humano trabaje pocas horas realizando una rutina casi inconsciente. En cierto modo, podríamos considerar esa idea de la evolución industrial como atractiva, una fábrica totalmente automatizada y el trabajador liberado de toda labor sucia e incómoda. Sin embargo, el análisis de Fromm, en aras de una sociedad sana, tiene unas cuantas objeticiones respecto a la esperanza de esa idea (que, por otro parte, el tiempo ha demostrado falaz, ya que la división de clases es igual o peor que la de del siglo pasado).

Fromm considera pernicioso el trabajo mecanizado, ya que considera que el operario no está en contacto con la realidad, se límita prácticamente a "soñar despierto". Como vemos, esta visión se engloba en la tesis general de Fromm sobre la enajenación en la sociedad contemporánea. Frente a ello, se reclama una plena concentración en el trabajo, al igual que en cualquier otra tarea, lo que sí resulta verdaderamente vigorizante. Visto el mundo hoy en día, no hay demasiados esperanzas para la revolución industrial, por sus propias condiciones intrínsecas, y por la imposibilidad de que tantos lugares sufran un proceso de industrialización (la confianza que se tuvo en esta forma de entender el progreso se demostró un engaño más). Si, además, observamos que el trabajo resulta para una mayoría cada vez más enajenado (entendiendo que exista el trabajo, dada la precariedad y las crisis cíclicas del capitalismo), los efectos sociales y sicológicos son desastrosos. El trabajo asalariado, tal y como lo entendemos al día de hoy, es plenamente criticable (aunque dependamos de ello para subsistir). Sin embargo, hay que considerar el trabajo, como actividad auténticamente enriquecedora, como una parte fundamental de la existencia humana. Si hablamos de enajenación y automatización en el trabajo, entendemos que la vida humana está en gran parte enajenada y automatizada.

Por lo tanto, hay que ser críticos con toda idealización de un trabajo absolutamente automatizado, y reclamar un sentido y atractivo para el mismo. Veamos ahora algunas objeciones al respecto, como es la propia idea que el trabajo industrial es por su propia naturaleza carente de interés y de satisfacción, o el hecho de que existen tareas desagradables que no pueden dejar de realizarse. Incluso, las críticas a una posible autogestión obrera, que resultaría incompatible con las exigencias de la industria moderna y conduciría al caos. Según estas críticas, el hombre debe conformarse en una rutina, obedecer y someterse a una jerarquía establecida. En esta línea de críticas conservadoras, y reduciendo al ser humano a una caricatura, se le considera holgazán por naturaleza y es necesario condicionarlo para que trabaje, dejando a un lado todo conflicto y sin que haya en su labor demasiada iniciativa ni espontaneidad. Fromm se encarga de desmontar todas estas vulgaridades, ocupándose del supuesto problema de la indolencia en el ser humano y del de las motivaciones en el trabajo.


Lejos de considerar la indolencia como propia de la condición humana, resulta todo lo contrario, un síntoma de desarreglo mental. No hay peor tortura existencial que la del tedio, la de no saber qué hacer con uno mismo y con nuestra vida. Incluso si no existiera el concepto de remuneración, el hombre estaría deseoso de emplear sus energías en una actividad que tuviera sentido para él, ya que le resultaría insoportable la idea del tedio. En alguna ocasión, he tenido alguna discusión en este sentido. Hay personas que les resulta insoportable la idea de no trabajar, y no hablo de personas libres e independientes, sino de trabajadores sometidos a la voluntad de otros. Es por eso que otros señalan la estupidez de permanecer "atados" a un trabajo, con la cantidad de cosas que podrían hacerse en la vida. Sin embargo, yo observo una polarización de actitudes que, profundizando, no son necesariamente incompatibles ni antagónicas, ni totalmente sana, ni totalmente patológicas. La persona que rechaza la idea de dejar de trabajar, a pesar de que las condiciones no sean las adecuadas, está tal vez manifestando su temor al tedio (es decir, su labor le resulta gratificante en cierta medida). En cambio, el que observa los males de un trabajo subordinado y reivindica otras labores a realizar en la vida, es posible que le resulte imposible la idea de no hacer un trabajo productivo (como por ejemplo, dedicarse exclusivamente a viajar). En la actitud del primero, tal vez pese bastante la enajenación y la subordinación, males que hay que señalar. Sin embargo, en el segundo está el peligro del anhelo de la holganza completa, una falacia que no conduce a una vida sana y productiva.

No obstante, a pesar de esta categoría de la indolencia como patología, hay que tener en cuenta la sociedad en la que nos encontramos. En ella, el trabajo resulta la más de las veces enajenado e insatisfactorio, lo que lleva a hostilidad y tensión en gran proporción, y consecuentemente se produce la aversión al trabajo que uno realiza y a todo lo relacionado con él. Es por eso que llegamos de nuevo a ese "ideal" de la holganza completa, de no hacer nada, que se convierte en un estado mental prácticamente incuestionable (cuando, podemos hablar de nuevo de un estado patológico, resultante de una idea del trabajo enajenada y sin sentido). Es por eso que las opininiones habituales, en cualquier tema, están condicionadas por la sociedad en las que nos encontramos. Incluso, la idea habitual de que el dinero es la principal motivación para trabajar puede tener otras lecturas. Si entendemos que el miedo a pasar necesidad es la principal motivación para trabajar, resulta esa opinión incuestionablemente cierta. Si un obrero no estuviera en la disyuntiva de, o aceptar ciertas condiciones, o morirse de hambre, muchos trabajos no serían aceptado solamente por un salario. Es, efectivamente, la necesidad la que empuja a la gente a realizar ciertos trabajos desagradables, y no la voluntariedad. Es el mundo en el que vivimos, donde los incentivos parecen ser el dinero, el prestigio, la posición y el poder. Sin embargo, como demuestra Erich Fromm en su obra, ello no forma parte de una supuesta naturaleza humana, sino que es el resultado de determinados mecanismos sociales y sicológicos producto de una sociedad que puede calificarse de patológica.

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